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El de Málaga es solo el primero: la nueva era de incendios forestales 'imposibles' de apagar
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Fuegos de "sexta generación"

El de Málaga es solo el primero: la nueva era de incendios forestales 'imposibles' de apagar

El abandono del campo aumenta la masa forestal y el cambio climático hace que arda: una energía sin precedentes marca el cambio hacia un nuevo tipo de incendios más destructivo

Foto: Los bomberos trabajan en Sierra Bermeja en las labores de extinción de incendios. (Reuters)
Los bomberos trabajan en Sierra Bermeja en las labores de extinción de incendios. (Reuters)

El incendio que ha arrasado la Sierra Bermeja, en Málaga, no es como los demás. Quemó más de 10.000 hectáreas de gran valor ecológico y se cobró la vida de un bombero forestal, pero además siembra la preocupación por lo que nos espera en un futuro próximo. Las características de este fuego tienen pocos precedentes en España, pero anticipan lo que viene. No es habitual que el monte arda durante más de una semana y que solo deje de hacerlo cuando cambian drásticamente las condiciones meteorológicas y se pone a llover.

Los expertos dicen que ha sido especialmente virulento y errático, parecido a los grandes incendios forestales de Australia, devastada por fuegos incontrolables en 2020, o los que se han producido este verano en Grecia y Turquía. La mala noticia es que nos encaminamos hacia ese modelo que los técnicos denominan “de sexta generación” debido a los cambios acelerados que vive nuestro entorno en los últimos años. El abandono del campo provoca que tengamos más vegetación por todas partes y el cambio climático hace el resto, convirtiéndola en el combustible perfecto que no deja de arder cuando la temperatura, la falta de humedad y el viento generan unas condiciones infernales.

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En nuestra memoria de país agrícola no hay ejemplos de grandes incendios forestales hasta estas últimas décadas, sencillamente, porque había mucho terreno cultivado y muy poco bosque. Sin embargo, la península ibérica ya sufrió uno de estos fuegos incontrolables entre el 17 y el 24 de junio de 2017 en Pedrógão Grande (Portugal), donde perdieron la vida 64 personas y otras 135 resultaron heridas cuando se quedaron atrapadas, precisamente, por la inédita rapidez y voracidad de las llamas.

Aunque fue un caso especialmente dramático, hay que situarlo dentro de la misma tendencia que explica lo sucedido en Sierra Bermeja. “Estamos viendo un aumento en la intensidad de los incendios, lo que cada vez dificulta más las tareas de extinción”, explica a Teknuatas Víctor Resco de Dios, profesor de Incendios y Cambio Global en la Universidad de Lleida. En el caso de Málaga, haber sufrido un fuego incontrolable durante tantos días nos enfrenta a una situación “bastante extraña en nuestras latitudes”, afirma, provocada por llamas de un comportamiento “extremadamente agresivo y errático”.

¿Qué sucede en los 'nuevos' incendios?

La clave que explica las características físicas de este desastre denominado incendio forestal de sexta generación está en la formación de pirocúmulos y en su colapso. Recientemente, un artículo en una revista del grupo 'Nature' describía este fenómeno a raíz del estudio de lo ocurrido en Australia, comparándolo incluso con erupciones volcánicas. “Este tipo de incendios quema con tanta intensidad que crea su propia chimenea, una columna de humo capaz de generar nubes que forman una verdadera tormenta de fuego en sentido literal, porque incluso hay rayos que a su vez provocan nuevas igniciones”, explica el experto.

placeholder Vista general de la zona quemada por el fuego del incendio de Sierra Bermeja. (EFE)
Vista general de la zona quemada por el fuego del incendio de Sierra Bermeja. (EFE)

El ascenso del humo hasta esas nubes o pirocúmulos genera su propias corrientes de viento, “como una chimenea con un tiro colosal que va a oxigenar mucho el incendio”. Las pavesas, material incandescente que puede estar compuesto por ramas, piñas o bellotas, sale disparado y cuando aterriza genera nuevos focos. El incendio se multiplica con nuevos focos y nuevos frentes, pero lo peor aún está por llegar. “Cuando las corrientes de viento llegan arriba encuentran temperaturas mucho más frías y bajan de golpe, generando tormentas de fuego”, apunta Juli G. Pausas, científico del Centro de Investigaciones sobre Desertificación (CIDE, perteneciente al CSIC y a la Universidad de Valencia). Este fenómeno, que puede ocurrir especialmente con el cambio en las condiciones de temperatura y humedad que trae la noche, intensifica los comportamientos erráticos del fuego y el resultado es que “no se pueden apagar en estas condiciones”.

El desplome de la columna de humo, que cae sobre el incendio, hace que las llamas se dispersen en todas las direcciones hasta el punto de que puede consumir miles de hectáreas en un abrir y cerrar de ojos. De hecho, hasta 5.000 y 10.000 hectáreas a la hora, según se ha calculado en algunas ocasiones, una circunstancia que no llegó a darse en Sierra Bermeja. Por eso, “el de Málaga sería un incendio de sexta generación pero solo en su fase inicial, porque no ha llegado a tener la voracidad”, señala Resco.

placeholder A wildfire is seen on Sierra Bermeja mountain from Gaucin, near Estepona, Spain, September 13, 2021. REUTERS Jon Nazca
A wildfire is seen on Sierra Bermeja mountain from Gaucin, near Estepona, Spain, September 13, 2021. REUTERS Jon Nazca

Las sucesivas generaciones de incendios se miden desde los años 50, cuando los fuegos comenzaron a ser un motivo de preocupación, aunque los de la “primera” nunca llegaban a tener grandes dimensiones. La acumulación de biomasa en un campo que comenzaba a abandonarse dio lugar a una segunda generación de incendios más rápidos y extensos en los años 70 y 80. A partir de ahí, “los incendios de tercera generación, que se producen en los años 90, ya están más allá de nuestra capacidad de extinción. Cuando el fuego sube a las copas, con llamas más altas de los tres metros, en lugar de quemar solamente la vegetación del sotobosque, ya es inabordable, porque emite tanta energía que por más agua que le eches, no se puede apagar”, comenta el investigador de la Universidad de Lleida.

No es una cuestión de medios, ha sucedido con el de Sierra Bermeja e incluso con otros más pequeños. Cuando se llega a una elevada intensidad, por mucho que tires agua, se evapora antes de llegar”, destaca Pausas. En ese punto, la estrategia es de contención. “Lo que pueden hacer los bomberos es tratar de que no se expanda, pero en la parte central del fuego es imposible actuar. La esperanza es que llegue a una zona con menos biomasa, por ejemplo, con cultivos; o que lleguen lluvias, como ha pasado en Málaga”, explica. “En California tienen muchos recursos y mucha experiencia pero tampoco pueden hacer nada cuando el incendio llega a estas magnitudes”, añade.

Los cambios históricos ha hecho que en estas últimas décadas hayamos llegado a incendios de cuarta y quinta generación, denominaciones que no solo tienen que ver con la potencia del fuego sino con el hecho de que puedan afectar a zonas habitadas y tener muchos frentes de forma simultánea. La comparación de los fuegos ibéricos con los de Australia, que nos adentra en la sexta generación, aún puede parecer un poco exagerada, pero tiene bastante sentido. “De momento, la magnitud no es la misma ni por el área quemada ni por la dimensión de los pirocúmulos, pero ya tienen cosas en común, especialmente, la influencia del cambio climático en cuanto a la temperatura o la cantidad de combustible”, opina el investigador del CSIC.

¿Cuáles son las causas?

Desde que hay plantas, hace 400 millones de años, hay incendios. Sin embargo, a principios del siglo XX en España no había mucho bosque, sino mucha gente cultivando el campo. “Los incendios son algo natural, pero los habíamos eliminado por nuestro estilo de vida”, indica Resco. El aumento de su virulencia en las últimas décadas se explica por la unión de varios factores. Uno de los más importantes es el incremento de la biomasa, es decir, toda la vegetación: la hojarasca, el sotobosque (las plantas que crecen más cerca del suelo) y, por supuesto, los árboles. En definitiva, “el combustible que hay en los bosques”, pero también su “disponibilidad para las llamas”, marcado sobre todo por la sequía, que dispara la “inflamabilidad” de los ecosistemas.

Foto: Un hidroavión sobrevuela la zona quemada por el fuego del incendio de Sierra Bermeja. (EFE)

El abandono de las zonas rurales provoca ese aumento de la vegetación: ya no hay ganado que se la coma, necesidades de leña ni campos de cultivo que la acoten. Además, esto influye en su distribución. “Antes teníamos un paisaje diferente, en mosaico, con un poco de bosque y un poco de campo de cultivo. Sin embargo, ahora cada vez hay más extensión de bosque conectado espacialmente”. El hecho de que los bosques estén abandonados implica que hay muchos árboles por hectárea. A su vez, esa alta densidad implica que les faltará agua para todos y serán más inflamables.

Por si fuera poco, el cambio climático amplifica ese efecto. “Hay más sequías, con más olas de calor que generan una atmósfera muy desecante y que está cargada de energía, lo que incide aún más en estos eventos tan inestables que conducen a la formación de los pirocúmulos”, resume Resco, que es doctor por la Universidad de Wyoming y ha participado en el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés).

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(Reuters)

Las circunstancias que incrementan el riesgo son comunes en toda España e incluso en gran parte de Europa y del mundo: más biomasa y más condiciones climatológicas desfavorables. Sin embargo, todo tiene matices. “En el oeste de la península los inviernos son más húmedos, de manera que crece más la vegetación. En esas zonas, si el verano es muy seco, habrá más potencial para que los incendios sean intensos, porque la cantidad de biomasa seca será enorme”, señala Pausas. Así, paradójicamente, comunidades como Galicia, que ha sufrido incendios importantes en las últimas décadas, son más vulnerables ante estos cambios frente a la zona mediterránea, donde “hay menos biomasa y la que hay se quema con más frecuencia”.

Las complejas soluciones

Las soluciones a este problema no son sencillas, pero los expertos apuestan por abordar las causas estructurales. Resco explica que existen cuatro elementos fundamentales para que se produzca un gran incendio: la biomasa, su disponibilidad, una fuente de ignición (desde un rayo a un pirómano, pasando por factores humanos involuntarios como un coche que se incendia) y la meteorología (calor, falta de humedad y viento). Sin embargo, solo podemos actuar directamente sobre uno de ellos: la cantidad de combustible que hay, es decir, la biomasa. Dicho de otra forma, “debemos centrarnos en gestionar los paisajes”. Su colega del CSIC explica que una parte fundamental consiste en provocar cierta fragmentación: discontinuidades en los bosques y en los pastos que se pueden conseguir estimulando el pastoreo o realizando quemas controladas.

Otra posibilidad de actuación humana es, a más largo plazo, mitigar el cambio climático. “La buena noticia es que podemos hacer las dos cosas a la vez y utilizar las medidas de mitigación del cambio climático para financiar la tan necesaria reestructuración de nuestro paisaje”, apunta el experto de la Universidad de Lleida. Así, el reto de frenar las emisiones se puede conseguir, en parte, sustituyendo las fuentes de energía fósiles por fuentes renovables como la biomasa, lo que ayuda a la gestión de los bosques. En la misma línea, podría fomentarse el uso de la madera como elemento de construcción en detrimento del hormigón, en cuya producción se emite más CO2. Según Resco, el Pacto Verde Europeo (la estrategia para lograr una economía), es una oportunidad para acometer estas acciones.

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(Efe)

En cambio, cuando se habla de soluciones muchas veces se recurre a “mitos y ciertos chivos expiatorios”, como que hay que endurecer las penas a los pirómanos, prohibir la recalificación del terreno o asegurar que a la hora de acometer reforestarciones los pinos son más inflamables. “Esas no son causas estructurales del aumento de la virulencia de los incendios forestales”, sino más bien “bulos que se lanzan por motivos políticos que no tienen ninguna base científica y que no hacen más que promover la inacción, retrasar la solución y, por lo tanto, aumentar la probabilidad de que estos incendios de sexta generación vayan a ir a más”.

Pausas sí considera que alguno de esos debates tiene cierta importancia. Por ejemplo, “hay plantas y ecosistemas más inflamables, algunos mantienen más la humedad y es más difícil que prendan”. No obstante, lo importante es la gestión que se realice. Aunque tengamos eucaliptos y pensemos que arderán con más facilidad, “si están separados y se ha limpiado el sotobosque, se reduce el problema; así que en cada caso hay que ir al detalle”. Por otra parte, también habría mucho trabajo por hacer en lo que respecta a las actividades humanas, desde educar a la población a “prohibir salir al monte durante las olas de calor para disminuir las posibilidades de que una chispa o una imprudencia inicie el fuego”.

Además, en su opinión, algunos incendios no son especialmente dramáticos desde el punto de vista ecológico, porque “hay zonas que históricamente se han quemado muchas veces y las plantas rebrotan”. Sin embargo, la presencia de casas es lo que provoca la catástrofe. En ese sentido, la existencia de zonas semiurbanas o urbanizaciones integradas en el paisaje plantea un importante reto de planificación urbanística que se debería abordar evitando ese tipo de construcciones e intentando minimizar los riesgos en las ya edificadas.

El incendio que ha arrasado la Sierra Bermeja, en Málaga, no es como los demás. Quemó más de 10.000 hectáreas de gran valor ecológico y se cobró la vida de un bombero forestal, pero además siembra la preocupación por lo que nos espera en un futuro próximo. Las características de este fuego tienen pocos precedentes en España, pero anticipan lo que viene. No es habitual que el monte arda durante más de una semana y que solo deje de hacerlo cuando cambian drásticamente las condiciones meteorológicas y se pone a llover.

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