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Una lucha frontal: por qué la movilización de los agricultores va a perdurar
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ANÁLISIS

Una lucha frontal: por qué la movilización de los agricultores va a perdurar

Las reivindicaciones últimas del campo tienen difícil solución. Para dar respuesta a lo que demandan, debería cambiar de manera radical la perspectiva económica e industrial europea

Foto: Agricultores protestando en Madrid. (EFE/Mariscal)
Agricultores protestando en Madrid. (EFE/Mariscal)
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"Me educaron para tener una buena opinión de los europeos y hablar francés era el culmen de lo que significaba ser civilizado. Mi educación política ha consistido en constatar que el estadounidense más tonto tiene más sentido común que el 95% de los burócratas de Bruselas". Quien realiza esta atrevida afirmación se llama Matt Stoller y es director de investigación del think tank American Economic Liberties Project, con sede en Washington. Es de esas afirmaciones gruesas que bien podrían proferirse también respecto de los burócratas de Washington, pero en este caso es probable que tenga razón. Stoller se refería a cómo la UE no es capaz de jugar el juego del poder en términos económicos. Las manifestaciones de los agricultores están muy relacionadas con esta falta de perspectiva europea.

Las movilizaciones, que han tenido y tienen lugar en distintos países europeos, son muy significativas porque plantean problemas de calado. Aunque contengan reivindicaciones sectoriales, expresan dilemas latentes que son comunes a diferentes ámbitos de la actividad económica continental.

En España, los agricultores hablan de “situación límite”, y ello a pesar de que las reuniones con el ministerio van por buen camino y “se están dando pasos adelante”, según aseguran fuentes del sector. Se ha avanzado en el refuerzo de la ley de cadena, en la prórroga de la entrada en vigor del cuaderno digital y en ciertos elementos de la PAC, y además se está trabajando en medidas de fiscalidad, seguridad social y en seguros. En este último ámbito, la acción es importante, porque el sistema funcionaba razonablemente bien, pero las condiciones, también por los cambios en el clima, han variado: las primas se han encarecido y hay aspectos que ya no cubren, por lo que hay muchas resistencias a contratarlos ahora.

Todo va bien, pero…

Pero si hay receptividad en el Ministerio de Agricultura, las negociaciones avanzan y hay aspectos relevantes en los que se están llegando a acuerdos, ¿por qué siguen las movilizaciones? En parte, aseguran desde el sector, porque hay que concretar lo hablado y plasmarlo en términos concretos sobre el papel; fundamentalmente, porque las reivindicaciones son dispersas y dispares, ya que no termina de existir unidad ni en la acción ni en las peticiones: “Cuando nos movilizamos para conseguir ayudas para el gasoil, había un objetivo claro, y cuando se consiguió, las manifestaciones terminaron. Ahora es mucho más complicado”.

Las asociaciones del sector son conscientes de que, aunque ahora logren detenerse las manifestaciones, regresarán en algún momento

La razón última de las movilizaciones, sin embargo, es que el malestar de los agricultores es existencial. Lo que está en juego no es solo una forma de vida, ni tampoco un choque entre las distintas formas de ver la vida de la ciudad y el campo, sino la subsistencia de quienes cultivan la tierra: no es que sientan que su futuro está en juego, sino su mismo presente. En los agricultores confluyen una serie de presiones estructurales, como el aumento de precio de las materias primas y de los seguros, una regulación más exigente impulsada desde las distintas administraciones, las disfunciones en la cadena de mercado o la llegada de productos baratos de otros países obtenidos en regímenes de competencia desleal. En ese carácter existencial están inscritos algunos de los grandes dilemas de la época, porque para dar respuesta a sus demandas, las medidas concretas como “eliminar burocracia o modificar algunas exigencias ambientales” pueden servir solo coyunturalmente.

Desde las mismas asociaciones son conscientes de que, por más que ahora logren detenerse las manifestaciones, regresarán en algún momento. Y no aluden tanto a las dificultades que supone coordinar las distintas capas administrativas (comunidades autónomas, Estados y UE) para encontrar un camino de salida, sino en que sería necesario un improbable cambio de enfoque y de visión en todos esos niveles.

Sus problemas, sin embargo, ni son tan difusos ni tan difíciles de entender. Son una cuestión de margen: hay muchos productores, en general pequeñas y medianas explotaciones, que ven cómo sus beneficios son escasos, o inexistentes, o desaparecen entre un mar de deudas. Desde la perspectiva economicista, cuando eso ocurre, es señal de que esos operadores deberían cerrar y dejar paso a otros más eficientes. Pero, más al contrario, es el mal funcionamiento del mercado lo que está provocando su declive.

Los agujeros de la economía europea

El sistema económico y comercial de las últimas décadas se forjó desde un enfoque orientado hacia el consumidor que la UE quiso liderar. La producción se repartió internacionalmente, de modo que la fabricación se asignó a aquellos lugares que aseguraban menores costes. La consecuencia obvia fue la pérdida de industria y de los empleos ligados a ella, pero a cambio los consumidores occidentales gozarían de precios más bajos. Lo que perdían por un lado lo ganaban por otro. La agricultura y la ganadería fueron dos de esos sectores dañados. Fue la época de los acuerdos comerciales y del crecimiento chino. Sin embargo, y dado que se trataba de un ámbito estratégico, trató de garantizarse al menos un mínimo de producción, por lo que se concedieron ayudas, enmarcadas en la PAC, que compensaban, en cierta medida, el deterioro que suponía la apertura de los mercados. Estas aportaciones implicaban también la adopción de medidas más exigentes en aspectos sanitarios y de calidad para las explotaciones europeas. Aquí se produciría más caro, pero mejor.

Foto: El ministro de Agricultura, Luis Planas. (EP/Alejandro Martínez Vélez)

La agricultura y la ganadería descubrieron rápido que no estaban protegidos ni siquiera por esas cláusulas que obligaban a terceros países a producir en igualdad de condiciones cualitativas, porque los parámetros exigidos podían ser similares, pero la ausencia de control real abría enormes agujeros. Al mismo tiempo, empresas continentales deslocalizaban de facto, producían en otros países y lo hacían pasar por productos europeos.

La Administración Biden, como antes la de Donald Trump, cambió el enfoque del consumidor por el enfoque del poder

No es extraño que, una vez que desaparecieron de escena (o quedaron en segundo plano), los personajes extravagantes que pretendían manipular políticamente la revuelta, la estrategia de los manifestantes fuese ir a protestar a los puertos por la entrada de productos de otros países y cortar carreteras para impedir el flujo de mercancías. Exigían protección frente a la competencia desleal, pero que era producto inevitable de una mala concepción económica, que estamos sufriendo en muchos terrenos, y del enfoque ligado al consumidor.

EEUU está reaccionando contra esta situación, ya que fue el primer país occidental en dar pasos adelante, todavía reducidos, hacia un proteccionismo que impida tanto que sus productores desaparezcan como que sus capacidades estratégicas disminuyan todavía más. La Administración Biden, como antes la de Trump, cambió el enfoque del consumidor por el enfoque del poder. Europa no.

El poder en el mercado

El segundo objetivo del enfoque en el consumidor, conseguir precios más baratos, tampoco se ha alcanzado, como se puede apreciar dolorosamente en la cesta de la compra desde hace bastante tiempo. Y ello incluso en un instante en que la diferencia entre los precios en origen y los finales es, en algunos casos, abrumadora. Esta es la otra gran demanda de los agricultores: el mercado no funciona porque ellos no reciben un precio justo.

Foto: Protesta de los agricultores franceses en Chilly-Mazarin. (EFE/Edgar Sapiña Manchado)

Era esta situación la que criticaba Matt Stoller respecto de la política europea de la competencia. Lo hacía al hilo de un ciclo de conferencias, The Antitrust, Regulation and the Next World Order, en el que participaron figuras muy destacadas tanto de la Administración Biden como de la Unión Europea. El choque fue radical: mientras Europa insistía en dejar actuar al mercado desde las mismas viejas bases, en EEUU se había comprendido que la política de competencia constituye un mecanismo esencial para que el mercado funcione. Como aseguraba Rana Foroohar en FT, en EEUU “se ha realizado un examen mucho más amplio de cómo se acumula y cómo se ejerce el poder corporativo, y cuáles son las consecuencias de un poder indebido, no solo para los consumidores sino también para los productores, los competidores, los trabajadores y la sociedad en general”. Para que el mercado sea tal deben impedirse las grandes disparidades de poder, y más aún si son tan notables como en nuestra época. De otro modo, los operadores quedan a merced de la arbitrariedad de actores con enorme peso.

"La UE decidió dejar todo en manos del mercado, pero es el único bloque que lo ha hecho: ni EEUU, ni China, ni India siguen ese camino"

Ese proceso de concentración que trata de impedir o de desanudar el antitrust estadounidense es lo que está pasando en la agricultura, y es justo lo que permite que las cosechas no puedan venderse a precios razonables, entre otras muchas disfunciones. Es hora, pues, de dejar de hablar del consumidor y hacerlo del poder.

No se trata únicamente de EEUU. Como aseguraba un eurodiputado francés a finales de la semana pasada “la UE ha decidido dejar todo en manos del mercado, pero es el único bloque que lo ha hecho. EEUU ha establecido medidas intervencionistas en el sector, pero también todos los demás, desde China hasta India”.

Un desafío radical

Más allá de reclamaciones sobre la excesiva burocracia y los impuestos, las demandas esenciales de los agricultores son el rechazo del libre comercio, el establecimiento de medidas de protección y la intervención en las cadenas de mercado para asegurar precios justos que les permitan vivir. Y eso es justo contra lo que la ortodoxia europea está luchando. El problema siguiente es que la agricultura no es el único sector de la economía en el que muchos autónomos y pequeños y medianos empresarios están entrampados. Cada vez tienen costes mayores y menores márgenes: son los que pierden por ambos lados. El declive salarial del mundo del trabajo les está tocando a ellos ahora. Ahí está el foco del descontento actual.

En la medida en que estas reivindicaciones chocan de manera directa con la concepción europea del mercado y con las bases conceptuales de la UE, se trata de un malestar que es muy difícil de resolver y que amenaza con extenderse a otros sectores. En él podemos encontrar muchas de las claves de los cambios en la política contemporánea y de las mutaciones en el voto.

A todo esto se suma un elemento más, que no es menor, la posible entrada de Ucrania en la UE. El grano ucraniano ya ha generado oposición en muchos países europeos, pero si se confirmase el deseo de la Comisión de incorporar a Ucrania, supondría un terremoto para el sector agrícola europeo, ya que, aseguran desde las asociaciones españolas, la mayor parte de la PAC iría a parar a Kiev. El malestar del campo va a ser muy difícil de apagar.

"Me educaron para tener una buena opinión de los europeos y hablar francés era el culmen de lo que significaba ser civilizado. Mi educación política ha consistido en constatar que el estadounidense más tonto tiene más sentido común que el 95% de los burócratas de Bruselas". Quien realiza esta atrevida afirmación se llama Matt Stoller y es director de investigación del think tank American Economic Liberties Project, con sede en Washington. Es de esas afirmaciones gruesas que bien podrían proferirse también respecto de los burócratas de Washington, pero en este caso es probable que tenga razón. Stoller se refería a cómo la UE no es capaz de jugar el juego del poder en términos económicos. Las manifestaciones de los agricultores están muy relacionadas con esta falta de perspectiva europea.

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