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Los jóvenes ya no creen en el trabajo: "La vida no puede ser esta estafa piramidal"
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EL 'CRACK' DE LA GENERACIÓN Z

Los jóvenes ya no creen en el trabajo: "La vida no puede ser esta estafa piramidal"

Los nacidos en los noventa mantienen una relación con el empleo muy distinta a la de sus padres. Hablamos con sociólogos, economistas, expertos de RRHH y jóvenes para saber por qué

Foto: Foto: EFE/Rodrigo Jiménez.
Foto: EFE/Rodrigo Jiménez.

"Viene un cliente y me dice 'me has cobrado de menos', me da igual. Cuando a alguien se le cae el café, 'perdón, te pago otro', me da igual. Me da igual que no hayas consumido para entrar en el baño. No me debes un café, una botella de agua, ve al baño, me da igual. No me enseñes el cupón de descuento, me da igual. Puedes venir a la cafetería, sentarte en una mesa y traerte un Happy Meal, me da igual. Yo voy a seguir cobrando cinco euros la hora".

No es habitual que una estrella de TikTok trascienda a la televisión, pero el más de medio millón de reproducciones del vídeo de _rayomcqueer en el que explicaba su trabajo como camarera la llevaron a aparecen en La Sexta Xplica, donde probablemente causó algún que otro amago de infarto entre el público boomer. Cristina Merino, que así se llama la camarera viral, lo dijo claramente: le da igual el trabajo. “No significa que lo haga mal, al contrario, simplemente relativizo”, desarrolló. “Me pagan lo que me pagan, no voy a heredar la cafetería y no me van a subir ni un euro. Entonces, ¿por qué me tengo que estar matando?”.

"Supongo que la precariedad laboral es algo que atañe a la mayoría de gente en el mundo, porque muy pocos son los que se benefician de ella, entonces es fácil quejarte de la mierda que es tu situación laboral y que mucha gente se vea reflejada en eso", responde Merino a El Confidencial. "Además, a poco que seas una tonta del culo la gente dice same sis, y comparte".

El éxito de sus vídeos es el síntoma más claro de que algo ha cambiado en la relación de la generación Z con el trabajo. El ejemplo más visible de un cambio de valores que la pandemia aceleró y que tiene como principal precepto dejar de considerar el trabajo el centro de sus vidas. De Inés Hernand (1992) gritando que “el trabajo nos toca el badajo, no nos puede dar más puto asco trabajar” hasta los foros de internet, pasando por ácidos retratos del mundo laboral como Supersaurio de Meryem El Mehdati (1991), los nacidos a partir de los noventa tienen otra percepción frente a la creencia meritocrática de sus padres y abuelos.

Os fastidia que nuestra generación se haya dado cuenta de que, efectivamente, el sistema de trabajo asalariado es abusivo y solo sois capaces de reaccionar llamándonos flojos en lugar de pararos a pensar si acaso estáis muy contentos trabajando más de ocho horas al día en trabajos de mierda”, escribía Ángela Vicario (1997), burgalesa que ha trabajado en divulgación cultural y que está cursando el Máster de Formación del Profesorado. “Al trabajo lo que le pido es que me permita vivir, pero con dignidad: trabajar ocho horas al día sin tener que desplazarme dos horas y poder pagarme un alquiler que no tenga que compartir con otras cuatro o cinco personas”, explica a El Confidencial.

Es difícil medir exactamente el grado de desafección de los jóvenes con el trabajo, recuerda el sociólogo de Udima Mariano Urraco. Sin embargo, es una sensación que todos comparten: los propios jóvenes y los investigadores. Se puede recurrir a los datos que proporcionan las compañías de recursos humanos. Randstad, por ejemplo, señala en uno de sus últimos informes que un 58% de los jóvenes entre 18 y 24 años dejaría su trabajo si no le garantiza calidad de vida. El número de ocupados de 20 a 24 años que desean trabajar menos horas también ha aumentado.

“Se observa un cierto descreimiento con respecto al poder socializador del trabajo”, explica Urraco, autor de Una juventud zaleada: crisis y precariedades (Tirant Lo Blanch). “Para las generaciones anteriores, que ahora tienen 60 o 70 años, el trabajo era lo que les daba identidad. Para los jóvenes, como el empleo es ahora más escaso, precario e incluso raro (como esos trabajos de un día), no genera esa vinculación social fuerte que aportaba anteriormente. Ante esa situación, lo normal es que busquen la identidad en otros sitios, como el ocio, el consumo o la sexualidad”.

Pero ¿qué buscan?

Tiempo. La pasada semana se viralizó un vídeo en el que la tiktoker BrielleyBelly123 aparecía llorando porque tenía que emplear alrededor de dos horas en llegar a su puesto de trabajo. Salía de casa a las siete y media de la mañana y no volvía hasta las seis y cuarto de la tarde, como pronto. “No tengo tiempo para hacer nada”. "Que me pague el tiempo que trabajo, que si hago horas nocturnas se me paguen como nocturnas y si hago horas extra, se me paguen como extras… Suena ridículo que esas sean mis exigencias, pero a día de hoy es más una utopía que una realidad", añade Merino.

La necesidad de respetar el tiempo libre es esencial para los jóvenes. Víctor Terrazas (1995) trabajó en una consultoría y en una editorial después de terminar sus estudios. Ahora es mucho más feliz trabajando como portero en un edificio en el centro de Madrid. “Antes, cuando llegaba a casa, solo me apetecía comerme un kebab y ver vídeos de YouTube o meterme en la cama directamente”, explica. “Ahora tengo tiempo, vuelvo a casa fresco y dispongo de seis o siete horas para poder hacer lo que realmente me gusta, como escribir sobre música”.

"Cuando llegaba a casa, solo quería ver vídeos en YouTube. Me metí a portero"

El trabajo no es lo más importante. “Hemos dejado de creer en el trabajo como algo central en la vida”, explica Isabel Rodríguez (1996), científica social y doctoranda en CSIC y UNED, que pensó en centrar su tesis en la interacción de trabajo y bienestar. “Hemos vivido una ruptura en la relación entre esfuerzo y éxito y resultados. Quizá por necesidad hemos necesitado redefinir qué es éxito y vivir bien. Ya no es imprescindible trabajar mucho, ganar dinero y ascender social y económicamente, sino disfrutar del tiempo libre para desarrollar hobbies y proyectos personales y tener unos mínimos necesarios”.

A medida que a los jóvenes les resulta cada vez más difícil acceder a la independencia económica, a la vivienda o a una carrera laboral, su relación con el trabajo es más instrumental: dame el dinero y corre (para casa). "El trabajo no define mi valía como persona, estoy 100% segura de que me dedicaría a ser una petarda con mis amigas y me pasaría el día meditando, tomando tila de sobre y haciéndome limpias con palo santo o cualquier pedorrería para hacerme la intensa y sentirme la más mística", opina Merino.

La empresa no es tu vida. Las posibilidades de llevar a cabo una carrera profesional en la misma compañía (incluso en el mismo sector) se han reducido, por lo que el compromiso lo ha hecho de la misma manera. “Lo que le pido a mi trabajo es que no se convierta en mi personalidad”, añade Vicario. “El compromiso de los boomers con su trabajo ha muerto. He visto que por mucho que mis padres y mis tíos se comprometiesen con sus empresas, no las han heredado y a la primera de cambio los han echado”.

"Siento que el conformismo del que presume la generación de mis padres no es la virtud que creen que es. Te quiero decir, el hecho de trabajar ocho horas diarias (en el mejor de los casos) por un sueldo que la mayoría de las veces no es digno, no es algo lógico, por muy normalizado que esté", añade Merino. "Y que me digas 'así es la vida', bueno, amor, a lo mejor la vida no tendría que ser esta pedazo de estafa piramidal, ¿no opinas?".

1. Una explicación sociológica

“Como ocurre en las relaciones sociales, es difícil querer a alguien que no te aporta nada”, explica Urraco, que para su tesis doctoral profundizó en los ámbitos laborales de la generación millennial. “Puedes meterte en la dinámica laboral del esfuerzo, pero si lo que te devuelve es precariedad y dificultades biográficas, te cansas de esa lógica laboral de realizarse a través del trabajo que teníamos los que ahora rondamos los 40”.

"Muchos jóvenes estarían dispuestos a autoexplotarse si pudiesen ganar más"

Los nacidos durante los años noventa se han criado escuchando un discurso que “hace agua”, explica el sociólogo, ya que no se concreta en la realidad diaria. Como explicaba El Confidencial, los salarios de los trabajadores de entre 26 y 35 años han descendido desde el año 2007. “Cuanto más tiempo te mantengas, más posibilidades tienes de caer en la frustración”.

Para el sociólogo, el boom del discurso antitrabajo es una respuesta de protección psicológica ante una situación en la que se percibe que el esfuerzo no produce los efectos deseados. “Creo que muchos jóvenes estarían encantados de explotarse y de sostener un discurso más productivista si pudiesen tener una carrera y ganar más”, valora. “Hay un poco de postureo”.

La fábula de la zorra y las uvas. “Para mí hay mucho autoengaño, en la medida en que no se ven posibilidades: si las hubiese, muchos de estos jóvenes que dicen que lo importante son otras cosas renunciarían y harían el mismo recorrido que sus padres o abuelos”, añade. “Es como con la vivienda: muchos dicen que están encantados de vivir de alquiler, pero porque no pueden comprar un piso”.

2. Una visión desde los recursos humanos

Guido Stein, profesor de Dirección de Personas en las Organizaciones de IESE, se encuentra en Navarra cuando atiende a El Confidencial. Le acaban de explicar que hay una empresa en Alsasua que va a ofrecer 400 nuevos puestos de trabajo con la condición de ser mayor de 31 años. Los directivos están hartos de la actitud de los jóvenes. “Dicen que tienen una relación con el trabajo que no es la que más les gusta”, explica. “Pero a veces las empresas son unas sinvergüenzas y ellos tienen más razón que un santo. Están recogiendo lo que han sembrado”.

Para el autor de Líderes y millennials (Ediciones Universidad de Navarra), hay un perfil de joven muy bien formado y que tiene muchas ganas de trabajar pero ya no se casa con su empresa. “La mentalidad de compromiso es desconocida, pero no por vagancia, sino por cosmovisión: no lo entienden”, explica. Es una de las grandes diferencias con el pasado, cuando si uno era un obrero de Standard Eléctrica, lo era aunque estuviese en huelga contra su empresa.

La generación Z ha visto cómo sus padres y abuelos sacrificaban su vida por el trabajo y, una vez llegó la crisis, perdieron sus puestos o fueron dejados de lado. “Han visto cómo sus padres vivían para trabajar y ellos no quieren repetirlo”, explica. Sin embargo, Stein también tiene críticas. La considera la generación mejor formada, “pero no la mejor socializada”, con “un punto de egoísmo que les perjudica porque les da un narcisismo difícil de digerir”.

Ese subidón de expectativas “no hay realidad que lo cumpla”, y provoca que se aburran mucho más rápido con sus trabajos. “No es que no quieran trabajar, es que se aburren muy pronto: si tu padre pasaba 30 años en la empresa y tú cinco, eso es indigerible para alguien de 25 años. Todo lo que les rodea no les ayuda a entender una carrera en una compañía que no sea coyuntural u oportunista, empezando por el propio trato que la compañía les dispensa”.

3. Una teoría desde la economía

José Ignacio Conde Ruiz es catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y publicó hace unos meses La juventud atracada: cómo un electorado envejecido cercena el futuro de los jóvenes (Península), escrito junto a su hija Carlotta, en el que explica cómo el envejecimiento demográfico de los votantes ha provocado que los políticos concentren sus esfuerzos en las generaciones de mayor edad, mientras que olvidan a los electoralmente menos atractivos jóvenes.

"Lo racional sería trabajar menos una vez tienes las necesidades cubiertas"

Aunque es difícil saber si existe de verdad ese antitrabajismo o se trata simplemente de que sus discursos ahora son más visibles, Conde Ruiz ofrece algunas explicaciones de racionalidad económica. “Tendrías más motivación para trabajar más si los salarios fuesen más altos”, valora. “¿Para qué quieres trabajar? Para comprarte cosas. Si te pagan poco y no puedes siquiera acceder a una vivienda, es racional trabajar menos, porque valoras más destinar tu tiempo al ocio, que es otro bien. Lo racional, por lo tanto, sería trabajar menos, no más, una vez tienes cubiertas las necesidades básicas”.

La mayoría de las valoraciones que escuchan sobre la generación Z por parte de sus mayores son negativas, recuerda el economista, que tiene su respuesta. “Si hablas con el jefe de relaciones laborales de una empresa, te va a decir que los jóvenes no se esfuerzan, pero yo les respondo que no se esfuerzan porque no les pagan bien y saben que no van a promocionar”. El antitrabajismo no es tanto una postura filosófica como una reacción ante las promesas rotas.

El desencanto de la clase media

¿Es un discurso igualmente extendido en todas las clases sociales? Vicario, por ejemplo, lo considera “algo horizontal, a no ser que sean hijos de empresarios”. Al principio lo escuchó entre académicos que tal vez conocían el trabajo de Bob Black, pero hoy lo ha oído entre compañeros que “ni se han sacado la ESO”. “Personas que nunca han leído un artículo académico me dicen que tienen su trabajo como podrían tener cualquier otro, y que en el momento en que empiecen a tratarles mal o a no pagarles las horas extra, se van”.

Urraco advierte de las visiones generacionales y recuerda que es posible que el desencanto con el trabajo sea más propio de una cierta mentalidad de clase media que vio cómo las generaciones anteriores sí pudieron ascender en el ascensor social. Mientras que para la clase trabajadora el esfuerzo y la autoexplotación siguen siendo vistos como una herramienta para mejorar su situación, hay “otra clase de perdedores de la globalización, que son los que desarrollan un discurso más antilaboral, porque ven que lo que les ha funcionado a sus padres, a ellos no”.

"Si dejo la portería por la universidad, perdería tiempo o dinero"

Vicario es un buen ejemplo. Hija de un repartidor de congelados, estudió en una universidad privada gracias a una beca, pero recuerda que “la gente confía en el sistema si el sistema le da premios: si me permitiera independizarme a los 20 años y no tener que sacar 20 másteres y una oposición para trabajar, confiaría en el sistema”. Algo semejante ocurre con Terrazas, que estudió Ciencias Políticas y recibe la incomprensión de sus padres cuando afirma que se ve trabajando como portero toda su vida en lugar de en la universidad. “Pero es que cobro más como portero que lo que puedo cobrar en la universidad hasta los 50 años. Si dejo la portería, perderé o tiempo o dinero”.

La némesis de rayomcqueer es Nano, que se hizo famoso por un discurso en el que reivindicaba la importancia del esfuerzo. “Si vienes de una familia que tiene dinero, te dan tu paga, te compran tus cosas, no te falta nada, ¿por qué dejas el instituto?”, se preguntaba. “¿Por qué te dejas el dinero que te dan tus padres en porros, en beber, en fiestas...? ¿Por qué, si no te falta de nada, vas como si fueras de barrio? No vayas de lo que no eres porque no sabes lo dura que es esta vida de verdad”.

¿Desde cuándo?

La gran pregunta es en qué momento empezó a desvanecerse esta percepción central del trabajo en la vida, sobre todo si, como recuerda Urraco, los treintañeros que analizó en su investigación aún tenían “un discurso totalmente laboralista” en el que obtenían su identidad del trabajo, a pesar de haber vivido la crisis de 2008.

Quizá la diferencia se encuentre en haberse criado sin conocer otra realidad que la de la crisis perpetua. Los primeros recuerdos de Vicario son los de las vacas flacas, y ni siquiera llegó a atisbar la burbuja inmobiliaria: “Yo eso de los obreros cobrando 3.500 euros no lo recuerdo”. Uno de sus primeros recuerdos laborales, a los 12 años, es oír a Zapatero hablar de brotes verdes.

La última pregunta es si este antitrabajismo ha llegado para quedarse, como un cambio de paradigma en una sociedad en la que el trabajo será cada vez menos importante, o si se atenuaría en el caso de que el mercado laboral ofreciese más posibilidades económicas y de desarrollo profesional. Es decir, si se trata de un cambio de cosmovisión en una sociedad poslaboral o de la adaptación a una dura realidad.

"Estoy superagradecida con los mensajes que me llegan y solo quiero decirles a todas las minorías que son perfectas y que no se dejen engañar por la meritocracia", concluye Merino. "Si fuese por mí, ¡¡¡¡todas mereceríais un piso en el que caeros muertas!!!!".

"Viene un cliente y me dice 'me has cobrado de menos', me da igual. Cuando a alguien se le cae el café, 'perdón, te pago otro', me da igual. Me da igual que no hayas consumido para entrar en el baño. No me debes un café, una botella de agua, ve al baño, me da igual. No me enseñes el cupón de descuento, me da igual. Puedes venir a la cafetería, sentarte en una mesa y traerte un Happy Meal, me da igual. Yo voy a seguir cobrando cinco euros la hora".

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