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Borja Barragué: "Debemos evitar que los mercados se comporten como les dé la gana"
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ENTREVISTA

Borja Barragué: "Debemos evitar que los mercados se comporten como les dé la gana"

En su ensayo 'Larga vida a la socialdemocracia', analiza las causas de la crisis del centro-izquierda y propone recetas para revitalizar el progresismo europeo

Foto: Borja Barragué, autor de 'Larga vida a la socialdemocracia'. (Foto: Álvaro Rincón)
Borja Barragué, autor de 'Larga vida a la socialdemocracia'. (Foto: Álvaro Rincón)

La socialdemocracia está de capa caída en buena parte de Europa. Los efectos de la globalización en los mercados de trabajo, la caída de la filiación sindical, la atomización de la clase obrera, la crisis de 2008 –y su respuesta en forma de políticas de austeridad–, el multiculturalismo o la transición demográfica han provocado que los días de vino y rosas formen parte –quizá irremediablemente– de esa época dorada en la que los partidos socialdemócratas alcanzaban mayorías de más del 40%.

Pero la esperanza no está perdida del todo. Al menos no lo está para Borja Barragué, profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid, asesor del Ministerio de Sanidad y autor de 'Larga vida a la socialdemocracia' (Ariel), un ensayo de casi 250 páginas en el que examina el declive de los partidos que años atrás constituían una verdadera "casa común de la izquierda", a la vez que sugiere una receta, alejada del dogmatismo y no exenta de autocrítica, para salir del atolladero. Para sobrevivir, indica Barragué, la socialdemocracia debe recuperar esencias: apostar por la justicia social e intervenir en los mercados para reducir la desigualdad.

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Foto: Álvaro Rincón.

PREGUNTA: Con el PSOE como fuerza más votada en las elecciones generales y autonómicas y tras los buenos resultados en las europeas, ¿puede presumir España de ser la cabeza de la socialdemocracia en el continente?

RESPUESTA: La Península Ibérica es la excepción en Europa en ese sentido, aunque en países como Finlandia también le ha ido bien a la socialdemocracia recientemente. La politóloga Pippa Norris ha elaborado un gráfico con los resultados electorales por países y esta década –entre 2010 y 2020– estaba siendo casi la peor para la socialdemocracia en toda la historia. Los gobiernos de Pedro Sánchez y Antonio Costa han sido la excepción. Yo creo que este éxito, en el caso del PSOE, tiene mucho que ver con haber recuperado el discurso y las políticas socialdemócratas tradicionales, que habían quedado diluidas en los últimos años, durante los gobiernos de la Tercera Vía.

Foto: Un colegio electoral en Portugal. (Reuters)

P: Hablemos de los factores de este éxito…

R: Como suele decir Pau Marí-Klose [sociólogo experto en pobreza y diputado del PSOE], con la Tercera Vía, a los partidos socialdemócratas les fue muy bien entre finales de los 90 y principios de los 2000. Pero fue un periodo muy bueno a expensas de disolver el mensaje central de la teoría política socialdemócrata. Esto provocó que, cuando llega la crisis de 2008 y se hunde el proyecto de la Nueva Derecha, iniciado por Reagan y Thatcher, la socialdemocracia, que había comprado parte de este fundamentalismo de mercado, no tuviese una alternativa que ofrecer.

"Los discursos populistas aciertan en el diagnóstico pero sus recetas son un desastre"

Creo que este nuevo PSOE ha sabido conectar muy bien con los votantes tradicionales socialdemócratas, que ya no son los trabajadores de la Ford en Detroit, sino las nuevas clases medias, a través de un discurso propio bastante distinguible del de la derecha.

P: La principal idea de su libro es el “giro predistributivo”: que el Estado tenga una capacidad mayor a la hora de intervenir en la economía y “se meta en la sala de máquinas” de la producción. Que, además de redistribuir la riqueza, intervenga en las condiciones en las que esta se produce.

R: Una de las tendencias globales de hoy es el aumento de la desigualdad, cuyas causas fundamentales son los cambios provocados por la globalización –como la deslocalización de empleos– y la polarización de los mercados de trabajo: han aumentado los sueldos que están muy por encima y los que están muy por debajo de la media. Entonces, si los mercados están generando rentas cada vez más desiguales, en vez de limitar la tarea del poder público, lo que hay que hacer es intentar que los resultados que se generen, en primer lugar, ya sean de por sí más igualitarios.

Foto:  Opinión

Además, los asesores políticos preferimos escribir en un discurso que vamos a subir el salario mínimo un 20% a que vamos a subir los impuestos un 20%. Pero, aumentando el SMI, lo que consigues es que la distribución ya “te venga dada” de forma menos desigual. La idea central es evitar que se genere la desigualdad 'ex ante' y no depender solamente de corregirla después.

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Foto: Álvaro Rincón.

P: Esta receta predistributiva, ¿por dónde pasa?

R: La subida del Salario Mínimo Interprofesional es la medida, de las más recientes, que más visible ha hecho esto. Otra de las acciones predistributivas más características es la inversión en capital humano, una inversión que fomente una sociedad de gente bien formada; que las personas puedan acceder a los trabajos derivados del nuevo entorno digital, que requieren conocimiento. Además, esto es un chollo: el gasto en educación, cuanto antes mejor, es muy eficiente. Hay estudios que cifran en 10 dólares el retorno a la sociedad de esa inversión en la primera etapa del aprendizaje. Creo que debemos promover la educación gratuita y pública de niños de 0 a 3 años, que es una medida muy viable políticamente. Invertir en guarderías es una demanda que sería muy bien recibida por la ciudadanía. El partido Ciudadanos, por ejemplo, la ha reclamado.

Foto: Foto de archivo de una oficina de empleo. (Reuters)

P: ¿Qué tal rumbo lleva España?

R: España recauda en torno a 8 puntos menos, en términos de PIB, que la media de Europa. Tenemos todavía recorrido en el ámbito de la recaudación fiscal. Cuanto más ingresas en impuestos, más políticas públicas puedes hacer. Sin embargo, España, en inversión social, no está mal; estamos por encima de la media a pesar de una menor recaudación.

"Aumentando el SMI consigues, sin subir impuestos, que el mercado ya distribuya de forma más igualitaria"

Pero, insisto, hay cosas que se pueden hacer sin recurrir a subir los impuestos. El ideario de Reagan y Thatcher fue particularmente efectivo a la hora de trasladar la idea de que el mejor sitio en el que puede estar el dinero es en el bolsillo de los ciudadanos y que cobrar impuestos es casi un robo. Como el mensaje de subir los impuestos no es bien percibido por toda la ciudadanía, promover la igualdad a través de políticas que no dependan de una mayor carga fiscal es una buena vía para conseguir un amplio respaldo social.

Foto: Un policía frente al Palacio de Buckingham antes de la llegada del presidente Donald Trump. (Reuters)
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P. Y, sin subir los impuestos, ¿cómo se financiarían estas medidas?

R: Subir el Salario Mínimo Interprofesional no tiene coste en términos presupuestarios. Podemos distinguir entre una predistribución basada en regular el mercado de otra forma, –tomando conciencia de que la acción de sus agentes tiene consecuencias– y aquella basada en la inversión social –como construir más guarderías y ampliar la educación gratuita–, para la cual sí se necesita recaudar más dinero mediante impuestos.

"Cuando llega la crisis de 2008, la socialdemocracia no tiene nada distinto y propio que ofrecer"

La nueva socialdemocracia debería ser consciente de que no hay ningún buen motivo para que los mercados se comporten como les dé la gana, y que deberíamos intervenir para que los resultados que emanen de los mercados sean menos desiguales.

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Foto: Álvaro Rincón.

P: Menciona en su libro a Mark Lilla, quien pide que la izquierda recupere un proyecto colectivo que pueda sumar a mucha gente. ¿Debe la socialdemocracia recuperar un horizonte común para sobrevivir? ¿Cuál podría ser?

R: Estoy de acuerdo con el diagnóstico de Lilla, aunque tiene algún ángulo muerto. Estoy en desacuerdo con la consecuencia que se ha querido extraer de su tesis: la de que no es compatible hacer una política identitaria con hacer política de clase. Creo que se puede –y se debe– hacer una política redistributiva que tenga en cuenta que la brecha laboral perjudica a las mujeres o que ser inmigrante te penaliza en términos salariales.

Quizá esa idea de colectividad por la que me preguntas pasa por construir un mensaje en torno a la justicia social, que combine eficiencia –no vale de nada tener poca desigualdad cuando los supermercados están vacíos– y sensibilidad a las cuestiones redistributivas; un discurso que sepa que no podemos prescindir de los mercados pero que preste atención a la desigualdad.

En la Guerra Fría, teníamos dos concepciones de la justicia social muy definidas: el bloque soviético apostaba por la igualdad pero la gente iba a los establecimientos y no había de nada; y por otro lado, los mercados libérrimos sobre los que el Estado no actuaba. Ambas estaban desequilibradas: una no tenía en mente la eficiencia y la otra pensaba que la desigualdad azuzaba el crecimiento económico, cuando no es así.

"Creo que política identitaria y política de clase son compatibles. Y necesarias ambas"

La desigualdad, además, conlleva muchas ineficiencias incluso para los particulares: tener que invertir en seguridad privada o en educación ante la falta de eficacia del poder público, por ejemplo.

Foto: Mark Lilla. (Diana Cooper)

P: ¿Ha tenido la socialdemocracia dificultades para compensar a los perdedores de la globalización mientras que los populismos sí han ofrecido alternativas? Afirma en su libro que la socialdemocracia no ha ofrecido respuestas a los 'votantes cabreados'...

R: El estancamiento de la forma de vida de las clases medias en los países de la OCDE –provocada por consecuencias de la globalización como la deslocalización– genera cabreo. Las familias tenían unas expectativas de vida –también para sus hijos– y no las han visto satisfechas. Muchos jóvenes con buenísima formación, lejos de acceder a buenos trabajos, han encadenado un contrato precario tras otro. Y es entonces cuando llega un "hombre fuerte" que propone cerrar las fronteras y traer las fábricas de nuevo "a casa".

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Foto: Álvaro Rincón

Esas medidas, basadas en la nostalgia, son muy atractivas, pero no existe un botón que pueda dar marcha atrás a la globalización. No obstante, esos discursos sí aciertan en el diagnóstico, porque la clase media se está estrechado y a las futuras generaciones les va a costar cada vez llegar a serlo. Pero las recetas populistas –que suelen incluir racismo, xenofobia y homofobia– son un desastre.

P: “Los partidos socialdemócratas ya no pueden defender los intereses de los trabajadores como clase porque esta se ha fracturado. Y hagan lo que hagan, se dejarán pelos en la gatera”, indica en su libro. ¿Es incompatible representar a los trabajadores de mono azul y a los ingenieros de Silicon Valley?

R: A la socialdemocracia le empezó a ir realmente mal a partir de 2010 cuando, tras la crisis de 2008, era muy difícil distinguirla de la derecha. Junto con problemas "de oferta", tenía también problemas "de demanda". Su electorado, la clase obrera, ya no era tan homogéneo como en los 70. Ahora, dentro del propio electorado socialdemócrata, existen demandas distintas de grupos diversos. A los partidos socialdemócratas se les plantea la disyuntiva de qué peticiones satisfacer, porque no son las mismas exactamente.

"Debemos fomentar la educación gratuita de 0 a 3 años: es eficaz y una medida viable políticamente".

A algunos partidos socialdemócratas, que decidieron satisfacer las de su electorado más tradicional, los jóvenes en situación precaria se les fueron a su izquierda –sucedió con Podemos– o a su derecha.

P: ¿Y ha contribuido la integración europea a la crisis de la socialdemocracia? La limitación del margen de maniobra de los Estados en asuntos económicos ha hecho que muchos votantes vean escasas diferencias entre las propuestas de un partido socialdemócrata, liberal o conservador. Se me ocurre, además, la reforma del artículo 135 de la Constitución, acordada por PP y PSOE.

R: Yo creo que el proyecto europeo es muy defendible en su mayoría y que España ha sido una beneficiaria neta de la integración europea. Los Estados mantienen la capacidad de subir y bajar impuestos y la política social. Si tenemos que buscar responsables de que el Estado del Bienestar esté atravsando momentos delicados, no pondría el foco en Europa.

Foto: El gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos (i), y la ministra de Economía, Nadia Calviño. (EFE)

Pero dicho esto, es verdad que haber cedido la política monetaria al Banco Central Europeo tuvo –y también para España– algunas consecuencias negativas, y pudo contribuir a alimentar la burbuja. A veces, el hecho de que unos países tengan unas necesidades distintas a las de otros, tiene sus desventajas.

P: Pero queda descartado que la nueva socialdemocracia deba ser euroescéptica, ¿no?

R: Por supuesto. Hago un discurso encendido a favor de la permanencia pero crítico. Al igual que con la globalización: tiene cosas muy buenas –ha sacado a mucha gente de la pobreza– pero no tenemos que ser sus 'groupies', porque ciertos acuerdos de librecomercio han perjudicado a, por ejemplo, zonas industriales de Estados Unidos o generado tensiones entre países más adelantados y otros en peor situación.

Foto: Vox arranca la campaña electoral del 26 de mayo en Paracuellos. (EFE)

P: Dice en su libro que los perdedores de la globalización han alimentado a partidos de derecha populista. Creo que no es el caso de Vox en España. Sus votantes obreros son escasos. Sospecho que su éxito tiene que ver con una reacción más bien cultural.

R: La narrativa de los "perdedores de la globalización" es una teoría estilizada que explica muy bien ciertos casos pero que no es aplicable a otros países. Los votantes de Vox no se encuentran entre los perdedores de la globalización; su éxito tiene más que ver con el 'procés' catalán y con que los desarrollos culturales de los últimos tiempos –principalmente, el feminismo y la llegada de inmigrantes– han hecho perder estátus y poder a los grupos mayoritarios –varón, blanco, padre de familia–. Por eso, han optado por estas políticas basadas en la nostalgia.

La socialdemocracia está de capa caída en buena parte de Europa. Los efectos de la globalización en los mercados de trabajo, la caída de la filiación sindical, la atomización de la clase obrera, la crisis de 2008 –y su respuesta en forma de políticas de austeridad–, el multiculturalismo o la transición demográfica han provocado que los días de vino y rosas formen parte –quizá irremediablemente– de esa época dorada en la que los partidos socialdemócratas alcanzaban mayorías de más del 40%.

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