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"Si un líder progresista hiciera las paces con la idea de la nación, tendría mucho éxito"
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ENTREVISTA CON MARK LILLA

"Si un líder progresista hiciera las paces con la idea de la nación, tendría mucho éxito"

Catedrático de Humanidades en Columbia, ha publicado un libro importante para entender la clave del fracaso de la izquierda. Y ofrece algunas ideas para salir del pozo

Foto: Mark Lilla. (Diana Cooper)
Mark Lilla. (Diana Cooper)

'El regreso liberal' (Ed. Debate), la traducción española de 'The once and future liberal', es el libro más importante de Mark Lilla hasta la fecha y una obra altamente recomendable por su capacidad de análisis, no exenta de sentido del humor, y porque realiza una crítica profunda a alguno de los males de la izquierda contemporánea.

Aclaremos que, como suele ocurrir, el “liberal” del título se refiere al progresismo y no, por suerte, a los seguidores de Luis de Guindos o Daniel Lacalle. Y, en segundo lugar, que Lilla dirige sus reflexiones sobre todo al entorno demócrata estadounidense, y su opción política es más la de Hillary Clinton, o la de un equivalente a Macron, que la de Sanders o Corbyn. Es preciso señalarlo porque se suele sobreponer la ideología de un pensador a sus análisis, y desechamos estos si la primera no coincide con la nuestra, una tendencia que no supone más que otra expresión del enclaustramiento en las políticas de la identidad que critica en su libro, y a la que nos hemos referido en diferentes ocasiones.

El texto realiza un pequeño recorrido por los dos marcos de pensamiento que han recorrido la política estadounidense y por tanto occidental del último siglo, y una defensa de la política y de las instituciones en un momento en que se enfrenta a varios adversarios poderosos: las fuerzas económicas que minan sus lógicas por arriba, y las supeditan a sus necesidades; la política actual, cínica y enquistada, que se manifiesta en la corrupción y en las ineficacias de todo orden, que es un poderoso enemigo interno; y las nuevas tendencias ideológicas que abogan por su transformación en estructuras horizontales. Frente a ellas, Lilla aboga por un papel fuerte de la política que se construya alrededor de un discurso fuerte.

PREGUNTA. En su libro describe una esfera pública cuyos debates están marcados por una peculiar inversión argumental. Lo usual sería afirmar, “creo X, y estas son mis razones”. Pero hoy se formula de otra manera: “En tanto Y (minoría racial, mujer, español, científico, etc.), me ofende que tú digas Z”.

RESPUESTA. Hay dos razones que lo explican. La primera es que no hay una ideología coherente y englobadora a la que la gente joven pueda adscribirse o a través de la cual puedan hacer política. La otra es que el giro hacia el yo personal está muy extendido en nuestra cultura, de forma que el principal camino por el que los jóvenes se acercan a la vida política es el de la expresión de su identidad personal y no el de una visión de la historia. De modo que cuando argumento contra la política de la identidad, mis críticos suelen afirmar que estoy negando la existencia y la legitimidad de la identidad, pero no es eso: si uno se plantea las cuestiones políticas únicamente desde las que le definen a uno mismo, solo puede interesarse por una cantidad reducida de cuestiones, carece de conciencia acerca de cómo estas se conectan y no da forma a una ideología integradora que pueda recogerlas a todas.

La pregunta es si vamos a reforzar los vínculos colectivos a través de la ciudadanía democrática o de los lazos étnico nacionalistas

P. Una de las formas de expresión de la identidad más frecuentes hoy es la identidad nacional. Aquí lo estamos viendo con Cataluña, pero también con el regreso de un sentimiento identitario fuerte en el seno de la UE.

R. En Europa es diferente que en EEUU. Pongamos el caso de Europa del Este. Se esperaba que en esos países, una vez liberados del sistema totialitario, los individuos se reconocieran y se identificaran con los valores de las constituciones liberal democráticas. Pero Europa Oriental recibió las instituciones democráticas antes de poder crear ciudadanos democráticos, con lo que al final se convirtieron en democracias sin demócratas. No creo que que sea inevitable que la gente caiga en ideas identitarias de carácter étnico-nacionalista, pero es comprensible que si juntamos las fuerzas económicas arrolladoras que dificultan a las naciones controlar su destino, más los problemas del proyecto europeo, más la emigración no controlada, a la población le esté costando saber quiénes son. Existe un deseo de controlar el destino político, algo que los ciudadanos ven difícil. La cuestión es si nuestros países van a reforzar los vínculos colectivos desde la apuesta por la ciudadanía democrática o lo van a hacer a través de los lazos nacionalistas, que pueden producir otro tipo de problemas como la exclusión.

P. ¿Y no hay algo de eso en el triunfo de Trump? La unidad rota que trata de recomponerse a través del “Make America Great Again”…

R. Tengo otra visión. La historia política de Estados Unidos durante el siglo XX puede comprenderse a través de dos periodos, que ofrecían dos visiones diferentes de lo que era el proyecto americano y de lo que este significaba. Una era la de los progresistas como Franklin Delano Roosevelt, que duró hasta los años 70, que tenía una visión del país basada en la solidaridad y la protección de la ley. Cuando Reagan fue elegido, surgió una visión diferente, con una nueva narrativa que también estaba cargada de esperanza. Era una interpretación de EEUU en la que la política y los gobiernos eran vistos como sospechosos, y su ideología central señalaba que cuanto menos gobierno más libre sería la economía, de forma que los individuos, las familias, las comunidades y las iglesias florecerían por sí mismas al verse liberadas de esa carga. Era casi una visión anarquista, una suerte de desarrollo espontáneo que originaría una gran armonía.

Sanders tendría que fijarse en Teddy Roosevelt porque combinó políticas muy progresistas con un fuerte sentido del orgullo nacional y del deber político

De modo que pasamos de una perspectiva profundamente política a otra antipolítica, y ahora Trump ha puesto fin a la era de Reagan, porque ya nadie cree que el recorte de los impuestos vaya a generar una mejor situación económica para los estadounidenses. Afrontamos problemas sociales y económicos de importancia, y ningún partido ha planteado una visión de conjunto y esperanzadora de lo que es el proyecto americano. Hay un vacío, no hay una idea central, y en ese vacío se ha insertado Trump. Pero como un simple eslogan, porque carece de proyecto.

P. El libro recomienda a Bernie Sanders y a sus seguidores leer con atención a Teddy Roosevelt. Es curioso, porque el primer Roosevelt tenía hondas raíces populistas.

R. La razón por la que tendrían que fijarse en él es porque consiguió combinar políticas muy progresistas con el sentido de orgullo nacional y con el compromiso y el deber públicos. Se trataría de convertirse en un tipo de progresismo a favor de la nación que difunda esperanza frente al típico progresismo de izquierdas que lo único que hace es criticar a EEUU y que es escéptico respecto de la visión americana. Creo que si una figura progresista pudiera hacer las paces mentalmente con la idea de nación tendría una gran influencia. Lo que he encontrado interesante de la política europea es la tensión que hay entre una especie de izquierda crítica, a lo Corbyn, que no quiere poner énfasis en la historia de Gran Bretaña y en el hecho de ser británicos, y políticos como Manuel Valls o Macron que sí son capaces de combinar el orgullo republicano con las políticas progresistas.

La izquierda pasó de querer tomar las estructuras de poder a tomar el poder en los departamentos de inglés de las universidades

P. Hay una profunda crítica al progresismo actual, perdido en el camino de las identidades, y cuyas ideas surgen de entornos académicos. Habla de cómo la izquierda “convirtió la universidad en un teatro pseudopolítico para montar óperas y melodramas”. ¿Cuál es la influencia de esa izquierda hoy?

R. Lo que ocurrió en los 70 es que con el derrumbamiento de la nueva izquierda y con la transformación general de la vida social, la izquierda americana se retiró de las grandes cuestiones de la política y sus ambiciones cambiaron: pasó de querer tomar las estructuras de poder a tomar el poder en los departamentos de inglés de las universidades. Además, esto ocurrió en un momento en el que los movimientos sociales impulsaban cuestiones de raza, género o colonialismo, que eran problemas fundamentales para aquellas generaciones. De modo que capturaron las instituciones universitarias y ahora lo que hacen es reproducir ese tipo de ideas. En cierto modo, los estudiantes actuales están siendo adoctrinados en la política de los 70. Esto es importante, porque el partido demócrata es un partido de la élite burguesa y que tiene muchos votantes de minorías, y toda esa gente ha pasado por la universidad y ha recibido una formación política en términos identitarios en lugar de disponer de una visión más amplia de la historia de EEUU. Una de las razones más importantes por las que la derecha republicana adquirió poder es que los conservadores, al ser expulsados de la universidad, crearon instituciones paralelas para producir su propia élite: pusieron en marcha escuelas de verano, periódicos y centros de investigación que creaban un entorno en el que, una vez dentro, se adquiría formación ideológica y se formaba parte de una red. Así produjeron muchos dirigentes y mandos intermedios, mientras que los jóvenes demócratas que entran en la política se centran en su propia pureza y esa pequeña parcela que les atañe.

P. Una de sus propuestas para el progresismo estadounidense es adoptar esa misma perspectiva, y que existan redes para formar a los futuros cuadros.

R. Sí. E incluso estoy intentando hacer eso yo mismo.

P. En los dos momentos de la historia estadounidense que cita, además de la unificación de mensajes dispersos en un solo discurso que los englobaba, tanto F. D. Roosevelt como Reagan incluían un mensaje de transformación. El primero respecto de la Gran Depresión, el segundo tras la crisis del petróleo, la inflación y la pérdida de empleos en los 70. Tenían perspectivas ideológicas muy distintas pero ambos transmitían un mensaje que estaba muy ligado a lo material; ambos prometían un gran cambio en el tipo de modelo económico que haría a EEUU mucho más próspero. ¿Qué importancia tiene lo material en el contexto actual?

R. No sé si lo llamaría mensaje material, pero sí había promesas según las cuales, si éramos capaces de pensar como un tipo determinado de país, la prosperidad económica se produciría. Reagan vendió una imagen de la nación en la que la gente iba a la iglesia, la familia era sólida, tenía muchos hijos, etc., que era también una imagen de una buena vida. Pero a medida que fue avanzando en su mandato, esa visión fue desapareciendo y se convirtió en algo muy centrado en la adquisición de riqueza.

Todos los avances que se han hecho en la sociedad occidental han ido hacia un contexto más libertario y más individualista

En la época de Reagan, la retórica política, el discurso político, se centraba no en los ciudadanos o en los estadounidenses, sino en el contribuyente, en las personas que pagaban impuestos. Si al ciudadano le reduces a contribuyente, puedes hacerle creer que el gobierno está ahí para arrebatarle su riqueza y que, por tanto, tiene que liberarse de los impuestos y del Estado si se quiere comprar una buena televisión.

P. El último capítulo de su libro es una reivindicación de la política. Pero quizá la mayor tarea hoy sea devolverle una autonomía de la que hoy carece. Está subordinada a lo económico, de forma que el gobierno de las sociedades está imbuido de lógicas ajenas a la política. ¿Ese es el gran reto hoy, construir un ámbito de autonomía para lo político?

R. Ese es el reto. Todos los avances que se han hecho en las sociedades occidentales han ido hacia un contexto más libertario e individualista. Las familias son más pequeñas, nuestras decisiones sociales son más débiles, y las fuerzas de la economía mundial dificultan a cualquier Estado nación, o a la misma Unión Europea, su destino económico. La tarea es, por tanto, tratar de ver qué tipo de ciudadanía es posible, teniendo en cuenta el mundo en que vivimos y no el que querríamos tener.

'El regreso liberal' (Ed. Debate), la traducción española de 'The once and future liberal', es el libro más importante de Mark Lilla hasta la fecha y una obra altamente recomendable por su capacidad de análisis, no exenta de sentido del humor, y porque realiza una crítica profunda a alguno de los males de la izquierda contemporánea.

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