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El experto en urbanismo del 'New York Times' que vaticina la muerte del centro de las ciudades
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Entrevista

El experto en urbanismo del 'New York Times' que vaticina la muerte del centro de las ciudades

La llegada de profesionales "movibles" con salarios más altos gracias al teletrabajo y la escasez de viviendas son un síntoma de los problemas actuales en los centros, según Michael Kimmelman

Foto: El periodista Michael Kimmelman. (Acciona)
El periodista Michael Kimmelman. (Acciona)
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El periodista Michael Kimmelman nació y creció en el Greenwich Village de Nueva York. Durante su niñez y adolescencia, en los años sesenta y setenta, aquel barrio era uno de los grandes hervideros contraculturales y progresistas neoyorkinos. Él mismo y su familia respondían al cliché: padre cirujano, tío abogado laboralista y poeta, todos lectores de periódicos "porque eran importantes para participar en la conversación", vecinos artistas, otros pertenecientes a la clase trabajadora… Incluso por allí estaba la urbanista y activista sociopolítica Jane Jacobs. Kimmelman casi estaba destinado a convertirse en el crítico de arte, arquitectura y urbanismo que finalmente fue en The New York Times… Y a no poderse permitir vivir en una vivienda en el barrio en el que creció.

"No, ahora yo no puedo vivir allí. Y mis antiguos vecinos tampoco. Es demasiado caro", comenta con una sonrisa amarga en esta conversación con El Confidencial tras pronunciar una conferencia en las jornadas Next In organizadas por Acciona Cultura en su campus de Madrid. "El barrio hace mucho tiempo que dejó de ser 'casa'. La ciudad ha cambiado mucho y el Village es el paradigma de la desigualdad económica que ahora hay. Y eso sí es un gran tema", añade para diagnosticar qué es lo que ha pasado en las últimas décadas: "Una de las razones por las que entonces allí podía vivir la clase trabajadora es porque teníamos suficientes casas. La ciudad no era tan bonita, era un caos, pero era nuestro caos. Y ahora está muy limpia, muy perfecta, pero hemos construido muy pocas casas para la gente. Y por tanto se está convirtiendo en una ciudad imposible de vivir para la gente de clase media e incluso para la gente con dinero".

"Entonces en el Village podía vivir la clase trabajadora porque teníamos suficientes casas. La ciudad era un caos, pero era nuestro caos"

Kimmelman habla de su antiguo barrio no solo porque le recuerde a su niñez sino porque es un asunto —cómo están cambiando las ciudades— que le concierne especialmente. Dedica multitud de artículos y reportajes a investigar qué está ocurriendo tanto en las páginas del Times como en el proyecto Headway que él mismo creó en 2020 y que aborda cómo vivimos (y cómo podemos vivir mejor) mediante reportajes de gran formato audiovisual que están atrayendo a un número interesante de lectores, asegura. El viejo periodismo de siempre con lo mejor de las nuevas tecnologías. “Muchos de los asuntos que a mí me interesan cuando escribo tiene que ver con los problemas para tener una vivienda asequible porque siento que al menos eso lleva a la gente a participar de esta conversación”, afirma. Es decir, lo que aprendió en el Village.

La ciudad monocultivo

El periodista también constata que ha aumentado el interés de los lectores por este tipo de temas desde la pandemia. Y, afirma, es cierto que los problemas en las ciudades - precios inasumibles para la clase media, falta de viviendas- ya estaban ahí desde antes, pero se han recrudecido. El motivo principal, manifiesta, es que para muchas personas ha cambiado la forma de relacionarse con el trabajo, ya sea mediante el teletrabajo (no desplazarse a la oficina) o incluso con la movilidad (los llamados nómadas digitales). "Para este tipo de gente que puede trabajar de forma remota ha cambiado el concepto de lo que teníamos por 'hogar'. Y eso cambió la economía de las oficinas, de los edificios de oficinas… Y todo eso se ha convertido en objeto de conversación", comenta el reportero. Pero a la vez existe otro grupo de personas que no pueden moverse a ningún lado, como un conductor de autobús, una enfermera, un policía o un bombero. ¿Y entonces qué pasa? Entonces pasa San Francisco.

Kimmelman se sonríe cuando se le nombra esta ciudad californiana que hoy se ha convertido en uno de los peores escenarios posibles post pandemia. La que fuera la meca contracultural sesentera con su música, sus drogas —blandas— y su libertad hoy es uno de los grandes centros de consumo de fentanilo con calles llenas de adictos a los que muchas veces ya se les ha tildado de zombis. "San Francisco es de lo peor que hay, pero a la mayoría de las ciudades no les ha pasado lo mismo. Es muy de periodista sacar el peor ejemplo", se ríe. Pero también concede que San Francisco es lo peor que puede ocurrir… si se hacen las cosas mal.

placeholder A la derecha, Michael Kimmelman en las jornadas Next In de Acciona Cultura. (Acciona Cultura)
A la derecha, Michael Kimmelman en las jornadas Next In de Acciona Cultura. (Acciona Cultura)

"En las últimas décadas, San Francisco se convirtió en una ciudad monocultivo, es decir, la mayoría del tejido social estaba relacionado con la tecnología. Y lo que pasa con la tecnología es que precisamente tiene los trabajos más movibles. Por otro lado, San Francisco tampoco construyó suficientes casas. Mucha gente optó por el teletrabajo y así es como Market Street se vació [muchos negocios cerraron al no tener clientes], muchas oficinas vacías y muchos homeless en la calle porque las viviendas que quedaban eran caras. Así es como San Francisco se convirtió en el gran fracaso de los centros de la ciudad y le va a costar recuperarse, aunque tiene otros barrios que están bien", sostiene.

Durante la conversación repite varias veces lo de "ciudad monocultivo"que quiere decir lo mismo que en la agricultura: apostarlo todo al mismo cereal y hacer imposible que crezca cualquier otra variedad. En las ciudades, a la larga no funciona. Y eso, alerta, puede ocurrir al abrirle la veda total al turismo, algo que ya sufren muchas ciudades europeas -aquí Venecia sería uno de los peores ejemplos- y que se extiende como una grasienta mancha de aceite por el continente.

"San Francisco se convirtió en una ciudad monocultivo, la mayoría del tejido social estaba relacionado con la tecnología y eso no es bueno"

Por supuesto, dice el periodista, no es un asunto fácil, ni de tourist go home ni de abrir restaurantes como si no hubiera mañana. "Es una balanza complicada, ya que por un lado quiere revitalizar la economía con los hoteles, restaurantes, taxis… y por otro lado tampoco quieres que sea un lugar turístico porque esto incrementa los precios… Pero lo que no puedes hacer es que sea una ciudad monocultivo y todo dependa del turismo como hizo San Francisco con la industria tecnológica porque crea grandes problemas para la gente que vive allí. En los sitios muy turísticos no tienes una vida normal".

Y llegó el coche

Otra deriva conflictiva que Kimmelman observa en las ciudades europeas —también vivió en Berlín durante años— es su "americanización". En otras palabras, abandonar su vida callejera en la que existía un "uso combinado" de funciones: la gente solía trabajar en zonas donde también había viviendas, polideportivos, centros de salud, colegios… es decir, donde también se vivía (no quiere decir eso que se viviera al lado del trabajo). "Las ciudades americanas, por el contrario, tienden a tener las zonas separadas. Esto ocurrió sobre todo por una razón y es que fueron creciendo alrededor del uso del coche. Y esto es lo que más ha destruido la vida de hace unas décadas. Antes mencionaba a Jane Jacobs. Ella defendía que las ciudades saludables son aquellas donde la gente camina, donde se comparten diferentes actividades… Y cuando eso se destruye lo que se destruye es el tejido social. Yo creo que, en este sentido, EEUU tiene que recuperar algo de lo que tuvo y se fue", comenta.

El periodista ha analizado no solo las ciudades de su país sino también la de otros como Bogotá, sobre la que escribió el amplio reportaje Bogotá, la ciudad que intentó resolver el problema del tráfico del mundo. Cuando una ciudad tiene problemas con los coches, la solución no es otra que quitarle espacio a estos vehículos privados y apostar por el transporte público, admite. No hay más. "Por muchas razones: es bueno por el clima, es más fácil para la gente tener una vida saludable si no estás apegado al coche para todo, y también porque favorece que las ciudades se creen alrededor de la parada de metro, del transporte público". De hecho, la diferencia entre ciudades como Madrid, París, Londres o la propia Nueva York, que pese a los coches son todavía caminables por muchas zonas frente a megalópolis cruzadas por autopistas como Los Ángeles o Bogotá, estriba en que se fueron ampliando gracias a las estaciones de transporte público.

"Nueva York construyó muchas estaciones incluso antes de que hubiera edificios. Ese es el tipo de desarrollo que tiene sentido"

"Nueva York construyó muchas estaciones incluso antes de que hubiera edificios. Ese es el tipo de desarrollo que tiene sentido y por eso se convirtió en una gran ciudad", sentencia poniendo una enmienda a la totalidad a aquellos grandes barrios que se construyen para que prácticamente solo se pueda entrar o salir de ellos en coche y cuando surgen los problemas se mira para otro lado. "Y así sí que no vamos a arreglar nada", añade.

En sus artículos refleja que no pocas veces detrás de la voluntad o no de encarar los problemas está la ideología. Vivimos en una época en la que hasta usar el transporte público o no se politiza. Ocurrió en Bogotá donde un alcalde de centro [Enrique Peñalosa] implementó los autobuses rápidos (el famoso Transmilenio), pero cuando llegó su oponente al cargo [Claudia López] —si bien ambos no se movían en los extremos— "se negaron a continuar el proyecto de un oponente político. Promovieron el metro como su alternativa", escribió Kimmelman. Y, paradójicamente, y como suele ocurrir en estos casos, "encontraron aliados poco probables en muchos residentes adinerados que odiaban a los autobuses por acaparar los carriles exclusivos y a Peñalosa por tomar medidas enérgicas contra los automóviles privados", añadió el periodista. ¿Y qué pasó con el Transmilenio? Pues que este servicio público se depauperó y dejó de ser atractivo. Nada que no hayamos visto en otras ocasiones.

placeholder El periodista Michael Kimmelman en las jornadas Next In. (Acciona)
El periodista Michael Kimmelman en las jornadas Next In. (Acciona)

"Todo se politiza hoy en día y desde luego tienes la lucha entre la izquierda y la derecha, pero creo que es más complicado que todo eso. Por ejemplo, hay mucha gente en EEUU y creo que en Europa también, que aunque dicen que quieren más casas, inversión en metros, escuelas públicas… luego no lo quieren en su barrio. Nosotros les llamamos Not in my backyard (NIMBY). Los NIMBYs están en la izquierda y en la derecha y es una reacción muy humana: todo eso está muy bien, pero me gusta dónde vivo y no quiero más gente, más bullicio… Por tanto, es más complicado que un eje izquierda y derecha y es algo peligroso", asegura.

Y vuelve al mantra de la sociedad monocultivo como la de San Francisco como paradigma de todos los desastres: "Allí el centro solo está ocupado por gente que trabaja en la tecnología. ¿Dónde está la gente que conduce las ambulancias, las enfermeras, los policías? ¿Qué pasa si hay un terremoto? ¿Quién va a salvar a toda esa gente? Es un ejemplo extremo, pero lo quiero decir es que nos necesitamos los unos a los otros. Y la gente necesita movilidad social, económica y física. Es más fácil en Europa porque vosotros tenéis un sistema distinto y porque nosotros ahora estamos bastante polarizados", reflexiona con tristeza. Visto lo visto, ojalá dure (en Europa).

El periodista Michael Kimmelman nació y creció en el Greenwich Village de Nueva York. Durante su niñez y adolescencia, en los años sesenta y setenta, aquel barrio era uno de los grandes hervideros contraculturales y progresistas neoyorkinos. Él mismo y su familia respondían al cliché: padre cirujano, tío abogado laboralista y poeta, todos lectores de periódicos "porque eran importantes para participar en la conversación", vecinos artistas, otros pertenecientes a la clase trabajadora… Incluso por allí estaba la urbanista y activista sociopolítica Jane Jacobs. Kimmelman casi estaba destinado a convertirse en el crítico de arte, arquitectura y urbanismo que finalmente fue en The New York Times… Y a no poderse permitir vivir en una vivienda en el barrio en el que creció.

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