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¿Es Madrid una ciudad tóxica, una caldera de la crispación?
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Rubén Amón

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¿Es Madrid una ciudad tóxica, una caldera de la crispación?

La capital está en el foco como el epicentro de las tensiones políticas y sociales, pero su reputación pervertida responde de una etiqueta injusta

Foto: Manifestación y disturbios frente a la sede del PSOE, el pasado mes de noviembre. (Sergio Beleña)
Manifestación y disturbios frente a la sede del PSOE, el pasado mes de noviembre. (Sergio Beleña)

Proliferan estos días los artículos y las opiniones que restriegan a la ciudad de Madrid su (mala) reputación de olla exprés de agitaciones, de foco insoportable de la crispación, de capital tóxica y maldita.

Estaría enferma la villa y corte en sus pulsiones destructivas, como si el problema de la política nacional se alojara en el interior de la M30. "Una caldera político-mediática alimenta desde el centro del país la estrategia de la tensión", podía leerse en una crónica reciente de El País.

Tiene sentido matizar que las tensiones de la capital no son equivalentes en otras ciudades ni comunidades autónomas -abusamos del madrileño-centrismo, pero semejante evidencia no implica que deba responsabilizarse a Madrid de su posición inevitable, orgánica, en el epicentro.

Foto: Tucker Carlson en Madrid, muy feliz. (A. Farnós)

Es "aquí" donde se concentran las instituciones y los actores de la vida política e institucional. Hablamos de Madrid porque es la sede del Parlamento, de la Casa Real, de la Moncloa, de los ministerios, de los partidos, de los grandes medios informativos, de la vida cultural, del revuelo social, de los tribunales de Justicia (Supremo, TC, Audiencia Nacional).

Y es cierto que se ha enrarecido mucho la política española a cuenta de la polarización, como es verdad que Madrid es el teatro nacional de las manifestaciones y movilizaciones -tractores, pensionistas, activistas pro palestinos…-, pero no deberían confundirse el escenario y la oportunidad con la culpa o la responsabilidad de una ciudad en sí misma abstracta.

Bien lo sabe un buen amigo que reside en los aledaños de Ferraz y cuya vida cotidiana se ha resentido del foco incendiario que se aloja en la sede del PSOE. Partidarios y detractores de Sánchez condicionan la normalidad de los vecinos, entre el santísimo rosario y el himno de la internacional, pero son las circunstancias las que explican la iracundia y la tensión del barrio.

Sucede lo mismo con Madrid. La ciudad no es tóxica en sí misma, pero el anillo de la M30 aprieta las condiciones de la convivencia. Otra cuestión es que la reputación de la capital como una ciudad intoxicada pretenda relacionarse con la gestión de la derechona. La gobierna el PP de toda la vida -con el interregno de Carmena-, igual que es Ayuso quien preside la Comunidad en la inercia ya histórica de la hegemonía popular.

"Más que culpable de la agitación y de la crispación, Madrid es la víctima colateral de la irresponsabilidad política y del jaleo mediático"

Ya se ocupa la lideresa madrileña de agitar sistemáticamente el antagonismo contra Sánchez -y viceversa-, pero resulta extravagante atribuir la fama incendiaria de Madrid al contrapeso que ejerce la oposición al sanchismo, como si Génova 13, la Puerta del Sol y la sede municipal fueran el bastión donde se agitan la efervescencia y las reglas de la mala convivencia.

Más que culpable de la agitación y de la crispación, Madrid es la víctima colateral de la irresponsabilidad política y del jaleo mediático. De hecho, la idiosincrasia de una ciudad abierta, tolerante y desprovista de pulsiones identitarias, describe la capacidad de amortiguar las crisis y las tensiones.

Proliferan estos días los artículos y las opiniones que restriegan a la ciudad de Madrid su (mala) reputación de olla exprés de agitaciones, de foco insoportable de la crispación, de capital tóxica y maldita.

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