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El símbolo de Madrid tendría que ser Las Ventas
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Rubén Amón

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El símbolo de Madrid tendría que ser Las Ventas

La originalidad del edificio, el lugar donde se yergue y su relevancia en la historia de la tauromaquia deberían convertir la plaza de toros en la imagen de la capital

Foto: Panorámica de Las Ventas desde el albero. (EFE/Borja Sánchez-Trillo)
Panorámica de Las Ventas desde el albero. (EFE/Borja Sánchez-Trillo)

No termina Madrid de encontrar un símbolo conceptual o arquitectónico que lo identifique universalmente. Me refiero a un Coliseo como el de Roma, a un Big Ben como el de Londres, a una Puerta de Brandeburgo como en Berlín o a una Torre Eiffel como en París, aunque en este caso la atalaya de acero se hubiera concebido en los términos de un proyecto provisional, efímero.

¿Existe alguna equivalencia en la capital española? No convence la Puerta de Alcalá ni lo hace la Cibeles. Tampoco resulta definitiva la opción del Palacio Real, ni puede decirse que el Museo del Prado resuelva las cuestiones semióticas del urbanismo. Ni siquiera las novedades arquitectónicas despejan el problema. Las cinco torres se yerguen en el desamparo. Y el Bernabéu es un perfecto disparate, no ya respecto a la imagen de la ciudad, sino en la relación traumática con el barrio que lo aloja. Crece y crece el estadio como si fuera a devorar la orilla de la Castellana.

¿Y entonces? Las interrogaciones se despejarían si hubiera criterio estético, urbanístico y cultural respecto a la relevancia de Las Ventas. Por la singularidad del edificio en sí mismo. Por el emplazamiento exento donde se levanta. Y por la relevancia de Madrid como la primera plaza de toros del mundo. No en cuestiones de aforo -la superan Valencia (Venezuela) y la México-, pero sí respecto a su absoluta jerarquía en el grand slam.

Foto:  El diestro Julián López "El Juli" en su última tarde vistiendo de luces en la capital. (EFE/Juanjo Martín)

Lo demuestra la repercusión de los triunfos -y de los fracasos-, la remuneración, la exigencia del público y la ceremonia de confirmación de alternativa. Los toreros pueden doctorarse donde quieran o donde puedan, pero tienen que someterse al rito de iniciación en el ruedo venteño.

Sería más fácil homologar el símbolo universal de la plaza de Las Ventas si no prevaleciera la aprensión animalista ni fueran tan evidentes los complejos. Y es verdad que la política municipal (Almeida) y autonómica (Ayuso) pueden definirse como inequívocamente taurinas, pero la hostilidad del Gobierno central se añade a la propia impopularidad de la Fiesta entre bastantes madrileños. No los representaría, les resultaría una provocación.

"Sería más fácil homologar el símbolo universal de Las Ventas si no prevaleciera la aprensión animalista ni fueran tan evidentes los complejos"

Y es una lástima. Las Ventas reviste todas las razones de un símbolo urbanístico en su plasticidad y en su idiosincrasia. Las Ventas es nuestro Coliseo, nuestro gran teatro a cielo abierto, pero también la expresión estética de una ciudad que se identifica en el ladrillo y en la influencia árabe.

Se explica así el interés de la arquitectura neomudéjar con que José Espelius (1874-1928) concibió la plaza. No llegó a tiempo de asistir a la inauguración (1931), pero sí pudo dejar en herencia un espacio y un proyecto cuyo sentido de la posteridad también se reconoce en el cine Doré, en el Teatro Reina Victoria o en el condominio de la calle Goya 30.

El catálogo habla por sí solo del eclecticismo y el afrancesamiento modernista de Espelius, aunque más pintoresco resulta que el maestro donostiarra fuera conocido como el "arquitecto de la burguesía plutocrática madrileña". Poco tiene de plutocrática la plaza de toros de Madrid. Y mucho de caldera de pasiones y de vórtice meteorológico, un embudo de ladrillo que atrae los vientos y cuya Puerta Grande identifica el camino de la gloria.

No termina Madrid de encontrar un símbolo conceptual o arquitectónico que lo identifique universalmente. Me refiero a un Coliseo como el de Roma, a un Big Ben como el de Londres, a una Puerta de Brandeburgo como en Berlín o a una Torre Eiffel como en París, aunque en este caso la atalaya de acero se hubiera concebido en los términos de un proyecto provisional, efímero.

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