Es noticia
Los antitrabajo que se pasan la vida trabajando (para venderte sus cosas)
  1. Cultura
'TRINCHERA CULTURAL'

Los antitrabajo que se pasan la vida trabajando (para venderte sus cosas)

Quien más habla de antitrabajismo es quien más trabaja, quien más critica la autoexplotación es quien más se autoexplota. No están dispuestos a renunciar a nada

Foto: Foto: Reuters/Leah Mills.
Foto: Reuters/Leah Mills.

Un domingo cualquiera, discutiendo unos asuntos laborales por teléfono con una compañera, reparó en la ironía que suponía que tanto ella como yo hubiésemos escrito sobre la semana laboral de cuatro días, la autoexplotación y lo fatal que está eso de trabajar un domingo y que ahí estuviésemos los dos, trabajando un domingo. Qué hipocresía, pensamos por un microsegundo, y seguimos a lo nuestro.

No falla: a menudo, quien más habla de antitrabajismo es quien más trabaja, quien más critica la autoexplotación es quien más se autoexplota, quien más critica las dinámicas laborales tóxicas es quien más incurre en ellas, quizá porque para entenderlo hay que haberlo vivido. Todos podemos imaginar algunos nombres, pero son (somos) esos periodistas, escritores, presentadores y otros personajes del mundo cultural que han hecho carrera vendiendo de siete de la mañana a doce de la noche, de artículo en artículo, de libro en libro y de tertulia en tertulia una impugnación absoluta a la trampa de la vocación, como si ese fuese el único modelo laboral posible. Por ejemplo, yo mismo.

Dile a un parado que hay que abolir el trabajo mientras tú no paras de currar

Es fácil caer en la paradoja porque uno se da cuenta de que trabajar mucho gusta a tus jefes y hablar de lo malo que es el trabajo gusta a tus seguidores. Al fin y al cabo, no es difícil mostrarse de acuerdo en que trabajamos demasiado y que nuestra vida sería mejor si tuviésemos más horas de descanso y ocio. El trabajo es tan central en nuestras vidas que lo raro sería que no lo considerásemos la principal fuente de nuestras frustraciones. Por eso pasamos por alto el hecho de que tal vez haya una falta de correspondencia entre la teoría y la práctica, entre los eslóganes y la acción. Que no queremos predicar con el ejemplo como nadie quiere ser el primero en dejar el coche para dejar de contaminar.

Se da esa paradoja especialmente en sectores donde la visibilidad es lo más importante y en los que nos acostumbramos al subidón de dopamina de las palmaditas en la espalda que te dicen lo bueno que eres. Lo paradójico del caso es que tengo la sensación de que el discurso antitrabajo más radical apenas cala en otros sectores mucho más sacrificados donde nadie aspira a abolir el trabajo, sino mejorar sus condiciones laborales. Dile a un parado de larga duración que hay que abolir el trabajo mientras tú no paras de currar para construir tu marca personal.

Lo irónico del caso es que el boom de estos discursos surge de aquellos empleos en principio menos alienantes, al tener un mayor margen de libertad (y, en algunos casos, estar mucho mejor pagados que los tradicionales empleos de clase trabajadora), y de las personas que irónicamente nos pasamos la vida hablando de nosotros mismos en redes sociales. Es decir, trabajando. No de aquellos que más razones tendrían para quejarse de sus condiciones materiales, quizá porque no pueden permitirse vivir en un mundo sin trabajo.

*Si no ves correctamente el módulo de suscripción, haz clic aquí

Es posible que el resto de la sociedad mantenga una relación más natural y práctica con sus empleos, quizá porque lo que ellos necesitan no es vender libros, sino que les suban el sueldo y mejoren su horario. No se trata de conformismo, sino de organizarse y pelear por mejoras efectivas antes que vender un discurso. Cuando Bob Black publicó Abolición del trabajo, no tenía en mente a las chispeantes estrellas mediáticas del antitrabajismo, sino la fábrica, la oficina y la tienda, que el anarquista consideraba los equivalentes de la cárcel, la escuela y el hospital psiquiátrico. Soñar con la abolición del trabajo es, hasta cierto punto, un privilegio.

Predicar con el ejemplo

Lo que esta tendencia puede terminar provocando es el efecto totalmente opuesto al esperado, al convertirse en un equivalente laboral de las frases buenrolleras y vacías de Mr. Wonderful, incapaces de suscitar ningún cambio real. Buenas camisetas, mucho meme, poco cambio. Un discurso funcional al sistema, porque se queda en lo meramente enunciativo, de igual manera que llevar camisetas del Che no ha provocado ninguna revolución en Occidente. Quéjate todo lo que quieras mientras sigas trabajando cada vez más.

No trabajo solo por dinero, me gusta pensar que lo que hago me conecta con mi entorno

Quizá lo que más chirría de gran parte del discurso antitrabajo cool es que no deja ningún resquicio a la esperanza, es un discurso nihilista que no puede deparar ningún cambio real y que, por lo tanto, beneficia a quien menos problemas reales tiene. Una enmienda a la totalidad que obvia que hay problemas reales y concretos que podrían solucionarse. Como explica Alex J. Wood en su crítica de Trabajos de mierda de David Graeber, es mucho más útil fijarnos en los problemas de precariedad, inseguridad o de sobrecarga de trabajo que limitarnos a recordar una y otra vez que la mayoría de trabajos no tienen ningún valor.

Porque probablemente sí lo tengan, aunque a veces no lo parezca. Tradicionalmente, el trabajo nos ha proporcionado un lugar en el mundo, una función, nos permitiría relacionarnos con nuestros compañeros y con la propia sociedad. Por mucho que no nos guste trabajar, nuestros empleos son la principal forma de relacionarnos con los demás, ya fuese en un gremio, organizados en la fábrica, transmitiendo los valores sociales como hacen los profesores o cuidándonos a todos, como los médicos. La respuesta a las malas condiciones laborales de un profesor no es abolir a los profesores.

placeholder Antitrabajismo en la Fox.
Antitrabajismo en la Fox.

No creo que solo trabajemos por recibir un sueldo a final de mes. No podemos emplear ocho horas al día en un mero intercambio económico, porque aceptarlo es aceptar la lógica más ultracapitalista. Yo no trabajo solo por dinero, lo siento, sino por una mezcla de razones, algunas más altruistas (que hasta cierto punto, mi trabajo sirve para algo) y quizá otras menos (esa autoestima frágil). No podemos renunciar de entrada a encontrar otras recompensas en nuestros trabajos: solidaridad, compañerismo, entendimiento, protección, realización, satisfacción.

Otra cosa es pensar que todo trabajo está sujeto a la trampa de la vocación y del individualismo, que todos los trabajos son alienantes porque nos alienamos a nosotros mismos. Somos los antitrabajo egocéntricos los que no estamos dispuestos a renunciar a nuestra visibilidad para ser coherentes con nosotros mismos, los que sabemos que lo último que queremos es que se olviden de nosotros, que en realidad sería lo que deberíamos hacer. Porque, como nosotros mismos decimos, el trabajo puede ser adictivo si te da recurrentes chutes de dopamina, y nadie está dispuesto a renunciar a su ración diaria. ¿Qué estarías dispuesto a hacer para abolir el trabajo para siempre?

Un domingo cualquiera, discutiendo unos asuntos laborales por teléfono con una compañera, reparó en la ironía que suponía que tanto ella como yo hubiésemos escrito sobre la semana laboral de cuatro días, la autoexplotación y lo fatal que está eso de trabajar un domingo y que ahí estuviésemos los dos, trabajando un domingo. Qué hipocresía, pensamos por un microsegundo, y seguimos a lo nuestro.

Trinchera Cultural Trabajo
El redactor recomienda