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"Hay más razones para automatizar a un abogado bien pagado que a un camionero"
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ENTREVISTA CON DANIEL SUSSKIND

"Hay más razones para automatizar a un abogado bien pagado que a un camionero"

El investigador del King's College y Oxford lleva 15 años investigando sobre un futuro en el que no habrá suficiente trabajo que hacer. Y es una buena noticia

Foto: Daniel Susskind, durante su paso por Madrid. (EnlightED 2023)
Daniel Susskind, durante su paso por Madrid. (EnlightED 2023)

Parece que a Daniel Susskind nada le pilla desprevenido. Responde como una metralleta a cualquier pregunta que se le plantea sobre el futuro del empleo como si la llevase contestando desde que nació, aunque lleve toda una tarde de conferencias durante su paso por Madrid, como uno de los principales ponentes en la conferencia mundial de educación, tecnología e innovación EnlightED, impulsada por Fundación Telefónica, South Summit, IE University y la Fundación la Caixa.

Susskind saltó a la fama hace unos años gracias a una ted talk en la que exponía los tres grandes mitos sobre el futuro del trabajo: no es verdad que los robots vayan a sustituir a los trabajadores, sino algunas de sus tareas; no es cierto que los humanos tengan que enseñar a las máquinas a hacer algo para que lo hagan; no siempre un humano va a realizar mejor cualquier tarea que un robot.

"Pagar a la gente por su trabajo no será eficiente para repartir la riqueza"

Son ideas que articulan las líneas de investigación de este profesor de Economía en el King’s College de Londres e investigador en el Instituto de Ética de Inteligencia Artificial en Oxford, recogidas en dos libros, El futuro de las profesiones: cómo la tecnología cambiará el trabajo de los expertos humanos (Teell), coescrito con su padre Richard, también profesor de Oxford y columnista de The Times, y A World Without Work: Technology, Automation and How We Should Respond (Metropolitan Books). Con él hablamos de los futuros que tenemos por delante.

PREGUNTA. Un mundo sin trabajo, ¿para quién?

RESPUESTA. Supongo que por el título del libro da la impresión de que un día nos vamos a levantar y descubrir que los robots se han quedado con nuestros trabajos. Lo que defiendo es que a medida que el siglo XXI avance, cada vez más personas de distintos perfiles se van a encontrar con que no pueden contribuir económicamente a la sociedad como esperaban hacerlo por su nivel educativo o sus orígenes familiares. Es una historia menos cinematográfica de lo que puede parecer en la prensa generalista. Pero para la gente afectada, el impacto no será menor.

P. ¿Son buenas o malas noticias?

R. El libro es fundamentalmente optimista. Pero es un optimismo condicional, porque depende de que seamos capaces de responder a los retos que se plantean. Creo que se puede hacer una analogía con el cambio climático: si hubiésemos tomado el problema en serio en los años sesenta y setenta, no estaríamos como estamos.

P. ¿Cuáles son esos retos?

R. Son tres principalmente. El primero es el económico, la desigualdad. ¿Cómo repartimos la riqueza entre la sociedad? La forma tradicional era pagar a la gente por su trabajo, pero eso ya no es tan eficiente. El segundo es el poder político de las grandes compañías encargadas de desarrollar esas tecnologías. En el siglo XX, una de las mayores preocupaciones fue el poder económico de las grandes empresas, es decir, la concentración de mercado, la falta de competencia y los monopolios, para lo que se desarrollaron leyes con el objetivo de evitar esas concentraciones de poder. En el siglo XXI, nuestras preocupaciones estarán más relacionadas con el poder político de esas compañías y el impacto que tienen en asuntos como la libertad, la democracia o la justicia social. Por ejemplo, me preocupa Twitter y el impacto que puede tener sobre el debate político en la sociedad.

El tercer gran problema tiene que ver con el significado y el propósito. A menudo se dice que el trabajo no es solo una fuente de ingresos, sino también de realización vital. Si eso es verdad, el reto de un mundo sin trabajo no es solo que habrá gente que se quede sin ingresos, sino también sin una meta.

P. ¿Qué hacemos con todo eso relacionado con el trabajo que no tiene que ver con los sueldos?

R. Si nos fijamos en los datos, aunque decimos que el trabajo es una importante fuente de significado, para mucha gente no es así. Si pudiesen no trabajar, no trabajarían, porque no consideran que su trabajo impacte de forma positiva en el mundo. A veces bromeo con que la gente que escribe sobre el futuro del trabajo confunde su experiencia personal y la satisfacción que obtiene con lo que ocurre a nivel general, porque la mayoría no se siente así.

Lo segundo y más controvertido es que vivimos en un mundo donde existen un montón de políticas laborales que dan forma a la vida de la gente. En un mundo sin trabajo, tendremos que dedicar más tiempo a lo que yo llamo políticas del ocio. El Estado debería pasar más tiempo pensando en cómo va a emplear la gente su tiempo libre. Es algo más especulativo, porque no creo que sea el gran reto que tenemos por delante.

P. Hace alrededor de un siglo que John Maynard Keynes predijo que tendríamos una jornada laboral mucho más corta. No solo no ha ocurrido, sino que trabajamos más. ¿Qué es diferente esta vez?

R. Keynes publicó Las posibilidades económicas de nuestros nietos en los años treinta. Acertó en predecir lo extraordinariamente prósperos que íbamos a ser durante el siguiente siglo. En lo que se equivocó, desde mi perspectiva, es en que, aunque acertó en que la tarta económica iba a crecer, no se paró a pensar en algo tan simple como que este crecimiento no lo compartiría todo el mundo. Se olvidó de la distribución, porque los mecanismos que teníamos para compartir esa prosperidad no nos permitían construir esa clase de mundo.

"Gran parte de los cambios se van a producir entre los trabajadores de cuello blanco"

En el libro, argumento que en cierto sentido el desempleo tecnológico, un mundo en el que no habrá suficiente trabajo para la gente, es un síntoma de éxito. Por un lado, esa tecnología nos hace extremadamente prósperos colectivamente. Por otro lado, socava nuestra forma tradicional de compartir esa prosperidad a través del trabajo. Es la clase de dinámica que tenemos que resolver.

P. Habrá conductores de camiones o trabajadores de la construcción, sectores donde cada vez hay más demanda, que digan que para ellos esa realidad no existe. ¿Qué les diría?

R. Curiosamente, estoy de acuerdo. En informática, tenemos la paradoja de Moravec, que dijo que las cosas que son fáciles de hacer con nuestras manos son las más difíciles de automatizar. Al mismo tiempo, muchas de las cosas que nos resulta difícil hacer con nuestras mentes son mucho más fáciles de automatizar.

Por eso gran parte de los cambios que vamos a ver se van a producir entre los trabajadores de cuello blanco, entre los expertos y profesionales, mientras que algunos de esos roles manuales, como los conductores, no solo son menos susceptibles a la automatización, sino que también están peor pagados y, por lo tanto, hay menos incentivos para automatizarlos. Sin embargo, es muy atractivo reducir algunas de las horas de un abogado muy bien pagado a través de la tecnología.

P. Sin embargo, la mayoría de los trabajadores de cuello blanco probablemente piensen que son inmunes a estas amenazas.

R. Estoy de acuerdo. Cuando escribí El futuro de las profesiones en 2015 había un gran escepticismo entre los profesionales cuando les decía que tenían que tomarse en serio estos retos. Diez años después, reconocen que su trabajo puede realizarse de forma muy diferente a través de la tecnología.

Susskind, en la Fundación Telefónica. (Foto: EnlightED 2023)

P. Ha asesorado al Gobierno británico y al primer ministro. ¿Cómo ha cambiado la percepción de los políticos respecto a estos temas?

R. En mi trabajo, hago una distinción entre lo que llamo el desempleo tecnológico friccional, donde aún hay trabajo por hacer, pero, por varias razones, no se encuentra a la gente para hacerlo, y el desempleo tecnológico estructural, donde simplemente no hay trabajo suficiente, por resumirlo de forma burda. La mayoría de políticos están muy cómodos con la idea del desempleo tecnológico friccional, porque reconocen la idea de que hay que unir el trabajo con los trabajadores, pero mucho menos con la idea del desempleo estructural.

¿Por qué? No lo tengo claro, pero creo que es porque no reconocen que sea un problema real. Me pregunto si es un síntoma del cortoplacismo de los políticos, ya que no es un problema de este momento. Y en eso tienen razón. No es un problema de esta década o de la que viene, pero es el problema del siglo, el de nuestros hijos y nietos, y la clase de cambios que se necesitan en las instituciones para responder a ello.

P. Ahora que habla de hijos y nietos, ha defendido en alguna ocasión que vivirán mejor que nosotros.

R. Sí, creo que es posible. Algo que me preocupa es que mucha gente de mi generación y de las generaciones siguientes no cree que su futuro vaya a ser mejor que el de sus padres. Es peligroso que la gente pierda la fe en que su futuro va a ser mejor. Es uno de los temas de mi próximo libro, que sale a principios del próximo año, y que se llama Growth: A Reckoning. En uno de los últimos discursos de Obama como presidente, dijo que si tuviésemos que elegir cualquier momento de la historia para vivir, escogeríamos el actual. Pero no estoy muy seguro de que la gente prefiera vivir en este momento que, por ejemplo, durante el boom económico europeo. Deberíamos luchar para que el futuro de nuestros hijos y nietos sea mejor que nuestro presente, pero en este momento no es un objetivo fácil.

"Durante 300.000 años, la economía no cambió, hasta hace apenas 200 años"

P. En su nuevo libro defiende el crecimiento económico, en un momento en el que se ha puesto en duda desde movimientos como el decrecentismo.

R. El libro trata sobre el dilema del crecimiento. Por un lado, está relacionado con todas las medidas del florecimiento humano: educación, salud, etc. Al mismo tiempo, el crecimiento está relacionado con la gran mayoría de retos a los que nos enfrentamos, ya sea el cambio climático o la desigualdad. Así que tenemos que enfrentarnos a que, por un lado, el crecimiento ofrece estas promesas extraordinarias y, por otro, pagamos un gran precio. Hay quien dice que deberíamos seguir adelante y crecer a toda costa, pero otros afirman que no solo deberíamos ralentizarnos, sino volver atrás. Lo que intento en el libro es trazar un camino diferente en el que seguimos persiguiendo el crecimiento, porque creo que no hacerlo sería una catástrofe, pero a la vez nos tomamos muy en serio esas tensiones entre el crecimiento y todas esas cosas que valoramos, como el medio ambiente.

Mi análisis reconoce que hay entornos en los que hay que parar para proteger lo que amamos. Tiene mucho que ver con el trabajo que he realizado durante los últimos 15 años, porque igual que la gente dice que tenemos que bajar el ritmo para proteger el medio ambiente, otros dicen que debemos detener el avance de la inteligencia artificial para evitar las consecuencias negativas que pueden producirse si escapa a nuestro control.

P. Así que no podemos reducir la marcha.

R. Creo que bajar el ritmo sería una catástrofe. También creo que sufrimos una falta de imaginación sobre el futuro. Estamos en los albores de una nueva historia económica. Durante 300.000 años la vida económica no cambió: luchábamos por la subsistencia. Eso solo ha cambiado en los últimos 200 años. Un abrir y cerrar de ojos. No ser capaces de pensar cómo podemos ayudar al ser humano a florecer es un tremendo error de la imaginación.

P. Terminemos usando esa imaginación: ¿qué hacemos?

R. Déjame darte un ejemplo de ese fallo de imaginación. En 2007, el Gobierno británico publicó el informe Stern sobre cambio climático. Fue el momento en el que se planteó que alcanzar los objetivos climáticos costaría un alto porcentaje del PIB. Al año siguiente, lord Stern, el autor del informe, dijo que se había equivocado, que costaría aún más. Quince años después, lo que es interesante en el último informe del IPCC es que ya no se habla de eso, sino de que podemos conseguir tanto los objetivos de crecimiento como los climáticos.

¿Qué ha cambiado? El coste de la energía renovable y, en concreto, de la energía solar. Es extraordinario cómo se ha reducido. En 2007 tuvimos un fallo de imaginación sobre la clase de tecnología que íbamos a poder desarrollar durante los 15 años siguientes. Uno de los grandes temas del libro es cómo podemos usar los incentivos de mercado para favorecer la creación de tecnologías similares que promuevan el crecimiento pero no dañen las cosas que valoramos.

Parece que a Daniel Susskind nada le pilla desprevenido. Responde como una metralleta a cualquier pregunta que se le plantea sobre el futuro del empleo como si la llevase contestando desde que nació, aunque lleve toda una tarde de conferencias durante su paso por Madrid, como uno de los principales ponentes en la conferencia mundial de educación, tecnología e innovación EnlightED, impulsada por Fundación Telefónica, South Summit, IE University y la Fundación la Caixa.

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