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El mundo según McKinsey: más desigualdad, menos productividad y una inmensa burbuja
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"RIQUEZA DE PAPEL"

El mundo según McKinsey: más desigualdad, menos productividad y una inmensa burbuja

Antes de cambiar de milenio, la acumulación de riqueza crecía en paralelo al incremento del PIB, pero desde el año 2000, el valor neto de los activos empezó a crecer de forma mucho más rápida. En concreto, un 30% más

Foto: Foto: iStock.
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Un dato lo dice todo. O casi todo. En las dos últimas décadas, coincidiendo con la era de la globalización, el planeta ha aumentado el precio de toda clase de activos (vivienda, depósitos o deuda pública y privada) en 160 billones de dólares, lo que representa más de 120 veces el PIB de España. Se trata, como dice la consultora McKinsey, de "riqueza de papel" fruto de una realidad inapelable: por cada dólar invertido se han generado 1,9 dólares de deuda que han comprado los hogares, las empresas o el sistema financiero, incluyendo fondos de pensiones, de inversión o aseguradoras. Las consecuencias para el planeta son también inapelables, según la consultora: mayor desigualdad, escaso avance de la productividad y, como corolario, un crecimiento económico más lento.

¿Qué es lo que ha pasado? Pues ni más ni menos que desde que comenzó el siglo se ha roto una trayectoria histórica que se inició al finalizar la II Guerra Mundial. Antes de cambiar de milenio, la acumulación de riqueza crecía en paralelo al incremento del PIB, pero desde el año 2000, coincidiendo con la entrada de China en la OMC, con la explosión de la globalización y con el consiguiente hundimiento de los tipos de interés, el valor neto de los activos, principalmente del capital financiero e inmobiliarios, empezó a crecer de forma mucho más rápida que el producto interior bruto.

La paradoja es que, pese a ese aumento de los precios de los activos, que en principio deberían animar la inversión en tecnología y capital humano, el crecimiento de la productividad en los países del G-7 ha sido extremadamente lento, pasando del 1,8% anual entre 1980 y el año 2000 al 0,8% entre 2000 y 2018. Expresado en términos más concretos, el balance financiero mundial (la suma del precio de todos los activos) ha crecido 1,3 veces más rápido que el PIB, lo que explica que McKinsey hable de riqueza de papel. El informe, no en vano, se titula "El futuro de la riqueza y el crecimiento pende de un hilo".

Adiós a la vivienda asequible

¿Qué ha sucedido con la inversión productiva? Pues justamente lo contrario. En las economías avanzadas, la inversión neta ha disminuido como porcentaje del PIB. En la década de 2010, esa proporción era aproximadamente un 50% más baja que antes de la crisis financiera en Europa y un 40% en EEUU. Es más, el crecimiento del stock de capital por trabajador ha caído a la tasa más baja desde 1945, incluida la inversión pública en infraestructuras y vivienda asequible, asegura McKinsey. En infraestructuras, por ejemplo, EEUU invirtió aproximadamente un 0,4% del PIB menos que la cantidad estimada necesaria para respaldar el crecimiento económico entre 2010 y 2020. A esto hay que unir que hasta ahora la digitalización, asegura McKinsey, no se ha traducido en un aumento del crecimiento de la productividad, algo que puede cambiar con el avance de la inteligencia artificial, aunque aún es pronto para conocer su desempeño.

Foto: Cuatro de las cinco torres en el área financiera de Madrid. (EFE/Mariscal)

Esto es así porque el desacople entre economía real y financiera, lejos de reducirse, se ha acelerado. Hasta el punto de que durante 2020 y 2021, los años de la pandemia, la riqueza mundial en relación con el PIB, en última instancia el precio de los activos frente a lo que el planeta es capaz de producir en un año, ha crecido más que en los últimos 50 años. O dicho de otro modo, por cada dólar que se ha invertido, se han generado 3,4 dólares de deuda nueva, tanto pública como privada.

¿Y en qué se ha invertido? Fundamentalmente, en cuatro tipos de activos. En el inmobiliario, un 27% del ahorro mundial, algo que puede explicar el aumento de los precios que se ha producido en los bienes raíces en las dos últimas décadas, también en países que históricamente habían sabido contener los precios. Otro 21% se ha destinado a la adquisición de activos de capital (equity); otro 20% se ha dirigido a la compra de deuda, y un 12%, a moneda y depósitos. En todos los casos, esas inversiones han crecido bastante más de lo que lo ha hecho el PIB.

Los analistas de McKinsey se fijan especialmente en tres países. En EEUU, el valor del inmobiliario creció con relación a 1995 un 50% más que el PIB, y un 200% en el caso de las inversiones en capital. En el Reino Unido, el crecimiento fue aún más rápido en bienes raíces y deuda, mientras que en Alemania la expansión de activos fue más moderada. Tanto en el Reino Unido como en Alemania, la caída de los tipos de interés fue responsable de todo el crecimiento del valor de las acciones en relación con el PIB entre 1995 y 2021, mientras que en EEUU el descenso del precio del dinero contribuyó con aproximadamente un tercio del crecimiento de Wall Street. Los otros dos tercios tuvieron que ver con los beneficios empresariales, muy influidos, también, por un precio del dinero especialmente barato.

El 'boom' de los beneficios

El dato es estremecedor. El peso de los beneficios empresariales en EEUU respecto del PIB creció un increíble 80% entre 1995 y 2021, hasta el 12,3% del producto interior bruto, lo que supone la participación más alta en un siglo. Al calor del aumento del precio de las acciones y de los beneficios empresariales, esto ha permitido a las grandes empresas estadounidenses apalancarse para reducir su costo de capital, financiar fusiones y adquisiciones, realizar recompras de acciones o aumentar las reservas de efectivo.

Foto: Dirigentes de las patronales y los sindicatos. (EFE/Sergio Pérez)

¿Las causas de esta eclosión de los resultados empresariales? La irrupción de la digitalización ha incorporado mayor automatización en los procesos industriales y, en paralelo, una disminución del poder de negociación de los sindicatos y de los trabajadores en sus empresas, en lo que también tienen mucho que ver la globalización, la deslocalización y los cambios en la producción hacia Estados menos sindicalizados, reconoce McKinsey. La rebaja de la presión fiscal sobre los beneficios empresariales no es tampoco ajena a este boom de los resultados empresariales. Y los trabajadores más perjudicados han sido los de cualificación media y baja, debido al incremento de la automatización.

En el caso de los tipos de interés reales (descontada la inflación), su desplome ha propiciado el aumento del balance financiero del planeta hasta límites impensables hace pocos años, sostiene McKinsey. El precio del dinero barato, de hecho, ha alentado el crecimiento del crédito, ha fomentado el interés de la banca por captar y crear depósitos y, en última instancia, el exceso de ahorro a nivel mundial ha desincentivado la búsqueda de inversión productiva, que es la que hace crecer el PIB y la productividad. “Gran parte fluyó hacia bienes raíces y acciones, lo que hizo subir los precios”, sentencian los analistas de la consultora.

Es decir, un aumento inmenso de la liquidez mundial que ha hecho que el crecimiento de los depósitos supere ampliamente el crecimiento del PIB. En EEUU, el volumen de efectivo y depósitos en bancos comerciales y centrales se expandió de 0,6 veces el PIB en 1995 a 1,2 veces en 2021. Ahora, de hecho, es un 8% más alto en relación con el PIB que el promedio del siglo pasado.

Ahorro estancado

No es intrascendente esta evolución. McKinsey acredita con datos del índice Gini algo ya muy conocido y sobre lo que hay múltiples evidencias. "Durante décadas", asegura, "la desigualdad aumentó y la participación del trabajo en los ingresos disminuyó". Esto ha reducido el consumo, al canalizar una parte “desproporcionada de la creación de valor a los ricos”, que tienden a ahorrar más que la población en general. El aumento del ahorro de los ricos ha hecho subir los precios de los activos, en particular de aquellos con rendimientos más altos esperados, como la vivienda. Al mismo tiempo, las ganancias de las empresas han crecido rápidamente, particularmente en EEUU, impulsando las valoraciones de las acciones y, por lo tanto, el crecimiento del balance financiero global. Es decir, una especie de círculo vicioso.

"La desigualdad aumentó y la participación del trabajo en los ingresos disminuyó"

La opinión mayoritaria, matiza McKinsey, es que el futuro no será mejor si no se reconducen las causas de la burbuja financiera, que son las que explican el ensanchamiento de los balances financieros ajenos a la evolución del PIB. En concreto, debido a que el envejecimiento de la población tendrá consecuencias para la tasa de ahorro.

Lo que dice la literatura económica es que los hogares acumulan riqueza para prepararse para la jubilación y luego agotan los ahorros cuándo llega. Pero ya hay evidencias de que los hogares no han estado gastando sus ahorros tanto como sugiere el argumento convencional, sino que mantienen el capital de forma preventiva o para que sean heredados por sus hijos. Es decir, que en lugar de destinarse a inversión productiva, se queda en los bancos o se destina a los fondos de pensiones que solo buscan una rentabilidad, pero no ensanchar la productividad o acelerar el crecimiento económico.

Un dato lo dice todo. O casi todo. En las dos últimas décadas, coincidiendo con la era de la globalización, el planeta ha aumentado el precio de toda clase de activos (vivienda, depósitos o deuda pública y privada) en 160 billones de dólares, lo que representa más de 120 veces el PIB de España. Se trata, como dice la consultora McKinsey, de "riqueza de papel" fruto de una realidad inapelable: por cada dólar invertido se han generado 1,9 dólares de deuda que han comprado los hogares, las empresas o el sistema financiero, incluyendo fondos de pensiones, de inversión o aseguradoras. Las consecuencias para el planeta son también inapelables, según la consultora: mayor desigualdad, escaso avance de la productividad y, como corolario, un crecimiento económico más lento.

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