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Desempleo juvenil: un drama en tres actos
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LA POBREZA SE ENQUISTA ENTRE LOS JÓVENES

Desempleo juvenil: un drama en tres actos

El paisaje es desolador: precariedad, elevado desempleo, bajos salarios, abandono escolar... La pobreza se extiende entre los jóvenes. España encabeza las peores listas en Europa

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No es verdad que la juventud sea una enfermedad que se cura con la edad. En España, desde luego, ser joven se alarga hasta bien entrados los 30. O los 40. No por un capricho biológico. Ni, por supuesto, por un pacto fáustico con el diablo o porque los jóvenes hayan caído obnubilados por el síndrome de aquel Dorian Grey dispuesto a darlo todo por conservarse joven. Todo es más fácil. El desempleo, la precariedad, los bajos salarios, los problemas de formación o las dificultades para lograr la emancipación familiar, por la carestía del alquiler y la escasa movilidad laboral, han creado una situación insólita. Sin parangón entre los países avanzados. Medalla de oro. Este es un retrato en negro de un problema enquistado en la economía española desde hace décadas.

Primer acto: el empleo

Un dato lo dice todo. No merece más comentarios. A la luz de la EPA (Encuesta de Población Activa) del segundo trimestre de este año, el 38,4% de los jóvenes con edades comprendidas entre 16 y 24 años están en paro. Es decir, más de uno de cada tres. Pero es que si la mirada se amplía hasta los 29 años el resultado sigue siendo estremecedor: el 28,8% no tiene empleo aunque lo busque de forma activa, ya que de lo contrario no entraría en las estadísticas de la EPA. No basta con decir a los encuestadores de Estadística: 'estoy parado', sino que hay que acreditarlo.

Ni que decir tiene que España encabeza el desempleo juvenil en Europa, donde el 16,2%, entre el segmento con menos de 24 años, está en paro. Mucho menos de la mitad. Y lo están —y esto es muy relevante— no de forma coyuntural, como un mero ajuste entre oferta y demanda, lo que se denomina desempleo friccional, sino durante un buen tiempo. El 25,4% de los jóvenes en paro son de larga duración. Por lo tanto, llevan más de un año sin encontrar un puesto de trabajo en un país en el que la rotación laboral alrededor de un mismo empleo es marca de la casa. Muchos jóvenes no tienen acceso, siquiera, a los contratos más precarios: por horas, por días o por semanas.

En total, algo más de 1,06 millones de jóvenes con menos de 30 años están sin empleo. Y no son más debido a una causa exógena. La pirámide demográfica continúa estrechándose por la base de forma verdaderamente dramática. De hecho, hablar ya de pirámide (cada vez más invertida) es un sofisma. Un reciente informe del Ministerio de Trabajo lo recuerda.

Durante los últimos 13 años, la población joven de hasta 25 años ha ido disminuyendo progresivamente, con una pérdida total desde 2007 de 392.700 personas, cifra que aumenta hasta los 1,58 millones si se consideran los jóvenes hasta 29 años. Lo singular es que en ese mismo periodo, la población total ha crecido en 1,3 millones, por la inmigración, lo que da idea del invierno demográfico que vive este país, con un fuerte impacto desde el punto de vista económico vinculado al envejecimiento. Menos población activa pone en apuros a la Seguridad Social, cuyo sistema de reparto —los ocupados pagan las pensiones de los jubilados— es la clave de bóveda del modelo de protección social.

El cóctel es explosivo. Menos jóvenes y menos empleo. O más paro, como se prefiera. La tasa de empleo entre los menores de 30 años y mayores de 16 se sitúa en apenas un 38,4%, prácticamente la mitad que entre los de menos de 64 años. Y de apenas el 22,2% si solo se tienen en cuenta los menores de 24 años. Se dirá que es lógico porque muchos jóvenes están estudiando. Pero esta vuelve a ser una característica muy española. No es incompatible estudiar y trabajar, aunque sea a tiempo parcial.

Foto: La ministra de Hacienda, María Jesús Montero. (EFE)

La combinación de empleo y estudios es, de hecho, muy normal en muchos países, pero no en España. Mientras que en la Unión Europea (UE) el 18,4% de los menores de 24 años compaginan ambas actividades, en España apenas se alcanza el 10%. Pero es que en territorios como los Países Bajos se llega al 58%. O al 46% en Suecia, o al 39% en Alemania, donde la formación dual es una institución desde los tiempos del canciller Bismarck.

No es un tema menor teniendo en cuenta la estrecha relación entre empleo y nivel académico, ya sea en la propia empresa o en la enseñanza reglada. A mayor nivel de estudios, menos probabilidades de caer en desempleo, como se ha visto en la crisis derivada del covid, que ha castigado de manera más intensa a los trabajos de menor valor añadido, que son los más prescindibles. Precisamente, porque tienen trabajo precario.

O expresado de otro modo. Muchos jóvenes son 'carne de cañón' porque su empleo es más fácil de sustituir, ya sea por máquinas —el avance tecnológico no solo afecta a los empleos cualificados— o por otros trabajadores que aceptan sueldos más bajos. No en vano, pueden ser despedidos de forma fulminante en caso de una crisis súbita, como fue, y aún es, la del coronavirus. Esto es importante porque existen múltiples evidencias de que el nivel de formación tiene más relevancia para los jóvenes que para quienes están en la edad adulta. Un trabajador con experiencia puede seguir empleado más tiempo en la misma empresa, aunque no haya renovado su capacitación profesional. Simplemente, por inercia laboral.

Por el contrario, la principal barrera de entrada al mercado laboral suele ser el nivel académico y/o la formación especializada. Las puertas se abren de par en par, sin embargo, cuando los salarios son bajos y la precariedad es alta. O cuando hay una burbuja por medio. Muchos jóvenes dejaron sus estudios en pleno 'boom' de la construcción, y eso explica —aunque parezca mentira— que en 2007 la tasa de actividad de los jóvenes españoles se situara, incluso, por encima de la eurozona (un 47,9% frente al (44,2%), pero con un coste enorme a medio plazo que la economía española sigue pagando en términos de desempleo de larga duración.

Se cierra el telón. Silencio en la sala.

Foto: iStock.

Segundo acto: Precariedad y bajos salarios

Otro dato lo dice todo. Y también, poco hay que añadir. El drama gana en intensidad. La ganancia media anual para un joven que tenga entre 25 y 29 años se sitúa en 17.771 euros brutos (antes de impuestos). O 16.650 euros si se trata de mujeres. Pero es que baja hasta los 12.640 euros cuando el trabajador tiene menos de 24 y más de 20 años. Es decir, por debajo de 1.000 euros contando por 14 pagas. Incluso, por debajo del salario mínimo (13.510 euros). Y eso trabajando durante todo el año y a tiempo completo, cuando la realidad es que la mayoría trabaja de forma parcial o lo hace entrando y saliendo del mercado con mucha frecuencia. Cumplir un año trabajando de forma continuada no es fácil.

No es de extrañar, por eso, que la llamada pobreza laboral se concentre, fundamentalmente, entre los más jóvenes. Es más, la exclusión social, que históricamente ha tenido un sesgo hacia los mayores de edad, hasta que el sistema público de protección social comenzó a mejorar sus prestaciones, comienza a desplazarse hacia abajo. Hacia las edades más jóvenes. Hacia la base de la pirámide. La tasa de riesgo de pobreza o exclusión social en 2020 se situó en el 30,3% entre los jóvenes de 16 y 29 años, muy por debajo de quienes tienen más de 65 años (un 20,5%). Y, por supuesto, muy por encima de la media incluyendo todas las edades (26,4%).

Poco empleo, pocos salarios y en precario. Muy en precario. Tanto que durante el primer semestre de este año se necesitaron 42,5 contratos —han leído bien— por cada puesto de trabajo creado por la economía. Y de nuevo, los jóvenes son los protagonistas de la función. El casting siempre escoge a los mismos. Son ellos quienes más sufren los contratos a tiempo parcial no voluntarios. Es decir, aquellos que no se buscan, sino que se aceptan porque no hay otra cosa. Según la EPA, el 41,2% de los asalariados con menos de 30 años tiene un contrato con horario inferior a la jornada ordinaria, el triple que en el conjunto de la ocupación.

De nuevo, los datos lo dicen todo. Hablan por sí solos. La tasa de temporalidad entre los jóvenes aumentó tres puntos durante el segundo trimestre de este año, y ya se sitúa en el 67,9% (sí, han vuelto a leer bien). Solo uno de cada tres jóvenes entre 16 y 24 años tiene un empleo de duración indeterminada (lo del empleo fijo es de otra época). Aunque las comparaciones suelen ser odiosas, eso supone 41 puntos más respecto de la media de la Unión Europea.

Es más. La temporalidad, desde 2007, ha aumentado en más de cinco puntos porcentuales, lo que da idea de que no se trata de un problema nuevo. Arrancó en 1984, cuando tomaron carta de naturaleza los contratos temporales con un fin algo más que loable, introducir mecanismos de flexibilidad en el rígido sistema laboral de la dictadura, y desde entonces no ha habido Gobierno que no haya hecho su reforma laboral para reducir la precariedad, aunque con magros resultados. Hoy, con al menos media docena de reformas a sus espaldas, uno de cada cuatro contratos (el 25,1%) son temporales en el conjunto del mercado laboral.

Ovación cerrada para los 'policy makers'. Pasmo en la sala. Se baja el telón.

Foto: Es de sobra conocido que el paro en el sector de la población de menores de 30 años supera el 40%. Opinión

Tercer acto: ¿estudias o trabajas?

Hace muchos años, el exsecretario general de CCOO, Antonio Gutérrez, aseguraba en privado que uno de los mayores errores que se cometieron durante la Transición fue liquidar el sistema de formación profesional del franquismo, que creó auténticas instituciones como la Universidad laboral de Gijón o el instituto de la Paloma, en Madrid. Simplemente, porque su origen estaba en una horrenda dictadura. Hoy, casi medio siglo después, el Estado está intentando poner en marcha un nuevo sistema de formación profesional más pegado a los tajos, a las fábricas. Pero el pasado no engaña. Y la realidad es que el alto desempleo juvenil, también los escasos avances en productividad, se explica, además de otros factores como la dualidad laboral entre fijos y temporales, por la permanencia en el tiempo de un deficiente sistema educativo.

Todo el mundo sabe que el contrato de formación y aprendizaje constituye una de las vías específicas de acceso al empleo más importantes para los jóvenes. ¿Qué ha pasado en los últimos años? Si en 2015 se firmaron 161.667 contratos, hoy son prácticamente residuales. Apenas 9.207 en el primer semestre del año. Y la pandemia, en esto, no tiene ninguna culpa. En 2019, solo se firmaron 27.083 contratos.

El propio Ministerio de Trabajo lo reconoce. Esta modalidad de contratación registró un "notable retroceso" debido al requisito exigido en relación con la formación recibida que, a partir de enero de 2016, debía ser certificable, así como a la existencia durante parte de ese periodo de otras modalidades de contratación que podrían haber actuado como vasos comunicantes, tal era el contrato de fomento del primer empleo. A esto habría que añadir en ocasiones , reconoce el ministerio de Yolanda Díaz, "mala praxis observada en relación con las personas becarias". Es decir, mano de obra barata disfrazada de trabajadores en formación.

No es un tema menor teniendo en cuenta que mientras la tasa de abandono temprano en la educación se sitúa en España en el 16,1%, en la UE desciende hasta el 10,1%. La noticia positiva es que mantiene una tendencia a la baja tras el impresionante 31,7% de 2008, cuando muchos jóvenes dejaban de trabajar porque podían cobrar 2.000 o 3.000 euros en el ladrillo.

Pan para hoy, y hambre para mañana, como lo pone de manifiesto un hecho incuestionable.

Los jóvenes con bajo nivel educativo presentan unas tasas de empleo sensiblemente más bajas. Para quienes tienen menos de 24 años, se sitúa en el 13,5%, frente al 21,3% en el nivel medio, mientras que en los jóvenes de hasta 29 años alcanza el 24,1%. Formación, educación, o como se quiera denominar, aumentan de forma considerable las probabilidad de encontrar un puesto de trabajo. Todos los datos lo corroboran.

Y si fracasa el empleo y la formación, ¿qué queda?, cabe preguntarse. Un último dato terrorífico suministrado por Fedea lo pone negro sobre blanco: En España, más de un millón de jóvenes entre 18 y 24 años son ninis. Ni estudian ni trabajan.

Otra vez silencio en la sala. Nada de aplausos. Se baja el telón. Y como en una obra de Ionesco los espectadores se miran perplejos. España, 2021.

No es verdad que la juventud sea una enfermedad que se cura con la edad. En España, desde luego, ser joven se alarga hasta bien entrados los 30. O los 40. No por un capricho biológico. Ni, por supuesto, por un pacto fáustico con el diablo o porque los jóvenes hayan caído obnubilados por el síndrome de aquel Dorian Grey dispuesto a darlo todo por conservarse joven. Todo es más fácil. El desempleo, la precariedad, los bajos salarios, los problemas de formación o las dificultades para lograr la emancipación familiar, por la carestía del alquiler y la escasa movilidad laboral, han creado una situación insólita. Sin parangón entre los países avanzados. Medalla de oro. Este es un retrato en negro de un problema enquistado en la economía española desde hace décadas.

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