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Cómo España dejó de creer en la meritocracia
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MENOS LOS MILITARES Y LA DERECHA

Cómo España dejó de creer en la meritocracia

En 1987, casi la mitad de los españoles pensaba que la clave para prosperar era "una buena formación". Hoy, apenas un 31,3% cree en el mérito. ¿Qué ha pasado?

Foto: Imagen: L. M.
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Cuando en septiembre de 2021 la economista Mónica Martínez Bravo recogió el Premio Sabadell a la investigación económica, decidió centrar su discurso de agradecimiento en la igualdad de oportunidades. “¿Existe?”, se preguntaba ante el auditorio. “Mi historia personal podría parecer que así lo acredita. Pero hay tantos instantes en mi trayectoria donde el camino se podría haber torcido que no creo que mi historia pueda considerarse representativa”.

El discurso de la investigadora de 39 años, una millennial de primera hornada, era un ataque en la línea de flotación de la meritocracia. Unos años antes, habría sido impensable algo así, en un contexto, el de la economía, en el que el consenso tendía a dar importancia al mérito individual. Sin embargo, el año pasado, la vicepresidenta Nadia Calviño aprovechó la coyuntura para felicitar a la joven por su discurso mostrando cómo también habían cambiado las cosas en las filas del PSOE.

La confianza en la meritocracia nunca había estado tan baja, salvo en 2011

El gesto resume los dos grandes ejes sobre los que pivota la crítica a la meritocracia que se ha acentuado durante los últimos años. Por una parte, el generacional, a medida que una nueva generación veía incumplidas las promesas de su infancia, y por otra, el político, a medida que el debate sobre la falta de igualdad de oportunidades polarizaba a izquierda y derecha.

La crítica ha llegado hasta la economía más o menos ortodoxa, como recuerda Martínez Bravo: “El consenso se ha roto: hace poco se ha publicado un libro editado por Dani Rodrik y Olivier Blanchard que explica que antes se hablaba de la igualdad en contraposición al crecimiento y ahora de la desigualdad como algo que genera ineficiencias en la ecomomía”.

Lo que está claro, si atendemos a la última oleada del CIS, que pregunta acerca de las causas que explican nuestra posición social, es que la confianza en la meritocracia nunca había estado tan baja, con la excepción de los años de la crisis del euro y la eclosión del 15-M (2011-2012). El descenso ha sido continuado entre todas las edades, especialmente entre aquellos que, como Martínez Bravo, tienen entre 35 y 44. Los millennials que han visto cómo su llegada a la vida adulta no era como esperaban.

El primer factor que explica este descenso es el económico. Como se ha demostrado en repetidas ocasiones, el desempleo y la crisis ponen en evidencia que el engranaje supuestamente meritocrático de la sociedad no funciona como se dice que funciona. “La crisis de 2008 fue el gran golpe a la idea de meritocracia en España”, señala Pedro Salas-Rojo, investigador en la London School of Economics. “Mientras que las generaciones previas se beneficiaron de la prosperidad económica y pudieron desarrollar su proyecto vital con garantías (vivienda en propiedad, trabajo, familia, amigos, etc.), la crisis afectó especialmente a jóvenes (menores de 40), muchos de los cuales habían hecho lo correcto”.

"El 15-M saca el debate de la meritocracia del nicho político académico a la sociedad"

Pero tan importante o más aún es el debate político que se abrió poco después y que no había existido en esos términos en España. “Esta contestación a la idea de meritocracia se acentúa con los movimientos 15-M y similares, que dan forma al discurso y lo traducen del nicho político y académico a los medios de masas, y de ahí, a la sociedad”, prosigue, apuntando al pico del verano de 2011 que se ve en el gráfico. El verano del gran descontento.

Pero a este proceso de demolición de la meritocracia no ha contribuido solo la izquierda. Como añade Jesús García Cívico, profesor de la Universitat Jaume I de Castellón, el del mérito es un discurso que durante los años noventa une la tercera vía de Tony Blair con los restos del thatcherismo. “Si uno mira los programas electorales de hace cuatro, seis u ocho años, era una bandera de Ciudadanos y otros liberales, que lo anteponen a la socialdemocracia”, recuerda. “En un momento con tanto desempleo, los jóvenes no comparten ese ideal”. Para dejar de creer en la meritocracia, fue también necesario que partidos como Ciudadanos la defendiesen a capa y espada.

Desde entonces, el mérito ha sido uno de los temas centrales en el debate español, incluso después de que la situación económica mejorase. “Una vez que acabó la crisis, la crítica a la meritocracia permaneció y se empleó de forma periódica para cuestionar el aumento de la desigualdad, impuestos a los ricos, el impacto asimétrico del covid…”, añade Salas-Rojo. “Todo ello, claro, caló en los sectores progresistas, lo que poco a poco se tradujo en esa pérdida de confianza”.

Ello generó un ambiente favorable a poner en cuestión algunos de los principios en los que se basa la llamada ideología meritocrática. No solo en España, con libros como Contra la igualdad de oportunidades, de César Rendueles, uno de los trabajos más agudos y matizados sobre el tema, sino también en el ámbito internacional. Hace no tanto también habría sido impensable un libro como La trampa de la meritocracia, del profesor de Harvard Michael J. Sandel, que pone de manifiesto el fracaso meritocrático en la sociedad estadounidense.

"Ha sido un cambio de tendencia tras años de monopolio del discurso neoliberal"

El nazareno Carlos J. Gil, por ejemplo, consiguió el premio a la mejor tesis del año del European Consortium for Sociological Research por un trabajo en el que mostraba la ventaja que tenían los hijos de las clases altas a la hora de prosperar en España. “Ha sido un cambio de tendencia tras años de monopolio del discurso neoliberal, donde se ponía el peso en el esfuerzo y en una igualdad que se daba por sentada”, recuerda. “La socialdemocracia, después de años defendiendo la meritocracia, también se ha sumado a ese discurso que venía ya a nivel internacional, con Occupy Wall Street u Obama”. Gil realiza una crítica metodológica al CIS: incluir la educación junto al esfuerzo y la valía personal como un mérito, cuando está muy influida por la familia en la que nos criamos.

Una polarización creciente

No siempre fue así. Hasta hace no tanto tiempo, la creencia en la meritocracia era casi la misma entre los votantes de los dos grandes partidos. A medida que pasaron los años, esta se fue ampliando, como recuerda Luis Miller, sociólogo y científico del CSIC y autor de Polarizados. La política que nos divide (Deusto). “En 2010 estaban en el mismo sitio, pero ya no”, recuerda. “Lo que ha pasado es que los partidos centrales se han ido moviendo hacia los extremos, por la aparición de movimientos más extremistas”.

Si antes de la crisis y, sobre todo, de la aparición de la nueva política, un español de izquierdas y uno de derechas coincidían más o menos en la fe que depositaban en la posibilidad del ascenso social, ya no es así. “Tanto Podemos como Vox lo que le dicen a su partido madre es que no está haciendo lo suficiente, cada uno en un sentido, lo que les obliga a mover el tablero político”, explica Miller. En la izquierda, la crítica a la meritocracia pone en cuestión el sistema en el que se basa la sociedad capitalista de mercado, “que no se entiende sin esa lógica de mérito y esfuerzo”.

“Esta variable ahora es muy central”, recuerda el sociólogo. “Podemos primero y ahora Sumar ponen el foco en la ausencia de igualdad de oportunidades. La crítica de la izquierda es esa, dado que no hay una igualdad de oportunidades perfecta, toda ideología meritocrática es falsa. Luego llega Vox y defiende todo lo contrario: recupera la idea pura y dura del mérito, muchas veces de forma tramposa, porque al fin y al cabo lo vota la gente con mayor renta, por lo que es un poco tramposo. Quizá no haya estado tanto en el debate público de medios, pero para los partidos ha sido central”.

Este clivaje se refleja también en las profesiones que más creen en la meritocracia, y que no por casualidad son los militares, seguidos por agricultores, directores y gerentes. Las ocupaciones en que es menor son el personal de apoyo administrativo, operadores de máquinas e instalaciones, técnicos y profesionales de nivel medio e intelectuales. La gran diferencia es que tanto militares y policías como agricultores (trabajadores cualificados agropecuarios, forestales y pesqueros) son las dos únicas ocupaciones que creen ahora más en la meritocracia que hace 15 años. En el resto, la confianza es mucho menor.

El gran cambio de mentalidad español

Planteemos un escenario hipotético, el de la cena de Navidad en la que se juntan varias generaciones, con el hijo lamentando que por mucho que se esfuerce y haya hecho todo lo que le dijeron que tenía que hacer, no ha conseguido ni trabajo, ni casa, ni independencia económica, mientras el padre le recuerda que sin estudios, con el único empuje de su esfuerzo, consiguió sacar adelante a su familia. Son dos concepciones de la realidad que terminan configurando esas distintas visiones de la meritocracia.

"Se ha desdibujado el futuro, la condición sin la cual no hay carrera meritocrática"

Mi generación, la X, la de finales de los sesenta y principios de los setenta, pensábamos que estudiar y trabajar tenía una recompensa”, añade García Cívico, que nació en 1969. “Luego llegan otras generaciones que han sufrido una serie de crisis y se ha desdibujado la idea de futuro, la condición sin la cual no hay una carrera meritocrática”. Es algo común tanto en las sociedades capitalistas occidentales como EEUU, donde entrar en Yale o Harvard es visto como un privilegio, como en la Rusia actual.

En 1987, según el CIS, el 47,8% de los españoles señalaba que el factor más importante para salir adelante en España era “una buena preparación”. El 19%, trabajar duro. Tan solo un 12,4% lo achacaba a “una familia influyente” y un 15,5%, a la suerte: un 27,9% en total. Hoy, el porcentaje ha ascendido hasta el 49,6%. Lo que ha cambiado, entre medias, es la confianza que la sociedad depositaba en la educación como medio de promoción social y que se ha ralentizado desde los años noventa.

placeholder Tus padres creían en la educación. ¿Y tú? (EFE/Víctor Lerena)
Tus padres creían en la educación. ¿Y tú? (EFE/Víctor Lerena)

“Como la educación es el principal factor que explica nuestra posición en el mercado de trabajo, si esta ya no asegura la movilidad social o trabajar de lo tuyo, la gente joven empieza a cuestionarse hasta qué punto funciona”, valora Gil. Sin embargo, hay algo que resulta llamativo en los datos: los más jóvenes, de entre 18 y 24 años, son los únicos que creen más en el mérito ahora que en 2009. Para Miller, se trata de un efecto bumerán ante tanto discurso antimerocrático.

“Es comprensible que los padres crean más en la meritocracia porque, con el viento de cola, era más sencillo que sus esfuerzos se vieran recompensados, ya que en muchos casos mejoraron su vida con respecto a sus propios padres”, añade Salas-Rojo. “Y al revés: el hecho de que los nacidos en los ochenta y noventa tengan una trayectoria personal similar a la de sus padres (estudios, máster, etc.) y vean que siguen inestables y con cierta futurofobia les lleva, claro, a cuestionar esta idea”.

¿De qué hablamos cuando hablamos de meritocracia?

Otra gran cuestión es la manera en que entendemos la meritocracia. Como recuerda Gil, puede verse como un sistema de selección dentro del sector público con el que más o menos todo el mundo está de acuerdo, como ocurre con las oposiciones, pero hoy se entiende antes como “una legitimación de las desigualdades y del statu quo”.

"La meritocracia no es un invento, todos tenemos intuiciones morales sobre ella"

La mayoría de visiones actuales sobre la meritocracia reflejan lo que García Cívico considera una visión caricaturesca y negativa, por lo que es natural que cada vez se crea menos en ella. “Implica asumir consciente o inconscientemente la expresión más frívola de la meritocracia, la que viene de países como EEUU, donde pensadores como Sandel lo asocian con el discurso frívolo de los mejor situados, que consideran que lo que han conseguido lo han logrado por sus propios medios”, valora.

“La meritocracia no es una película que nos cuentan”, insiste Luis Miller, que recuerda que hay estudios evolutivos que muestran que a la edad de ocho años nace entre los niños la idea de que es justo premiar a los que lo hacen mejor, después de una infancia “egoísta”. “No es solo una historia, como algunos defienden, sino que tenemos intuiciones morales compartidas respecto a la meritocracia”.

placeholder Michael J. Sandel, al recibir el premio Princesa de Asturias. (Reuters/Vincent West)
Michael J. Sandel, al recibir el premio Princesa de Asturias. (Reuters/Vincent West)

La gran pregunta es cuál es la alternativa. “No se puede traducir la ausencia total de igualdad de oportunidades con que no sirve para nada, porque lo tenemos todo organizado con criterios meritocráticos”, recuerda Miller. “La meritocracia es una cuestión de izquierdas, porque una persona puede mejorar su posición dejando a un lado la herencia familiar”, añade García Cívico. “Si no suscribimos las definiciones ingenuas, es el mejor sistema, porque lo que conocemos como la herencia, el nepotismo, el enchufismo o las redes sociales son peores. Hace falta crear una sociedad que confíe en la que los estudios o el trabajo permitan transcender la clase”.

En su discurso de agradecimiento, Martínez Bravo relataba sus modestos orígenes en el barrio obrero barcelonés de Prosperitat, hija de migrantes de Burgos. Su madre, explicaba, no entendía por qué pedía becas ya que consideraba que estaban amañadas. Si hubiese seguido “ese escepticismo”, no habría llegado a ser una de las economistas más reconocidas de España. “A veces creo que la meritocracia se percibe como todo o nada: negar que hay cierta meritocracia hace un flaco favor a todas las personas que quieren y pueden esforzarse y tienden a la negatividad. No es fácil, pero no es imposible, y cuando una persona viene de ciertas zonas, debería reivindicarlo con orgullo”, concluye.

Cuando en septiembre de 2021 la economista Mónica Martínez Bravo recogió el Premio Sabadell a la investigación económica, decidió centrar su discurso de agradecimiento en la igualdad de oportunidades. “¿Existe?”, se preguntaba ante el auditorio. “Mi historia personal podría parecer que así lo acredita. Pero hay tantos instantes en mi trayectoria donde el camino se podría haber torcido que no creo que mi historia pueda considerarse representativa”.

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