Es noticia
Hay cosas mucho peores que ser un reponedor con tres carreras
  1. Cultura
'TRINCHERA CULTURAL'

Hay cosas mucho peores que ser un reponedor con tres carreras

El mito de clase media del titulado con un mal trabajo nos hace olvidar que, a la larga, no les va tan mal como a otros millones de trabajadores

Foto: Foto: Reuters/Sergio Pérez.
Foto: Reuters/Sergio Pérez.

Lo admito. Yo también fui un envidioso posadolescente, uno de esos universitarios que cada vez que veía a sus compañeros del instituto cobrar sus primeros sueldos, comprarse sus primeros coches y permitirse caprichos que estarían lejos de mi alcance hasta mucho después me preguntaba qué había hecho mal. El obrero con BMW, ese estereotipo de la época, era mi enemigo inconfesable. "Ya verás dentro de unos años", decía mi madre, pero no veía nada.

Hasta que pasaron los años y lo vi. No hay envidia más estúpida que la del privilegiado, aunque este no sea capaz de ver más allá de su propio ombligo, refugiado en el mito de la meritocracia. Pero si yo estudiaba mucho, pero si yo me había esforzado para sacar buenas notas y estudiar lo que quería, pero si yo me lo merezco y ellos no. Eran los años anteriores a la crisis, ese momento en el que nos creímos de verdad que subirse a un andamio era un atajo a la abundancia. Pero los novios de mis compañeras del instituto eran así: mayores de edad, sin estudios pero con coche, mientras yo era un mindundi que no tenía ni bonobús.

La tragedia del universitario reponedor es que está donde no le corresponde

A lo largo de los años de la crisis, me sentí por fin comprendido. Los periodistas comenzaron (comenzamos) a publicar perfiles sobre talentosos jóvenes con tres carreras, dos másteres y un cursillo en el extranjero que no podían encontrar trabajo o se veían obligados a aceptar empleos "no cualificados" (perdón por la expresión). Nos identificábamos con ellos porque de hecho éramos nosotros. La tragedia de esas historias no era que fuesen trabajos remunerados de manera injusta, sino empleos que no les correspondían, que estaban reservados a otros. A los pobres.

Esos artículos siempre generaban atención, porque tocaban un punto muy sensible en el imaginario colectivo español. El de la traición de las expectativas de la clase media. En algunos casos, la decepción era económica: ¡con lo caros que nos han salido los másteres!

Lo que aparecía mucho menos en los medios eran los trabajadores que se habían quedado en la calle, todos esos amigos hacia los que sentía una envidia que se convirtió en alivio por no estar en su lugar, quizá porque la clase media española (es decir, todos menos el Rey) no se identificaba con ellos. Como mi estúpido yo adolescente pensaba, no se lo habían currado, no se lo merecían. El problema era suyo.

placeholder El mito de los años dos miles. (EFE/Rolex Dela Pena)
El mito de los años dos miles. (EFE/Rolex Dela Pena)

Esta semana circulaba por redes sociales la enésima entrega de esta serie, que contaba la historia de una joven estudiante de biotecnología de 23 años que ha tenido que trabajar de reponedora y considera que no podrá independizarse hasta los 30. Las cuentas no me terminan de salir. La letra pequeña de esa clase de relatos que no suelen tener continuación es que es posible que en unos años a esa persona no le vaya tan mal, o al menos, no tan mal como a otros.

El autor del artículo llamaba "generación engañada" a la de la joven, y empiezo a pensar que la "generación engañada" debe de ser la generación más larga de la historia, porque es la mía, la de los nacidos en los 80, y la suya, la de los nacidos a finales de los 90. La historia del engaño generacional es ya demasiado prolongada, quizá porque se basa en una idea equivocada: que la injusticia no se encuentra en que haya trabajos malos, sino en que esos trabajos malos no estén ocupados por la clase trabajadora.

La sospecha universitaria

Las sociedades viran entre ilusiones y desilusiones, y hoy desconfiamos de la universidad en la misma medida en que nuestros padres (y abuelos) confiaron en ella, porque se valora más lo que no se tiene que lo que se da por garantizado. La universidad fue para varias generaciones la principal puerta de acceso no solo al ascenso social, sino sobre todo, a unas posibilidades culturales, laborales y sociales que hasta poco antes habían estado reservadas a unos pocos. La principal apuesta para millones de familias, que veían con ilusión cómo sus hijos podían llegar donde ellos no pudieron.

La decepción nos ha conducido hasta una enmienda a la totalidad casi nihilista

Por eso, caló tanto en el imaginario español el estereotipo del "reponedor con tres carreras", como símbolo de que algo había salido mal. Se había roto el pacto supuestamente meritocrático que asfaltó la pos-Transición, que aseguraba que pasar por la universidad nos iba a garantizar un lugar privilegiado en la sociedad. La lógica era la siguiente: un inmigrante o una persona sin estudios, si cobran mal como reponedores, están en su sitio, la sociedad funciona perfectamente. Si le ocurre a un universitario, el orden social se ha corrompido. No se trata de dignidad, sino de estar donde a uno le corresponde o no.

Las miradas no se dirigieron al mercado laboral, ni a las empresas, que qué van a hacer si pueden contratar doctorados a coste de sueldo mínimo, sino a la universidad. ¿Por qué nos has traicionado? Esta decepción ha derivado poco a poco en una desconfianza injustificada, que va acompañada de una enmienda a la totalidad hasta caer casi en el nihilismo inmovilizador. Lo sintetizaba bien recientemente en un programa de TVE el sociólogo y politólogo Joan Navarro: "Antes la principal herencia que un padre podía darle a sus hijos era la educación universitaria, hoy la educación universitaria tiene muchísimo menos valor que tu padre pueda pagarte el alquiler de una casa".

placeholder La sospecha ante la traición. (EFE/ Fernando Villar)
La sospecha ante la traición. (EFE/ Fernando Villar)

"Una carrera ya no vale nada" es una frase que nos hemos aburrido a escuchar, y que supongo que encanta a las empresas que tienen que vender másteres a precios cada vez más inaccesibles, para que las clases medias y bajas se hipotequen para simplemente aspirar a conseguir trabajo. Incluso dejando a un lado que la universidad debería ser mucho más que una agencia de colocación que "garantice" un trabajo, es mentira. Según el SEPE, el número de parados de larga duración sin estudios más que dobla al de los titulados universitarios (48,97% frente a 23,36%).

Que nadie se lleve a engaño ante los titulares que afirman que la tasa de paro entre los titulados en Formación Profesional es menor que la de los universitarios: esta solo lo es entre los jóvenes, entre otras cosas, porque su incorporación al mercado laboral es más temprana. Por ahora, como muestran los datos del INE (gracias a la compañera Marta Ley por encontrar el dato), los universitarios sufren un paro de larga duración que es casi la mitad que los de FP (3,1 frente a un 6,2%).

Pensar que todo da igual beneficia a los que ya parten de posiciones privilegiadas

Hay algo muy peligroso en la facilidad con la que aceptamos que la universidad no sirve para nada, cómo nos prestamos a devaluarla repitiendo tópicos, defendiendo que da igual hacer una cosa u otra pues la meritocracia no funciona y, por lo tanto, no hay nada que podamos hacer. Es una trampa elitista, porque arrebata a la mayoría de personas la principal herramienta que tenía para mejorar sus condiciones, no solo económicas, sino también sociales y culturales. Como bien decía Lucas Gortázar, "a los hijos de clase baja les compensa llegar a la universidad, esto es clarísimo. Hacer un discurso de que estudiar no sirve para nada es falso y es clasista".

Es el peligro de desconfiar de la meritocracia por completo a través de relatos de la excepción. Pensar que todo da exactamente igual solo beneficia a los que ya parten de posiciones privilegiadas, porque disuade a las demás de buscar alternativas. Durante décadas, los hijos de las clases bajas accedieron a la universidad española como nunca antes lo habían hecho, propiciando la mayor mejora educativa y social de la historia de nuestro país. Por fin, los que no tenían por qué estar ahí porque su lugar era otro accedían a los puestos que estaban reservados para unos pocos.

Foto: La sede central de Al Jazeera en Doha. (Reuters/Fadi Al-Assad) Opinión

Me encontré el otro día con una amiga de la Complu. Quizá nos quejamos juntos hace quince años de que pronto solo podíamos ser reponedores mal pagados, pero al final no lo hemos sido. Me contó lo mismo que llevaba tiempo viendo. Que, pasado todo este tiempo, los universitarios habíamos conseguido abrirnos hueco, pero los que no, lo estaban pasando mal. El mito de clase media del reponedor con tres carreras decepcionado por la universidad nos hace olvidar la triste realidad del trabajador que se pasa décadas encadenando humillaciones hasta que un buen día se queda sin nada.

Lo admito. Yo también fui un envidioso posadolescente, uno de esos universitarios que cada vez que veía a sus compañeros del instituto cobrar sus primeros sueldos, comprarse sus primeros coches y permitirse caprichos que estarían lejos de mi alcance hasta mucho después me preguntaba qué había hecho mal. El obrero con BMW, ese estereotipo de la época, era mi enemigo inconfesable. "Ya verás dentro de unos años", decía mi madre, pero no veía nada.

Educación Paro Prestaciones por desempleo Trinchera Cultural
El redactor recomienda