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Manual para sobrevivir a un pequeño desastre del Real Madrid y no perder la compostura
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Manual para sobrevivir a un pequeño desastre del Real Madrid y no perder la compostura

El conjunto blanco atraviesa la cuesta de enero, cuando hay futbolistas fuera de forma, poca tensión en los pases y jugadores que empiezan a ver peligrar su titularidad

Foto: Benzema, frustrado contra el Villarreal. (Reuters/Pablo Morano)
Benzema, frustrado contra el Villarreal. (Reuters/Pablo Morano)

El Madrid es un equipo grande, glorioso y omnipotente, aunque esas palabras solamente las utilicen los que lo odian. Navega por los telediarios del mundo como si fuera un suceso ajeno al fútbol, parte de la geopolítica o de la historia, como las guerras o las catástrofes humanitarias. Pero tiene sus puntos débiles. Uno de ellos es el Villarreal. Y otro es el mes de enero, cuando confluye la marejada de odios que incuba el Madrid en la primera parte de la temporada. Le vaya bien o le vaya mal en ese primer tercio (este año, de una cierta ambigüedad, rutina y victoria en curva descendente), en enero, tras las vacaciones y los Reyes Magos, se vislumbra una debilidad franca que se hace notar en la poca tensión de los pases, en las coberturas inexistentes, en los jugadores fuera de forma y en el mordiente de los contrarios. Son iguales todos los eneros para los blancos y quizá sea algo necesaria para el estallido de primavera en la Champions.

Antes del partido contra el Villarreal, saltó la sorpresa: al parecer, era la primera vez en la historia del mundo, en la que el Madrid, jugaba sin españoles en el 11 inicial. Ningún madridista dio importancia al asunto, no así esa tribu que hace del odio a España su modo de vida y utiliza al Real Madrid como metáfora de todo lo que no funciona en el mundo. El español de últimamente era Carvajal, un jugador que lleva montado en su decadencia desde hace mucho tiempo. Tuvo cuatro partidos el año pasado, todos en los momentos cumbre, donde volvió a ser ese lateral capaz de trascender su pequeño cuerpo y volar hasta donde llega la imaginación del hincha. Pero fue un oasis. Y Ancelotti está empezando a probar cosas nuevas. Por ejemplo, Militao.

Foto: Endrick celebra un gol con Palmeiras en el campeonato brasileño. (REUTERS/Rodolfo Buhrer).

El Madrid comenzó animoso como si los jugadores continuaran una lección de mediados de septiembre. Los tres medios oficiales: Modric-Kroos como museos vivientes y el joven Tchouaméni, ya no tan impoluto desde que el Dibu lo descuajaringó en la tanda de penaltis de la final. El Villarreal esperaba tranquilo en un estadio que siempre ha tenido mala cara para los blancos. Valverde como falso extremo, Karim danzando en el salón y Vinícius escapándose del reformatorio eran los tres jugadores que completaban el ataque madridista.

Al principio incluso Modric parecía vivo. Dejó un detalle, un túnel a un contrario que abrió un paso en el área y fue como un anuncio de la primavera. Un detalle que dejó sonriente al público en los bares y a los jugadores madridistas sobre el césped, muy complacientes con ellos mismos como si estuvieran en un partido homenaje. Acto seguido, el Villarreal trenzó una ocasión de gol. Sin muchos problemas. Así, pam-pam-pam. Y el balón estaba rondando a Courtois, tan gigantesco como el pulpo secreto de las profundidades abisales.

placeholder Benzema se lamenta durante el encuentro. (EFE/Biel Alino)
Benzema se lamenta durante el encuentro. (EFE/Biel Alino)

Un problema grave en la medular

Modric y Kroos, Kroos y Modric. Es imposible prescindir de dos arquitectos de esa talla y es imposible gobernar un partido racionalmente con dos hombres en la edad de jubilación. En una final, donde lo invisible pesa más que lo visible y las emociones se hacen carne sobre el césped, son una garantía de mandar en el corazón mismo del juego. En un partido corriente, cada salida jugada de los contrarios, es un drama. El Madrid lo fía todo a la eficacia de los delanteros y a la contundencia de los defensas. Los medios navegan llevados por las olas y aunque se crezcan con la espuma, nunca mandan sobre el rival. Valverde está semienterrado en su banda por los adjetivos que le dedicaron el pasado año. Ya con Uruguay su rendimiento fue mediocre. Ha perdido la punta de velocidad y el frenesí en su juego, y todavía no tiene la experiencia para dirigir desde la normalidad.

La defensa del Madrid era contundente en apariencia. Alaba y Rudiger de centrales, Mendy y Militao de laterales. En la realidad sobre el campo fue un desastre muy vistoso. Algo así como metal pesado por fuera y nata montada por dentro. Quizás solo estén faltos de compás o quizás Rudiger sea un hombre furioso que cae en todas las trampas por exceso de inocencia. Lo que está claro es que Mendy tiene un azadón donde otros jugadores gozan de un empeine. En su mejor pase del partido, dejó a un jugador del Villarreal solo contra Courtois y puso al Madrid en desventaja.

placeholder El Villarreal celebra un tanto. (EFE/Domenech Castelló)
El Villarreal celebra un tanto. (EFE/Domenech Castelló)

En el otro equipo estaba Parejo. Un ex del Madrid lleno de rencor y de un talento vacilón, hiriente, propio de los que hacen dinero con su despecho. Solo juega dos grandes partidos cada año, los que le enfrentan a los merengues. Todo el Villarreal tiene algo dentro inexpugnable para los blancos. Es así desde hace tiempo. Su estilo moroso, que nunca se vence del todo, una forma de atacar inteligente, aprovechando los huecos musicales en la defensa, el espíritu ratonero, agazapado, pero firme; acaba despojando al Madrid de la paciencia y cada partido contra ellos finaliza en una oleada de arrebatos absurdos que mueren contra esa roca viviente que es Raúl Albiol. Una comandancia de la guardia civil, hecha persona.

Salieron Rodrygo, Camavinga, Asensio y alguno más. Hubo oportunidades en ambas porterías. Dio la impresión de que si el partido se hubiera jugado durante siete siglos sucesivos, el Villarreal hubiera siempre marcado un gol más que el Madrid. Fueron mejores. El reverso de la tranquilidad principesca de Ancelotti es esa falta de motivación en larguísimos momentos de la vida corriente. Esos momentos donde el madridista hierve por dentro, entre los desprecios de las aficiones rivales, encantados de que perder un partido sea considerada una catástrofe nacional.

Las razones del bajón

Los comentaristas de la tele estaban eufóricos. Después de una Navidad eterna, llega el mejor regalo que le puede hacer Florentino a la concurrencia: una derrota como una ballena moribunda de la que la prensa podrá llenarse la panza durante un par de semanas. Pero hay razones detrás del bajo rendimiento. Estas son:

Karim Benzema. Sigue siendo el príncipe del Madrid, su juego es el mismo de siempre, pero le falta un aleteo para dominar la jugada. Cuando llega al remate parece venir de un largo peregrinar, y en tres cuartos su danza no es indescifrable. Después de dos temporadas escribiendo la historia ha llegado el valle. Nadie quiere mirar en el documento donde dicen que está su edad. Y Karim es un místico que saca una oración de donde otros solo ven un horizonte. Tengamos fe. Llegará marzo, las grandes migraciones y la luz. Y recompondrá su figura.

Vinícius. Es el gran generador de ocasiones de Europa occidental, pero su juego se ha vuelto obvio. Por la izquierda está peleado con los rivales y es mejor cuando salta de lado a lado. Ya no está en paz con su espíritu y vuelve a faltarle la respiración antes del disparo. Ese suspiro que es pausa y gol. Y el gol debe ser su forma de vida.

placeholder Discreto partido del croata. (Reuters/Pablo Morano)
Discreto partido del croata. (Reuters/Pablo Morano)

Modric. Exactamente, el mismo Modric del año pasado por estas fechas. Un jugador de 15 minutos por partido y después, detalles tan pequeños y hermosos como las fábulas infantiles. Nunca será un jugador rígido o decadente, pero un día todo acabará. Su juego impide al Madrid demasiadas cosas, pero está escrito en algún sitio que debe agotar las posibilidades de su fútbol en el equipo blanco. Todas. Hasta el final. Hasta que desaparezca y se haga rumor de fondo en el Bernabéu.

Mendy. Es un jugador con los empeines cambiados de sitio. Corre como si siempre se fuera a salir de plano. El Bernabéu ya no es el estadio inmisericorde de otros tiempos, pero es difícil que alguien con esa apariencia torpe salga indemne de una mala noche. Antes salvaba los goles que ahora rebotan en su cuerpo. El lateral izquierdo era el sitio de la magia y ahora es el de la nostalgia.

Camavinga. Todo cambia cuando él trota sobre el campo. Cuando lleva el balón en conducción da la impresión de tener un objetivo en la vida. Gana los duelos con la cabeza levantada y abarca una extensión de campo similar a la de la extinta unión soviética. Debe jugar, debe ser titular. Lo necesita el equipo y lo necesita el espectador. Ya será el tiempo de las condecoraciones. De momento, es enero.

El Madrid es un equipo grande, glorioso y omnipotente, aunque esas palabras solamente las utilicen los que lo odian. Navega por los telediarios del mundo como si fuera un suceso ajeno al fútbol, parte de la geopolítica o de la historia, como las guerras o las catástrofes humanitarias. Pero tiene sus puntos débiles. Uno de ellos es el Villarreal. Y otro es el mes de enero, cuando confluye la marejada de odios que incuba el Madrid en la primera parte de la temporada. Le vaya bien o le vaya mal en ese primer tercio (este año, de una cierta ambigüedad, rutina y victoria en curva descendente), en enero, tras las vacaciones y los Reyes Magos, se vislumbra una debilidad franca que se hace notar en la poca tensión de los pases, en las coberturas inexistentes, en los jugadores fuera de forma y en el mordiente de los contrarios. Son iguales todos los eneros para los blancos y quizá sea algo necesaria para el estallido de primavera en la Champions.

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