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El dominio magnánimo en el Real Madrid de Carlo Ancelotti, el mejor artesano del mundo
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El dominio magnánimo en el Real Madrid de Carlo Ancelotti, el mejor artesano del mundo

El entrenador italiano ha sabido entender la idiosincrasia del Real Madrid y fundirse con sus costumbres. "El fútbol es simple", dice Ancelotti en un deporte automatizado hasta el límite

Foto: El técnico italiano sonríe durante una rueda de prensa. (EFE/Leszek Szymanski)
El técnico italiano sonríe durante una rueda de prensa. (EFE/Leszek Szymanski)

En la temporada pasada, en los cuartos de final contra el Chelsea, el Madrid perdía por 0-3 y Ancelotti sacó a Kroos del campo. El alemán —que había sido sustituido alrededor del minuto 70, mal minuto, en todos los partidos importantes— le hizo saber con gestos al entrenador que estaba disgustado, que había cometido una grave injusticia. Carlo le ofreció la mano y Toni se la estrechó con desgana. No volvió a pasar. A partir de entonces, el momento de la sustitución ritual de Kroos se alargó en el tiempo hasta casi el final del partido.

En la siguiente remontada del Madrid, contra el Manchester City, todos los veteranos (Marcelo, Casemiro, Kroos y Modric) estaban ya en el banquillo cuando llegó la prórroga. Y Carlo consultó sus cambios con los veteranos. Les preguntó y ellos respondieron. Fue la comunión de los santos. Una familia luchando desesperadamente por su salvación. Y el Madrid ganó con un espíritu que solamente se puede encontrar en los libros antiguos. Kroos jugó entera la final contra el Liverpool e hizo un partido enorme, como la confianza que Ancelotti depositó en él y que él devolvió gramo a gramo. Cada pase del alemán, desde aquel momento, es una prueba de amor.

placeholder Kroos se saluda con el técnico italiano del equipo blanco. (EFE/J.J. Guillén)
Kroos se saluda con el técnico italiano del equipo blanco. (EFE/J.J. Guillén)

Guardiola hubiera dicho… "Tenemos seis jugadores para tres puestos, así que juegan los que mejor estén". El 'big data' hubiera sentado a Kroos en febrero para traspasarlo al final de temporada, y los grandes analistas le achacarían al italiano blandura con las estrellas y lentitud en los cambios. Pero Ancelotti decidió confiar en la persona y el jugador que son uno y trino: la persona, el jugador y el hombre con la camiseta blanca sudando sobre el césped.

El pacificador italiano

Esa libertad casi absoluta que da Ancelotti —y el Madrid— al gran jugador, al que se lo ha ganado, el futbolista se la devuelve más allá del minuto 70, cuando todos se quedan inmóviles, presos del miedo y de la angustia. Es el talento liberado del miedo a fallar, desatado y convertido en letal por la determinación que inunda a todo el equipo en los momentos en que se paran los relojes.

placeholder Ancelotti, junto a su hijo y segundo entrenador. (Reuters/Kacper Pempel)
Ancelotti, junto a su hijo y segundo entrenador. (Reuters/Kacper Pempel)

Es también la cultura de club del Madrid. Cuando Ancelotti consulta los cambios a los veteranos, les vuelve a meter en el partido. El poder está dentro del campo, no fuera. Da igual lo que digan los grandes altavoces de la institución. Son los jugadores los que se pasan el testigo unos a otros. Juanito aupó a Butragueño en aquel partido contra el Cádiz y el Buitre entró en la casa de Raúl para dictarle las normas del dorsal número siete. Es un ciclo geológico, a veces interrumpido, pero que Carlo ha sabido encauzar hasta conectar al Madrid contemporáneo con la corriente profunda de su tradición. Ya lo hizo en su primera venida.

Y en principio, no levantó demasiada expectación.

En 2013, después del tornado que desató Mourinho, se miró a Carletto como un brindis de Florentino a su vieja debilidad: entrenador dúctil con el presidente y amable con las grandes figuras, sin desvaríos tácticos ni salidas de tono. La gente estaba aburrida antes de que el balón echara a rodar. "Ancelotti viene a jubilarse", decían y el juego en un principio parecía darles la razón. La velocidad irracional del equipo empujado por Cristiano y alentado por Mourinho desapareció. También las goleadas increíbles. Y las ruedas de prensa inflamadas que abrían los telediarios. Ancelotti salió a la palestra y dijo: el fútbol es simple. Los analistas se burlaron. Qué iban a hacer ellos si el fútbol fuera simple. Un hombre que reconocía que sus charlas tácticas no duraban más de 15 minutos. Un vago. Alguien de la antigüedad.

placeholder Ancelotti abraza a Modric tras ganar la Champions. (Reuters/Kai Pfaffenbach)
Ancelotti abraza a Modric tras ganar la Champions. (Reuters/Kai Pfaffenbach)

El equipo iba mejorando ante el silencio del Bernabéu. El italiano gusta de los jugadores que duermen con la pelota desde niños. Isco, Modric, Karim o Di María. Y del equilibrio sobre el césped. Los jugadores toman las decisiones, pero saben muy bien cuáles son sus responsabilidades. Es una democracia a la manera de las fábulas amables de los niños. La mirada de Carletto era clara y el equipo fue soldando sus fracturas internas según transcurría la temporada. Un estilo más lento, más seguro, menos provocador que el de José Mourinho. Cierta morosidad en la posesión comandada por Modric.

Ya no se sorteaban los balones para que la estrella furibunda los mandara a los tejados. Pepe y Ramos, los centrales, eran una máquina psicótica propensa al error monumental, que desde que Ancelotti los besara en la frente se llenaron de virtud. Carlo había simplificado el Madrid, haciendo un equipo a la medida de los jugadores. Xabi secaba, Modric salta de eje, Isco pausa y condimenta, Karim decide y merodea: hace surgir. Y Cristiano mata y arrastra al mundo con sus desmarques. Di María está para servirle a usted. El chico de los recados que desde el interior izquierdo agita el partido entero. Un invento de Carlo, que sabe reformar habitaciones y lugares para los jugadores especiales. Las órdenes eran básicas: no dejen la puerta abierta, atiendan a su espalda por si aparece el impostor. Replieguen por las escaleras laterales, por favor. Y el Madrid nunca estuvo mejor colocado sobre el campo.

Cómo entiende al madridismo

Cuando en el 2021 Florentino le volvió a llamar, la prensa y buena parte de la afición reaccionaron de la misma manera que años atrás. El equipo necesitaba una sacudida tras el último año en blanco de Zidane, un Klopp, algo moderno y terminal, que hiciera temblar de nuevo Europa. Una Europa cosida al ritmo de la Premier donde los entrenadores se han convertido en los nuevos demiurgos. Y Ancelotti es el pasado. Aristocrático, sí, pero algo decadente, también. Ancelotti se metió las manos en los bolsillos, se puso a silbar y comenzó a trabajar. No rompió con lo de Zidane —su aprendiz al fin y al cabo—.

Carlo sabe construir lo nuevo sin luchar teatralmente con lo viejo. De repente, Vinícius parecía salido de un ensueño. El italiano le había dicho que se relajara en el último paso antes del gol. Que fuera sencillo ante la portería, que se dejase guiar por el instinto. Y esas palabras lo transformaron. "Yo no soy el entrenador. Soy la persona que entrena", le dijo a Jorge Valdano en una entrevista. Un artesano, como los antiguos maestros del románico, cuya obra prevalecía y se hacía eterna por haber sido construida para una comunidad.

placeholder Carlo Ancelotti da órdenes a Vinícius. (Reuters/Gonzalo Fuentes)
Carlo Ancelotti da órdenes a Vinícius. (Reuters/Gonzalo Fuentes)

Ancelotti no es un revolucionario. Él llega a una nueva nación y asume sus costumbres, su ley, su imaginario colectivo y la política interna. Y sabe para qué pueblo trabaja. Sus caminos son suaves, naturales, como si no existieran. Pero existen. ¿Un clima templado no es clima? Parece que solamente las nieves o los tornados lo sean, pero no es así.

Desde la Segunda Guerra Mundial se vio en Europa que las revoluciones no eran posibles. Había una gran masa de ensayistas, escritores, críticos, artistas y periodistas, obsesionados con la idea cristiana/marxista de la revolución. Se quedaron atrapados en el ámbar de las grandes palabras. Así que se trasladó el foco de la sociedad al arte, y los artistas que hacían saltar los códigos o el lenguaje eran vistos como iluminados. Con la decadencia del arte atrapado entre galerías y museos y la conversión del cine en espectáculo de sobremesa, eso también se acabó.

Pero quedaba el fútbol, donde todavía se erigían ídolos y dioses. Y a partir de Mourinho y sobre todo de Guardiola, los entrenadores se convirtieron en profetas. Pep como heraldo de un mundo mejor. Un nuevo lenguaje innovador. El 'rock and roll' de Klopp. Una táctica revolucionaria, nueva, reluciente, incandescente y fatal. Los periodistas futboleros convertidos en analistas, ensayistas; brillando entre la chatarra de los bares.

Foto: Fede Valverde celebra su gol ante el Atlético de Madrid. (EFE/J.J. Guillén)

Y Ancelotti, que repite: el fútbol es simple. Y todas las máscaras se caen porque gana y proyecta la idea verdadera de un mundo mejor sobre el campo. Como un arquitecto distante y sabio que deja a sus criaturas libertad para errar y superar esos errores. Consigue encajar las piezas de una manera surreal y a la vez, absolutamente natural. Su equipo es un organismo vivo donde cada uno protege las debilidades del otro y potencia sus virtudes. Modric no puede con el alma, pues se le pone a ordeñar un terreno muy pequeño flanqueado por Fede y Tchouaméni. Vinícius y Mendy corren por Kroos al que solamente le hace falta su velocidad mental y el terciopelo de su pie derecho. Militao le hace el juego sucio a Alaba y Rodry entra en las segundas partes para ponerlo todo patas arriba.

Los grandes equipos de Europa son autómatas muy predecibles como el perro metálico de Boston Dynamics. El Madrid es algo muy humano, dirigido por una inteligencia superior por comunitaria y cuyos brazos renacentistas son sostenidos por jóvenes entusiastas. Es un equipo orgánico, no automático. No responde a los estímulos de manera gratuita ni fácil. Busca los vericuetos para doblegar el área rival, cada vez de una forma diferente.

El viejazo de Karim es el átomo suelto, pero con Ancelotti se vislumbra la belleza enorme de la decadencia. Toda la temporada pende de lo mismo. Tras la gracia, a un suspiro, está la nada. Ya pasó en aquella segunda temporada, la de James y la pequeña muerte de Modric. Sin red pero con Dios y Valverde de nuestra parte.

En la temporada pasada, en los cuartos de final contra el Chelsea, el Madrid perdía por 0-3 y Ancelotti sacó a Kroos del campo. El alemán —que había sido sustituido alrededor del minuto 70, mal minuto, en todos los partidos importantes— le hizo saber con gestos al entrenador que estaba disgustado, que había cometido una grave injusticia. Carlo le ofreció la mano y Toni se la estrechó con desgana. No volvió a pasar. A partir de entonces, el momento de la sustitución ritual de Kroos se alargó en el tiempo hasta casi el final del partido.

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