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'Road house': Estamos muy cerca de inventar a Charles Bronson
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'Road house': Estamos muy cerca de inventar a Charles Bronson

Con el éxito de Topuria y los eventos de lucha de Jordi Wild o Ibai Llanos, la masculinidad más bronca parece haberse puesto de moda: esta película lo confirma

Foto: Fotograma de 'Road House'.
Fotograma de 'Road House'.

Es una ley no escrita de Hollywood que, si uno gana o pierde del orden de treinta o cuarenta kilos de peso al objeto de interpretar con más entrega a un personaje gordinflón o a uno finústico, la Academia de los Oscar tendrá en cuenta esa dieta extrema para darte uno de sus premios. Otra ley no escrita es que si te pones en forma, haces aflorar cada músculo desconocido de tu cuerpo y pareces una estatua griega, has dejado de ser actor. En Hollywood, hacerse daño merece un oscar; si estás cachas, vas directo a vídeo.

Directo a PrimeVideo ha ido Road House, para la cual Jake Gyllenhaal diríamos que ha dejado de ser actor: se ha puesto como Topuria. Dirige la cosa alguien que también nos decepciona: Doug Liman, responsable de esa obra maestra llamada Al filo del mañana (2014; y el mejor papel en toda la carrera de Tom Cruise) y de la frenética y también magistral primera entrega de la saga Bourne (2002). Liman y Gyllenhaal dilapidan su prestigio, su talento, su nombradía haciendo una completa chorrada de película... Ésa iba a ser la tesis de mi artículo.

Pero la verdad es que Road House me ha parecido una película estupenda, muy divertida. Más que adaptar una película (vista ahora; la he vuelto a ver) malísima de 1989 con Patrick Swayze, uno diría muy flamenco que adapta El extranjero, de Albert Camus. El protagonista, “de profesión: duro”, es ahora una suerte de Mersault del dance floor, un Raskolnikov del Malibú con piña. Creerán que bromeo: no, en serio, lo de Jake Gyllenhaal en esta película me ha tocado el corazón, es un psicópata, un ser de lejanías, muy similar al personaje de Ryan Gosling en Drive (2011).

El protagonista, "de profesión: duro", es ahora una suerte de Mersault del 'dance floor', un Raskolnikov del Malibú con piña

Por otra parte, no sé si han notado que la juventud de nuestro tiempo vuelve a las andadas biológicas. Básicamente, ellas se exhiben en Instagram y ellos sueñan con romperle la cara a otro en una pelea de bar. El fanatismo despertado por Topuria, el hecho de que Ibai Llanos (ya saben, el-hombre-al-que-le-gusta-pagar-impuestos) prepare ya la cuarta edición de La Velada del Año (gente pegándose para solaz de la juventud) y que el propio Jordi Wild (otro youtuber de fama masiva) haya creado Dogfight (adivinen: gente pegándose para solaz de la juventud), sólo indica que la violencia masculina está de moda, los niños ansían de nuevo demostrar su virilidad y ha regresado la contemplación recreativa de la sangre. Un horror. Es una vuelta a la caverna, al hombre primitivo, ése que no deja que le hagas bizum a su novia.

placeholder El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), recibe al campeón de la UFC en la categoría de peso pluma, Ilia Topuria. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), recibe al campeón de la UFC en la categoría de peso pluma, Ilia Topuria. (EFE)

De tanto pedir a los hombres que planchen la ropa, han acabado redescubriendo el bate de béisbol.

Curiosamente, a mí me desagrada enormemente la violencia real, de octógono o velada, la promueva el-hombre-al-que-le-chifla-pagar-impuestos o un turbio jeque árabe. Sin embargo, la violencia en el cine me maravilla.

Así que Road House es un gran espectáculo de violencia fingida, impropia, imperial. Es una gozada. Jake Gyllenahaal incorpora a su rol un puntito de humor; otro, de sabiduría anatómica (a la manera de Denzel Washington en El protector: ese saberse el nombre del hueso que te va a romper, y decírtelo antes); amén de, como decimos, varios silencios psicópatas totalmente extraordinarios. Jake, su personaje, viene de movidas personales muy chungas, y se notan, se paladean, se ve que está tan loco que sólo puedes quererlo. “Tengo miedo de lo que pasa cuando alguien me lleva al límite”, escuchamos.

Por si fuera poco, a media película podemos disfrutar de un debut actoral casi mítico: el de Conor McGregor. El ex luchador de la UFC hace de sicario o matón último del malo de la película, y su presencia es tan apabullante, autónoma y verídica (a fin de cuentas, si alguien sabe dar puñetazos mortales es él) que eleva Road House a otro nivel. Basta escuchar su voz aflautada, igualmente desequilibrada, para entender que no se trata de un cameo musculado, sino de toda una construcción narrativa.

Este 'Road House', que es infinitamente mejor que el de Patrick Swayze, paga su tributo de diversidad, como era previsible

Este Road House, que es infinitamente mejor que el de Patrick Swayze, paga su tributo de diversidad, como era previsible. En la película original no sale ni una sola persona de raza negra, mientras que aquí la dueña del bar que solicita los servicios del traumado luchador es una mujer negra; y hay una librería inverosímil a un lado de la autopista (¿quién pone una librería cerca de una autopista, por favor?), regentada por una adorable niña negra, con padre negro y madre (negra) muerta. Hasta ahí, la diversidad obligada. También es verdad que en Road House (1989) salía un ciego. Pero 3 personajes negros suben la nota de la inclusividad mucho más que un 1 solo personaje ciego (3-1), como sabemos todos por las matemáticas.

En la cinta de Swayze, además, hay mucho sexo, o muchos desnudos, sobre todo de mujeres, y Patrick parece Chicote llegando al night-club, pues se pone a criticar a los camareros, cocineros y personal eventual, despidiendo a muchos de ellos. Nada de eso queda en la película de Doug Liman, donde no se despide a nadie porque todos, en el bar trasladado de pronto a Florida, son seres de luz, desayunados con quinoa.

Road House, en definitiva, certifica la resurrección de los machitos, la vuelta al tajo del tío duro al que la noche le sale bien si acaba con la ceja rota, “y tenías que ver cómo quedó el otro”. Yo creo que ahora mismo estamos muy cerca de inventar a Charles Bronson.

Muy cerca.

Es una ley no escrita de Hollywood que, si uno gana o pierde del orden de treinta o cuarenta kilos de peso al objeto de interpretar con más entrega a un personaje gordinflón o a uno finústico, la Academia de los Oscar tendrá en cuenta esa dieta extrema para darte uno de sus premios. Otra ley no escrita es que si te pones en forma, haces aflorar cada músculo desconocido de tu cuerpo y pareces una estatua griega, has dejado de ser actor. En Hollywood, hacerse daño merece un oscar; si estás cachas, vas directo a vídeo.

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