Albert Camus no nos importa tanto
Se publican, sin saber por qué, las cartas amorosas que el autor de 'El extranjero' intercambió con la actriz española María Casares
Se han publicado en español las casi 900 cartas que cruzaron Albert Camus y María Casares para decirse cosas bonitas durante más de diez años y usted tiene la misma pregunta que yo: ¿por qué? La respuesta: dinero. Albert Camus, esa marca, vende libros, vende cartas, vende pósteres y, si fuera necesario, también tazas de desayuno.
Esto lo saben las editoriales y los herederos. Una cosa que pasa con las editoriales y los herederos de los escritores es que nunca se reúnen para hablar de literatura. Aunque tengo a gala leer los libros que comento, con
El tomo (1.300 páginas que nadie ha pedido) arranca con un prólogo desavisado. Solo después de varias páginas, la prologuista se nos revela como la hija de Albert Camus. Así, lo que tenemos aquí es a la hija de Albert Camus vendiéndonos las cartas que su padre envió a una amante puntual (un año, en fin), y luego guadianesca (su relación se alargó durante otros doce años), cartas que no creo que Camus le leyera a su esposa (Francine Faure, madre de la prologuista) antes de enviarlas, pero que ahora puede leer todo el mundo. No me estoy escandalizando, solo considero que comerciar con la infidelidad de tu padre bonito, bonito, desde luego, no suena.
En un texto muy fondeado y sólido que les recomiendo antes que el propio libro, Mauricio Bach, después de asentar con precisión los pormenores del caso amatorio, excusa las efusiones varoniles del autor de
Para alcanzar datos y detalles interesantes de la vida y obra de Camus hay que atravesar un Atlántico de sonrojo y cursilería indeseada
No, amigos, hoy en día Camus sería considerado lo que toda la vida de Dios ha sido un hombre infiel, recurrentemente infiel y con santa esposa esperando en casa, plancha en mano. Como ven, no parece que airear estas cartas aporte brillo precisamente a la figura de un escritor que ha pasado a la historia como ejemplo moral, torturadito del existencialismo y experto en el suicidio. En doce años carteándose, Albert Camus no habla del suicidio ni una sola vez, y sí de ligar con jovencitas. "Seduje a una españolita rubia de dieciocho años guapísima", leemos, cuando él tiene 40 (1953). (Todo esto y lo que sigue lo entresaco gracias a la versión digital de las cartas, y a la función de búsqueda de que dispone).
Tanto texto disparado de amor no puede no contener, como es obvio, algo interesante sobre la figura de Camus, pero para alcanzar datos, detalles y anécdotas interesantes de su vida y obra hay que atravesar un Atlántico de sonrojo y cursilería indeseada. Mauricio Bach nos avisa de ese encantador momento en que Camus le presta a María Casares
Conocer que para el propio Camus Orwell era un hermano ideológico, resulta de gran interés (para los cuatro a los que esto nos puede interesar); pero, como digo, si para localizar este dato hay que hozar entre infinitos infiernos de "amor mío", "te echo de menos" y "ohs", realmente no merece la pena el viaje.
Escribió Pessoa, famosamente, que todas las cartas de amor son ridículas, para concluir que es aún más ridículo no haber escrito ninguna nunca. Sin embargo, nada consideró Pessoa sobre la eventualidad de leer las cartas de amor de otros, de desconocidos, ya muertos, muy lejanos, que nada tienen que ver contigo. Es una lectura completamente miserable, de inspector de vísceras, de mirón con excusa. ¡Es que son las cartas de Albert Camus!, puede decirse. No, son las cartas privadas de personas que nunca pensaron que cualquiera podría leerlas, amigos.
Acto despreciable
"Publicar una sola frase cuyo autor no tenía intención de publicar es un acto despreciable; especialmente cartas", escribió Heine. Y Beckett (vale igual para hijos y viudos, claro): "Cuando un escritor muere, la viuda debería ser quemada en su pira funeraria".
Me intriga, en este sentido, cómo se ha armado este volumen, pues las cartas se presentan como una correspondencia completa, cuando el corresponsal más prolífico es muy destacadamente Camus. No explica el prólogo cómo tienen los Camus las cartas de Albert remitidas a Casares, que lógicamente formarían parte de los bienes relictos de esta última; o si acaso Camus hacía copia de sus cartas, como era costumbre en otros tiempos; o si se perdió alguna (que me da que sí); o si estas cartas permanecieron en un cajón familiar hasta que hubo que hacer reforma en casa, y solo entonces se vendieron. ¿Quedó bien la casa?
En 1955, Felice Bauer vendió a una editorial de Nueva York por 8.000 dólares las cartas que Kafka le envió. Ese mismo año Camus pensaba que estaba escribiendo cartas a María Casares, y lo que estaba haciendo en realidad era imprimir dinero para el futuro. La correspondencia de los escritores, y sobre todo de los grandes escritores, puede sin duda guardar algún interés, incluso ser una lectura excelente. Es el caso de las cartas de Kafka a Milena (muy especialmente). Pero es que Kafka no creo que escribiera una sola carta en su vida pensando en Milena, sino en un lector ideal y postrero, y en sí mismo. No en vano, su
Las misivas privadas también tienen interés si en ellas se trata sobre la propia obra (Flaubert a George Sand) o sobre el mundo editorial, y por eso
Muchos escritores, en efecto, perdieron el tiempo escribiendo cartas (el propio Samuel Beckett envió 15.000; André Gide, 25.000), igual que ahora los escritores pierden el tiempo ligando por Instagram. Cada época ha tenido su forma de dilapidar el talento literario con escrituras colaterales; pero solo muy recientemente la publicación de diarios íntimos, notas en cuadernos y cartas solo-para-tus-ojos ha logrado dilapidar la dignidad.
Se han publicado en español las casi 900 cartas que cruzaron Albert Camus y María Casares para decirse cosas bonitas durante más de diez años y usted tiene la misma pregunta que yo: ¿por qué? La respuesta: dinero. Albert Camus, esa marca, vende libros, vende cartas, vende pósteres y, si fuera necesario, también tazas de desayuno.
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