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La gran tradición de las familias francesas: morirse
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La gran tradición de las familias francesas: morirse

El nuevo libro de Amelie Nothomb, 'Primera sangre', demuestra que la autora sigue siendo una maestra de la novela breve

Foto: La escritora Amélie Nothomb. (EFE/Andreu Dalmau)
La escritora Amélie Nothomb. (EFE/Andreu Dalmau)

Hace años, la red social de lecturas Goodreads permitía darle a un botón para saber de inmediato los "autores de los que más libros has leído". Cuando apreté ese botón, me aparecieron arriba del todo Thomas Bernhard, Francisco Umbral o Andrés Trapiello, con varias decenas de títulos cada uno. Entre los 20 autores de los que más libros había leído sólo había una mujer, Amélie Nothomb.

¿Me asusté? No, no me asusté por lo que en principio parecía una prueba evidente de que uno leía muchos más hombres que mujeres, sino que me di cuenta de que había muy pocas autoras en el mundo (fuera de las estrictamente dedicadas al best seller) cuya obra contara con más de 10 títulos, con más de 20, y no digamos con más de medio centenar, como es el caso de Umbral o Galdós o Baroja.

placeholder La escritora Amélie Nothomb.
La escritora Amélie Nothomb.

Tiene, Amélie Nothomb, una singularidad encantadora, y no poco divertida. Nuestra autora se ha obligado desde 1992 a escribir un libro cada año, y todo lo demás le da un poco igual. El libro siempre es breve, de temática ligera y vagamente autobiográfico. Lo leas o no, ella está escribiendo ya otro libro. El éxito (y ha tenido varias ocasiones para marearse) no la perturba al punto de que un año se quede sin escribir. El fracaso tampoco. Ni envejecer ni ver cómo otra autora en lengua francesa gana el Nobel hace que Amélie Nothomb no tenga novela nueva cuando llega el 31 de diciembre. Ella está a lo suyo, que es morirse dejando una novelita por cada año vivido.

Esta escritura disciplinada y desmigajada, y un poco en contra propia (la estrategia de dejar respirar a los lectores tres o cuatro años antes del nuevo libro, como hacen la mayoría de los escritores, no va con ella), tiene como consecuencia que la obra de Nothomb haya perdido en cierta medida su centro. Normalmente, un autor tiene un gran éxito y todo el mundo lo sabe, y lo lee, y luego, para subir nota, se leen otras novelas suyas. Ahora mismo no sabría decirles por qué novela es famosa Amélie Nothomb para las gentes del mundo editorial, no digamos para los más jóvenes, o qué libro suyo siempre está en las librerías o suele ser el recomendado para empezar a leerla.

En sus novelas siempre hay algo monstruoso, o cruel, un cierto halo de cuento infantil, de cuando los cuentos infantiles eran crueles

Yo la leí bastante pronto, cuando en España la publicaba una editorial llamada Circe. Su primera novela, Higiene del asesino, establecía ya, con anticipación deslumbrante, las claves de todos sus libros posteriores. Se trata, primeramente, de una novela breve, no creo que superen nunca las 30.000 palabras; la prosa no tiene misterio: frase corta, párrafo corto, capítulo corto. Es como una manualidad. Una manualidad del mal. En sus novelas siempre hay algo monstruoso, o cruel, un cierto halo de cuento infantil, de cuando los cuentos infantiles eran crueles. Hay, de hecho, muchas niñas o muchachas en sus libros, muchos hombres viejos y terribles. Caperucita y el lobo, en suma.

Con Higiene del asesino (que señala también un talento envidiable para los títulos), destacaría de la primera etapa de la autora Atentado (1997), Estupor y temblores (1998), Metafísica de los tubos (2000) y Cosmética del enemigo (2001). Todas ellas, juntas o por separado, hacen a Nothomb acreedora del premio Nobel dos o tres veces por lo menos.

Pero ¿qué puedes esperar de un premio que dan 18 suecos, realmente? Después de no pocos años sin leerla, caí al buen tuntún en algunos de sus libros
nuevos, como Ni de Eva ni de Adán o El viaje de invierno, que no vi que aportaran nada (casi al contrario) al recuerdo impagable que guardaba de la autora. Siempre pienso que es una mala idea sepultar los propios libros buenos con nuevos libros regulares, pero, al mismo tiempo, no dejo de admirar la pasión por escribir de un autor que es capaz de anteponer su vocación a su vanidad.

El caso es que ahora mismo tenemos nuevo libro de Amélie Nothomb. Se titula Primera sangre y es realmente bueno.

'Primera sangre'

Haciendo el número 30 de sus novelas, Primera sangre hay que leerla como cualquier novedad editorial del siglo XXI: sin atender a la sinopsis en la contraportada.

Consecuentemente, tampoco deberían ustedes seguir leyendo esta reseña mía, pero ya sé que eso es mucho pedirles. Porque Primera sangre empieza con fuerza marcial y nada autobiográfica: "Me llevan ante el pelotón de fusilamiento. El tiempo se estira, cada segundo dura un siglo más que el anterior. Tengo veintiocho años".

La novela parece una ficción pura, lejana en el tiempo (un tiempo donde se fusilaba, qué nostalgia) y protagonizada por un hombre de acción.

placeholder Portada de 'Primera Sangre', el nuevo libro de Amélie Nothomb.
Portada de 'Primera Sangre', el nuevo libro de Amélie Nothomb.

Sin embargo, unas palabras de Sacha Guitry encabezan la novela, a modo de cita: "Mi padre es un niño grande al que tuve cuando yo era muy pequeño", que ya nos daba pistas, no atendidas, sobre su contenido verdadero. Página a página, entonces, la primera impresión va desmoronándose: la novela tiene mucho más que ver con Amélie Nothomb de lo que pensamos. De pronto, en la página 30 leemos: "Hay que enviarlo a pasar el verano con los Nothomb". Nuestro casi fusilado, en un radical flashback, se ha hecho niño, y es ese niño, y muchos otros niños asalvajados, el auténtico tema de Primera sangre. Ese niño es el padre de la autora.

En los primeros compases de la obra, hay un humor maravilloso, una prosa perfecta, que debe mucho a su traductor, Sergi Pàmies. "Morir es una tradición familiar", nos dice el narrador. Y luego, sobre su madre: "En su opinión, respirar estaba sobrevalorado". Es la habitual crueldad amable de Nothomb. Luego, durante todo el tramo central, la novela se regodea en estas crueldades, al dedicar la mayor parte de la narración a un montón de niños criados de cualquier manera en una mansión perdida, por sus abuelos.

Elegir a los lectores

"No me había dado cuenta de que Donate era anormal. Allí todo el mundo me parecía anormal", confiesa el narrador sobre una prima suya con discapacidad intelectual (frase que deben darse prisa en subrayar hoy, pues será corregida políticamente en cuanto nos descuidemos). El hambre, la poesía y el frío, así como un darwinismo genealógico infranqueable, protagonizan los veranos y navidades en casa de los abuelos Nothomb de quien luego sería padre de Amélie. Y confiesa: "Aquellas vacaciones de Navidad fueron lo que más se parecía a la felicidad".

Porque Primera sangre trata de eso, de cómo crecen los niños y cómo se hacen felices a sí mismos, muchas veces en contra de toda expectativa. También es una novela magistral sobre el padre, pues lo que menos vemos es a la autora dándonos el coñazo sobre su padre, y sí dándonos literatura (no nos interesa el padre de ningún autor: nos interesa la literatura; personalmente, estoy harto de autores contándonos lo de su padre, como si nos importara). En rigor, podría decirse que Amélie Nothomb escribe sobre su padre en tanto en cuanto su padre tenía una buena historia que contar (el fusilamiento con el que da inicio el libro), y no para asestarnos sus traumas, conflictos filiales o cuánto lo quiere. Es ahí donde vemos lo gran escritora que es Nothomb, en que, entre su padre y los lectores, elige a los lectores.

Hace años, la red social de lecturas Goodreads permitía darle a un botón para saber de inmediato los "autores de los que más libros has leído". Cuando apreté ese botón, me aparecieron arriba del todo Thomas Bernhard, Francisco Umbral o Andrés Trapiello, con varias decenas de títulos cada uno. Entre los 20 autores de los que más libros había leído sólo había una mujer, Amélie Nothomb.

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