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La sangre y el sexo imantan la fabulosa ópera 'Poppea' de Bieito en el Liceu
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La sangre y el sexo imantan la fabulosa ópera 'Poppea' de Bieito en el Liceu

El director de escena mirandés se alía con Jordi Savall y un reparto deslumbrante para exponer todo el vigor contemporáneo de la remota ópera de Monteverdi

Foto: 'L’incoronazione di Poppea', de Bieito, en el Liceu.
'L’incoronazione di Poppea', de Bieito, en el Liceu.

Igual que un péndulo imaginario, el montaje de Calixto Bieito sobre L’incoronazione di Poppea oscila entre el erotismo y la muerte. O entre el sexo y la sangre, no ya describiendo en clave contemporánea la depravada corte de Nerón, sino retratando a la sociedad de nuestro tiempo en sus pulsiones más remotas. Que serán también las pulsiones más futuras.

Por esa razón, el lúcido y polémico director de escena mirandés sorprende a los espectadores del Liceu alojando al público mismo en un graderío sobre el escenario. Mirar significa mirarnos. Y someternos a una experiencia radical que convoca al padre de la ópera, Monteverdi (1567-1643), en una lectura feroz y corrosiva, pero también humorística, kitsch y magnética.

'Poppea' no es una ópera mitológica de Monteverdi sino una intromisión en la corte sanguinaria y arbitraria de Nerón

Tendría sentido reprocharle a Bieito la desmesura de su producción —la hemorragia, la masturbación, la copulación— si no fuera porque el erotismo y la violencia tanto se encuentran en el libreto original de Busenello como en las fuentes históricas que lo abastecen (Tácito, Suetonio, Dión Casio). Poppea no es una ópera mitológica de Monteverdi, a diferencia de L’Orfeo y de Il ritorno d’Ulisse in patria, sino una intromisión en la corte sanguinaria y arbitraria de Nerón que puede validarse en cualquier periodo tiránico. Se explica así mejor la solución escénica con que Calixto Bieito resuelve el montaje: la imagen del caprichoso emperador romano ocupa una pantalla de vídeo gigante en el escenario. Se le observa ebrio de sangre y desquiciado, mientras sus ojos azules imantan el delirio.

placeholder Una escena de 'Poppea' en el Liceu.
Una escena de 'Poppea' en el Liceu.

Es la de Bieito —y la de Monteverdiuna reflexión sobre el sexo y el poder. De la correlación entre ambos. De la pulsión creativa y la destructiva. Y de la corrosión que socavan la pasiones. Lo explica muy bien el presidente Underwood en un pasaje de House of Cards, evocando un aforismo de Oscar Wilde: “Todo en el mundo es sexo, menos el sexo, que es poder”.

Puede notarse la influencia implícita de Shakespeare en la dramaturgia de Calixto Bieito, aunque es más evidente el dominio explícito de la tecnología. La ópera se expande, se extrapola, en una subtrama o metatrama gracias a un mosaico de pantallas de vídeo cuya narrativa se atiene a las referencias temporales del pasado, el presente y el futuro (las premoniciones).

Exige mucho esfuerzo Bieito a los cantantes. Explora todos sus límites actorales. Y consigue involucrarlos en los vaivenes de una trama estrepitosa. Mérito de la capacidad seductora de Julie Fuchs, cuya disciplina, sensualidad y carisma proyectan una Poppea de extraordinaria credibilidad artística. Es ella el centro de gravedad de la ópera, el origen argumental de la discordia y del adulterio —Nerón la asume como esposa después de repudiar a Octavia—, aunque el éxito de la ópera de Monteverdi no consigue explicarse sin las aportaciones de un reparto deslumbrante. Tanto por la contribución exquisita de los contratenores —David Hansen (Nerón), Xabier Sábata (Ottone)— como por el transformismo de Mark Milhofer; por la Ottavia aristocrática de Magdalena Kozena; y por la primorosa línea de canto de Nahuel di Pierro, cuya nobleza y color convirtieron la agonía de Séneca en el pasaje de mayor intensidad y solemnidad del acontecimiento.

Exige mucho esfuerzo Bieito a los cantantes. Explora todos sus límites. Y logra involucrarlos en los vaivenes de una trama estrepitosa

Impresionaba la identificación del barítono con el color de la orquesta. Que no era la habitual del Liceu, sino las huestes de Le Concert des Nations.

Así se llama la formación prodigiosa de Jordi Savall. Menos de 20 músicos había en el foso, cuya ubicación en el centro del escenario hacía gravitar a los cantantes como si describieran unos y otros el recorrido circular de su propio destino. Sonaba incandescente Le Concert en la metáfora del cráter y de los correspondientes matices cromáticos, estéticos… y filológicos. Nada más lejos de una versión museística o académica. Y no porque Savall y su lugarteniente, Luca Guglielmi, hayan subordinado en modo alguno el rigor historicista, sino porque prevalece la dinámica, la intensidad y la belleza de una partitura que ha cumplido casi cuatro siglos y que el montaje de Calixto Bieito ha sabido escrutar para demostrarnos que podía haberse escrito ayer (o mañana) evocando la eterna danza de Eros y Tánatos.

Igual que un péndulo imaginario, el montaje de Calixto Bieito sobre L’incoronazione di Poppea oscila entre el erotismo y la muerte. O entre el sexo y la sangre, no ya describiendo en clave contemporánea la depravada corte de Nerón, sino retratando a la sociedad de nuestro tiempo en sus pulsiones más remotas. Que serán también las pulsiones más futuras.

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