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El 'Oppenheimer' de Nolan: espectacular, pero un poquito petardo
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Estreno del verano

El 'Oppenheimer' de Nolan: espectacular, pero un poquito petardo

Oportunidad perdida, porque el proyecto Manhattan no fue solo una bisagra de la historia: fue también un disparate y aquí falta mucho sentido del humor

Foto: Fotograma de 'Oppenheimer', de Christopher Nolan.
Fotograma de 'Oppenheimer', de Christopher Nolan.

Oppenheimer significa la tragedia de un éxito. Esa cosa bárbara, pesada, que fue dirigir el proyecto Manhattan para adelantar a Hitler y salir del desierto con una bomba apocalíptica y sin Hitler. Aquello hizo girar la bisagra de la historia, y el protagonista robó el fuego sagrado y sufrió el castigo prometeico. Una historia como esta le podría ir como un guante a la grandilocuencia habitual de Christopher Nolan, pero lo que en Dunkerque le funcionó, y en Batman, y en Interstellar, esta vez ha funcionado a medias. Había un escollo.

La película se ve impresionante. Está muy bien rodada. En una sala 4K con altavoces de los que te sacan las lentillas de los ojos, las ensoñaciones del joven Oppenheimer del primer acto son sublimes, tremendas, y la detonación de Trinity en el desierto de Nuevo México es un clímax con el que Nolan se la saca. Filmada a lo analógico, el test nuclear son explosivos convencionales a cámara lenta, mónadas de fuego emergiendo, nada de CGI. Te pone los pelos de los brazos como antenas de hormiga.

Filmada a lo analógico, el test nuclear son explosivos convencionales a cámara lenta, mónadas de fuego emergiendo, nada de CGI

No es lo único que funciona bien. Ha plasmado con maestría el hecho de que Oppenheimer fuera un hombre de su tiempo: sus investigaciones, sus intuiciones, su viaje mental por las ondas que rigen el mundo de los núcleos y los electrones se representa cruzado con el cubismo de Picasso, los libros en sánscrito y las explosiones de La consagración de la primavera de Stravinski.

Más cosas buenas: la estructura fragmentaria del guion es un laberinto de saltos temporales marca de la casa y logra que una historia compleja, con intereses y traiciones cruzados, resulte estimulante. La decisión narrativa del desorden exige la plena atención del espectador, en particular si no conoce bien las desventuras que sacudieron al protagonista durante la caza de brujas, y todo esto hace de Oppenheimer una película desafiante si la comparamos con superproducciones lineales.

Sin sentido del humor

Pero todo esto, que funciona muy bien, no le evita a la película dos grandes problemas. El primero es darle a Oppenheimer más protagonismo del que es razonable para contar su propia historia, que en realidad es una historia coral y siempre estuvo sometida a fuerzas exteriores poderosas. El segundo es la absoluta falta de sentido del humor del director y los guionistas.

No estoy diciendo que se echen en falta chistes o momentos de risa. No. Estoy diciendo que el sentido del humor me parece esencial para que un grupo de guionistas levanten personajes inteligentes que parezcan vivos. La ausencia de gracia al componer las líneas de diálogo de los personajes hace ver el ingenio como arrogancia y el conocimiento como pedantería. Aquí hay diálogos presuntamente estimulantes que parecen intercambios banales de datos de la Wikipedia. Pero luego volveré a esto.

placeholder Cillian Murphy como Oppenheimer.
Cillian Murphy como Oppenheimer.

El actor Cillian Murphy da muy bien en cámara como Oppenheimer, pero se parece más a él cuando no habla. Oppenheimer fue un hombre torturado y conflictivo como se lo representa, sí, pero también irónico y sorprendente. La actuación de Murphy, pero sobre todo el guion que le han escrito, es demasiado grave y no hay evolución: sufre de joven porque es demasiado genial y sufre de viejo porque su genialidad ha abierto la caja de Pandora. Y, sí, Oppenheimer fue un personaje trágico, pero también era jovial.

Dirigió, con un carisma atosigador, a un equipo de genios difíciles, y tuvo por encima a un militar de talento, el general de brigada Leslie Groves, que en la película encarna un Matt Damon que actúa (y ha sido escrito) como un mediocre que se arrodilla fascinado ante el genio de Oppenheimer. Esto, además de una licencia histórica, es una oportunidad perdida para introducir un conflicto que elevase a Oppenheimer frente a alguien de su tamaño, y reduce al protagonista a una Mary Sue.

La ausencia de gracia en las líneas de diálogo de los personajes muestra el ingenio como arrogancia y el conocimiento como pedantería

Lo mismo para los científicos del proyecto Manhattan. En la vida real, un montón de genios disparatados y jovencísimos con ideas propias; en la película, mediocres Sanchopanzas serviles con una relación de vasallaje ante Oppenheimer, o peor, como masas de discípulos fanatizados que aplauden mucho al escuchar a su maestro. De nuevo: una oportunidad perdida para contar la historia tal como fue, pero más importante, para aportar a la película conflicto, pugna. Y otro elemento que, endiosándolo, empequeñece a Oppenheimer y lo deja sin más tensión que sus torturitas psicológicas de víctima de sí mismo.

Por decirlo de forma sucinta, el proyecto Manhattan y la caída posterior de Oppenheimer estuvieron marcados por personalidades fuertes, y en la película está rodeado de simples recursos narrativos que anticipan su respuesta devastadora. Albert Einstein aparece como una suerte de Yoda persuadido de que se encuentra ante el verdadero jedi elegido, y Lewis Strauss, banquero clave en la salvación de judíos europeos durante el nazismo, "pepito Grillo" de Oppenheimer y más tarde uno de sus enemigos declarados, se nos presenta como un simple arribista sin escrúpulos, y medio tonto.

Esa apuesta por la deificación de Oppenheimer a base de vulgarizar todo lo demás, por convertirlo en centro de todos sus logros y causa de todos sus problemas, conecta con la otra gran carencia de Nolan, que es la ausencia total de humor. De nuevo, licencia histórica y oportunidad perdida, porque el proyecto Manhattan no fue solo una bisagra de la historia: fue también un disparate. Hubo que construir una ciudad entera en el desierto y allí se mudaron con sus familias algunos de los mejores físicos del mundo para ejecutar la sinfonía apocalíptica bajo la batuta del físico y la vigilancia del militar.

Allí se intentaba compartimentar la información, pero los secretos eran difíciles de guardar en un ambiente de científicos jóvenes entusiasmados con el desafío y acostumbrados a la universidad. Los Álamos era, por tanto, un proyecto ultrasecreto de élite y la nave de los locos. Richard Feynman, que estuvo allí, hace una descripción muy divertida en su autobiografía del nivel de improvisación reinante, de los riesgos innecesarios y las borracheras, cosas que ponían de los nervios a Groves.

En 1989, Roland Joffé abordó el proyecto Manhattan con Creadores de sombras, donde a Oppenheimer lo interpretaba Dwight Schultz (Murdock en El Equipo A) y de Groves hacía Paul Newman. Aquella película de bajo presupuesto y estética de telefilme triunfaba donde fracasa la de Nolan: Oppenheimer no solo estaba sometido a su genialidad, sino a los demás y, en particular, a su némesis Groves, y el grupo de científicos anarquizantes llenos de ideas propias se veía muy bien representado.

Licencia histórica y oportunidad perdida, porque el proyecto Manhattan no fue solo una bisagra de la historia: fue también un disparate

Incluso el test Trinity le salía mejor a Joffé, sin presupuesto: veíamos la explosión atómica como un reflejo cegador en las gafas de Oppenheimer, y un ventilador descomunal creaba la ilusión de onda expansiva en su rostro deformado. A falta de guita, se sugería. ¡Lo sé, soy un romántico! Siempre preferí Playboy a Penhouse.

Con todo, repito, la película de Nolan no está nada mal, y alguien poco familiarizado con la figura de Oppenheimer tal vez se anime después de verla a sumergirse en la biografía en que está basada, de Bird y Sherwin, publicada en España por la editorial Debate. Descubrirá así que Oppenheimer era muy listo, sí, pero no tan petardo como lo pinta Nolan.

Oppenheimer significa la tragedia de un éxito. Esa cosa bárbara, pesada, que fue dirigir el proyecto Manhattan para adelantar a Hitler y salir del desierto con una bomba apocalíptica y sin Hitler. Aquello hizo girar la bisagra de la historia, y el protagonista robó el fuego sagrado y sufrió el castigo prometeico. Una historia como esta le podría ir como un guante a la grandilocuencia habitual de Christopher Nolan, pero lo que en Dunkerque le funcionó, y en Batman, y en Interstellar, esta vez ha funcionado a medias. Había un escollo.

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