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La 'hipótesis del mundo vulnerable' o las opciones de que el hombre acabe con la Tierra
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La 'hipótesis del mundo vulnerable' o las opciones de que el hombre acabe con la Tierra

Las pruebas atómicas del Proyecto Manhattan pudieron acabar con la vida en la Tierra en cuestión de segundos. ¿Y hoy en día? ¿Qué peligro tenemos frente a hechos imprevisibles?

Foto: Fuente: iStock
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Hay veces que el destino de muchos depende de la actuación individual de una sola persona. Al igual que el ligero aleteo de una mariposa puede desencadenar un huracán en la otra parte del mundo, ha habido momentos históricos en los que la vida en la Tierra ha pendido de un delgado hilo. Lo más llamativo es que toda esta serie de eventos potencialmente catastróficos no corrieron a cuenta de un suceso aleatorio o de un fallo bienintencionado, sino que había una voluntad firme por llevarlos a cabo. ¿A qué nos estamos refiriendo?

"En ese momento, pensé que algo había salido mal y que el mundo entero estaba en llamas". Así relataba James Contant, presidente de la Universidad Harvard, el preciso instante en el que sus ojos presenciaron la explosión de la primera bomba atómica de la historia, lanzada el 16 de julio de 1945 sobre el desierto de Nuevo México en el marco de la prueba Trinity. Se trataba del Proyecto Manhattan, liderado por el físico nuclear Robert Oppenheimer, quien diseñó la bomba junto a su equipo en el Laboratorio de Los Álamos.

Hasta el mismo día de la prueba, los científicos tenían constancia de que, tras apretar ese botón, la bomba pudiera acabar con la vida del planeta

Habría que hacer una reconsideración de las palabras de asombro de Contant. En aquella época, por muchos cálculos y previsiones que se pudieran hacer, nadie sabía cómo era una bomba atómica. Décadas después, la asociamos a esa forma de hongo explosivo capaz de arrasar países y continentes enteros, pero en aquel momento no había ni una mera ilustración o imagen de tal arma. Por tanto, aquellos ojos del presidente de Harvard fueron unos de los primeros, entre tantos otros, en comprobar el efecto devastador que tendría en el mundo semejante bomba.

Lo más curioso, tal y como explica un reciente artículo de la 'BBC', es que los funcionarios del gobierno estadounidense contratados para el Proyecto Manhattan contemplaban la posibilidad de que la explosión provocara un incendio colosal en la Tierra, tan grande como para prender la atmósfera y los océanos, destruyendo todo resquicio de vida en el planeta, haciendo prácticamente realidad el mito cristiano del infierno. Tan solo era un resultado probable que atendía a un cálculo estadístico: el calor de la explosión de la fisión sería tan alto que podría provocar una explosión descontrolada por todo el globo.

El fin del mundo

Años más tarde, los científicos comprobaron que era imposible que dicha bomba produjera tales efectos. Pero hasta el mismo día de la prueba, los científicos tenían la constancia que tras apretar ese botón, la bomba atómica pudiera hacer desaparecer la vida del planeta Tierra. Y pese a esto, siguieron adelante con sus planes. Ahora, la nieta de Contant, lo cuenta así en un libro en el que repasa la figura de su abuelo: "No solo no tenía plena confianza en que el experimento funcionara, sino que cuando lo hizo creyó que depararía consecuencias desastrosas, y de que estaba presenciando, como él mismo dijo, 'el fin del mundo'".

"Si continuamos permitiendo que nuestro afán de poder supere al de sabiduría, el riesgo de extinción será aún mayor en el próximo siglo y sucesivos"

Ahora, tras haber lanzado dos bombas atómicas, la amenaza nuclear parece haberse disipado del mundo. Eso sin tener en cuenta accidentes como el de Chernobyl, considerado por muchos como el mayor desastre medioambiental de la historia. Aunque es imposible que se produzca un incendio en la atmósfera debido a la explosión de energía nuclear, lo que sí que es posible es un invierno nuclear propiciado por el cambio climático similar al que acabó con los dinosaurios.

El amerizaje del Apolo 11

Otro de los momentos críticos de la historia de la humanidad fue el viaje de vuelta a casa de los tres astronautas que pusieron rumbo a la Luna. Aldrin, Armstrong y Collins, después de cumplir el sueño de toda la humanidad de pisar la superficie selenita, debían emprender el camino de vuelta no sin antes asegurarse de que ningún agente infeccioso extraterrestre viajara con ellos. Sí, suena a película de Ridley Scott pero es cierto: la cápsula que cayó en el Océano Pacífico, a 1.500 kilómetros al sudoeste de las islas Háwai, debía quedar completamente esterilizada y cuidadosamente sellada antes de volver a la Tierra. Y sus ocupantes, puestos en cuarentena, al más puro estilo 2020.

placeholder Amerizaje del Apolo 11. (NASA)
Amerizaje del Apolo 11. (NASA)

Evidentemente, no es que la NASA apoyara las teorías de la ciencia ficción más conspiranoica; muy pocos pensaban que la Luna albergase vida, pero aun así el escenario debía estudiarse bien, porque las consecuencias podían ser muy graves. Así, fue como la agencia aeroespacial ordenó a sus astronautas que permanecieran aislados durante tres semanas en el barco que les recogió antes de poder abrazar a sus familias y que la sociedad les recibiera como héroes.

Sin embargo, algo salió mal. Aldrin, Collins y Armstrong debían guardar la cuarentena dentro de la cápsula en la que habían amerizado, pues en el momento en que abrieran la puerta de la misma, todos aquellos supuestos patógenos alienígenas saldrían para fuera, posiblemente contaminando el océano o el barco que fue a recogerles. Los técnicos de la NASA estaban al corriente de esto, pero debido al intenso calor que hacía en el interior de la cápsula y a la ausencia de provisiones, decidieron acogerles al poco tiempo de amerizar en el barco que los llevaría a tierra firme.

Una serie de probabilidades fatales

Toby Ord, filósofo de la Universidad de Oxford, comenta en el diario británico que el riesgo de extinción en el siglo XX fue de alrededor un 1%, demasiado poco a juzgar por la enorme cantidad de pruebas nucleares, guerras mundiales y avances científicos imprevisibles. Sin embargo, el filósofo admite que es mucho mayor en el presente. Sin ir más lejos, la crisis sanitaria global provocada por el coronavirus nos ha hecho aprender a la fuerza lo muy vulnerables que somos, acabando con nuestra forma de vida tal y como la conocíamos.

Foto: Foto: iStock.

Al igual que en la prueba Trinity o el amerizaje del Apolo 11, las decisiones cruciales para el destino de la humanidad las tomaron unos pocos a sabiendas de las consecuencias terribles que podrían ocasionar, el mundo al que parecemos avanzar está más dividido que nunca debido a la desinformación y la tensión social. En este contexto, un desastre tendría un poder mucho más devastador que en el siglo pasado, según Ord. "Si no actuamos juntos, si continuamos permitiendo que nuestro afán de poder supere al de sabiduría, deberíamos esperar que el riesgo de extinción sea aún mayor en el próximo siglo y sucesivos", sentencia. Aunque merece la pena incidir en el esfuerzo colaborativo de la comunidad científica global para ponerse manos a la obra y diseñar una vacuna que frene la crisis del coronavirus.

La "hipótesis del mundo vulnerable"

Imagina que estás delante de una urna llena de bolas de diferentes colores. Algunas de ellas, quizás las que menos, son blancas. Otras, las más numerosas, son grises. Y por último, unas cuantas, que no pocas, son negras. Las blancas representan un buen avance para la humanidad, como bien podría ser la invención de los sistemas de alcantarillado o de la penicilina. Las grises se corresponden con un suceso que puede decantarse hacia el lado positivo o negativo, como bien podrían ser las redes sociales o la inteligencia artificial. Y en último lugar, las negras vienen referidas a los peores desastres, algunos que ni siquiera conocemos.

Foto: Bostrom nació en Helsingborg, Suecia, en 1973. (Foto: TED)

Esta es la metáfora que el futurólogo sueco Nick Bostrom, profesor de la Universidad de Oxford, pone a la hora de explicar lo que él llama "la hipótesis del mundo vulnerable". En ella, advierte sobre la necesidad de prepararnos para eventos muy raros y adversos en el futuro. Fue en noviembre de 2019 cuando el profesor subió un 'paper' a su página web en el que diseñó esta serie de hipótesis de desgracias. Quién le iba a decir que tan solo unos pocos meses después el ser humano cogería una de las bolas negras, en este caso una pandemia provocada por algo tan insignificante como un virus.

Aunque contábamos con algunos precedentes históricos, como la (mal llamada) gripe española de 1918, nadie podría imaginar que en pleno siglo XXI, cuando la globalización se encontraba en su máximo apogeo y más viajes en avión entre distintos continentes había, un virus colapsara nuestros hospitales y nos obligara a guardar una larga y estricta cuarentena de tres meses encerrados en casa para contener el ritmo de contagios.

Foto: Preppers España.

Sin duda alguna, el coronavirus se trataba de una bola negra, pero tampoco de las peores a juzgar por la cantidad de desastres que pueden aguardarnos de ahora en adelante. Algunos son bastante previsibles, como por ejemplo una emergencia climática global, pero otros ni siquiera sabemos que son peligrosos, básicamente porque no han sido concebidos. Ahora, cabe preguntarse hacia dónde vamos. No es el temor a lo que pueda pasar sino cómo de preparados estamos para afrontarlo. Lo que está claro, como aseguraba Ord, es que no conseguiremos evitar un desastre o, en su defecto, paliar sus consecuencias, si los problemas les ocasionamos nosotros, ya sea accidental o premeditadamente, o no hay una voluntad común y colectiva de ponerles solución.

Hay veces que el destino de muchos depende de la actuación individual de una sola persona. Al igual que el ligero aleteo de una mariposa puede desencadenar un huracán en la otra parte del mundo, ha habido momentos históricos en los que la vida en la Tierra ha pendido de un delgado hilo. Lo más llamativo es que toda esta serie de eventos potencialmente catastróficos no corrieron a cuenta de un suceso aleatorio o de un fallo bienintencionado, sino que había una voluntad firme por llevarlos a cabo. ¿A qué nos estamos refiriendo?

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