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'Barbie': una comedia tan prefabricada y sin alma como la muñeca
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ESTRENO DE CINE

'Barbie': una comedia tan prefabricada y sin alma como la muñeca

Greta Gerwig redefine la muñeca más famosa de la historia como un icono feminista en una comedia que llega a los cines este viernes

Foto: Ryan Gosling y Margot Robbie en 'Barbie', de Greta Gerwig. (Warner)
Ryan Gosling y Margot Robbie en 'Barbie', de Greta Gerwig. (Warner)

En el mundo de Barbieland, todas las Barbies son perfectas. Todas las noches hay fiestas de chicas, no existe la celulitis ni los pensamientos oscuros. Todo es rosa chicle y rubio platino. La gente sonríe. Y, sobre todo, allí mandan las mujeres. Mujeres de plástico, pero mujeres. Los hombres, todos ellos Ken, no son más que un complemento. Eso sí, un complemento con abdominales ultradefinidos y una masculinidad, como diría el Fary, blandengue. Unos pagafantas, vamos. Lo único malo: ni ellas ni ellos tienen genitales.

En este mundo de felicidad pop, entre todas las Barbies, los Kens y el único Allan —un amigo diseñado para Ken que tuvo éxito nulo—, nuestra protagonista es la Barbie estereotipo, la Barbie rubia de toda la vida. Nadie mejor que Margot Robbie, aunque australiana representativa del ideal estadounidense de tía buena, para encarnar a la muñeca más famosa de la historia. Y es ella la única que insufla algo de vida a una película tan prefabricada y sin alma como la propia muñeca. En la batalla entre Oppenheimer y Barbie esta última es la que sale claramente perdiendo: frente a la humanidad —o inhumanidad— de una, la superficialidad y el artificio de la otra.

No es tiempo para Barbie. Con un feminismo deconstruido y reconstruido, una muñeca de belleza ideal y perfección inmaculada ha necesitado de una revisión y readaptación a las nuevas diversidades. Ahora (en el mundo real y necesariamente) existen Barbies de todas las razas, Barbies de todas las medidas, incluso Barbies en silla de ruedas y Barbies con síndrome de Down. Y, aunque la muñeca se caracterizó desde el principio por haber ejercido todas las profesiones imaginables, desde médica hasta astronauta, a Mattel le ha llegado el momento de hacer autocrítica. Y, si ya de paso, se embolsa unos cuantos millones habiendo diseñado una de las campañas de marketing 360 grados más efectivas de los últimos tiempos —incluso han utilizado a su favor el inconveniente inicial de estrenar en la misma fecha que la última película de Nolan—, el negocio es redondo.

placeholder Margot Robbie es la encantadora Barbie estereotipo. (Warner)
Margot Robbie es la encantadora Barbie estereotipo. (Warner)

La encargada de insuflar —escasa— vida al juguete de plástico ha sido Greta Gerwig, otra de esas cineastas absorbidas por los grandes estudios para dotar de autoría a sus superproducciones. La directora de Ladybird (2017) y Mujercitas (2019), cineasta cuyas películas nacen atravesadas por un discurso feminista y de clase combativo, ha convertido la historia de Barbie en una fábula de autodescubrimiento en la que Barbie abrirá los ojos a su papel como icono femenino producto del patriarcado. Lo que a priori supone una propuesta natural se ha traducido en una película sin matices y con muy poco que esconder bajo esa capa de rosa chicle. Ni tiene la chispa y la acidez de una comedia subversiva ni funciona en una lectura más allá de la evidente. El feminismo de Barbie es burdo y superficial y, en algunos momentos, hasta sonrojante. Quizás el hecho de que el público objetivo no sea muy claro —o quizás es tan claro que lo quiere abarcar todo, desde la niña de cinco años hasta el boomer aliado— haya lastrado las posibilidades de que Barbie fuese una película punk. Todo lo punk que pueda ser un blockbuster que ambiciona convertirse en la película del año.

Ni siquiera Ryan Gosling parece cómodo en su papel de Ken, el pretendiente de Barbie. Por la pantalla desfilan rostros como el de Will Ferrell, Michael Cera y Dua Lipa, pero todos sus personajes resultan olvidables. Tan solo el carisma de Margot Robbie consigue iluminar la pantalla a pesar de un guion desorientado —escrito a cuatro manos entre Gerwig y Noah Baumbach— en el que la protagonista se acaba diluyendo para centrarse en la relación maternofilial de una trabajadora de Mattel, Gloria (America Ferrera), y su hija adolescente en plena edad del pavo. Aparte de media decena de gags que funcionan, el humor de Barbie resulta hasta doloroso. Demasiado autoconsciente, demasiado diseñado para arrancar una mínima espontaneidad. El autoaplauso de los guionistas resuena a cada frase, a cada diálogo pretendidamente ingenioso.

placeholder Otro momento de 'Barbie'. (Warner)
Otro momento de 'Barbie'. (Warner)

Todo comienza cuando Barbie, entre guateque y guateque, experimenta por primera vez un pensamiento sobre la muerte. En la felicidad plástica de Barbieland, donde las mujeres tienen el poder, solo se tolera la perfección. Por eso, cuando la Barbie estereotipada pierde su capacidad de andar de puntillas y empieza a sufrir de pies planos —lo que al resto de los habitantes les resulta vomitivo—, debe acudir a la Barbie rara (Kate McKinnon), una especie de Glinda, la bruja buena del Mago de Oz, pero con el pelo destrozado y la cara pintarrajeada, que le aconseja viajar al mundo real, encontrar a la niña que es su dueña y descubrir por qué su cuerpo y su mente empiezan a ser defectuosas. En el viaje hasta el Malibú real, la acompaña Ken. Y, cuando lleguen allí, ambos descubrirán que el matriarcado de Barbieland queda sustituido en el mundo real por el patriarcado aplastante. Lo primero que le ocurre a la Barbie estereotipada al llegar a Malibú es que un grupo de obreros de la construcción empiezan a hacer comentarios groseros y sexuales sobre ella, en una escena todavía más estereotípica que la Barbie protagonista. La película, al menos, reflexiona también sobre los modelos de pareja y de amor que se han venido representando tradicionalmente en los cuentos y de los que Barbie y Ken son embajadores mundiales.

Y mientras Barbie descubre aterrada las injusticias de una sociedad machista, Ken se da cuenta de que puede aprovechar en su favor y el de todos los Kens —y el de Allan— los sesgos y las desigualdades de género para dar un golpe de Estado en Barbieland y que los hombres asuman el poder. Entre medias, el jefe de Mattel (Will Ferrell) y sus directivos querrán meter a Barbie de vuelta a la caja de donde salió, mientras ella trata de encontrar a su dueña, que resulta tener muy malas pulgas, en una propuesta que recuerda ligeramente a Toy Story. A partir de aquí, el guion de Baumbach y de Gerwig es una sucesión de situaciones espejo de los males de nuestra sociedad patriarcal. Pero no hay nada mínimamente retador, nada que no sea autocomplacencia. Y entristece pensar en la ocasión perdida, en la posibilidad de haber rodado una película con colmillo. ¿Dónde están los guionistas de Frances Ha? Bajo capas y capas de PvC.

placeholder Los pies planos de la Barbie estereotipada. (Warner)
Los pies planos de la Barbie estereotipada. (Warner)

La película tan solo funciona en el plano visual, con unos decorados bidimensionales y una estética de colores pastel y horror vacui. Sin duda, la fotografía de Rodrigo Prieto —tres veces nominado al Oscar por su trabajo con Scorsese en Silencio (2017) y El irlandés (2020) y con Ang Lee en Brokeback Mountain (2006)—, el diseño de producción de Sarah Greenwood —nominada a seis Oscar, entre ellos por Anna Karenina (2013) y La bella y la bestia (2018)— y el diseño de vestuario de Jacqueline Durran —ganadora de dos Oscar por Anna Karenina y Mujercitas (2019)— adaptan el concepto naíf y plano del universo Barbie con gran acierto. El problema es la poca profundidad de las ideas y el escaso riesgo a lo que hay que sumar una comedia ineficiente.

Barbie, además, viene a apuntalar el camino que ya han trazado previamente marcas como Lego, Nike y Cheetos; la publicidad ha desembarcado en Hollywood para quedarse, porque los estudios se han dado cuenta de que el dinero está en el merchandising, no en las películas. Cada vez más cerca de vivir en ese mundo distópico que presentaba Blade Runner en el que la realidad no será nada más que un anuncio interminable.

En el mundo de Barbieland, todas las Barbies son perfectas. Todas las noches hay fiestas de chicas, no existe la celulitis ni los pensamientos oscuros. Todo es rosa chicle y rubio platino. La gente sonríe. Y, sobre todo, allí mandan las mujeres. Mujeres de plástico, pero mujeres. Los hombres, todos ellos Ken, no son más que un complemento. Eso sí, un complemento con abdominales ultradefinidos y una masculinidad, como diría el Fary, blandengue. Unos pagafantas, vamos. Lo único malo: ni ellas ni ellos tienen genitales.

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