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Así hacían el aperitivo y la sobremesa en el Neolítico
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Así hacían el aperitivo y la sobremesa en el Neolítico

El Museo Arqueológico Nacional inaugura la exposición 'Convivium', que recoge todos los aspectos de la dieta mediterránea desde el Neolítico con sus consecuencias sociales y culturales hasta el día de hoy

Foto: Exposición ‘convivium: arqueología de la dieta mediterránea’ (EFE Daniel Gonzalez)
Exposición ‘convivium: arqueología de la dieta mediterránea’ (EFE Daniel Gonzalez)

Fue Cicerón quien acuñó por primera vez aquello del “convivium”, es decir, el placer de comer con otras personas. Amigos, familiares, amantes o incluso rivales con el gran objetivo de poner fin a un conflicto. Por supuesto, la palabra romana vino a dar nombre a algo que ya existía desde el Neolítico y los inicios de la agricultura y la ganadería, pero fue la cultura mediterránea, griegos y romanos, la que lo explotó a lo grande y lo aderezó con vino y especias. Y ahí, unos cuantos miles de años después, seguimos todavía.

Convivium se llama también la exposición que acaba de inaugurar el Museo Arqueológico Nacional en su gran muestra de la primavera y el verano y que se sumerge en los aspectos de la dieta mediterránea desde el punto de vista de las investigaciones arqueológicas. Consta de más de 300 piezas -casi todas del propio museo más algún préstamo del Museo del Prado y de particulares- y, sobre todo, pretende detenerse en los contextos sociales y culturales que dieron lugar a este tipo de dieta y de convivencia. Se queda un poco corta, pero tiene piezas muy interesantes -como unas semillas carbonizadas sacadas de Herculano tras la explosión del Vesubio- y sí resulta divulgativa.

Del aperitivo a la sobremesa

Se ha dividido en seis secciones con una cronología lógica según el arte de la buena mesa. Por eso comienza con el aperitivo y un visual en el que van apareciendo las diferentes estaciones del año y los productos de cada temporada. Porque durante muchos siglos, como resalta la comisaria Leonor Pérez-Chocarro, “la vida cotidiana de campos y ciudades estuvo regida por los ciclos estacionales, su diferente producción y prácticas agrarias”. A continuación se ven los orígenes de la dieta mediterranea con los utensilios para almacenar semillas - también hay un cesto de caña con semillas de datilero del desierto de entre 1539-1077 a.C en Egipto- y aperos de labranza como unas hoces del año 850 A.C.

Olivos y vides dieron la forma al paisaje mediterráneo y su tratamiento fue cambiando con el transcurrir del tiempo. Hay un interesantísimo mural que explica cómo se fueron introduciendo los productos alimenticios en la península ibérica a lo largo de la Historia. Así sabemos que si en el Neolítico ya estaba el consumo de cabra, cerdo, vaca y oveja, la gallina no llegó hasta el primer milenio y el pavo hasta la Edad Moderna. El trigo, la cebada y las lentejas también estaban desde primera hora, pero el centeno se introdujo durante la era romana y el maíz, la patata y el tomate no llegarían hasta la Edad Moderna y el descubrimiento de América.

Al vino también hubo que esperarle un tiempo -hasta el primer milenio con los fenicios- y cuando llegó primero lo hizo en ambientes muy privilegiados. De hecho, como dice la comisaria Susana González Reyero, era un producto de prestigio creador de desigualdad. Luego se fue generalizando su uso pero siempre quedaron añadas y clases no para todas las clases. Esta exposición también intenta mostrar estas diferencias sociales que en la mesa, ayer y hoy, siempre son notorias.

placeholder Mural explicativo sobre la introducción de los productos en la península ibérica (P.C)
Mural explicativo sobre la introducción de los productos en la península ibérica (P.C)

“La palabra ‘dieta’ viene del griego y significa modo de vida, y este es el hilo conductor de esta exposición”, resume González Reyero. Llegamos a la parte de la compra y la despensa, puesto que parte importante de la cultura mediterránea fue el comercio, primero el de los productos básicos y lo que hoy llamaríamos el comercio de proximidad (ese olivo, ese trigo, esa cebada) y el que venía allende los mares como empezó a ser el de las especias que incluso abrió relevantes rutas comerciales (y se convirtieron en productos también carísimos). En la exposición podemos ver un juego de pesas de balanza del siglo V-II a.C o un plato de balanza del II-I a.C que no tienen mucho que envidiar a este tipo de artículos más modernos.

Para guardar los productos surgen recipientes y técnicas que persisten como los salazones o los ahumados. Precisamente la sal se convierte en un producto muy preciado porque servía como condimento y conservante, se usaba para curtir pieles, en rituales sagrados e incluso como dinero (y podemos ver en la muestra un lingote de sal de Mali cubierto con piel de camello del siglo XIX. Asimismo, hay recipientes de la Edad de Bronce y ánforas de los siglos VI-III a.C que servían para guardar aceite.

Surgen nuevas formas de cocinado: el cocido, el asado… Se muele, se juega, se aprende. La cocina, además, es el gran núcleo de la casa porque eso de comer en el comedor no llegaría hasta siglos después y en ambientes muy refinados y aristocráticos. La gente normal comía en las cocinas. Ahí vemos una parrilla de hierro del siglo III-V d.C (que es igual que las de ahora), molinos de piedra y piedras para amasar pan de los siglos IV-II a.C.

El vino era un producto de prestigio creador de desigualdad. Luego se fue generalizando su uso pero siempre quedaron añadas y clases y hasta hoy

Precisamente, los cambios en la mesa reflejan muy bien los cambios sociales y no tiene nada que ver con una mesa de comer de la época romana con otra del siglo XVIII en la que ya hay cubiertos, por ejemplo. Pero la del siglo XVIII tampoco se parece tanto a la nuestra ya que hay artilugios como los enfriadores que, excepto para algunas botellas, ya han desaparecido de nuestras mesas.

Para terminar, la exposición se centra en aspectos adyacentes al comer como los rituales religiosos: los sacrificios y las ofrendas a la divinidad estaban tan presentes en el ritual alimenticio como en los funerarios donde se mezclaba ya todo. En la “sobremesa” vuelve a tener su presencia el vino como ese elemento de cohesión en una mesa, pero a la vez visibilizando el poder de quien lo poseía. “Al final la vertiente más social de la mesa es la ausencia de comida, porque plantea hambrunas y desigualdades, pero también tiene un elemento de creador de lazos interpersonales y comunitarios. La mesa mitiga tensiones y conflictos”.

placeholder Una parrilla con poco que envidiar a las actuales (P.C)
Una parrilla con poco que envidiar a las actuales (P.C)

Todo acaba con un visual -quizá la parte más floja- sobre la dieta mediterránea -patrimonio inmaterial de la humanidad desde 2013 por la UNESCO- que intenta ir del pasado al presente y sobre todo al futuro para insistir en la importancia nutricional de estos alimentos y, principalmente, esta forma de comer que, según apunta el catálogo, transmite “valores de hospitalidad, vecindad, amistad, diálogo y cohesión familiar y social”. Pone el broche un áureo de Adriano (moneda de oro) que remite a Hispania reclinada con un ramo de olivo del siglo II d.C. Los olivos, pese a los precios, no se han ido nunca.

Fue Cicerón quien acuñó por primera vez aquello del “convivium”, es decir, el placer de comer con otras personas. Amigos, familiares, amantes o incluso rivales con el gran objetivo de poner fin a un conflicto. Por supuesto, la palabra romana vino a dar nombre a algo que ya existía desde el Neolítico y los inicios de la agricultura y la ganadería, pero fue la cultura mediterránea, griegos y romanos, la que lo explotó a lo grande y lo aderezó con vino y especias. Y ahí, unos cuantos miles de años después, seguimos todavía.

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