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Will Ferrell, 'Two points': Netflix decepciona con su loca comedia sobre Eurovisión
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Will Ferrell, 'Two points': Netflix decepciona con su loca comedia sobre Eurovisión

Trabajador estajanovista e incansable, el cómico peca en los últimos años de una carrera algo irregular y esta producción de Netflix no se halla entre sus títulos más memorables

Foto: Will Ferrell y Rachel McAdams protagonizan esta comedia dirigida por David Dobkin para Netflix. (Netflix)
Will Ferrell y Rachel McAdams protagonizan esta comedia dirigida por David Dobkin para Netflix. (Netflix)

Era un proyecto a medida de Will Ferrell, el cómico que mejor ha explotado el estereotipo del "hombre blandengue", que diría el Fary, de la masculinidad aniñada y ambigua, que basa su humor en poner en ridículo a su personaje-sosias para, después, provocar la ternura del espectador, compasivo ante el patetismo de un tipo bueno y naíf en un mundo que abusa de él. Mientras que otros cómicos de su generación como Steve Carell, Adam Sandler o Ben Stiller han salido del registro con el que alcanzaron la popularidad, a Ferrell es más difícil separarlo de la imagen que proyecta a través de los personajes que interpreta. Sus personajes más memorables, como Mugatu de 'Zoolander', Chazz Michael Michaels de 'Patinazo a la gloria' o Ron Burgundy en 'El reportero', utilizan un despliegue de pelucas y vestuario estrafalario y chillón para acompañar el abanico de muecas y miradas de gato triste que tan bien combinaron en sus parodias del mundo de la moda, del patinaje sobre hielo y del reporterismo televisivo.

Por eso, un proyecto centrado en Eurovisión, el espectáculo musical más genuinamente kitsch de la televisión, era el punto de partida ideal para el último proyecto de Ferrell, 'Festival de la Canción de Eurovisión: la historia de Fire Saga', un original de Netflix que se ha estrenado este 26 de junio. La campaña promocional, en la que Ferrell y su coprotagonista, Rachel McAdams, emulaban el videoclip de un grupo eurovisivo escandinavo, había despertado mucha expectación. Vestidos de vikingos, acento islandés impostado, paisaje volcánico bañado por las olas oscuras del Atlántico Norte y una canción, 'Volcano Man', que condensa con mucho acierto el espíritu del certamen. Tanto que, a pesar de la intención paródica, el número no desentonaría entre las actuaciones reales de los últimos años.

Sin embargo, 'Festival de la Canción de Eurovisión: la historia de Fire Saga' avanza a medio gas sin explotar del todo las posibilidades de la premisa, con reparos. Más allá de los números musicales, los gags no terminan de funcionar y el tono se acerca más a la comedia romántica que a la sátira gamberra de los mejores trabajos del cómico estadounidense. Si el director David Dobkin ('De boda en boda', donde también coincidió con McAdams) consigue sublimar la esencia visual del certamen, no tiene éxito en trasladar el humor patoso a la narración. Y ninguno de sus protagonistas parece cómodo con su trabajo, y quedan eclipsados por dos secundarios robaescenas como son Pierce Brosnan en el papel del muy masculino padre de Ferrell y Dan Stevens ('La bella y la bestia'), en el de su contrincante, el afeminado competidor ruso Alexander Lemtov.

placeholder Will Ferrell y Rachel McAdams buscan representar a Islandia en televisión... y ganar. (Netflix)
Will Ferrell y Rachel McAdams buscan representar a Islandia en televisión... y ganar. (Netflix)

De nuevo, en su rol de hombre incomprendido y ridiculizado por su entorno, Ferrell interpreta a Lars Erickssong, cuyo sueño desde que en su infancia vio la actuación de Abba en Eurovisión es competir representando a su país, Islandia. Su padre, un rudo pescador que es la antítesis de su hijo, mira con bochorno las aspiraciones de su hijo. De nuevo, al igual que en 'Padres por desigual', Ferrell explota el choque entre la masculinidad socialmente aceptada, a pesar de sus rasgos tóxicos, y una nueva masculinidad menos constreñida por los roles tradicionales y más abierta a la sensibilidad y a la expresión de las emociones, ya sea verbalmente o a través del ejercicio de una disciplina considerada como femenina. "Tengo que convertirme en una estrella internacional para demostrarle a toda Islandia y al guaperas de mi padre que no he desperdiciado mi vida", verbaliza Lars en un momento de la película.

Junto a su amiga Sigritt Ericksdottir (Rachel McAdams) ha montado un grupo con el que tocan de bar en bar en el pequeño pueblo pesquero en el que viven, entre las mofas de sus vecinos y el estupor de sus familiares, que se avergüenzan de ellos. Todo el mundo opina que el talento y la belleza de Sigritt están muy por encima de los de Lars, pero para Sigritt su amigo es su primer amor platónico y se mantiene fiel a él. Mientras que Lars está convencido de que ha nacido para ser una estrella. Y si el objetivo en la vida de Lars es competir en Eurovisión, ella le ayudará a conseguirlo. Y por una carambola del destino, que recuerda al punto de partida de la película con John Goodman 'Rafi, un rey de peso', el dúo consigue que los envíen como representantes.

placeholder Dan Stevens es Alexander Lemtov, el enemigo ruso a batir. (Netflix)
Dan Stevens es Alexander Lemtov, el enemigo ruso a batir. (Netflix)

El escenario eurovisivo es el escaparate ideal para el mayor desfile de personajes extravagantes y megalómanos imaginable, para no escatimar en licra, lentejuelas y purpurina, y amplificar lo risible de un evento en el que el exceso y la falta de complejos —y, muchas veces, de buen gusto— son ley. ¿Dónde, si no, podría seguir de moda el europop? Pero ni Ferrell en el guion ni Dobkin en dirección se atreven a afilar la sátira, sino que acaban convirtiendo la película en una celebración del certamen, con popurrís musicales excesivamente largos y pesados mientras pasan por delante de la cámara estrellas de la historia de Eurovisión como Netta, Conchita Wurst y Salvador Sobral.

placeholder Cartel de 'El Festival de Eurovisión'.
Cartel de 'El Festival de Eurovisión'.

Ferrell vuelve a confiar en sus chistes sobre estereotipos nacionales —como que los islandeses son todos hermanos entre sí—, en algunas bromas sexuales rudimentarias pero efectivas —como el error de pronunciación al nombrar cierto dúo neoyorquino de folk rock— y en la literalidad dialéctica marca de la casa como herramientas cómicas, pero no llega nunca a pasarse de frenada ni a resultar mínimamente ácido: resulta evidente que no quiere levantar ampollas. La pareja con McAdams tampoco transmite la química que Ferrell sí ha encontrado antes con sus coprotagonistas masculinos. El resultado acaba siendo un batiburrillo pop al que le sobra metraje, le falta gracia y que queda muy por debajo de lo que acostumbra a ofrecer Ferrell.

Era un proyecto a medida de Will Ferrell, el cómico que mejor ha explotado el estereotipo del "hombre blandengue", que diría el Fary, de la masculinidad aniñada y ambigua, que basa su humor en poner en ridículo a su personaje-sosias para, después, provocar la ternura del espectador, compasivo ante el patetismo de un tipo bueno y naíf en un mundo que abusa de él. Mientras que otros cómicos de su generación como Steve Carell, Adam Sandler o Ben Stiller han salido del registro con el que alcanzaron la popularidad, a Ferrell es más difícil separarlo de la imagen que proyecta a través de los personajes que interpreta. Sus personajes más memorables, como Mugatu de 'Zoolander', Chazz Michael Michaels de 'Patinazo a la gloria' o Ron Burgundy en 'El reportero', utilizan un despliegue de pelucas y vestuario estrafalario y chillón para acompañar el abanico de muecas y miradas de gato triste que tan bien combinaron en sus parodias del mundo de la moda, del patinaje sobre hielo y del reporterismo televisivo.

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