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La bomba nuclear cambió la guerra: la profecía del último testigo del Proyecto Manhattan
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La bomba nuclear cambió la guerra: la profecía del último testigo del Proyecto Manhattan

José Ignacio Latorre y María Teresa Soto-Sanfiel publican 'La última voz', el último testimonio del proyecto secreto por el que se crearon las primeras bombas atómicas

Foto: Trinity, la primera arma nuclear detonada en el mundo. (United States Department of Energy)
Trinity, la primera arma nuclear detonada en el mundo. (United States Department of Energy)
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En 1949, un periodista preguntó a Albert Einstein por una posible Tercera Guerra Mundial. "No sé cómo se luchará en la Tercera, pero sí puedo decirte cómo se luchará en la Cuarta: ¡con rocas!", respondió el científico. Solo cuatro años antes de aquellas palabras de Einstein, las ciudades de Hiroshima y Nagasaki quedaron devastadas por los efectos de unas nuevas armas hasta entonces desconocidas, que se basaban en una energía mortífera e invisible a los ojos: las bombas nucleares. Un artefacto de uranio y otro de plutonio estallaron en el cielo de Japón. Y, desde entonces, ni el mundo ni la guerra volvieron a ser lo mismo. Los ejemplos no son escasos: la supuesta presencia de "armas de destrucción masiva" (nucleares, entre otras) fue una de las justificaciones para la invasión de Irak. Corea del Norte se ha erigido como una potencia nuclear que amenaza con "aniquilar" a sus países vecinos. Ahora, Vladímir Putin ve el ataque con armas atómicas como una posibilidad, ante el temor de la comunidad internacional.

Las palabras de Einstein predijeron lo que era una sospecha para los científicos estadounidenses que trabajaron en la creación de aquellas herramientas de destrucción. Las armas atómicas abrían todo un abanico de posibilidades en ese 'arte de matar' que la humanidad ha perfeccionado durante siglos. Los ataques de Hiroshima y Nagasaki provocaron tantos muertos como algunos de los bombardeos más intensos de la guerra. La diferencia es que, en las ciudades japonesas, solo fueron necesarios unos pocos aviones que liberaran el arma en el cielo. La bomba de hidrógeno o termonuclear, que se desarrolló pocos años más tarde, es capaz de generar "una energía más de mil veces mayor que la de aquellas bombas que se crearon en la Segunda Guerra Mundial", explica el físico José Ignacio Latorre. Junto a María Teresa Soto-Sanfiel, firma 'La última voz' (Ariel, 2022). El libro recoge el último testimonio de uno de los participantes en el Proyecto Manhattan, por el que Estados Unidos desarrolló las armas nucleares y cambió el curso de la guerra (probablemente, de todas las guerras).

placeholder 'La última voz'. (Ariel)
'La última voz'. (Ariel)

El protagonista del relato es Roy J. Glauber, un físico ganador del Premio Nobel en 2005, que con 18 años formó parte del equipo de científicos llamados a desarrollar el proyecto en Los Álamos, un laboratorio secreto y aislado que unió a las mentes más brillantes de la época. "Conocí a Glauber en un congreso, cuando él ya era un físico muy reputado. Me habló de algunas de las figuras más importantes del siglo pasado: Oppenheimer, Feyman... Le pregunté dónde los había conocido y entonces me contó que había participado en el Proyecto Manhattan con solo 18 años", recuerda el científico. Soto-Sanfiel y él mismo materializaron las horas de entrevistas producidas desde 2011 en el documental 'Remembers of making the athomic bomb'. Ahora, los dos han decidido plasmar en 'La última voz' algunos de los detalles desconocidos de aquella invención que cambió el mundo, de la mano de uno de sus últimos testigos directos.

"Vivimos bajo la sombra de las decisiones que se tomaron aquellos días", relata Latorre en el prólogo. "Los científicos de Los Álamos no estaban seguros de poder liberar la misteriosa fuerza escondida en el núcleo de los átomos de uranio cuando hicieron realidad la primera explosión de una bomba atómica, en la prueba de Trinity. Aquella madrugada del 16 de julio, a las 05:49:45 hora local en el desierto de la Jornada del Muerto, de Nuevo México, y menos de un mes antes del lanzamiento de la bomba de Hiroshima, nació la era atómica". Según relatan los dos investigadores, que recogieron y escucharon el testimonio de Roy J. Glauber durante años, la irrupción de la energía nuclear aniquiladora supuso una paradoja: "Presentamos la historia de Glauber ante muchas comunidades científicas: en el MIT, en el CERN, en universidades...", explica Soto-Sanfiel. "Mucha gente opinaba, incluso en Alemania, que la paz de Europa surgió gracias a la disuasión de las armas nucleares. Y que esa arma, en el fondo, ha producido la paz más larga que se recuerda en el continente: más de 70 años sin guerra".

placeholder Nube atómica sobre Nagasaki. (Dominio público)
Nube atómica sobre Nagasaki. (Dominio público)

Glauber en Los Álamos

Con 18 años, Roy J. Glauber estudiaba en la Universidad de Harvard y ya mostraba un gran nivel en el conocimiento de las matemáticas y la física. Un día, un enviado de Washington fue a buscarlo para llevárselo hacia el oeste, sin más detalles. Así se convirtió en el científico más joven de aquel laboratorio secreto, que se proponía desarrollar la bomba nuclear antes que ninguna otra nación, cuando se conocía poco sobre la radiación y sus efectos, bajo la dirección del físico Robert Oppenheimer. Las autoridades controlaban las llamadas telefónicas y la correspondencia de aquel laboratorio secreto, donde los experimentos se realizaron bajo un gran hermetismo para la población cercana.

"Los científicos eran muy cuidadosos en evitar palabras como 'bomba", se relata en el libro. "De hecho, esa palabra nunca se oía en el lugar. Y, si no era una bomba, ¿en qué trabajaban entonces?, se pregunta. Trabajaban en 'el artefacto' ('the gadget'). [...] La palabra no connotaba nada extraño para la gente no autorizada. El término también puede traducirse como el aparato, artilugio, invento, accesorio o chisme. Pero es que, además, el término 'explosión atómica' nunca apareció hasta después de la guerra", les contó Glauber a Latorre y Soto-Sanfiel en sus entrevistas.

"Los científicos eran muy cuidadosos en evitar palabras como 'bomba", se relata en el libro. "De hecho, esa palabra nunca se oía en el lugar"

Desde 1942, los científicos de Los Álamos terminaron desarrollando las dos bombas que cerraron la guerra: una del costoso y difícil de producir uranio-235 (la que cayó sobre Hiroshima), y otra de plutonio (la que cayó sobre Nagasaki). "Aunque se supone que no debía, Glauber fue testigo de la prueba de Trinity", cuentan los investigadores. En un desierto de Nuevo México, a unos 400 kilómetros del laboratorio secreto, se lanzó una prueba de la bomba que habían tardado meses en preparar. "Las predicciones auguraban una tormenta de rayos, pero Glauber y sus colegas solo vieron algunos destellos de luz en la distancia [...]. De repente, el cielo se iluminó desde abajo, como si fuese un amanecer que emergía del sur. Glauber no lo vio directamente porque el 'flash' quedaba rapado por una montaña. Después de un par de segundos, lo que ocurrió fue muy extraño: aparecieron nubes ondulantes".

Según el testimonio del entonces joven matemático, las arenas del desierto de Nuevo México se fundieron ante la potencia de la primera bomba nuclear, y se tornaron de un color verdoso. "Todo lo que sucedió en Trinity fue algo muy grande y siniestro. Él y todos sus compañeros se aterraron", les contó Glauber. Aunque las estimaciones son complejas, se calcula que las dos explosiones mataron a más de 200.000 personas, aunque no todas murieron el día de la detonación. Muchas de ellas lo hicieron después, debido a las quemaduras y a la difícil atención médica, o porque desarrollaron enfermedades debido a la radiación. "Europa se configura a partir de la Segunda Guerra Mundial: nuestros valores se definen a partir de ese momento en términos de derechos humanos, civiles, creencias... Y se podría decir que esto ocurrió a partir del lanzamiento de la bomba", sostiene Soto-Sanfiel. "La bomba no solo se lanzó para provocar la retirada de Japón, sino para frenar la expansión de Rusia en el Pacífico. Stalin fue informado de que la bomba existía y de que la iban a lanzar, aunque no sabía de qué forma. EEUU decidió tirar la bomba para mandar un mensaje claro a Rusia y frenar su voluntad expansiva. A partir de eso, los países desarrollados se lanzaron a la creación de sus propias bombas, se produjo un debate sobre la energía atómica. Todo esto está presente en lo que estamos viviendo ahora", opina.

Foto: Líderes del G7 durante la cumbre de la OTAN. (Reuters/Henry Nicholls)

"La versión histórica oficial dice que la Segunda Guerra Mundial comenzó cuando Hitler invadió Polonia en 1939. Pero solo unos días después de eso, Stalin también inició la invasión, y Francia y Gran Bretaña declararon la guerra a Alemania. Hoy en día, vemos que Rusia invade Ucrania y el mundo entero está moviéndose con mucha precaución para evitar que el conflicto estalle. Todo eso, en buena parte, se debe al poder nuclear. A la posibilidad de que Rusia tenga sus armas y las pueda usar", razona la investigadora.

"Me da un poco de tristeza, pero la disuasión nuclear ha tenido un efecto de pacificación. Si tú miras la historia de Europa hasta la Segunda Guerra Mundial, en cualquier siglo, se mataban todos contra todos sistemáticamente. Invasiones, guerras de años, la Primera Guerra Mundial, que fue salvaje... Y todo escaló hasta que el hombre alcanzó el control de la materia atómica. Y, en ese instante, se creó el 'arma suprema'. Pero nadie se atreve a usarla, porque, si hay una Tercera Guerra Mundial, la Cuarta se hará con palos y piedras", asegura José Ignacio Sánchez Latorre, parafraseando a Einstein.

"El gran ejemplo lo tenemos ahora. En cualquier tiempo pasado, esto hubiera sido una invasión en toda regla, como la de Polonia, sin miramientos y con todas las muertes que hicieran falta. ¿Por qué no es exactamente así? En parte, porque existe el armamento nuclear y la disuasión", argumenta el físico. "Lo digo desde la tristeza, pero también desde el sentido común. La gran pregunta ahora tiene que ver con todo lo que estamos desarrollando ahora y si existe un control real. Esa discusión no existe y estamos creando armas más potentes a ciegas, sin coherencia internacional".

En 1949, un periodista preguntó a Albert Einstein por una posible Tercera Guerra Mundial. "No sé cómo se luchará en la Tercera, pero sí puedo decirte cómo se luchará en la Cuarta: ¡con rocas!", respondió el científico. Solo cuatro años antes de aquellas palabras de Einstein, las ciudades de Hiroshima y Nagasaki quedaron devastadas por los efectos de unas nuevas armas hasta entonces desconocidas, que se basaban en una energía mortífera e invisible a los ojos: las bombas nucleares. Un artefacto de uranio y otro de plutonio estallaron en el cielo de Japón. Y, desde entonces, ni el mundo ni la guerra volvieron a ser lo mismo. Los ejemplos no son escasos: la supuesta presencia de "armas de destrucción masiva" (nucleares, entre otras) fue una de las justificaciones para la invasión de Irak. Corea del Norte se ha erigido como una potencia nuclear que amenaza con "aniquilar" a sus países vecinos. Ahora, Vladímir Putin ve el ataque con armas atómicas como una posibilidad, ante el temor de la comunidad internacional.

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