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El sopor y el triunfalismo llevan al extremo la Beneficencia
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El sopor y el triunfalismo llevan al extremo la Beneficencia

El triunfo 'in extremis' de Fernando Adrián maquilla una tarde decepcionante que presidió el Rey desde el palco y que puso en aprietos el crédito de Emilio de Justo

Foto: El Rey Felipe VI saluda desde el balcón de la presidencia de la Monumental de Las Ventas. (EFE/Chema Moya)
El Rey Felipe VI saluda desde el balcón de la presidencia de la Monumental de Las Ventas. (EFE/Chema Moya)

La corrida de Beneficencia había descarrilado entre el sopor y la controversia hasta que apareció en ruedo Secuestrador, un bravísimo y enclasado ejemplar de Juan Pedro Domecq cuya generosidad por los dos pitones predispuso, in extremis, el triunfo de Fernando Adrián.

Casi nadie lo conocía hace un mes, pero la sorpresa del pasado 31 de mayo —una puerta grande— no hizo sino presagiar el triunfo in extremis de la noche de este sábado. Estuvo entregado el joven matador madrileño, aunque los méritos de la faena distan de las dos orejas que se le concedieron.

Foto: El diestro francés Sebastián Castella, en la Feria de San Isidro. (EFE/Kiko Huesca)

Las Ventas es una plaza de caprichos y arbitrariedades. Todas las objeciones de la presidencia al triunfo de Roca Rey el pasado 11 de junio se convirtieron en dádivas y parabienes en beneficio del matador modesto. Adrián anduvo emotivo y listo, pero la desigual e intensa faena no puede homologarse digna de una puerta grande, por mucho que se le jaleara hiperbólicamente.

En los extremos de sopor y del triunfalismo, no iba a ser distinta la corrida de Beneficencia a las tardes de gran expectación en Madrid. Y por idénticos motivos, sobrevino un espectáculo grotesco/solanesco en la lidia del tercer toro, un ejemplar inválido de Daniel Ruiz cuya embestida agonizante precipitó la escandalera en el graderío.

Llegaron a las manos algunos espectadores del tendido ocho. Intervino la policía para evacuar a los violentos. Y se hizo extensiva la indignación de los aficionados. Contra el presidente, por no haber devuelto el toro. Contra la empresa, por haber organizado un acontecimiento fallido. Y hasta contra Fernando Adrián, cuyas ganas de triunfo tanto le expusieron a una angustiosa voltereta como prolongaron la faena hasta extremos desmedidos.

Ha reaparecido Castella esta temporada después de haberse alejado de los ruedos un par de años

Apretaba el calor en Las Ventas. Y conspiraba contra la tarde un ambiente enrarecido y hostil cuyas inercias desmintieron las buenas intenciones del prólogo. Había sonado el himno de España en presencia de Felipe VI y se había guardado un minuto de silencio para conmemorar el sexto aniversario de la muerte de Iván Fandiño, pero las liturgias y las solemnidades no fueron precursoras de una tarde de gloria en el embudo de la M-30…, al menos hasta que el reloj ya había consumido los primeros 120 minutos.

Hubiera tocado pelo Castella de haber acertado con la espada en la lidia del toro que abrió plaza, un noble y franco ejemplar de Daniel Ruiz cuyas mejores embestidas las aprovechó el diestro francés en los muletazos de pecho y en los remates. Le faltó cuerpo a la faena pese a la enjundia de una buena serie con la derecha, aunque el trance de mayor impresión no sobrevino con la muleta, sino en el quite por saltilleras. Zarandeó el toro a Castella como un pelele. E hizo recordar la cornada que se llevó hace dos semanas en Las Ventas, esta vez sin razones para visitar la enfermería.

Ha reaparecido Castella esta temporada después de haberse alejado de los ruedos un par de años. Y ha sido Las Ventas su mejor lanzadera, aunque no fue la de ayer una tarde demasiado propicia, bien porque podría haber aprovechado mejor las cualidades de su lote, o bien porque el trasteo al cuarto de la tarde —un encastado toro de Juan Pedro Domecq— se resintió de la sobreabundancia de muletazos. Predominó la cantidad sobre la calidad. Y tuvieron mérito y temple los del inicio, pero el voluntarismo de Castella no terminó de corresponderse con los momentos de interés.

La reputación de la Beneficencia no repercutió en la taquilla como se esperaba

Se le ve con sitio al matador francés, todo lo contrario de cuanto transmitió Emilio de Justo en su decepcionante actuación de Las Ventas. El esfuerzo no tuvo el menor correlato en la calidad. Ni se entendió con las embestidas "potables" del segundo "juampedro" ni supo aprovechar la codicia y la bravura del quinto ejemplar de Victoriano del Río.

Prevalecieron los enganchones y los tirones en una faena de titubeos, más o menos como si el diestro extremeño anduviera en el ruedo sin lucidez ni orientación. Se jaleaba a sí mismo para quitarse el miedo. Y para remediar un epílogo de la isidrada en signo descendente. Abrió la puerta grande en una tarde triunfalista —11 de mayo— y se marchó este sábado cabizbajo en los extremos de una tarde depresiva que intentó reanimar Fernando Adrián.

La reputación de la Beneficencia no repercutió en la taquilla como se esperaba. Una entrada cuyo excesivo "cemento" discutía el interés del espectáculo. Y que cuestionaba la idoneidad de la terna. No tanto por Sebastián Castella como porque Emilio de Justo hacía su cuarto paseíllo en Las Ventas en cosa de un mes y porque la popularidad de Fernando Adrián forma parte del boca a boca de los aficionados más cafeteros.

Acudió Felipe VI al acontecimiento. Y lo hizo desde el palco real

Y es verdad que los tres matadores se atuvieron al criterio de selección previsto por la empresa —los triunfadores objetivos de la isidrada—, pero se hubiera agradecido una corrida de más enjundia. Y no solo por las debilidades del cartel, sino porque se lidiaron tres ganaderías distintas —Daniel Ruiz, Juan Pedro Domecq, Victoriano del Río— en una suerte de limpieza de corrales acaso determinada por la necesidad.

Acudió Felipe VI al acontecimiento. Y lo hizo desde el palco real. Quiere decirse que comparecía a título institucional. Y que suscribía el compromiso con la tauromaquia que ha sido costumbre de la familia. No iba a desaprovechar Ayuso la oportunidad de escoltarlo en el palco, aunque el mayor interés de la "corte" lo representaban los galones del maestro Luis Francisco Esplá, ídolo de Las Ventas y destinatario de los aplausos de la afición, como si Felipe VI y Ayuso fueran subalternos de su cuadrilla.

La corrida de Beneficencia había descarrilado entre el sopor y la controversia hasta que apareció en ruedo Secuestrador, un bravísimo y enclasado ejemplar de Juan Pedro Domecq cuya generosidad por los dos pitones predispuso, in extremis, el triunfo de Fernando Adrián.

Rey Felipe VI
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