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Feria de San Isidro | Esperad

Seis toros de Santiago Domecq, de entre 540 y 599 kilos. Excelentemente presentados, astifinos, con cuajo y muy serios por delante. Varios recibieron ovaciones a su salida al ruedo

Foto: El diestro Fernando Adrián sale por la puerta grande a la finalización de la corrida celebrada en la plaza de toros de Las Ventas, en Madrid. (EFE/Fernando Alvarado)
El diestro Fernando Adrián sale por la puerta grande a la finalización de la corrida celebrada en la plaza de toros de Las Ventas, en Madrid. (EFE/Fernando Alvarado)

31 de mayo de 2023

19ª de la Feria de San Isidro.

Tres cuartos de entrada en tarde más agradable que las últimas, aunque con algo de viento.

Seis toros de Santiago Domecq, de entre 540 y 599 kilos. Excelentemente presentados, astifinos, con cuajo y muy serios por delante. Varios recibieron ovaciones a su salida al ruedo. Unieron movilidad a su trapío componiendo una tarde ganadera de gran interés. Encastado y solo para toreros cuajados el primero, con una presencia desbordante, ovacionado en el arrastre; mucha movilidad el segundo, también ovacionado en el arrastre; bueno el tercero, también aplaudido; con muchísima movilidad el cuarto; excelente el quinto con clase y transmisión, un grandísimo toro premiado con la vuelta al ruedo tras una muerte espectacular y emocionante, en perfecta conexión con su matador y los tendidos. El sexto fue a menos con toros menos espectaculares por delante hubiera parecido mejor. Saludó el mayoral de Santiago Domecq una gran ovación al finalizar el festejo. Gran corrida de toros en conjunto, emocionante e inspiradora, que supone un punto de inflexión en el rendimiento de las ganaderías en lo que va de feria.

• ARTURO SALDÍVAR, de berenjena y oro, ovación tras sufrir dos espeluznantes volteretas al final de su faena y silencio tras aviso.

• FERNANDO ADRIÁN, de blanco y oro, oreja y oreja, tras ser violentamente prendido en su segundo intento de estocada.

• ÁLVARO LORENZO, de gris plomo y oro, silencio tras aviso y vuelta al ruedo. Sufrió una tremenda voltereta al inicio de su faena, continuando la faena herido. Al acabar pasó por su propio pie a la enfermería.

Saludaron montera en mano Curro Javier tras parear al tercero y Raúl Ruiz en el sexto. Tan buena lidia rindió Curro Javier en el sexto que también tuvo que desmonterarse.

Con aquellos dieciséis años insaciables de adrenalina devino mi afición al monte en fiel y barato proveedor de las dosis necesarias. Una familia campestre, un estilo de vida rústico, puso la Naturaleza cara a cara con mi ocio. Salir al campo a ver qué pasa, lejos de enciclopedias o estudios, se medio profesionalizó con mi ingreso en el mundo del escultismo. Tendría yo los seis años y muchas ganas de machete, que era el gancho que en el colegio usaron los captadores. Prometer esa herramienta, que colgada del cinturón te hacía automáticamente adolescente, resultó más que eficaz conmigo y con cincuenta imberbes. Mi trayectoria en el universo Scout afianzó, mejoró y facilitó mi amor por los espacios abiertos, la interacción directa con el mundo natural y su conocimiento. Normal que tras casi una década la ambición de superar los retos que la Naturaleza planteaba hiciera que dedicara cuerpo y alma a retarme, a retarla, en la montaña. En invierno el alpinismo, en verano la escalada. Más alto y más difícil, más riesgo, más animaladas. Con mucha escasez de medios, la juvenil inconsciencia nos fue aumentando los desafíos, elevando la altitud de las cimas perseguidas, verticalizando cordadas.

Un día abría yo vía en una pared, al borde de nuestras posibilidades reales. Me desvié a su mitad, mitad valiente, mitad torpe. Llegué a donde no podía más. Ni seguir, ni regresar, a algún punto de sustento eran una opción viable. Tanto había avanzado desde el último anclaje que, antes de hacer péndulo con la cuerda y sujetarme, mi cuerpo se estamparía contra el granítico suelo. Pedro, que me aseguraba como se dice escalando, se percató de inmediato, su silencio fue admirable.

El bloqueo era total y las fuerzas me fallaban. Ni para adelante ni para atrás parecía decir mi destino. Me aferraba a los agarres cada vez con más dolores y el desenlace ya no podía ser otro que abandonarse al vacío. Varias veces intenté tirarme, tal eran ya los sufrimientos de pantorrillas y brazos. Algo me anclaba a la piedra y seguía allí colgado. Quería ser quien decidiera el momento de lanzarme, por imponerme al destino y por preparar mi cuerpo de alguna forma al impacto. No fui capaz de darme la orden de despeñarme. Solo cuando el agotamiento cortocircuitó mis nervios, los músculos se rindieron y volé… con cierto éxito, de ahí que pueda contarlo.

Años después me di cuenta de que las drogas nunca sacian. La mía, la adrenalina, con el aumento de dosis, se hacía más imprescindible. Cambié montaña por toro y el subidón fue tremendo. La calidad del aminoácido que te provee la embestida no tiene igual en el mundo. Prefiero toro a camello. La escalada, en este caso en el escalafón de novilleros, me fueron llevando a cotas de compromisos al borde de mis posibilidades reales.

Algunos años y muchos chutes después, de nuevo, como aquel día de bloqueo en la pared, me encontré con otro muro. Un malvado y agresivo toro de María Antonia de la Serna, con dos pitones de miedo, consciente de su poder, renegado de su cometido y perjuro de su casta. La diferencia estuvo en que ese día me tiré. Llegué al hotel sin éxito y sin fracaso, como en medio de la nada. Tan exhausto, tan al límite de fuerzas, que aun sabiendo que ese día también me tiraba al vacío, logré decirle a Miguel, mozo de espadas y amigo, que la escalada se acababa. Su silencio fue admirable. Me tiré y volé… con cierto éxito, de ahí que pueda contarlo.

Es difícil descubrir cuando estás a mitad de semejante pared si debes seguir o dejarlo. En los toros solo unos pocos logran llegar a la cima. La mayoría se dejan la piel literalmente en esos muros infranqueables que son los toros imposibles y que también son las empresas, y algunos aficionados. Hay cientos de toreros aferrados a la piedra en busca de su salida. Algunos se lanzan a tiempo aun a riesgo de estrellarse, otros permanecen su vida sin un sólido sustento, con dolores permanentes, estancados en el medio de no llegar a ninguna parte.

Puede que sea la adrenalina, la afición desmesurada, la esperanza de un milagro lo que te mantenga años en la zona más oscura del escalafón taurino. Puede que sea el terror de lanzarte a ese vacío que es la vida sin los toros. Pero tiene que ser dificilísimo torear tres o cuatro tardes al año. Venir a Madrid sin bagaje, ir a un pueblo a no cubrir gastos. Con la desazón del tiempo, lo esquivo de los contratos, el toro metiendo miedo tiene que ser durísimo afrontar las temporadas.De ahí el mérito de tantos toreros completando ferias, lidiando toros que las figuras descartan, dando pábulo a las fantasías de aficionados de libro, teóricos y de nostalgia. Falacias.

Foto: El novillero Álvaro Burdiel. (EFE/Kiko Huesca)
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Juan José Cercadillo

Hoy se fue a la mierda mi conformista teoría. Hoy los toros de Santiago Domecq han demostrado que nunca debes dejarte caer. De repente un día te toca Contento y la teoría del mediocre que pasa su vida de puntillas o se tira al vacío de la mediocridad salta literalmente por los aires.

No es poco la puerta grande de Madrid, espero que le cambie la vida a Adrían y a la madre que le parió a la que por cierto brindó con enorme sangre fría su primer toro. Pero de todas formas da igual si así no fuera. Ha sido tan intensa la tarde, tan de verdad, tan de miedo, que saber superarla puede dar sentido a una vida.

Saldivar y Lorenzo podrán decir lo mismo con menos premio. Ponerse delante de fieras tan retadoras y fuertes, tan agresivas y grandes, y salir por propio pie —mejor hubiera sido a hombros—, aunque sea para pasar a que te cosan a la enfermería, recomiendan a los que están en mitad de ninguna parte esperar aunque les duela, aferrarse aunque no vean ni haya aparente salida. Aguantad, lo recomiendo. Preguntadle a Fernando, a Zaldivar y a Lorenzo.

31 de mayo de 2023

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