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San Isidro: una antiferia frustrante y masoquista
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San Isidro: una antiferia frustrante y masoquista

Tras la euforia de Sevilla, Madrid ha deparado un decepcionante ciclo taurino, aunque le ha servido a Castella para convertirse en triunfador y ha batido récords de asistencia

Foto: El diestro francés Sebastián Castella, en la Feria de San Isidro. (EFE/Kiko Huesca)
El diestro francés Sebastián Castella, en la Feria de San Isidro. (EFE/Kiko Huesca)

Los abonados de Las Ventas tienen aún pendiente el epílogo de un cartel estelar —Juli, Talavante, Roca, el domingo—, pero el balance de las 23 tardes anteriores expone la impresión de una feria decepcionante, más o menos como si la hostilidad del tiempo —el frío, la lluvia— describiera el estado de ánimo de la isidrada y como si Madrid hubiera sido la contrafigura de Sevilla.

La euforia de La Maestranza ha colisionado en el cinturón de castidad de la M30, hasta el extremo de haberse cuestionado y repudiado todo aquello que fue homologado en la feria de abril. Han naufragado en Madrid las primeras figurasMorante y Roca en cabeza de todas— y se ha propuesto el tendido siete imponer su dogmatismo. No solo con el griterío de las consignas y la dramaturgia de los pañuelos verdes, sino exhibiendo pancartas y llevando a la plaza serruchos de tamaño hiperbólico. Es la manera de levantar las sospechas del afeitado y de someter la isidrada a la sugestión de un fraude.

Han alcanzado los ultras niveles insoportables de sabotaje y de conspiración. Y pueden darse por satisfechos, puesto que la feria de San Isidro ha sido la
antiferia, el antídoto al ludismo, cuando no un ejercicio masoquista cuyo grado de interés hay que buscarlo en los detalles y los fogonazos, sin demérito del gran triunfador: Sebastián Castella abrió la Puerta Grande el 19 de mayo y se marchó por la de la enfermería dos semanas después.

placeholder Felipe VI y el ministro de Cultura, Miquel Iceta, en la Feria de San Isidro. (EFE/Borja Sánchez-Trillo)
Felipe VI y el ministro de Cultura, Miquel Iceta, en la Feria de San Isidro. (EFE/Borja Sánchez-Trillo)

El premio y el castigo identifican el regreso del matador francés a los ruedos, aunque el balance de la difunta isidrada también se resiente del criterio desconcertante del palco —regalando unas orejas y negando otras—, de la arbitrariedad respecto al trapío y de la heterogeneidad de las gradas. Se explica así mejor la pérdida de personalidad de Las Ventas y la tiranía del siete, cuya presión tanto ha deprimido a las figuras como ha estimulado a los toreros favoritos. Fernando Robleño, Uceda Leal, Ureña y Emilio de Justo (una generosa Puerta Grande) destacan sobre los demás, aunque la sorpresa de la feria lleva el nombre de Fernando Adrián, artífice de un triunfo meritorio el 31 de mayo —oreja y oreja— que puso en evidencia la brava y encastada corrida de Santiago Domecq. Razones ha dado el hierro jerezano para acaparar los premios. Y para ubicarse en cabeza de un ranking ganadero entre cuyos vaivenes merecen destacarse las corridas completas de Juan Pedro y de Victorino, así como unos cuantos toros sueltos de Escolar, Jandilla, Garcigrande, Alcurrucén y Adolfo Martín.

Es un balance tan decepcionante como el que pueda hacerse de los contenidos artísticos. No se ha producido una sola faena rotunda ni puede hablarse de grandes acontecimientos en el ruedo. Y es verdad que la afluencia de público ha resultado masiva (91% de promedio); que los jóvenes han proliferado como nunca; y que la presencia de Felipe VI y del ministro de Cultura, Miquel Iceta, devuelven a la tauromaquia su prestigio institucional y político, pero las cualidades atmosféricas de la isidrada no se corresponden con la enjundia del contenido. Hay que buscarlo en los detalles y los destellos.

Chispazos geniales

Por eso tiene sentido acordarse del capote primoroso de Aguado y de las agallas de Román y de Leo Valádez, como lo tiene destacar el poder de Perera, la clarividencia de El Juli, la clase de Ginés Marín, la facilidad de Luque, la mano izquierda de Jorge Martínez y la relación rutinaria de Diego Ventura con la Puerta Grande de Las Ventas. Ya la ha abierto 18 veces. Y le ha resultado remota, inasequible, a lo matadores que más penurias han tributado en San Isidro 23. Los casos de Roca (sin recursos) y Morante (sin suerte) son los más extremos, pero la lista de los desamparados alude a Manzanares, Talavante, Tomás Rufo, Diego Urdiales y Ángel Téllez, máximo triunfador de 2022 y primera víctima de la difunta isidrada.

Foto: El diestro Emilio de Justo sale a hombros por la puerta grande tras el segundo festejo de la Feria de San Isidro. (EFE/Juanjo Martín)
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Se había comprometido la empresa de Madrid a dejar vacantes las plazas de la corrida de Beneficencia en reconocimiento a los triunfadores. Estaba prevista el 18 de junio, pero se ha adelantado al 17 porque Castella tenía la fecha comprometida en Istres (Francia). Puede así incorporarse al cartel. Y hacerlo en compañía de Emilio de Justo y de Fernando Adrián, aunque el acontecimiento se resiente de una inercia depresiva que contradice la lealtad de los espectadores y que enfatiza el gozo de los aficionados ultras.

Los abonados de Las Ventas tienen aún pendiente el epílogo de un cartel estelar —Juli, Talavante, Roca, el domingo—, pero el balance de las 23 tardes anteriores expone la impresión de una feria decepcionante, más o menos como si la hostilidad del tiempo —el frío, la lluvia— describiera el estado de ánimo de la isidrada y como si Madrid hubiera sido la contrafigura de Sevilla.

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