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'Cowboy de Copenhague': el fascinante postureo visual de la nueva serie de Netflix
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'Cowboy de Copenhague': el fascinante postureo visual de la nueva serie de Netflix

Nicolas Winding Refn consigue de nuevo llevar con su última producción el puro disparate a cotas nunca antes vistas de fascinación por la nada

Foto: 'Cowboy de Copenhague'.
'Cowboy de Copenhague'.

No todo el mundo pone a su hija a comer corazones humanos asados delante de una cámara. Nicolas Winding Refn no tenía bastante con un burdel, una banda mafiosa china, una heroína ultraterrenal, un psicópata con una granja de cerdos o él mismo diseñando un pene ortopédico gigante. Había que poner a la propia hija, modelo de profesión, a comerse un corazón humano asado en una escena de su nueva miniserie de Netflix, Cowboy de Copenhague. Bienvenidos a Dinamarca. Bienvenidos al postureo total.

Winding Refn se hizo famoso en 2011 con Drive, la película donde un chófer delicuencial a sueldo conseguía expresar todas las emociones humanas sin mover un solo músculo de la cara, y con un martillo en la mano. Winding Refn no hace cine violento ni ultraviolento; no hace películas de gánsteres; no hace poemas visuales como Godard. Hace cosas que a él le parecen bonitas. Todo lo sumamente desagradable esconde algo bonito para este director danés en decadencia.

Porque después del éxito de Drive, Solo Dios perdona no funcionó, la genial The Neon Demon no funcionó y su primera serie de loser molón, Demasiado viejo para morir joven, era una chorrada. Ahora, diríamos que iba a tocar fondo con una serie de vuelta a casa (volver a casa para un artista internacional es exactamente fracasar) donde no hay estrellas de Hollywood, no se sabe en qué idioma se habla y cuesta media hora encontrarla en Netflix. Sin embargo, resulta que es una serie excelente.

¿De qué va? De todo. Cuando llegas al capítulo cuatro (son solo seis), de pronto te acuerdas de que Cowboy de Copenhague empezaba a la manera de Lilya Forever (Lukas Moodysson, 2002), es decir, como un viaje crudelísimo por la explotación sexual de las mujeres inmigrantes. Pero ya en el capítulo tres no quedaba nada de todo eso y estábamos de pronto en mansiones con psicópatas y cerdos, madres operadas, chinos vigoréxicos y ataúdes en el sótano. Aún estaba por llegar el satanismo, el tráfico de drogas, los guiños al kung fu de Matrix y una guerra de bandas.

Una extraña mujer

Argumentalmente, diríamos que todos estos universos cinematográficos siempre excitantes aparecen unidos en la serie por la presencia de Miu, la extraña mujer con poderes sanadores y físicamente invencible pese a su pequeñez que va pasando de un dueño o jefe a otro como un Lazarillo de Tormes del apocalipsis. Detrás de ella, solo quedan cenizas y cadáveres. Pero lo cierto es que la estética, la fotografía, los giros recurrentes de la cámara sobre sí misma y una constante sensación de belleza pútrida en cada escena parecen apuntar a que el centro de la propuesta totalmente chalada de Widing Refn es una especie de feminidad primitiva. Todo gira en torno a lo atávico, lo orgánico, los diversos abusos que pueden cometerse contra las mujeres y el alivio formidable de romper círculos viciosos de violencia masculina. Gratificantemente, nada de todo esto parece alineado con la moda contemporánea de mujeres que se vengan (basurillas como Revenge, de Coralie Fargeat, entre otras muchas), sino con cierta visión propia y auténtica sobre las mujeres que el director ya exploró en The Neon Demon. Algo como: las mujeres no son víctimas, las mujeres son demoníacas.

Todo gira en torno a lo atávico, lo orgánico, los abusos que pueden cometerse contra las mujeres

Este poderoso planteamiento, a pesar de que su literalidad pueda asustar en determinados gineceos ideológicos, consigue, sin embargo, edificar de nueva planta conceptos como matriarcado, sororidad o empoderamiento, solo que sin infligirnos esas palabras concretas y su correspondiente blandenguería. Así, en la serie hay una escena verdaderamente emocionante donde varias mujeres clavan sus diminutas tijeras de maquillaje en el cuerpo de un matón gigantesco, cuyo halo épico resulta inolvidable. Los embarazos, las madres posesivas, las madres cuyas hijas fueron secuestradas, la prostitución o la figura de la hermana se nos presentan siempre a medio camino entre lo heroico y lo enfermizo, ambigüedad para la que es necesario utilizar mucha luz roja, mucha oscuridad, paredes empapeladas, muebles de mal gusto, ropa de diseño y gente con cara rara por todos lados. La música es como de alguien que está muy empeñado en que le des la razón. Incluso: como de alguien que quiere que veas su serie muy drogado.

Foto: Verónica Sánchez, Lali Espósito y Yany Prado en 'Sky Rojo 3'. (Netflix)

Así, hay más o menos los mismos motivos para hablar bien de Cowboy de Copenhague que para hablar muy mal de ella. Es una modernez. Es todo vacío y gratuito y folclórico de sangre y delincuencia. Al director solo le importa lo bonito que queda la desgracia de la gente en su serie. Pero al espectador tampoco acaba importándole otra cosa que lo bonita, fascinante, estomagante e imprevisible que va volviéndose la serie saltando de desgracia en desgracia.

La cima estética de Cowboy de Copenhague es un chándal azul, el que viste Miu, con anagrama. Tomando el chándal amarillo de Bruce Lee, pasado por Kill Bill, Nicolas Winding Refn reinventa esa vulgaridad del héroe en chándal, al punto de que parece en realidad que la actriz (acertadísima Angela Bundalovic) va vestida de gala para matar, y de tiradillo cuando no mata, siendo siempre la misma prenda.

Lo más moderno de nuestro tiempo era un chándal, amigos. Una vez que te pones un chándal, todo lo demás a tu alrededor (desde una mesa que cojea a una espada ensangrentada) se convierte mágicamente en una exposición de visita obligada en el Macba, de la que tú eres la instalación más popular.

No todo el mundo pone a su hija a comer corazones humanos asados delante de una cámara. Nicolas Winding Refn no tenía bastante con un burdel, una banda mafiosa china, una heroína ultraterrenal, un psicópata con una granja de cerdos o él mismo diseñando un pene ortopédico gigante. Había que poner a la propia hija, modelo de profesión, a comerse un corazón humano asado en una escena de su nueva miniserie de Netflix, Cowboy de Copenhague. Bienvenidos a Dinamarca. Bienvenidos al postureo total.

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