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Crítica | 'The Matrix Resurrections': ¿pastilla roja, pastilla azul o mejor un gelocatil?
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Crítica | 'The Matrix Resurrections': ¿pastilla roja, pastilla azul o mejor un gelocatil?

Lana Wachowski da un lavado moral a la historia original para quedarse ella más tranquila

Foto: 'The Matrix Resurreccions'
'The Matrix Resurreccions'

En sus primeros compases, 'Matrix Resurrections' toma los caminos de la genialidad. Escribir una secuela es todo un reto, porque su único sentido es dar satisfacción a un público ya entregado después de una primera parte llena de aciertos. Falta, en las secuelas, la pulsión creadora incontestable, y el elemento sorpresa, ese vértigo donde el artista se enamora de su proyecto y sueña con una recepción impresionante. En la secuela se crea ya sobre lo consabido, un poco por inercia, instigado quizá por un productor que quiere ganar más dinero. Uno tiene éxito para estropearse, en definitiva.

Con toda una desconcertante trilogía detrás (no está claro que nadie en el mundo entienda realmente la trama completa), hacer una cuarta parte de 'Matrix' era complicado. Hay que imaginarse a los guionistas dándole vueltas al propio concepto de secuela, a la nostalgia del éxito, a la expectativa suicida en la que andan embarcados. Lana Wachowsky y los escritores David Mitchell y Aleksandar Hemon hicieron en las primeras páginas de su guion lo más posmoderno de todo: decirle al público precisamente que escribir 'Matrix 4' es difícil.

Así, en la primera media hora de 'Matrix Resurrections' asistimos a un excitante giro metaficcional según el cual 'Matrix' fue un videojuego, Thomas Anderson su creador y Trinity una mujer de la que estaba enamorado, pero con la que nunca había hablado. Ahora todo el equipo de Anderson debe crear la cuarta parte de ese videojuego. No existió nunca 'Matrix', por tanto, salvo como ficción para 'gamers'. De este modo, incluso habiendo visto el tráiler, 'Matrix 4' podría avanzar hacia una historia donde nadie vuela, nadie detiene balas y nadie rompe muros a puñetazos. Una buena historia, incluso, sobre la ficción y la realidad, sobre la dependencia que un creador tiene respecto a los fans de su obra. No en vano, se hacen chistes y comentarios muy perspicaces en relación con la legión de seguidores que tiene 'Matrix', el videojuego (o sea, la película), y sobre la conveniencia de poner en el mercado una nueva trilogía.

Esta aproximación tan sofisticada al material del que disponen los guionistas no iba camino de reventar la taquilla, desde luego, de modo que enseguida entramos en el mundo 'Matrix' según lo conocemos, con el imprescindible despliegue de decenas de personajes, nuevos o recuperados, y de escenarios eléctricos y decadentes. Ahí la cosa empieza a zozobrar.

Sin argumento

Primero, porque no hay argumento, más allá de 'liberar' a Trinity de la cápsula de asquerosa viscosidad desde la que sueña que está felizmente casada y tiene dos hijos. Toda la peripecia para lograr este objetivo embarra el filme en largos minutos donde se trata de explicar al público cosas que el público, en todo caso, no va a entender. ¿Cómo 'liberar' a un humano sin darle a elegir entre la pastilla roja y la pastilla azul? Decenas de antipáticos cables, un pozo mágico y un “segundo cerebro” componen media hora de bricolaje cinematográfico. Su interés es un poco el mismo que el de contemplar media hora de bricolaje de verdad.

La motivación secreta de toda esta cuarta parte no parece ser otra que la corrección

Segundo, porque la motivación secreta de toda esta cuarta parte de 'Matrix' no parece ser otra que la corrección. Lana Wachovsky rodó 'Matrix' en 1999 junto a su hermano, cuando ambos eran hombres. Años después, los dos decidieron cambiar de sexo, y ahora Lana mira 'Matrix', su gran obra, y la ve demasiado masculina y heteropatriarcal. Para quedarse ella más tranquila, ha decidido corregirse, poner más mujeres, poner más mujeres que manden, hacer que un personaje se revele gay e incorporar el tinte fosforito en los peinados. Se habla de “binario” decenas de veces, así como de otros asuntos de columna barata de 'El País'. Toda la película, al cabo, trata de igualar a Trinity con Neo, en un mensaje de paridad que el público ya trae de casa. Normalmente, no quieres pagar nueve euros por él.

Foto: La maldición de 'Matrix'. (Warner)

En 'Sense 8', todo este mundo 'woke' quedaba muy bien, porque el sentido mismo de la serie que creó Lana Wachovsky para Netflix era abordar estas realidades. En 'Matrix 4', lo que consigue es desactivar las grandes tensiones de la saga, que pasa de beber del 'western' a ser una especie de 'Love Actually' con balas vibrando en lugar de corazoncitos.

Sonrojante

Porque, en rigor, resulta impresionante cómo alguien puede proponer actualizaciones morales menores, como las que encontramos en 'Matrix Resurrections', y al mismo tiempo levantar un canto tan sonrojante al amor de pareja tradicional. Neo y Trinity se quieren como tus abuelos, para siempre. Ahora él recoge la mesa, pero por lo demás es todo como en las parejas que le gustan a Ana Iris Simón, que morirán arrugadas juntas después de atravesar todas las dificultades y —en este caso— también muchas paredes.

Resulta impresionante cómo alguien puede proponer actualizaciones morales menores

Para los fans de 'Matrix' (entre los que me cuento), más 'Matrix' siempre es agradable. Te hace sentir joven, concernido, conectado con un tiempo y un montón de gente que no había visto nada tan espectacular en el cine nunca. De hecho, es curioso que, 20 años y muchos avances tecnológicos después, ninguna escena de acción de 'Matrix 4' pueda rivalizar ni de lejos con las tres o cuatro escenas de acción principales del 'Matrix' original. Por ello, quizá lo más valioso de esta cuarta entrega inútil sea todo el metraje que se proyecta de la trilogía primitiva. Ver a Keanu Reeves con 20 años menos, a Carrie-Anne Moss en todo su esplendor, los icónicos planos de casquillos cayendo de un helicóptero o de espejos que se vuelven líquidos al tocarlos con el dedo. En estas escenas donde se recuperan fotogramas del pasado se consigue una sentimentalidad poderosa, cierto canto al cine mismo como registro de lo que fuimos, de lo que vivimos. Lo malo es que este efecto euforizante quizá es algo que ni siquiera Lana Wachowski tenía intención de lograr.

En sus primeros compases, 'Matrix Resurrections' toma los caminos de la genialidad. Escribir una secuela es todo un reto, porque su único sentido es dar satisfacción a un público ya entregado después de una primera parte llena de aciertos. Falta, en las secuelas, la pulsión creadora incontestable, y el elemento sorpresa, ese vértigo donde el artista se enamora de su proyecto y sueña con una recepción impresionante. En la secuela se crea ya sobre lo consabido, un poco por inercia, instigado quizá por un productor que quiere ganar más dinero. Uno tiene éxito para estropearse, en definitiva.

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