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'Escándalo': solo tiene delito lo mala que es
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MALA FAMA

'Escándalo': solo tiene delito lo mala que es

La serie acusada de “normalizar la pederastia” no consigue normalizar ni los cortes publicitarios

Foto: Imagen de la serie 'Escándalo, relato de una obsesión'. (Mediaset)
Imagen de la serie 'Escándalo, relato de una obsesión'. (Mediaset)

No veía tanto rato seguido Telecinco desde que emitían el fútbol. De hecho, fueron unos 90 minutos los que pudo estirarse el episodio piloto de Escándalo, que rondaría, como es costumbre, la hora de duración. Ya entrados en 2023, parece increíble que haya incluso millones de personas capaces de esperar a que una serie empiece, capaces de aguantar impertinentes cortes publicitarios donde se anuncian más programas de Telecinco (vi la serie en la web) y capaces de no irse a dormir hasta pasadas las 12 de la noche de un miércoles que transita hacia un jueves también laborable. Después de decenas de series vistas en Netflix, HBO o Filmin, esto de ver una serie en Telecinco no me parece normal. ¿Qué es normal? De hecho, ver una serie malísima tampoco me parece ya normal.

La publicidad gratuita que ha recibido Escándalo tenía muy claro el concepto de normalidad. La normalidad es lo bueno. Así, la serie, solo por el tráiler y la sinopsis, era acusada rabiosamente desde varios focos del espectro ideológico de “normalizar la pederastia”, lo cual sería muy malo. Sin embargo, dudo mucho que gente que no sabe lo que es la pederastia sepa lo que es la normalidad.

Escándalo trata de una mujer de 42 años que se acuesta con un chaval de 15. Pasada la pubertad, uno no es un niño, sino un adolescente. Pederastia es la atracción erótica por los niños, seguido o no de abuso sexual. Es el tema de la película Mantícora, de Carlos Vermut, a la que nadie ha acusado con tanta expectoración moral de “normalizar la pederastia”. Quizás el fallo promocional de Vermut es que su serie no la emite Telecinco, sino un cine en su sala más pequeña.

Foto: Fernando Líndez y Alexandra Jiménez, protagonistas de 'Escándalo'. (Mediaset)

Con todo, si el chico de la serie tuviera nueve años (sucedía algo parecido en Birth, la excepcional película de Jonathan Glazer donde Nicole Kidman y un pequeño de edad no mucho mayor llegaban a enamorarse por motivos ultraterrenales), incluso si Hugo, el chaval de 15, digo, tuviera ocho, Escándalo no normalizaría la pederastia. La pederastia, Papá Noel o el Black Friday lo normaliza la sociedad entera, como de hecho ha sucedido con los dos últimos ejemplos de la enumeración. Una ficción normaliza que las ficciones siguen siendo importantes para explorar historias posibles o incluso imposibles, y la única forma de que una serie sobre pederastia nos hiciera dudar de lo mala que es la pederastia sería que esa serie fuera realmente muy buena. Entonces, habría que darle un premio en lugar de prohibirla, pues nos habría hecho pensar las cosas otra vez.

Precisamente, las ficciones buenas, las grandes series, no son normales, y por eso las necesitamos. Quizá nunca nos hemos parado un segundo a pensar qué es normal.

Pero Escándalo no es una gran serie, sino una de las muy malas. La catástrofe empieza con el casting. Alexandra Jiménez, la madre deprimida que intenta suicidarse y se acuesta de inmediato con su salvador (el chaval de 15), es de lo poco solo mediocre que encontramos en el elenco. Hugo, interpretado a sus 22 años por Fernando Líndez, es un puro disparate. Recuerda tanto a un “niño” como un coco a un autobús, que diría Woody Allen. Su competencia sexual, siendo solo adolescente, es propia de un actor porno retirado. Su madurez emocional, como de haber escrito él solo 12 reglas para vivir, de Jordan B. Peterson. Además, como todos los chavales de 15 años, sabe perfectamente lo que hay que hacer cuando te encuentras a alguien ahogado en una playa. Además, particularmente, me parece todo menos erótico un tipo como salido del sueño sexual de los unicornios.

Foto: Los protagonistas de 'Escándalo, relato de una obsesión'. (Mediaset)

La protagonista dispone, para más inri, de un marido de pelo canoso y porte envarado que bien podría salir (si no ha salido varias veces) en un anuncio de Seat, otro de Colgate y otro más de Zanussi. El típico padre que nadie tiene. La hija adolescente de la pareja es también solamente un cliché. Las hijas siempre van con pantalón corto y son imbéciles, a esa edad, como sabemos.

Todo este material humano actoral se pone en marcha con un guion repleto de lugares comunes, como de leer mucho El País. Es todo ese punto intermedio liofilizado entre la nada y no haberse parado un segundo a ver a la gente real. “Estoy muy revolucionada con las hormonas”, dice ella, embarazada; embarazada de un cliché, de hecho.

La propia escena central de la serie es una exhibición de falta de talento. Ya es una idea curiosa tratar de suicidarse metiéndose en una plácida playa española, pero más si el tiempo que tardas en ahogarte coincide con el tiempo en que cinco o seis chicos hacen un botellón. Antes de entrar en el mar, Inés, la protagonista, se cruza con Hugo, que lleva una bolsa con botellas; vemos cómo Hugo se junta con sus amigos, que también portan algún líquido en bolsas. Dos o tres minutos después, Hugo ya se ha separado de ellos e Inés no se ha ahogado del todo. Los chicos de hoy beben demasiado deprisa, asumimos; o algunas mujeres se recrean mucho suicidándose.

La idea de que una mujer que acaba de tener un aborto espontáneo, a la que su marido y su hijo desprecian abiertamente (se insiste tanto en esto que resulta grotesco), con una madre traumática viniendo siempre a su mente y que además ha intentado suicidarse hace cinco minutos tenga de pronto ganas de follar con el primero que ve (su vigilante de la playa versión kids) no deja de albergar alguna gracia. Sin embargo, el modo en el que se lleva a cabo es primitivo, absurdo, despersonalizado.

Es como si los guionistas hubieran dejado sobre el propio guion, y filmado luego, el andamiaje del borrador de todas sus ideas

Como tienen que acostarse, a los guionistas no se les ocurre otra cosa que quitarles la ropa para ir avanzando, con la excusa de que está mojada; luego los ponen muy juntos para que se den calor, porque el agua del mar estaba bastante fría. ¿Cómo no van a hacer el amor de inmediato?, debieron pensar en su absoluta genialidad estos guionistas. Hombre, a lo mejor no es el momento, vete tú a saber.

Lo sensible, atento al matiz sentimental y a la subjetividad de cada personaje, sería haber hecho exactamente lo contrario. Miradas, pequeños roces, pedir permiso para quitarle una prenda… Dudas. Pero no tuvimos tanta suerte.

Lo primero que le pregunta ella tras el coito es: "¿Cuántos años tienes?". Es como si los guionistas hubieran dejado sobre el propio guion, y filmado luego, el andamiaje del borrador de todas sus ideas.

Escándalo, en fin, llegó para normalizar la pederastia y se nos va sin normalizar ni los cortes publicitarios. Lo único bueno del primer episodio de la serie son todos y cada uno de los tacos que dicen los personajes. Es lo único normal, o sea, verdadero.

No veía tanto rato seguido Telecinco desde que emitían el fútbol. De hecho, fueron unos 90 minutos los que pudo estirarse el episodio piloto de Escándalo, que rondaría, como es costumbre, la hora de duración. Ya entrados en 2023, parece increíble que haya incluso millones de personas capaces de esperar a que una serie empiece, capaces de aguantar impertinentes cortes publicitarios donde se anuncian más programas de Telecinco (vi la serie en la web) y capaces de no irse a dormir hasta pasadas las 12 de la noche de un miércoles que transita hacia un jueves también laborable. Después de decenas de series vistas en Netflix, HBO o Filmin, esto de ver una serie en Telecinco no me parece normal. ¿Qué es normal? De hecho, ver una serie malísima tampoco me parece ya normal.

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