'Exterior noche': la extraordinaria serie sobre el asesinato de Aldo Moro rompe la baraja
La producción italiana recupera magistralmente uno de los episodios políticos más impactantes de la historia reciente del país
En un multicine de versión original en Madrid proyectaban Avatar 2 en cuatro salas a la vez y con horarios distintos. Así, nada más poner un pie en ese cine, podías ver Avatar de inmediato. El espectador indeciso no solo se ahorraba esperar, sino, sobre todo, pensar. Ver ofertada Avatar por todas partes le hacía darse cuenta de que era la película que en realidad venía a ver. Antes, en la calle, ni él mismo lo sabía. James Cameron sí.
Este abuso está muy bien, pues puedes hacer películas aburridas y suponer que nadie va a verlas porque Avatar se proyecta con la obligatoriedad de recepción de un discurso de Franco, el NO-DO de Pandora.
Con las plataformas, esto no sucede. Las plataformas de vídeo han abierto la competición y, amigos, vamos perdiendo. Por mucho que La casa de papel inspire peinados en Japón, parece evidente que otras geografías artísticas han aprovechado mejor que España la oportunidad de globalización de su industria audiovisual. Corea del Sur va en cabeza. Esto debe mosquear mucho, precisamente, en Japón. Hasta la llegada de Netflix, todos habíamos visto 100 películas japonesas, o 1.000, y ninguna coreana. Ahora nadie se acuerda del cine japonés, y ya estamos esperando el próximo bombazo, ya sea película, ya serie, de sus vecinos adelantados.
El caso es que también Italia está ganando prestigio con las plataformas de streaming. Hay mucha más Italia en Gomorra que España en La casa de papel. Quiere decirse que las series italianas no son series americanas a las que les faltan dos manos de pintura (La casa de papel), sino series tan propias que de ningún modo podrían hacerse en Estados Unidos.
Junto a Gomorra, la otra serie italiana que ha roto el techo de cristal de las series europeas frente a las estadounidenses es, sin duda, Exterior noche (Filmin). Trata sobre el icónico secuestro de Aldo Moro el 16 de marzo de 1978. La gran ventaja de la serie, naturalmente, es que nadie sabe quién es Aldo Moro.
Exterior noche
Cuando Tom Cruise hizo una película sobre el asesinato de Hitler, mucha gente se rio de él porque había un conocimiento generalizado de que a Hitler no lo mató nadie a tiempo. Exterior noche toma un caso histórico, supuestamente de conocimiento general, y construye un thriller que, si sabes cómo acabó el secuestro de Aldo Moro, no puede (para algunos) tener nada de thriller. Pero, igual que sucedía con Valkiria (Bryan Singer, 2008), si la ficción es buena, durante su visionado se produce un encantador ensoñamiento según el cual puede que Hitler muera a tiempo y Aldo Moro viva.
Saber quién fue Aldo Moro es mucho pedirle a gente que ya ha olvidado quién fue José María Aznar. No creo que la propia juventud italiana sepa en qué equipo jugaba Aldo Moro, de hecho.
Jugaba para la Democracia Cristiana, que presidía; mientras, Giulio Andreotti, también de DC, era primer ministro del país. El papa de aquel tiempo era Pablo VI. Todos estos personajes históricos protagonizan Exterior noche, junto a incontables ministros y terroristas, y uno se ve obligado a parar un poco para consultar la Wikipedia, porque una ficción bien hecha sobre la realidad acaba provocándote mucho interés por esa realidad, que no te acabas de creer.
Una ficción bien hecha sobre la realidad acaba provocándote mucho interés por esa realidad
Lo mejor de la serie no es la maravillosa ambientación, muy sepia y con gafotas; ni la precisa explicación del caso y su repercusión nacional e internacional; ni la sensación de estar viendo por dentro la política con mayúsculas como pocas veces se ha visto. Lo mejor, lo verdaderamente fabuloso, es el detalle. Cuando Giulio Andreotti anda consultando con militares y líderes de otros partidos si aceptar el paso propuesto por el Vaticano (pagar, el Vaticano, 20.000 millones de libras a las Brigadas Rojas por liberar a Aldo Moro), hay un momento en el que, justo después de la consulta, Andreotti se fija en un cuenco con bombones que hay sobre una mesa y, en medio de la encrucijada histórica, coge uno. En otra escena, el ministro del Interior, Francesco Cossiga (personaje delineado con tantas capas y conflictos que, mientras aparece, resulta el auténtico protagonista de la serie), se preocupa, también con un secuestro humillante para el Estado italiano en marcha, de salir al balcón de su despacho y desenredar la bandera de su país, que el viento ha hecho un gurruño.
Todos estos detalles, sumados a monólogos pungentes (“Ellos, todos masones, fascistas o exfascistas, unos vejestorios. Y ellos son los que tienen que salvarle la vida a Aldo Moro, al que odian”), diálogos poderosos (“¿Cómo convenzo a quien no cree?”, pregunta Pablo VI cuando medita qué decirles a los ateos de las Brigadas Rojas para que liberen a Moro) y pequeños delirios surrealistas, cuajan en una serie modélica, grave, impresionante. Hasta la secuencia de créditos parece que se la han tomado muy en serio.
Podríamos aventurar que la serie es políticamente neutral, y que casi solo se ridiculiza sin disimulo la figura de Andreotti. Pero lo cierto es que, viéndola, uno toma cariño enseguida a Aldo Moro, un político de sabiduría cansada, de afanosa ternura administrativa. Renunció a un coche blindado; se hace su propia cena por la noche. Así, cuando es secuestrado y en un aula universitaria decenas de jóvenes dan vivas a las Brigadas Rojas, uno siente un profundo asco. Es el asco por la juventud romantizada que no sabe distinguir el dolor real de una quimera transitoria.
También resulta siempre impresionante que todo el aparato omnímodo del Estado se ponga a hacer algo pequeño, y no lo consiga: encontrar a Aldo Moro, encontrar a Miguel Ángel Blanco. El Estado quizá pueda salvarnos a todos, pero no a uno solo.
Capítulo aparte para el actor Toni Servillo, que interpreta aquí a Pablo VI con impecable verosimilitud. Antes, hizo de Luigi Pirandello (El gran Pirandello), de Silvio Berlusconi (Silvio y los otros) y de Giulio Andreotti (El divo). No sé cómo no se le ha ocurrido todavía a nadie que Toni Servillo haga una serie o película donde interprete él solo a toda Italia.
En un multicine de versión original en Madrid proyectaban Avatar 2 en cuatro salas a la vez y con horarios distintos. Así, nada más poner un pie en ese cine, podías ver Avatar de inmediato. El espectador indeciso no solo se ahorraba esperar, sino, sobre todo, pensar. Ver ofertada Avatar por todas partes le hacía darse cuenta de que era la película que en realidad venía a ver. Antes, en la calle, ni él mismo lo sabía. James Cameron sí.