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'Avatar 2': más de tres horas de un disfrute para la vista... y un sedante para el alma
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ESTRENOS DE CINE

'Avatar 2': más de tres horas de un disfrute para la vista... y un sedante para el alma

En diciembre se estrenó la segunda parte, y muy aburrida, entrega de la superproducción, 13 años después del inicio de lo que será una saga larga y lucrativa. Opta a cuatro premios Oscar

Foto: La pareja protagonista de 'Avatar 2: el sentido del agua'. (Disney)
La pareja protagonista de 'Avatar 2: el sentido del agua'. (Disney)

Hoy todo el mundo busca su propia saga, larga y lucrativa. Y James Cameron quiere su propio Star Wars, su lucha del bien contra el mal, sus naves espaciales, sus viajes interplanetarios, sus criaturas diseñadas con mimo, sus paisajes imposibles. Trece años después del estreno de Avatar, que en hoy sigue siendo la película más taquillera de la historia —casi 3.000 millones de dólares— y que supuso un paso más allá en los límites del arte de las imágenes generadas por ordenador, Cameron resucita el planeta Pandora y sus habitantes, los Na'vi, consciente de que la gallina de los huevos de oro tiene muchas yemas que repartir.

Para Cameron —y para el cine más industrial— parece principalmente una cuestión de números, contagiados por el espíritu Silicon Valley: más larga, más cara, más megalómana e... igual de aburrida. Porque Avatar 2: el sentido del agua es un disfrute para la vista —en especial las escenas marinas, que simulan una inmersión entre la fauna de las aguas del Caribe, que supongo que será así de apabullante—, pero un sedante para el alma.

Ganas de Avatar hay; quedó claro con el torrente de espectadores que acudieron en masa a los cines este 2022 para ver la reposición de la película anterior confundiéndola con la segunda. Y merece la pena disfrutar de un 3D que suena casi obsoleto, como si hablásemos de la Polavisión -aquel invento fracasado de películas instantáneas de Polaroid-, pero que en películas de este tipo —mucha explosión, mucho submarinismo— ayudan a la experiencia física del cine. Sin embargo, Avatar 2 arrastra la pereza -o la complacencia- de una gran superproducción familiar más simple que el juego del palito y el aro. El guión no da la oportunidad al espectador de despegarse, aunque sea un segundo, de su zona de confort. Sabemos quiénes son los buenos, quiénes son los malos, sabemos que acabarán pegándose y sabemos la pseudolección moral que nos llevaremos puesta a la salida del cine.

placeholder Los na'vi del bosque se adentran en los territorios del arrecife de coral. (Fox)
Los na'vi del bosque se adentran en los territorios del arrecife de coral. (Fox)

Para quien no haya visto la película original no hay demasiado problema. La introducción del principio, como la de las series antiguas que recopilaban lo ocurrido anteriormente en cada capítulo, nos sitúa en el planeta Pandora, un paraíso tropical habitado por los na'vi, unos seres esbeltos, atléticos y cobalto, que visten taparrabos y viven en armonía con la naturaleza que los rodea. El protagonista, Toruk Makto (Sam Worthington), es un antiguo marine que, a través de un complejo programa que une las conciencias humanas a una red de avatares físicos a imagen de lo na'vi, se infiltró en la tribu, de la que ha pasado a formar parte. Ahora tiene cuatro hijos que son mestizos y se ha convertido en el jefe de los na'vi que habitan el bosque. "La felicidad es simple", repite una y otra vez mientras retoza con su mujer, Neyriti (Zoe Saldana), una guerrera con mucho nervio, y sus retoños.

Como en una suerte de Matrix hippie, Cameron se anticipó a la moda del metaverso creando esta realidad de avatares. Pero en vez de apostar por una utopía futurista de máquinas sofisticadas, prefirió una vuelta a la Edad de Piedra con una fantasía ecologista en la que los personajes, aunque saben manejar las tecnologías más avanzadas, han optado por un modo de vida rústico y sostenible de casas en el árbol y vehículos semovientes. Los más pequeños, a diferencia de los niños urbanitas, disfrutan oliendo las flores y jugando con animales potencialmente mortales con los que conviven en paz y armonía. La idea de Edén de Cameron es bastante simple, como de cuento infantil, y es la retórica que utilizará durante la mayor parte de la película, para que el público más joven —más allá de un par de ráfagas de metralleta por ahí y un quítame tú un par de explosiones vistosas por acá— pueda seguir la trama y entretenerse con la belleza y el colorido del paisaje y del bestiario.

placeholder Stephen Lang es el coronel Miles Quaritch, cuya conciencia está conectada a un avatar. (Fox)
Stephen Lang es el coronel Miles Quaritch, cuya conciencia está conectada a un avatar. (Fox)

Todo va bien hasta que, ¡oh sorpresa!, aparece una nueva estrella en el cielo, lo que sólo puede significar que las naves espaciales de los humanos regresan a Pandora. Cuando los protagonistas se regodean en su felicidad infinita en todos los blockbuster invocan a la desgracia, habitualmente en forma de un pasado que vuelve. El antiguo grupo de marines al que pertenecía Toruk Mato —anteriormente conocido como Jake Sully—quiere colonizar el planeta como futuro hogar una vez que hayamos destruido la Tierra y, para ello, los soldados viajan a Pandora transmutados también ellos en avatares con aspecto de Na'vi, eso sí, armados hasta los dientes. Además, nada más llegar, no pueden evitar prender fuego al bosque y arrasar todo a su paso. La naturaleza violenta y destructiva de los hombres contrasta con la simbiosis del resto de las especies. Además, el líder de todos ellos, el coronel Miles Quaritch (Stephen Lang), tiene un enfrentamiento pendiente con Jake y aprovechará el viaje para intentar acabar con él y con toda su familia.

Despojada de las marchas imperiales, de los stormtroopers y de los robots, Avatar es una especie de Star Wars campestre, en la que el director desarrolla más el diseño de criaturas y de personajes que una historia con un mínimo de profundidad. Si en Star Wars había que salvar la democracia, en Avatar deben salvar el medioambiente. Una línea de intención sencilla revestida de explosiones y peleas y puñetazos y disparos y trenes descarrilando y un villano temible y un héroe en apuros y una juventud llamada a la acción. Los enamoramientos son como en el cine de toda la vida: una hembra curvilínea rodada a cámara lenta mientras sale del agua. Las amistades interespecie ya no son entre un chaval y un robot, sino con una especie de ballenato, pero el lenguaje es el mismo: el lenguaje del AMOR con mayúsculas. Hay padres ausentes, mujeres combativas, pandillas de acosadores... Lo que no tiene Avatar es el sentido del humor que, al menos, sí tenían las películas originales de Star Wars.

placeholder Otro momento de Avatar 2. (Fox)
Otro momento de Avatar 2. (Fox)

Hay un batiburrillo de personajes —tan ligeros de ropa es difícil distinguirlos— y las relaciones entre ellos son muy básicas. Cameron se dedica a pasearlos de un lado a otro sin ningún objetivo concreto. Y eso ralentiza mucho la película. El espectador disfruta descubriendo el paisaje y las costumbres al igual que el director imaginándolas, pero Cameron se queda atascado queriendo enseñar más criaturas, más mundo submarino, más texturas tridimensionales. Se ensimisma con su propia creación mientras los personajes vagan. Resulta más interesante el villano, que sigue un propósito claro y que se enfrenta, también, a su propio pasado en forma de un adolescente asalvajado, que el camino del héroe de la familia na'vi. La acción llega en momentos muy concretos y muy diseñados para la espectacularidad del 3D —como la escena submarina del ataque de un pez gigante a través de los arrecifes—, pero todo lo demás se arrastra en busca de un final épico que tarda en llegar. También se entretiene uno buscando los rasgos de los actores protagonistas bajo las capas de CGI —imágenes generadas por ordenador—, que cada vez son más naturales. Entre las caras famosas que pasan por ahí, estrellas de anteriores películas de Cameron, como Sigourney Weaver y Kate Winslet, en pequeños papeles terciarios.

Cameron siempre ha reconocido que su forma de narrar historias busca conmover a través de la sencillez. No es un guionista de personajes con aristas, sino más bien de mensajes directos e inmutables. Pero aquí parece que ha dejado de lado completamente la historia para centrarse en los aspectos visuales y en el juego con las posibilidades técnicas del medio. Aun así, se agradece dejarse flotar un rato —no las tres horas y cuarto que dura— en este universo de fantasía edénica donde encontrar la felicidad es tan sencillo.

Hoy todo el mundo busca su propia saga, larga y lucrativa. Y James Cameron quiere su propio Star Wars, su lucha del bien contra el mal, sus naves espaciales, sus viajes interplanetarios, sus criaturas diseñadas con mimo, sus paisajes imposibles. Trece años después del estreno de Avatar, que en hoy sigue siendo la película más taquillera de la historia —casi 3.000 millones de dólares— y que supuso un paso más allá en los límites del arte de las imágenes generadas por ordenador, Cameron resucita el planeta Pandora y sus habitantes, los Na'vi, consciente de que la gallina de los huevos de oro tiene muchas yemas que repartir.

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