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El brutal libro sobre la maternidad por el que una escritora se jugó la custodia de sus hijos
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El brutal libro sobre la maternidad por el que una escritora se jugó la custodia de sus hijos

Se publica al fin en español uno de los libros más polémicos y que más críticas ha recibido sobre la convulsa experiencia de ser madre: 'Un trabajo para toda la vida', de Rachel Cusk

Foto: Detalle de portada de 'Un trabajo para toda la vida', de Rachel Cusk. (Asteroide)
Detalle de portada de 'Un trabajo para toda la vida', de Rachel Cusk. (Asteroide)

Aquel librito modesto sobre la experiencia de ser madre fue la chispa que incendió la pradera. Los ofendidos, y ofendidas —la mayoría eran mujeres—, brotaron por todas partes, así como las críticas corrosivas y cada vez más groseras. Los periodistas acusaron a la autora de ser una madre inepta y sin amor, ejércitos de detractores comenzaron a usar su nombre, y aún lo hacen, como sinónimo de odio a los niños, y aquellas lectoras que viven la maternidad como una religión entendieron la brutal sinceridad de aquellas páginas como una blasfemia. Hubo un célebre columnista, incluso, que llegó a solicitar a los servicios sociales que se hicieran cargo de las dos hijas de Rachel Cusk por escribir y atreverse a publicar Un trabajo para toda la vida: sobre la experiencia de ser madre. Años después, ella se defendía en el prólogo a la reedición del libro que ahora por fin podremos leer en español en Libros del Asteroide.

"Señoras, esto no es un manual de cuidados infantiles. En estas páginas tienen ustedes que pensar por sí mismas. No les digo cómo deben vivir: tampoco estoy obligada a promocionar su visión del mundo. Tengan diez hijos o no tengan ninguno; quiéranlos con locura o enciérrenlos; entreguen su vida a cuidar de ellos o abandónenlos por un amante con la mitad de años que ustedes: a mí me trae sin cuidado. No escribí este libro porque necesitara su aprobación. Tampoco lo escribí por vanidad, pereza, orgullo o maldad. No lo escribí porque odiara ser madre, porque odiara a mi hija u odiara a cualquier otro niño. Lo escribí porque soy escritora y la ambivalencia que caracteriza las primeras etapas de la crianza me pareció afín a la ambivalencia fundamental que siente el escritor ante la vida, una ambivalencia, oscurecida por la organización de los sistemas sociales ideados por la comunidad humana, que el escritor o artista siempre intenta recupera y resolver".

Foto: Detalle de portada de 'Madres arrepentidas'

La escritora de origen canadiense, criada en EEUU y británica de adopción Rachel Cusk, a la que Alberto Olmos confesó leer "extasiado" por su "genialidad", es uno de los secretos mejores guardado de la literatura anglosajona, autora de la trilogía formada por A contraluz, Tránsito y Prestigio: "Enmarcada en el género de la autoficción, Rachel Cusk, sin embargo, deja hablar a todos menos a sí misma: ha inventado la autoficción modesta, que es como inventar el egoísmo generoso o la masturbación poliamorosa. (...) Este hacer autoficción sin darse el menor protagonismo es lo que nos atrevemos a calificar aquí de genialidad".

placeholder 'Un trabajo para toda la vida', de Rachel Cusk. (Asteroide)
'Un trabajo para toda la vida', de Rachel Cusk. (Asteroide)

Y, sin embargo, en 2001, Rachel Cusk sí tuvo la urgencia de hablar de ella misma en Un trabajo para toda la vida y, aunque han pasado más de dos décadas para que podamos leer su libro en España, el relato de su experiencia, sus reflexiones sobre el embarazo y la maternidad, sus sentimientos contradictorios y devastadores, las trampas a las que todas las madres se enfrentan, la infantilización social de las embarazadas y las madres primerizas o la soledad del puerperio se revelan hoy tan brillantes, actuales y brutalmente honestas como entonces.

La celda

Cusk confiesa que aunque siempre le había fascinado el misterio de la maternidad, cuando le tocó el turno no estaba preparada para lo que iba a ocurrir. Primero tuvo a su hija Albertine y solo seis meses después se quedó nuevamente embarazada, ahora de Jessy. Fue durante el embarazo y primeros meses de vida de su segunda hija cuando comenzó a escribir para dar cuenta de cómo la maternidad empezaba a levantar en torno suyo "una urbanización cerrada y asilada del mundo", una "celda" que acabó aceptando "con la resignación del convicto interceptado en la fuga".

placeholder Rachel Cusk. (EFE/Marta Pérez)
Rachel Cusk. (EFE/Marta Pérez)

Primero fueron los seis meses que la escritora y madre se quedó en casa tras el primer parto mientras su pareja seguía trabajando, lo que abrió una gran brecha entre ambos, liquidando la relativa igualdad que hasta entonces ambos habían mantenido respecto al hogar y los cuidados y sustituyéndola por algo parecido a "una relación feudal": "Un día en casa, al cuidado de un niño, no puede ser más distinto de un día de trabajo en una oficina. Con independencia de cuáles sean sus méritos respectivos, son días pasados en mitades opuestas del mundo. El día a día del padre se blinda poco a poco con la armadura del mundo exterior, del dinero, la autoridad y la importancia, al tiempo que la retirada de la madre se extiende hasta abarcar toda la esfera doméstica".

Un día en casa, al cuidado de un niño, no puede ser más distinto de un día en una oficina

Pero dar a luz, añade Cusk, no solo separa a los hombres y las mujeres, también separa a las mujeres de sí mismas. Poco a poco, invade a la nueva madre la sensación de no ser ya ella misma, de que su vida se ha empantanado sin remedio, de que le resulta tan arduo separarse de sus hijas como quedarse con ellas, de haber caído en una trampa mítica de la que en vano lucha por escapar. Y todo empezó con el embarazo, auténtico centro de entrenamiento militar, según la autora, con vistas a esa carrera de aceptación de la que no se puede salir sin violencia que es la maternidad en sí.

Tres trimestres y un infierno

El embarazo dura nueve meses popularmente y 40 semanas para los médicos, pero Rachel Cusk afirma que la división más significativa son tres trimestres, el primero de náuseas y cansancio, el segundo de tripón y bienestar, y el tercero y más duro de dolores y afecciones de todo tipo, torpeza y aprensión por el parto inminente. Todo el periodo es un continuo de libros ilustrativos de siniestro detalle, toda clase de promesas y amenazas emanadas del pequeño autócrata que crece dentro de ti, desesperación, claustrofobia hogareña e insoportable invasión de la intimidad de la madre. "Pero yo no soy solo el chófer de este valioso cargamento; soy también su contenedor, su embalaje, y mientras que mi seguridad está sometida a regulaciones y supervisión, la manera en la que me romperán para abrirme cuando llegue a nuestro destino continúa envuelta en el misterio".

La manera en que me romperán para abrirme cuando llegue a nuestro destino continúa envuelta en el misterio

La escritora decide seguir el son del parto natural y tener a su primera hija en casa, pero todo se tuerce por un problema obstétrico inesperado y acaba en un hospital oscuro y silencioso un domingo por la tarde. Cuando el alegre especialista le advierte de que, en su estado, hace 150 años, habría muerto, ella responde: "Como todo el mundo". Cuando días después del parto, cesárea mediante, Rachel Cusk llega a casa en un taxi multiplicada por dos, siente que algo ha cambiado radicalmente. Es, escribe, "como si entrara en casa de alguien que acaba de morir, de alguien a quien quería, de alguien que me parece increíble que se haya ido. Las habitaciones, los muebles, los cuadros, los enseres, todo tiene una insoportable pátina familiar: parada en la puerta, me siento golpeada por la tragedia, como varada en un pasado irrecuperable. Momentos después, las mismas habitaciones y los mismos enseres despiertan en mí un pánico brutal: el pánico del confinamiento".

Foto: Cruz Sánchez de Lara. (Carlos Ruiz)

Un trabajo para toda la vida es un libro increíble por su desnuda e impactante sinceridad, un texto que orea los duelos y quebrantos de ese infierno que sin duda es, gran parte del tiempo, la maternidad primera, en la que la mierda y la falta de sueño te anegan, que, sin embargo, puede leerse como un cántico a la vida atravesada por esa misma experiencia tan sufriente como maravillosa. Cuando todo mejora porque todo pasa siempre y los padres no lo creen, pero así ocurre, así se salvan al fin, cuando el descanso vuelve en pequeñas pausas, cuando el fruto de tu vientre crece y tu vida mejora, ay, entonces el pobre corazón humano es capaz de echar de menos incluso el infierno. Y comienza a aventurar la línea de meta.

"A veces me imagino la maternidad como una especie de carrera de relevos, un viaje que tiene el objetivo de pasar el testigo de la vida, que en un momento es todo trabajo, fuego y prisa y al siguiente es mera expectación jadeante: una tarea de equipo en la que el estrellato se redistribuye y se transfiere interminablemente. Veo que mi hija se aleja de mí muy deprisa, que va lanzada hacia su futuro, y en esa imagen reconozco mi final, mi frontera, el límite de mi vida".

El día en que acabó el llanto (un extracto)

[En Un trabajo para toda la vida, Rachel Cusk deja también páginas profundamente emotivas y enaltecedoras de la maternidad (aunque nada obvias, al igual que el resto) como mostramos a continuación]

Un día, mientras cae la tarde en el jardín, me doy cuenta de que han pasado tres meses y ha llegado el verano. Mi hija está tumbada en una manta, observando las hojas de los árboles. Se retuerce, patalea y se ríe de cosas que yo no veo. Es pelirroja y tiene los ojos claros. Sé que de una manera inexpresable he vuelto a presenciar su nacimiento a lo largo de las últimas semanas; que el sonido de su angustia, su desesperación, era el sonido de un íntimo y terrible proceso de creación. Veo que se ha convertido en alguien. Y también me doy cuenta de que ha dejado de llorar, de que ha sobrevivido al primer dolor de la existencia y se ha forjado con él. Y también me ha forjado a mí, porque a pesar de que no la he ayudado ni comprendido, he estado siempre con ella, y esto -de repente estoy segura- es la maternidad; esta mera presencia es suficiente. Con cada llantina me ha enseñado una lección que es sencilla y dura: que mi cariño, mis tontas distracciones, mis horas de mimos, esa parte especial de mí que he intentado sacar mientras cuidaba de ella era tan superflua como mi furia y mi desesperación. Lo único que hace falta es que esté ahí; y ese «lo único» lo es todo, porque estar ahí significa no estar en otra parte, estar dispuesta a dejarlo todo. Ser quien soy no  compensa lo que me pierdo por no estar ahí. Y así, el llanto de mi hija ha barrido toda la superficie habitada y la ocupación de mi vida. Interpreto que deje de llorar como un indicador de que, a su juicio, mi formación ha concluido con éxito y he conseguido el título de madre; como una señal de que podemos, cautamente, continuar con la tarea de vivir juntas. 

Aquel librito modesto sobre la experiencia de ser madre fue la chispa que incendió la pradera. Los ofendidos, y ofendidas —la mayoría eran mujeres—, brotaron por todas partes, así como las críticas corrosivas y cada vez más groseras. Los periodistas acusaron a la autora de ser una madre inepta y sin amor, ejércitos de detractores comenzaron a usar su nombre, y aún lo hacen, como sinónimo de odio a los niños, y aquellas lectoras que viven la maternidad como una religión entendieron la brutal sinceridad de aquellas páginas como una blasfemia. Hubo un célebre columnista, incluso, que llegó a solicitar a los servicios sociales que se hicieran cargo de las dos hijas de Rachel Cusk por escribir y atreverse a publicar Un trabajo para toda la vida: sobre la experiencia de ser madre. Años después, ella se defendía en el prólogo a la reedición del libro que ahora por fin podremos leer en español en Libros del Asteroide.

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