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El renacimiento de los gafapastas: cómo han logrado dominar la nueva escena cultural
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El renacimiento de los gafapastas: cómo han logrado dominar la nueva escena cultural

Un exitoso libro contribuyó a desprestigiar la figura de los hípsters españoles, pero han logrado reinventarse. Su nueva forma de distinción, en plena conexión con esta época, ve en lo popular y lo exitoso el mejor camino

Foto: Rosalía. (EFE)
Rosalía. (EFE)

La polémica última en las redes ha surgido a raíz de la publicación de un artículo titulado "Motomami o el insólito e inesperado sabor de tus propias heces". La revista que lo colgó en la red, ‘Ruta 66’, lo ha retirado, ya que insiste en que fomentar este tipo de discusiones no forma parte de su actitud.

Dejando de lado el escatológico titular, de un tono hostil, había en el texto apreciaciones interesantes acerca de la recepción crítica de las creaciones culturales, ya que señalaba cómo el temor a ser percibidos como poco actualizados, cuando no decididamente retrógrados, llevaba a parte de los críticos y del mismo ámbito musical a emitir alabanzas acerca de un disco y un estilo que están claramente alejados de sus preferencias.

Más allá del valor del trabajo de Rosalía, que es una cuestión que cada cual dilucidará desde su gusto, debe constatarse una tendencia significativa, la de la celebración de los productos culturales para masas como cualitativamente superiores.

Si un disco con unas letras como las de 'Motomami' lo hubiese firmado Leticia Sabater, la valoración habría sido diferente

Hay una lectura llamativa en nuestra sociedad, y también en las esferas especializadas, según la cual si un producto triunfa es a causa de una irrefutable calidad. Si es popularmente aceptado, es bueno, y ese marco resulta difícil de desplazar. Y si es muy popular, la competencia se desata, pero sobre todo para encontrar interpretaciones sociológicas, políticas, lúdicas o de costumbres, a partir de las cuales se generan las discusiones habituales. Se trata de polémicas en general limitadas, pero continuas. La última tuvo a Chanel como protagonista.

Foto: Los actores Barbara Lennie, Francesco Carril, Nuria Mencía y Javier Cámara en la obra de teatro 'Los farsantes'. (Cedida)

Imaginemos que un disco con unas letras como las de ‘Motomami’ lo hubiese firmado Leticia Sabater: seguramente la valoración hubiera sido diferente. O que Chanel, con la misma actuación y la misma canción, hubiera quedado en el décimo segundo lugar y no en el tercero; seguramente las alabanzas de quienes defendieron y felicitaron a la cantante no se hubieran producido y no es difícil adivinar que habrían regresado las polémicas acerca de la manera en que fue elegida. El éxito actúa como factor legitimador, y hoy más que nunca.

La crítica y las peleas

En todo esto, tienen mucho que ver los mediadores en la transmisión de información para las masas. En otros tiempos, los canales principales eran los medios de comunicación, en primer lugar, los especializados, y después los masivos, como la televisión. Ahora estos son secundarios, ya que son los mediados por la red la fuente primera, tanto para la construcción de la efervescencia como a la hora de incitar a los medios tradicionales a abordar informativamente todo aquello que es popular en las redes. Rosalía, por seguir con el ejemplo, inició la promoción de su nuevo disco en la red, y a partir de ese momento, todos los medios se hicieron eco.

Lo masivamente popular se convierte en cualitativamente relevante, por un lado y por otro

Una vez que esa difusión masiva se ha producido, la recepción sectorial suele ser muy positiva. Y si el éxito aparece, las críticas negativas quedan diluidas, en parte porque son arrinconadas en el espacio de aquellos que se niegan a evolucionar y a entender las nuevas formas de expresión juveniles (aunque quienes más las defienden tengan ya una edad), es decir, en el espacio reaccionario. Y en otro sentido, porque las discusiones que suscitan las creaciones culturales tienen que ver fundamentalmente con la imagen de los artistas y de las costumbres que promueven y con todas las posturas políticas y sociológicas que se infieren de ellas. Lo masivamente popular se convierte en cualitativamente relevante, por un lado y por otro.

La contracultura y el éxito comercial

En la creación, y especialmente en la musical, siempre hubo mucha tensión entre la esfera contracultural y la comercial. La primera rechazaba profundamente la segunda, y los productos que pasaban a convertirse en dominantes en las listas de éxito eran despreciados (incluso cuando, como fruto de una evolución en el gusto, lo contracultural se convertía en comercial). Unos tenían la superioridad artística y la seguridad de que las formas que apreciaban eran cualitativamente superiores, así como la confianza en que el futuro les pertenecía: al tratarse de formas más evolucionadas, y por lo tanto que llevaba más tiempo asimilar, acabarían siendo aceptadas y crearían un nuevo canon. Por decirlo de otra manera, la sensación de que eran la vanguardia social estaba muy presente en la contracultura.

La idea de que el futuro residía en la contracultura, que era el espacio de circulación de las aspiraciones de la sociedad, fue dominante

En esa tensión entre lo contracultural y lo comercial, ha habido épocas muy distintas. Hubo momentos en que ambas esferas estuvieron claramente separadas, y en las que la conciencia de superioridad contracultural fue la norma, como les ocurrió a muchas formas del jazz durante los cuarenta y los cincuenta, y otras en que lo alternativo se convirtió en la materia prima del éxito. Ocurrió con el nacimiento del rock and roll, hasta el punto de que las grandes compañías discográficas, y el oligopolio que conformaban, desaparecieron de las listas de venta estadounidenses durante una década (solo sobrevivió Victor, y porque fichó a Elvis Presley). Después hubo un reflujo, pero a finales de lo sesenta la contracultura estadounidense se convirtió en el elemento primero de las listas de ventas: a partir de los Beatles y Dylan, los A&R intentaban fichar a la próxima gran sensación rebuscando en sectores alternativos.

Foto: Se acabó el gin-tonic, vuelve el Anís del Mono. (EFE/Daniel Pérez)

Una década después, ambas esferas estaban de nuevo claramente separadas. En España fue muy evidente, ya que estábamos saliendo del franquismo y la vitalidad cultural era grande: escritores, poetas, cineastas, músicos, vieron cómo la sociedad aceptaba inesperadamente creaciones culturales diferentes y las convertía en éxito, desde García Márquez o Vargas Llosa, la Movida, el rock urbano, el heavy y tantas otras cosas. Pero antes de que se consagraran, la idea de que el futuro residía en lo contracultural, que era el espacio de circulación de las verdaderas aspiraciones de la sociedad, que había una España diferente y la representaban ellos, estuvo albergada en los movimientos culturales de finales de los setenta y primeros ochenta.

La lógica contracultural impedía cualquier reconocimiento a las creaciones exitosas. Ahora la misma lógica es aplicada en sentido inverso

En esa esfera contracultural era imposible encontrar cierto reconocimiento a los productos comerciales, a los que funcionaban en las listas de venta. Y es curioso, porque esa clase de artistas contaban con productores, músicos y presupuesto para conseguir un buen producto, y en ocasiones lo conseguían. Desde Perales hasta Pecos, como muchos otros después, había artistas orientados hacia la venta masiva, pero que sabían hacer bien su trabajo. Por más que utilizasen fórmulas asequibles destinadas a un oyente estándar, tenían calidad. Pero la lógica contracultural impedía cualquier mínimo reconocimiento, ya que quien lo emitiera sería visto como viejo, ridículo, antiguo o, peor aún, vendido.

Foto: Un joven duerme rodeado de basura. (Reuters/Jon Nazca)

Ahora es justo al contrario. ¿Quién se atreve a criticar a Chanel, Rosalía, Tangana o a cualquier otro pujante artista exitoso sin quedar expuesto a acusaciones de ridículo, viejo o reaccionario? La imputación principal es la de no estar del lado del presente, de lo que está de moda, de lo que la gente acepta, como si, fruto de una mentalidad antigua, no se quisieran aceptar los cambios. Y eso plantea dos dificultades (una lleva a la otra): la imposibilidad de crítica y la imposibilidad de vanguardia.

La muerte de los gafapastas

Hace pocos años, Víctor Lenore resaltó en un conocido libro, ‘Indies, hípsters y gafapastas’, el aire de superioridad de las clases formadas y urbanas, que habían acogido el indie como género musical propio, y su desdén por las expresiones más populares y exitosas (Camela era uno de los ejemplos). La contracultura había transmutado en puro elemento de distinción, sin un deseo claro de convertirse en vanguardia. Era una expresión clasista, en última instancia, que servía para separar a los titulados universitarios y culturetas del pueblo llano. Sin embargo, y no ha pasado tanto tiempo, las tesis de Lenore se hicieron tan populares que el mismo Primavera Sound forjó su cartel con artistas jóvenes que hacían reguetón. 'Rock de Lux', la publicación que Lenore señalaba como centro del gafapastismo, realizó una encuesta reciente entre sus lectores para que eligieran la mejor portada en papel de su historia (ahora es una revista digital), y la ganadora fue Rosalía. Es llamativo que una publicación que comenzó a publicarse en 1984 no elija a Bowie, The Cure, Sonic Youth, New Order, Bjork o cualquier otro artista de su cuerda, sino a Rosalía. Es como si en una publicación llamada 'Perreo de Lux' se eligiese como mejor portada a Fontaines D.C. o a Idles.

Les sirve para reinventar la distinción, porque son solo ellos quienes están en disposición de apreciar toda clase de expresiones culturales

Por decirlo más expresamente, los gafapastas de Lenore ya no existen porque se han convertido en los aduladores de Rosalía y Tangana. La superioridad del indie desapareció, pero solo para transmutarse en un omnivorismo cultural que sirve como nuevo elemento de distinción: nos gusta toda clase de música, pero en especial la exitosa, popular y urbana. Es un nuevo canon, que va con la época, y que no deja de reflejar la evolución de ese público que quiere seguir distinguiéndose, ahora mediante la diversidad en los gustos.

Foto: Gente que se informa mal y paga de más. (EFE/Javier Belver)

Esta evolución, sin embargo, trata de convertir en contracultural la aceptación del éxito, lo que les sirve para reinventar una posición distinguida, porque son solo ellos quienes están en disposición de apreciar toda clase de expresiones culturales. Al conseguir su propósito, cada vez más sectores especializados tienden a alabar lo comúnmente admitido, y efectúan una suerte de cierre crítico que permite descalificar opiniones negativas desde bases no musicales y ni siquiera sociales.

Pero eso, que constituye la aceptación de lo dado, una suerte de celebración eufórica del ‘no hay alternativa’, dista mucho de ser contracultural. Es sumarse a una ola dominante que hace más difícil la innovación, la posibilidad de vanguardia y, por lo tanto, la de evolución. Y esto no tiene que ver con Rosalía, con Tangana, con el reguetón, con el trap, porque no es ahí donde se juega la partida. El problema de fondo no son los estilos, ni las diferencias en las prácticas culturales generacionales, sino que la posibilidad de transmisión de las creaciones culturales está muy limitada a muy pocos artistas y muy definidos. Quizás haya llegado la hora de dar otra batalla cultural. Pero la condición de posibilidad de la contracultura, de la crítica y de cómo impulsar una esfera cultural más viva será motivo de otro artículo, otro día.

La polémica última en las redes ha surgido a raíz de la publicación de un artículo titulado "Motomami o el insólito e inesperado sabor de tus propias heces". La revista que lo colgó en la red, ‘Ruta 66’, lo ha retirado, ya que insiste en que fomentar este tipo de discusiones no forma parte de su actitud.

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