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La lección que nos ofrece el vídeo viral sobre la guerra de Ucrania
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'TRINCHERA CULTURAL'

La lección que nos ofrece el vídeo viral sobre la guerra de Ucrania

Hay ocasiones en que insistir en lo obvio resulta imprescindible, ya que hemos terminado por olvidar incluso lo más evidente. La resignada conferencia de un diplomático español jubilado sirvió para recordarnos la importancia del poder

Foto: Un tanque ruso capturado por los ucranianos. (EFE/Sergey Dolzhenko)
Un tanque ruso capturado por los ucranianos. (EFE/Sergey Dolzhenko)

Uno de los vídeos más virales de la semana ha sido la intervención del diplomático jubilado José Antonio Zorrilla, exembajador español en Georgia, en el museo San Telmo, en San Sebastián, dentro de unas jornadas sobre derechos humanos. Su exposición sobre los motivos de la guerra de Ucrania, descrita en términos de la escuela realista de relaciones internacionales, señala posturas ya conocidas acerca del empuje de la OTAN hacia Ucrania y la previsible reacción rusa.

Es una visión que se critica ampliamente en público, aunque ya se perciba un viraje en ese sentido. Sin embargo, lo más llamativo de la exposición del diplomático no es la lectura que transmite de la guerra, sino la lección que ofrece, como si se viera forzado a desengañar a un auditorio que vive en un mundo de fantasías. En su contestación a una pregunta sobre la guerra formulada en términos morales, explicaba que la moral es una cosa y las relaciones internacionales otra muy distinta, y que en las segundas no cabe la primera. Finalizaba afirmando: "Respeto lo que usted dice, no me sorprende en absoluto, es lo que piensa incluso mi familia, donde estoy considerado como un Gengis Khan, y siento mucho tener que desengañarles, he venido aquí y sí, lo comprendo, es que tengo que decírselo, les ruego que me disculpen si rompo su inocencia, pero los reyes son los padres".

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El diplomático recordaba la definición sobre las relaciones internacionales que ofreció Henry Morgenthau, "las relaciones entre Estados definidas en términos de poder", como punto de partida para entender lo que está ocurriendo. Y, más allá de la guerra de Ucrania, de sus causas y de sus consecuencias, mucho de eso hay. El problema de las relaciones internacionales es que no existe un poder heterónomo que regule los poderes autónomos. Se entiende fácil cuando se utiliza el ejemplo de un Estado que funciona razonablemente bien. En él, las tensiones internas son resueltas gracias al monopolio de la fuerza y al imperio de la ley, mediante las instituciones y las normas, los controles y los equilibrios de poder, lo cual permite una vida en común relativamente tranquila. En las relaciones entre Estados no hay nada similar, ya que no hay un poder central que pueda resolver las disputas o las vulneraciones de las normas, porque las estructuras existentes carecen de la autoridad coercitiva imprescindible para que ese orden funcione. No existe una suerte de Gobierno mundial que castigue a quienes incumplen las normas y proteja a quienes las respetan.

Dado que en las relaciones internacionales no existe un poder mundial central, el poder con el que cuenta cada Estado es muy relevante

La guerra de Ucrania es un buen ejemplo: las sanciones internacionales existen, pero han sido aplicadas por un conjunto de Estados, los occidentales más el Aukus, mientras el resto del mundo condenaba la invasión, pero se ponía de perfil con las sanciones, ya que no les convenían. No ha sido una suerte de Gobierno mundial el que ha sancionado, sino una serie de países coaligados en defensa de su visión del mundo y de sus intereses. En ese ámbito se desarrollan las relaciones internacionales y, dada la ausencia de ese poder central, el poder con el que cada Estado cuenta es muy relevante.

A partir de ahí, es posible, como hacen algunos realistas, interpretar todo en términos de poder e intereses, y por lo tanto legitimar cualquier acción que se lleve a cabo en la medida en que sea útil. A veces esas acciones causan muerte y destrucción para muchas personas y territorios, pero, parecen decirnos, así funcionan las cosas. Eso es caer en las peores interpretaciones de Maquiavelo, aquellas que legitiman los actos, de la naturaleza que sean, siempre que procuren réditos. Esa forma de pensar ha sido uno de los males recurrentes en la historia de la humanidad. También es poco pragmática, porque muchas veces los réditos presentes causan males futuros. Además, esta postura termina por negar que el poder se puede utilizar de muchas maneras, también de modo ético. El mismo Maquiavelo subrayaba que los Estados que tienen valores, establecidos en términos de equilibrios de poder, tienden a ser más estables y a perdurar más tiempo. Por decirlo de otra manera, confunden el punto de partida (el poder y los intereses son cruciales), con el de llegada (se debe realizar cualquier acción que permita aumentar el poder y defender los intereses).

Un mundo maravilloso

Sin embargo, una cosa es poner objeciones al realismo descarnado y otra caer en el extremo opuesto y negar que la cuestión del poder y los intereses está permanentemente presente en nuestro mundo. A menudo, parece que vivimos, como insistía nuestro resignado diplomático, en un mundo angelical. Todo lo contrario.

Un buen ejemplo nos lo recordaba involuntariamente George Bush Jr. esta misma semana, cuando condenaba por error la invasión de Irak en lugar de la de Ucrania. Irak fue un buen ejemplo en el que un discurso moralista, el derrocamiento de un régimen tiránico que poseía armas de destrucción masiva, encubría intereses ligados a la energía y al posicionamiento geopolítico. Y fue una invasión que terminó produciendo consecuencias negativas en todos los órdenes, también para los países que la promovieron.

Si algo estructura nuestro mundo es el diferencial de poder. Negarse a pensar sobre ello es negarse a pensar, sin más

Constatemos, pues, que existe una ambigua relación entre los valores y los intereses. Y subrayemos que, cuando hablamos de intereses, hablamos fundamentalmente de poder, de quién lo tiene y quién no, de los márgenes de acción que permite, de cómo se utiliza y en provecho de quiénes. Defiende sus intereses quien tiene el poder suficiente para hacerlo y para obligar a los demás a realizar aquellas acciones que le benefician. Si algo estructura nuestro mundo es el diferencial de poder. Ese es el punto de partida, y negarse a pensar sobre él es negarse a pensar, sin más.

Y en nuestra sociedad nos negamos permanentemente. No es por falta de costumbre, porque si hay algún tema que ha estado en el debate público ha sido ese: el poder del hombre sobre la mujer, el del profesor sobre los alumnos, el del heterosexual sobre las identidades fluidos, el del blanco sobre las demás razas, el de los viejos sobre los jóvenes, etc. Sin embargo, el poder que define las relaciones internacionales y el que organiza la economía, es decir, el estructural, ha estado ausente de la conversación pública en los últimos años de forma sistemática.

Uno de los problemas más serios

En todo esto, sin embargo, algo muy extraño. Porque aquellos que han estado abogando en los últimos meses por posiciones moralistas ligadas a valores con motivo de la invasión de Ucrania, recriminando sus posturas a los realistas y analizando la situación en términos de buenos y malos, actúan de manera muy diferente en el plano interno, y en especial en el de la economía. En ese terreno, son plenamente realistas y entienden que las empresas, en especial y casi únicamente las de mayor tamaño, tienen como objetivo incuestionable perseguir sus intereses. Ahí no caben valores. De hecho, cualquier limitación de la capacidad de acción de la economía financiera y de las grandes firmas, valga la redundancia, es descrita como una intromisión moralista y, por tanto, perjudicial. Todo funciona correctamente salvo cuando los impulsos bienintencionados vienen a limitar la acción del poder. Entonces aparece el mal: el proteccionismo, la excesiva regulación, las interferencias políticas, las barreras que se le colocan a la libre iniciativa y demás. Sin embargo, en sus análisis, uno de los problemas económicos más graves a los que nos estamos enfrentando en Occidente, el poder de mercado, no aparece nunca.

Un ejemplo reciente, muy significativo, es el escándalo que han vivido los estadounidenses con la leche para biberón, la llamada leche de fórmula. Por resumir el asunto: en los productos de la principal empresa del sector, Abbott, que acapara el 43% del mercado estadounidense, se detectó una bacteria, la 'Cronobacter sakazakii'. Al menos dos niños murieron a causa de la enfermedad que le causó la ingesta del producto y la firma decidió interrumpir la venta. A partir de ahí, se generó una preocupante escasez de esa leche en EEUU.

Abbott no quiso gastar en reparar las máquinas, pero aumentó los dividendos en un 25% y recompró acciones por valor de 5.000 M

El desabastecimiento tiene varias causas, pero el punto central es el siguiente: Abbott se negó a invertir en la sustitución o en la reparación de las máquinas que producían la leche, y al mismo tiempo aumentó los dividendos para los accionistas en más del 25% y anunció un programa de recompra de acciones por valor de 5.000 millones de dólares. Y no solo eso: falsificó registros, engañó a los reguladores, hizo un seguimiento defectuoso del producto y no solucionó los problemas después de su aparición. Las consecuencias han sido graves en muy diversos órdenes, y todo ello causado por una negligente Administración que, para satisfacer los intereses de los directivos y de los accionistas, ignoró las normas mínimas de calidad que toda compañía debe tener. Y lo hizo porque tenía el poder suficiente para ello. Cuando se es la mayor empresa del mercado, y se conforma un oligopolio (hay otros tres fabricantes que copan el 92%), se posee una capacidad de acción muy amplia, y se suele aprovechar en beneficio propio.

Es un ejemplo más de los muchos que podemos encontrar en nuestra economía cotidiana ligada a los mercados concentrados, es decir, a la concesión de un poder muy grande a muy pocos actores. Las grandes tecnológicas son el ejemplo más conocido, pero casi todos los modelos de negocio de las nuevas empresas están ligados a la consecución de un poder de mercado suficiente como para evitar toda clase de interferencias, desde las políticas hasta las de los usuarios. No es únicamente fruto de la evolución tecnológica. Las viejas compañías tampoco se escapan de esta dinámica: no hay más que recordar cómo Iberdrola vaciaba los pantanos en momentos de escasez para aumentar sus beneficios.

En fin, entiendo perfectamente al diplomático. Siento ser aguafiestas, los reyes son los padres

Hay múltiples ejemplos de cómo el poder se usa para satisfacer intereses, y la inflación es otro caso. Su alza no se debe únicamente a elementos coyunturales, también está causada por la intención expresa de conseguir más beneficios por parte de compañías con el poder suficiente. Según 'The Guardian', "los datos muestran de manera objetiva una transferencia de riqueza masiva de los consumidores, que pagan precios más altos, a los accionistas y las empresas de inversión que obtienen los beneficios".

La renuncia a la razón

Tanto las relaciones internacionales como la economía organizan los márgenes de autonomía que nos son dados a los ciudadanos y a los Estados, y ambas se definen en términos de poder. Lo que resulta sorprendente no es tanto que la discusión pública tenga lugar, en primera instancia, mediante razonamientos morales, lo que es natural e incluso deseable, sino que la atención respecto de ese diferencial de poder esté tan poco presente en los análisis, informes y diagnósticos posteriores y que, como resultado, la política, el ámbito típico en el que se lidia con el poder, se mueva permanentemente en esferas intelectuales angelicales. Es una renuncia a la razón en primer lugar, y a la política, en última instancia. Y este es uno de los principales males de Occidente.

En lugar de constatar cómo estructura el poder nuestro mundo, e intentar establecer los límites y los contrapesos precisos, preferimos movernos en un vacío analítico, en un mundo de buenos y malos que nos ofrece soluciones fáciles a problemas complejos. En España hay quienes creen que toda la culpa es de Sánchez, o que con subir o bajar impuestos todo se arregla, o que basta con eliminar la monarquía o las autonomías, o que ven un futuro lleno de color. Empatizo con el diplomático. Siento ser aguafiestas, los reyes son los padres.

Uno de los vídeos más virales de la semana ha sido la intervención del diplomático jubilado José Antonio Zorrilla, exembajador español en Georgia, en el museo San Telmo, en San Sebastián, dentro de unas jornadas sobre derechos humanos. Su exposición sobre los motivos de la guerra de Ucrania, descrita en términos de la escuela realista de relaciones internacionales, señala posturas ya conocidas acerca del empuje de la OTAN hacia Ucrania y la previsible reacción rusa.

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