Las señales que apuntan a que la verdadera contraofensiva ucraniana tendrá que esperar
Cada vez hay más evidencias: habrá que esperar a la primavera del 2024 para que cambie el equilibrio de fuerzas, con más tropas ucranianas bien adiestradas, nuevo material y aviones F-16
El conflicto de Ucrania no se detiene en agosto y la sensación es que va para largo. Todos los días se suceden los combates, se destruyen objetivos militares, se atacan ciudades y sigue muriendo gente. La situación actual, en la que los ucranianos mantienen una presión constante, pero sin grandes avances, nos avisa de una guerra que durará otro año más, como poco.
Este estancamiento y el hecho de que nos espera un 2024 donde el conflicto seguirá en las primeras páginas de los diarios, ya está siendo reconocido en múltiples ámbitos por analistas y expertos internacionales. Recientemente, el que fuera embajador norteamericano ante la OTAN durante la administración Obama, Ivo Daalder, aseguraba al Wall Street Journal que el gobierno ucraniano se estaba haciendo a la idea de que recuperar todo su territorio a corto plazo sería imposible. Y no es el único en llegar a esta conclusión.
La idea de que una victoria ucraniana no es viable en los próximos meses se ve, cada vez más, como la situación más probable. Todo apunta a que habrá que esperar a la primavera del año próximo para que cambie el equilibrio de fuerzas, con muchas más tropas bien adiestradas, con nuevo material y con los aviones F-16, de los que, por cierto, Kiev ya reconoce que no dispondrán hasta mediados del año próximo. Será entonces cuando la tan esperada contraofensiva podría tener éxito de verdad.
Tiempo: el factor clave
El tiempo siempre ha sido un factor importante en todas las guerras. Lo decía Napoleón, para quien el tiempo era crucial: "El terreno lo puedo recuperar mañana, pero el tiempo perdido hoy es irrecuperable", decía el gran estratega. Aquí ocurre lo mismo. Ambos contendientes juegan con el tiempo, de distinta manera y con diferentes intereses.
Para Ucrania, no hacer nada no es una opción. Zelensky sabe que debe mover ficha, está obligado a ello y es muy probable que esa presión sea lo que ha llevado a realizar una contraofensiva sin que sus tropas estuvieran todo lo preparadas y pertrechadas que debieran. Actuar precipitadamente con carros y blindados occidentales, pero con soldados poco adiestrados con ese material, no ha sido buena idea. Todos sabíamos que en cuanto los Leopard, Bradley y demás llegaran a Ucrania, se verían imágenes de vehículos destruidos, pero se actuó con precipitación y se dieron situaciones que, en parte, se podrían haber evitado.
Sin embargo, a pesar de lo anterior, el ejército ucraniano mantiene aún intacto el grueso del nuevo material recibido, a la vez que incrementa el adiestramiento de sus soldados y de sus mandos, formados en Occidente con tácticas occidentales. Mientras, sigue recibiendo material cada vez más sofisticado, como sistemas antiaéreos y misiles de largo alcance —como el Taurus— y, a la vez, material de baja tecnología pero alta eficacia, como los polémicos proyectiles de racimo.
Para Rusia es muy diferente. Perdida toda posibilidad de una solución rápida, su objetivo ahora es aguantar con ese 20% del territorio ucraniano en sus manos y jugar a ver quién se agota antes, si sus reservas o el apoyo occidental a su enemigo. Descartada por ahora cualquier solución política que pase por una negociación o una especie de derrocamiento de Putin —parece que hubo su momento y no cuajó—, el tiempo corre a su favor salvo que su economía colapse.
Ya se verá qué llega antes, pero mientras el tiempo pasa, el reloj sigue en marcha y la estrategia de Moscú parece que pasa por aguantar y esperar acontecimientos, como un giro en la actitud norteamericana ante una victoria electoral de Trump o un hartazgo de la sociedad occidental, que se puede cansar de una guerra que se ha convertido en un sumidero de material y dinero y que no termina de alcanzar el resultado deseado.
Tácticas acertadas
Lo cierto es que, analizando todo lo que ha ocurrido en los últimos meses, una guerra larga es la respuesta que nos da la ecuación. Tiene todo el sentido y, además, el hecho de que la guerra esté muy estancada y que posteriormente se alargue, resulta paradójico, pero responde a que ambos contendientes están haciendo lo correcto, dicho en términos generales y desde el punto de vista de la situación particular y los condicionantes de cada uno.
Ucrania está empleando tácticas adecuadas contra las defensas rusas, como el uso acertado de tropas ligeras —algo que siempre han hecho muy bien— y los llamados reconocimientos en fuerza, que viene a ser utilizar tropas con alta movilidad pero con buena capacidad de combate, que exploran el terreno, detectan obstáculos, como campos de minas, posiciones fortificadas y, a la vez, provocan la reacción de los defensores que, al utilizar su artillería, permiten su localización y el letal fuego de contrabatería y alta precisión del que los ucranianos ya han hecho gala.
Esto, por ejemplo, lo están practicando con mucho éxito —aunque con avances moderados— en el área de Robotyne, población que han liberado y que pondría a tiro la ciudad de Tokmak, punto estratégico en la ruta a Melitópol e incluso a Berdiansk, objetivo ucraniano para cortar los accesos a Crimea. No hay más que buscar en un mapa estos enclaves para entender su importancia estratégica. No obstante, es el área mejor defendida por Rusia, por lo que es más fácil decirlo que hacerlo.
También están atacando en un frente muy amplio —lo que no siempre es bueno— y llevando a cabo acciones muy audaces que parece están funcionando. Unas de ellas son las cabezas de puente que han establecido a la otra orilla del Dnieper. Una al otro lado del puente Antonovsky, con tropas ligeras, como siempre, pero que se mantiene desde hace meses y que los rusos no han podido neutralizar. Otra en la zona de Kozachi, una pequeña población aguas arriba de Jersón. Una zona de difícil acceso que habrían ocupado, aunque los rusos afirman haber recuperado.
Estas cabezas de puente, en realidad pequeñas incursiones al otro lado del río, pueden parecer poca cosa y es cierto que su incidencia es muy limitada, pues sin el apoyo de material pesado, poco pueden avanzar más allá del alcance de su propia artillería. Pero tantean el terreno y, sobre todo, atacando aquí y allá, obligan a los rusos a fijar unas tropas cada vez más escasas en un frente tan amplio.
Los rusos, por su parte y ante esta situación, también hacen lo correcto, fortificar y defender cada metro de terreno ganado y atacar donde los ucranianos no lo hacen, es decir, en el norte. Por eso, tras la victoria —si se puede llamar así— de Bajmut, ahora muy presionada por las tropas de Kiev, los ataques en el norte, en la zona entre Kupiansk y Svatove están teniendo algunos éxitos. Una zona donde, recordemos, los ucranianos obtuvieron una fulgurante victoria que presagiaba un desmoronamiento ruso que, de momento, no se ha producido.
Más armas en acción
El armamento sigue siendo clave en esta guerra. Los ucranianos han puesto en liza material con el que llevan meses preparándose y así, por ejemplo, la 82 Brigada de Asalto Aéreo está atacando en Robotyne y ha puesto en liza sus carros de origen británico Challenger 2, apoyados por transportes acorazados alemanes Marder y blindados de ruedas Stryker, facilitados por Estados Unidos.
Esta unidad, considerada de élite, dispone de 14 carros, 40 Marder y 90 Stryker. El Challenger, aunque en número escaso, es el blindado más pesado y mejor protegido que hay ahora mismo en combate. El Marder, pese a sus años, es un blindado mucho más protegido que sus equivalentes, los BMP rusos —recordemos que pesa más de 30 toneladas— y la movilidad del Stryker también será importante. Probablemente, su papel sea el de atacar en los puntos fuertes señalados por las tropas ligeras que van por delante.
Los sistemas antiaéreos de corto alcance siguen mermando la fuerza de helicópteros rusos de ataque y los Ka-52 siguen cayendo en un lento, pero casi constante goteo, en cuanto se acercan demasiado al frente. Esta sombrilla antiaérea con misiles de corto alcance es fundamental para Ucrania, pues de lo contrario los helicópteros rusos, letales contra los blindados en campo abierto, causarían estragos. Un buen ejemplo son los sistemas IRIS-T SLS, basados en el misil IRIS-T, con 12 kilómetros de alcance, pero montados sobre el vehículo de origen sueco BvS 10. Este conjunto, del que Alemania ha enviado al menos dos unidades, es ideal para acompañar a las unidades mecanizadas.
Por lo demás, la presión sobre Estados Unidos para el envío de los misiles de largo alcance ATACMS crece sin parar. El miedo a una escalada militar es elevado, pero, por otro lado, ya se han facilitado armas de alcance similar —aunque de utilización muy diferente— como son los misiles Taurus.
Otra pelota que está en el tejado americano son los F-16. Está claro que acabarán llegando a Ucrania y que se baraja mediados de 2024 como momento en que podrían comenzar a operar, pero queda la duda de qué armamento llevarán, y el tema no es baladí. Por un lado, está la cuestión de no facilitar armas de muy largo alcance, pero a la vez el hecho de que, si los F-16 se tienen que acercar demasiado, serán derribados por los sistemas rusos de largo alcance S-300 y S-400.
Lo anterior nos dice que lo más probable es que se faciliten armas de alcance medio-largo que permitan atacar desde distancias más seguras, como es el caso de las bombas JDAM o sus variantes planeadoras como el AGM-154 Joint Standoff Weapon, más conocido por sus siglas JSOW y que les darían un margen de unos 130 kilometros si son lanzadas desde alta cota.
El conflicto de Ucrania no se detiene en agosto y la sensación es que va para largo. Todos los días se suceden los combates, se destruyen objetivos militares, se atacan ciudades y sigue muriendo gente. La situación actual, en la que los ucranianos mantienen una presión constante, pero sin grandes avances, nos avisa de una guerra que durará otro año más, como poco.
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