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"Putin es muy peligroso: puede perder la guerra de Ucrania y ganar la guerra global"
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ENTREVISTA

"Putin es muy peligroso: puede perder la guerra de Ucrania y ganar la guerra global"

Giuliano da Empoli publicó 'El mago del Kremlin' el año pasado en Francia, una notable novela con la que obtuvo un gran éxito comercial y consiguió prestigiosos galardones

Foto: Giuliano da Empoli. (Ed. Gallimard/Francesca Mantovani)
Giuliano da Empoli. (Ed. Gallimard/Francesca Mantovani)

El mago del Kremlin (Ed. Seix Barral) es la primera novela de Giuliano da Empoli, un sociólogo, ensayista y asesor político de origen italo-suizo que dirige el think tank Volta en Milán e imparte clases en Sciences Po en París. Con ella ha obtenido un gran éxito comercial en Francia,y ha conseguido el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa y el premio Honoré de Balzac, además de resultar finalista del premio Goncourt y del Interallié.

Tal cúmulo de galardones resulta merecido. El texto es una narración sobre el poder que excede el marco en el que la sitúa, la Rusia del ascenso y la consagración de Putin, pero que permite entender perfectamente los cambios acontecidos en el país los últimos 30 años. Pero, más allá de eso, contiene una visión sobre el alma humana y su deseo de autonomía especialmente pertinente en tiempos tan agitados como los presentes.

PREGUNTA. Acaba de publicar un artículo en Le Grand Continent en el que alerta del tipo de mundo que puede acabar construyendo la inteligencia artificial y en el que señala las semejanzas, en ese sentido, entre Silicon Valley y el Partido Comunista chino. Tiene mucho que ver con Nosotros, la obra distópica de Evgueni Zamiatin que aparece en algunos pasajes de El mago del Kremlin.

RESPUESTA. Mi novela es una reflexión sobre el ejercicio y la mutación del poder. Evidentemente, se centra en la actualidad rusa, en Putin y en Ucrania, pero es una reflexión sobre la naturaleza y el ejercicio del poder. En el artículo que mencionas, subrayaba que durante la Guerra Fría se enfrentaron dos concepciones diferentes del ser humano, la occidental, americana, capitalista y liberal, la de un ser movido por sus intereses y sus pasiones, y la concepción comunista, la de creación de un hombre nuevo que llevaría la sociedad hacia un lugar diferente. Hoy hablamos de una nueva guerra fría, entre EEUU y China, pero la visión de Silicon Valley y la del Partido Comunista chino son muy similares: la de un mundo en el que todo se mide, y que permite, a partir de la recopilación de los datos, gobernar a los individuos, y sobre todo a la sociedad, de manera que sea orientable y optimizable. China lo hace por la necesidad del control político, y las grandes tecnológicas, por razones comerciales, pero la concepción del hombre es la misma.

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P. Dice que es un libro sobre el poder, y es cierto. Pero también lo es sobre Rusia, y permite entender no solo lo que hizo Putin para consagrarse en la presidencia, sino por qué le salió bien.

R. Obviamente, es una novela, y por tanto juega con un imaginario. Pero está basado en observaciones claras y en hechos de la realidad rusa. Y para comprenderla, nos equivocamos si pensamos como occidentales y vemos la política como competición electoral entre dos candidatos que manejan slides y PowerPoint. Rusia es otra cosa, apela a sentimientos y pasiones mucho más profundos. El poder de Putin nace del caos de los años noventa, surgido tras la caída del Muro, con ese cúmulo de transformaciones democráticas, económicas y sociales que Rusia experimentó. En aquel tiempo, Moscú era una Disneylandia para adultos que iban armados con Kalashnikov. De esa situación caótica emergió un personaje como Putin, que restauró la verticalidad y el orden. Decía Dostoyevski en El gran inquisidor que hay tres fuentes de poder en Rusia, la autoridad legítima, el misterio y el milagro. Putin fue nombrado por Yeltsin, de manera que la primera la tenía. Es cierto que era precaria, porque fue el quinto primer ministro que nombró en poco tiempo porque no encontraba un sucesor. El misterio también lo tenía, porque venía del KGB, pero también porque era un personaje poco transparente. Y el milagro ocurrió de modo sanguinario, en la forma de los atentados en edificios de viviendas en un barrio moscovita. Se dijo que los autores fueron terroristas chechenos y la reacción de Putin fue una violenta guerra contra Chechenia, que consagró su poder. Todo eso no lo vimos en Occidente, porque estábamos pendientes de otras cosas, y más tras el 11-S, pero transformó sustancialmente el panorama político ruso. Como dijo Carl Schmitt, el defecto del vencedor es no mostrar curiosidad por el perdedor.

"Creíamos que Europa era la vanguardia, que el resto de países nos iba a imitar, y nos hemos despertado en un mundo que vuelve a ser brutal"

P. Esa conversión del caos en orden y autoridad que llevó a cabo Putin está también presente en ofertas electorales occidentales. Esa demanda de orden y estabilidad y esa importancia de la pertenencia a una gran comunidad también han aparecido en distintos países, como EEUU, en los últimos años.

R. Rusia es, en cierta medida, un laboratorio de los extremos. En la novela, se señala que es la máquina de pesadillas de Occidente: la idea comunista nace en Occidente, pero se desarrolla de una manera plena en la URSS; el capitalismo de los Chicago Boys nace en EUU, pero se lleva a la práctica de manera plena en la Rusia de los noventa, y esta restauración de la verticalidad, con elementos autoritarios, con el regreso a las raíces y la renacionalización, también se lleva a cabo allí. Nosotros estábamos en la era de la globalización, en que los intercambios comerciales eran más importantes que los objetivos políticos. Ahora hemos entrado en una fase en la que la razón política vuelve a ser importante, como se percibe en China y EEUU. En Europa es distinto, porque nos hemos visto sobrepasados: nos hemos despertado sorprendidos por un mundo que no comprendemos. Creíamos que éramos la vanguardia, un espacio al que el resto de países imitaría, y nos hemos levantado en un mundo que vuelve a ser brutal. Rusia, con todas sus especificades culturales y políticas, es un laboratorio.

P. Afirma el Putin de su novela que los mercaderes nunca podrán gobernar Rusia porque no son capaces de proporcionar las dos cosas que su población demanda del Estado: orden interno y poder externo. Esto explica por qué uno de sus principales objetivos ha sido doblar el brazo a los oligarcas. También en China el poder político está por encima del económico. En Occidente es a la inversa, lo económico pesa más que lo político. ¿Cree que habrá una suerte de reequilibrio y que la política y la economía occidentales se pondrán a la misma altura?

R. Es una pregunta complicada, porque se trata de un enredo difícil de resolver. La esperanza no es que imitemos a Rusia o a China, sino que llegue un momento en que las instituciones democráticas que gobiernan nuestros países pongan reglas a los nuevos oligarcas, que son sobre todo los de la dimensión numérica y digital, y que se escapan a los controles democráticos. La idea es que se puedan aplicar las reglas de base del funcionamiento de nuestra democracia a la esfera numérica. Espero que lleguemos a eso, pero ya sabes lo que dice Gramsci, pesimismo de la razón y optimismo de la voluntad. La voluntad es dar ese giro, la razón no nos confirma que vayamos a lograrlo.

Foto: Imagen de 'Zar Accidental'. (Cedida)

P. Otro elemento esencial del asentamiento en el poder de Putin fue llevar a cabo una guerra de valores. Dice en El mago del Kremlin que el lenguaje que utilizó para ese propósito fue “el de la vida y de la muerte, del honor y de la patria”. Y que, frente a esos valores, contraponía un Occidente caduco y en decadencia. Lo curioso es que hay unos cuantos países que se han sumado a esa visión, y que perciben Occidente, pero en especial Europa, como un territorio que está en declive. ¿Vamos hacia dos bloques diferenciados en cuanto a las ideas que promueven?

R. Es importante subrayar que, en Rusia, ese discurso tiene raíces muy profundas. El régimen soviético justificaba el sacrificio de la gente común en la vida cotidiana a la grandeza del régimen y al papel mundial que debía jugar la URSS. Putin hoy trata de reactivar esa capacidad de sacrificio, que es superior a la de Occidente. Aquí tenemos muy difícil acostumbrarnos a esa idea sacrificial en aras de la grandeza de la patria. Sin embargo, creo que hoy los bloques son fluidos y contradictorios, porque están interconectados. En la relación entre EEUU y China hay divergencias, pero también convergencias. Lo señalaba antes en esa concepción compartida de lo humano entre el Partido Comunista chino y Silicon Valley.

"Putin no va a conquistar Ucrania, pero sí puede sumirla en el caos, y eso le servirá para consolidarse internamente"

Sin embargo, la guerra de Ucrania es reveladora, ya que, cuando se va al choque, también te expones a un riesgo. Lo hemos visto con las sanciones económicas, cuyo objetivo es aislar a un país. Pero si no tienes la fuerza necesaria para imponerlas, el riesgo es aislarte tú mismo. Las sanciones de mercado pueden haber hecho efecto en países como Cuba o Irán, pero con Rusia estamos viendo que hay una mayoría de la comunidad internacional que no las sigue y que está tejiendo iniciativas alternativas, por ejemplo, respecto del dólar. No sabemos cuánto tiempo durará esto, pero Putin es muy peligroso porque puede perder la guerra en Ucrania y ganarla a nivel global, en el sentido de provocar otros equilibrios, con un nuevo mundo que está emergiendo y que es al menos tan potente como el occidental.

P. La regla del judo, utilizar la fuerza del contrario en tu favor, es una baza que Putin ha jugado en numerosas ocasiones. Puede ser que, en este caso, también esté ocurriendo. Porque es cierto que militarmente a Rusia le está yendo mucho peor de lo esperado, pero en lo económico y en la red de relaciones internacionales que está tejiendo, puede estar ganando.

R. Rusia ha cometido grandes errores en lo militar y ha tenido que cambiar su estrategia de manera radical, pasando de una guerra rápida a una más larga. Ya no tiene la capacidad de imponer el orden, pero sí la de imponer el caos, algo que ha hecho en muchos contextos recientemente. También en la dimensión numérica: se ha apoyado en la infraestructura digital de nuestros países, como se vio en EEUU, para influir en ellos, y también puede conseguir ese objetivo con la cuestión de las sanciones. Putin no va a conquistar Ucrania, pero sí la puede destruir y sumirla en el caos mientras él se consolida internamente.

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin, antes del discurso. (Reuters/Ramil Sitdikov) Opinión

P. Señala que Putin no es un espía, sino que proviene de la contrainteligencia. Los primeros recopilan información; los segundos viven en un mundo más paranoico, pendientes de traidores y disidentes. Esa paranoia es también un elemento de época. Ocurre desde luego en Rusia, pero va más allá. Incluso en las democracias occidentales el voto es cada vez más negativo, para que no gane alguien que entendemos muy perjudicial para el país.

R. Esto forma parte de la historia política desde siempre, el adversario. Lo negativo funciona mejor que lo positivo. Lo vemos incluso en las películas: las catastróficas resultan más atractivas. Nuestros cerebros son muy viejos y se programaron para sobrevivir en un mundo salvaje, donde los riesgos de minusvalorar las señales negativas eran muy grandes. Esto sirve para la política: es mucho más fácil construir el poder desde la atención a lo negativo que proponiendo algo positivo. Es una deformación de nuestro cerebro y los actores políticos lo utilizan.

"Para crear mayorías, tenías que lanzar mensajes razonables y converger en el centro; hoy, se trata de hacer que el centro explote"

P. Quizá tenga alguna razón propia de la época también. Señalaba las creaciones culturales, como las películas. En épocas recientes, y pienso en el Hollywood clásico, los mensajes que transmitían eran fundamentalmente positivos y operaban como instrumento de cohesión social, promovían y ratificaban los valores dominantes. Eso, que funcionó durante un tiempo, es muy distinto ahora.

R. En Los ingenieros del caos [un ensayo que acaba de reeditar en Francia], señalaba que, por razones económicas, sociales y mediáticas, hemos pasado de sistemas centrípetos a centrífugos. Hubo una época en la que, para crear mayorías, tenías que lanzar mensajes razonables y converger en el centro. La nueva ecología de los medios de comunicación provoca que se trate de inflamar y catalizar los extremos: la viralidad de los mensajes depende de su violencia y de los compromisos que susciten. De lo que se trata no es de ir hacia el centro, sino de hacerlo explotar mediante los mensajes de los extremos. Este es un cambio de funcionamiento significativo de nuestro sistema político. Lo hemos visto de una manera sorprendente en distintos países, como EEUU o Italia.

P. ¿Qué papel debe jugar Europa en este nuevo escenario?

R. El sueño europeo, en su dimensión internacional, se ha acabado. Hemos perdido nuestra inocencia. Creímos que íbamos a ser el futuro, que todo el mundo se iba a comportar conforme a nuestro modelo, que en el fondo es extraordinario, y que ha permitido crear interconexiones profundas, comerciales y técnicas entre países que se han hecho la guerra durante siglos. La estrategia de construcción europea fue muy inteligente, ya que estaba tejida con cosas muy aburridas, como normas y regulaciones técnicas sobre cosas muy concretas, con intercambios comerciales. Creímos que eso podría utilizarse en el mundo, y que la dimensión militar ya no tenía demasiado importancia, o que la retórica nacional e identitaria podía dejarse de lado. Hemos visto que no es así, que la dimensión militar, junto con la tecnológica, continúa siendo la más importante, y que la identitaria resurge; y hemos visto cómo los EEUU acaban de quebrar las reglas de la OMC cuando nosotros decíamos que esas reglas dictaban esto o aquello. Creo que nos veremos forzados a convertirnos en una potencia como las otras y que quizá podremos conservar nuestros modelos y nuestros valores, pero siendo ya conscientes de que debemos defendernos, de que el mundo no será como nosotros, y que nos tendremos que armar para defender nuestro modo de vida. Quizá sea así, quizá no, porque nos hemos despertado tarde, en especial en la dimensión militar.

Foto: Vladímir Putin, en una foto con motivo del Año Nuevo, en 2022. (Reuters/Mikhail Klimentyev)

P. Vemos que hay tensiones entre Francia y Alemania, que han sido el eje de Europa. ¿Volveremos a ver ese eje funcionar sólidamente o tendemos hacia la fragmentación?

R. La fragmentación europea está presente. Francia y Alemania tienen dinámicas demográficas muy diferentes, y en los aspectos hoy esenciales —el militar, el de la energía y el presupuestario— para el relanzamiento europeo, sus puntos de vista están lejos. Francia apuesta por la autonomía estratégica mientras que Alemania está alineada con EEUU, una aboga por la energía nuclear y la otra prescinde de ella, y en lo que se debe hacer presupuestariamente su distancia es grande. Desgraciadamente, hemos pasado de un instante en el que había muchas convergencias en los debates centrales a otro en el que hay muchas divergencias.

A pesar de esto, también hay cambios. Los europeístas no veían la UE como un lugar de protección, pero tras el covid y la guerra ese sentimiento de ser protegido ha penetrado entre la gente común. Incluso el movimiento antieuropeo ha dejado de poner en cuestión la pertenencia a Europa: Meloni y Salvini querían salir de la UE, y ahora lo primero que hace Meloni al llegar al poder es ir a Bruselas. Puede ser hipernacionalista en el interior de Italia, pero cara al exterior es europeísta, aunque no sea sincera, porque sabe que apenas hay nadie en la opinión pública italiana que quiera marcharse de Europa. También hay posibilidades de convergencia con el Green Deal. Podía pensarse que con la falta de energía iba a pasar a segundo plano, y no ha sido así. La transición ecológica tiene el potencial de generar convergencia. Veremos. Una vez más, Gramsci: pesimismo de la razón, optimismo de la voluntad.

El mago del Kremlin (Ed. Seix Barral) es la primera novela de Giuliano da Empoli, un sociólogo, ensayista y asesor político de origen italo-suizo que dirige el think tank Volta en Milán e imparte clases en Sciences Po en París. Con ella ha obtenido un gran éxito comercial en Francia,y ha conseguido el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa y el premio Honoré de Balzac, además de resultar finalista del premio Goncourt y del Interallié.

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