Es noticia
El 'mago' de Putin: el Maquiavelo del Kremlin explica lo ocurrido en Rusia
  1. Mundo
UNA NUEVA ÉLITE DE PATRIOTAS

El 'mago' de Putin: el Maquiavelo del Kremlin explica lo ocurrido en Rusia

Las lecciones sobre el poder contemporáneo que se pueden extraer de la experiencia rusa y de la trayectoria de Putin son muchas. Giuliano da Empoli las explica de un modo crudo en 'Le mage du Kremlin'

Foto: Vladislav Surkov. (Reuters/Sergei Karpukhin)
Vladislav Surkov. (Reuters/Sergei Karpukhin)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Vadim Baranov es un hombre a la sombra de Vladímir Putin, un director de teatro de vanguardia que se convirtió en productor televisivo y que ayudó a construir la realidad mediática que encumbró al presidente ruso. Pero Baranov no es un mero sirviente: es culto, conoce las dinámicas del poder, es inteligente, sabe leer las situaciones y entender las dinámicas de fondo. Baranov es un nombre ficticio, el protagonista de una novela, ‘Le mage du Kremlin’ (Ed. Gallimard), escrita por Giuliano da Empoli, exasesor de Matteo Renzi. Pero la obra es mucho más que ficción, y una advertencia final lo aclara: “Esta novela está inspirada en hechos y personajes reales, a los que el autor ha dotado de una vida privada y de unos diálogos imaginados. Sin embargo, es una verdadera historia rusa”. Baranov es la encarnación literaria de Vladislav Surkov, quien fuera descrito como el ideólogo principal del Kremlin, hoy caído en desgracia, al menos en apariencia.

placeholder

Esa mezcla de ficción y realidad, que conforma un libro plenamente recomendable para los interesados en la política, contiene muchas reflexiones sobre el poder a las que conviene prestar atención, más allá de su descripción de la Rusia del siglo XXI.

1. La creación de un líder

La consagración de Putin no se produce cuando alcanza el poder, ya que recibe una sociedad rota y pauperizada, tras el mandato de un presidente, Yeltsin, que no estaba en su plenitud física, y que era una suerte de marioneta al servicio de intereses diversos. Putin se convierte en el líder político de Rusia, pero no goza de la aceptación necesaria para emprender grandes cambios. Su primera tarea fue asentarse de verdad en el poder, y para ello tenía que poner al pueblo de su parte. La ocasión se la proporcionó el terrorismo, que le brindó el motivo para llevar a cabo la guerra con Chechenia. Empoli deja caer que los atentados que sacudieron Moscú, dos años antes de las Torres Gemelas, quizás estuvieran planificados por el Kremlin, pero no se atreve a afirmarlo con seguridad. En todo caso, y a partir de la confrontación bélica, Putin emergió como una figura dominante en su país. Pero no fue por la guerra, según explica Baranov, sino porque conectó con la demanda de la sociedad rusa: vivía en un mundo caótico y quería orden y estabilidad, “un sentido de la comunidad, la pertenencia a algo más grande”. Responder a esa aspiración fue el secreto del éxito de Putin.

Foto: Putin y Kadírov. (EFE/Alexei Druzhinin)

2. El cambio en el poder

El presidente aspiraba a transformar la sociedad rusa, y solo podía hacerlo mediante un cambio en sus élites. La debilidad occidental principal era la de construir un orden en el que los nobles mandaban mucho más que el rey. Y esa relación debía invertirse. Para Putin, la democracia occidental no era una democracia, porque no representaba los intereses del pueblo, sino el reparto del poder entre los oligarcas. Era el dinero el que mandaba sobre la nación y eso no podía repetirse en Rusia: “Ten una cosa en mente, Vadia, los comerciantes nunca gobernaron Rusia. ¿Y sabes por qué? Porque no son capaces de proporcionar las dos cosas que los rusos demandan del Estado: orden interno y poder externo. Solo en dos ocasiones, durante dos breves periodos, los comerciantes han gobernado nuestro país: unos meses después de la Revolución de 1917, antes del ascenso de los bolcheviques, y unos años después de la caída del Muro, durante el periodo de Yeltsin. ¿Cuál fue el resultado? El caos. La explosión de la violencia, la ley de la selva, los lobos que salen de los bosques y entran en las ciudades para devorar a la población indefensa”.

"El zar nunca da cifras: habla el lenguaje de la vida y de la muerte, del honor y de la patria. El primero es el lenguaje caduco de Occidente"

Debía, entonces, crear una nueva élite de patriotas, decididos a restaurar el poder y la influencia rusas. Y la encontró, afirma Empoli, en los ‘siloviki’, los hombres del servicio de seguridad, a los que fue colocando a su lado. Los hombres del poder y de la fuerza apartaron a los viejos oligarcas: “Somos la nación más grande del mundo. Los más ricos también. Solo que hemos permitido que nuestra riqueza, la riqueza colectiva que por derecho pertenece al pueblo ruso, sea robada por una banda de delincuentes. En los últimos años, Rusia ha creado una aristocracia extraterritorial, gente que monopoliza nuestros recursos pero que tiene el corazón y la billetera en otra parte. Retomaremos el control de las fuentes de riqueza de nuestro país, Vadia: gas, petróleo, bosques, minas, y pondremos esta riqueza al servicio de los intereses y la grandeza del pueblo ruso, no de algún mafioso con mansiones en la Costa del Sol”.

Foto: Manifestación contra Vladimir Putin frente a la embajada rusa de Varsovia. (Reuters/Aleksandra Szmigiel)

Por eso, explica Baranov, y porque la política tiene una sola meta, dar respuesta a los miedos de los hombres, “el zar nunca da cifras: habla el lenguaje de la vida y de la muerte, del honor y de la patria. El primero es el lenguaje de Occidente, caduco y en decadencia. El segundo, el del renacimiento de un pueblo, el de su orgullo”. Las campañas electorales dejaron de ser “un equipo de economistas que analiza un PowerPoint”.

3. El monopolio de la subversión

Una vez que el poder estaba en sus manos, Putin tenía que conservarlo y ampliarlo. Se entraba en una nueva fase, que no era especialmente fácil. Quizá gozase de una popularidad masiva, pero el favor del pueblo es oscilante, y los momentos bajos podían ser aprovechados por sus rivales para expulsarse del poder. Putin creía que su Gobierno era visto en Occidente como una amenaza porque comenzaba a revertir la situación. Desde su perspectiva, Rusia era un país que estaba haciendo esfuerzos por adaptarse a Occidente, pero cuanto más seguían las normas que les habían impuesto, menos les tomaban en cuenta y más desprecios recibían. Putin cambió esa tendencia con su nuevo núcleo en el Kremlin, por lo que pasaba a ser un gobernante incómodo: “Qué genios. Ahora vienen a sermonearnos con el respeto a la ley. Y financian a nuestros oponentes porque piensan que somos un poco vulgares y que no los escuchamos lo suficiente. Tal vez dentro de un tiempo me reemplace un graduado de Harvard, un títere que los hará quedar bien en el foro de Davos. ¿Qué te parece eso, Vadim?”.

Putin, nos cuenta su asesor principal, era consciente de que en todas las sociedades la rabia y la indignación terminan apareciendo, que nunca van a dejar de estar presentes, por lo que lo importante no es evitarlas, sino canalizarlas adecuadamente. De modo que Baranov se puso en contacto con aquellos grupos que podían ofrecer agitación, energía e ideas al pueblo, pero no para prohibirlos, sino para apoyarlos. Iban a seguir su tarea, pero convenientemente encauzados a cambio de ese respaldo, de manera que terminaran sirviendo a la patria. El monopolio del poder no bastaba, también tenía que contar con el monopolio de la subversión.

"Economistas altivos, supervivientes de los noventa, feministas, ecologistas, activistas homosexuales: una bendición para nosotros"

Pero hubo una parte de la oposición con la que no pactó, y que desde luego no quiso atraer a su lado. Cuenta Baranov que “los progresistas que luchaban por tener servicios transgénero en los locales públicos” eran sus predilectos. “A esos preferí dejarlos para la oposición: de hecho era necesario que la oposición estuviera formada precisamente por personajes como ellos. En cierto modo, se convirtieron en mis mejores actores, ni siquiera tuvimos que contratarlos para que trabajaran para nosotros. Pequeños moscovitas que se sentían como en un país extranjero tan pronto como pasaban el tercer anillo de la carretera de circunvalación… Cada vez que tomaban la palabra, aumentaban nuestra popularidad. Altivos economistas con sus doctorados, supervivientes de la década de 1990, profesionales de derechos humanos, feministas apasionadas, ecologistas, veganas, activistas homosexuales: una bendición para nosotros. Cuando las chicas de este grupo de música profanaron la Catedral de Cristo Salvador, gritando obscenidades contra Putin y el patriarca, nos dieron cinco puntos más en las encuestas”. Era la clase de oposición, señala Baranov, que les garantizaba la supervivencia en el poder. Por eso también realizaban acciones que les alterasen: sus reacciones airadas les reforzaban.

Foto: El físico ruso Mikhail Kokorich. (Vicki Thompson/Cedida)

4. Las reglas del judo internacional

Tras el Maidán, Rusia aprendió a moverse en tiempos internacionalmente convulsos. Ya que no tenían el poder suficiente, apostaron de nuevo por el contrapoder. “Estudiamos las técnicas de nuestros enemigos”: las guerrillas, los pacifistas, los movimientos juveniles. Y entendieron cómo funcionaba. O al menos de eso estaba firmemente convencido el zar: “Mira Ucrania, Alexander. Crearon una organización juvenil, organizaron conciertos en la plaza Maidáan, montaron una ONG para monitorear las elecciones, como dicen los medios que llaman independientes, controlados, casualmente, por los oligarcas más antirrusos. Incluso la cinta naranja. Apuesto a que hicieron una encuesta para elegir el color”.

"Nuestro deber es ayudarlos. Utilizar la fuerza del adversario para volverla contra él"

Rusia apostó por una técnica diferente, la de crear el caos. Su propaganda, la desinformación, se planificó como una máquina de aumentar la inestabilidad. No la creaban, la amplificaban: “Los occidentales piensan que sus hijos vivirán peor que ellos. Ven cómo China, India y, gracias a Dios, Rusia están dando pasos de gigante, y no se enteran de nada. Con cada día que pasa, su poder se reduce, la situación está fuera de su control, el futuro ya no es suyo”. Dado que esa tensión interior occidental iba en aumento y llevaba a sus poblaciones “a tomar las decisiones más absurdas”, la tarea exterior rusa se simplificaba: “Nuestro deber es simplemente ayudarlos. Utilizar la fuerza del adversario para volverla contra él. Las reglas del judo”. Por eso Rusia apoyaba cualquier movimiento occidental, desde los antivacunas hasta los independentistas, pasando por las extremas derechas, que pudiera generar inestabilidad.

Foto: Un hombre camina frente a un mural con los rostros de Vladímir Putin y Hugo Chávez en Caracas. (Reuters/Gaby Oraa)

5. Ucrania antes de la invasión

Aunque la novela termina antes de la invasión de Ucrania, sí hay algunas referencias al papel que jugó Rusia tras el Maidán. El propósito de la guerra del Dombás no era ganarla, sino generar caos, explica Baranov: “Todos deben ver que la Revolución Naranja ha sumido a Ucrania en la anarquía. Cuando cometes el error de confiar en los occidentales, terminas así: te defraudan en la primera dificultad y te quedas solo frente a un país destruido”. Es probable que ese objetivo ruso, después de la reacción europea y estadounidense frente a la invasión de Putin, quede muy en entredicho, pero también lo es que el propósito de la guerra presente contuviera mucho del anterior.

En todo caso, y más allá de la descripción del poder ruso desnudo que realiza Giuliano da Empoli en ‘Le mage du Kremlin’, y de las maniobras entre bambalinas que describe, el libro es interesante porque ofrece algunas advertencias respecto de este momento histórico. Pero de ellas hablaremos mañana.

Vadim Baranov es un hombre a la sombra de Vladímir Putin, un director de teatro de vanguardia que se convirtió en productor televisivo y que ayudó a construir la realidad mediática que encumbró al presidente ruso. Pero Baranov no es un mero sirviente: es culto, conoce las dinámicas del poder, es inteligente, sabe leer las situaciones y entender las dinámicas de fondo. Baranov es un nombre ficticio, el protagonista de una novela, ‘Le mage du Kremlin’ (Ed. Gallimard), escrita por Giuliano da Empoli, exasesor de Matteo Renzi. Pero la obra es mucho más que ficción, y una advertencia final lo aclara: “Esta novela está inspirada en hechos y personajes reales, a los que el autor ha dotado de una vida privada y de unos diálogos imaginados. Sin embargo, es una verdadera historia rusa”. Baranov es la encarnación literaria de Vladislav Surkov, quien fuera descrito como el ideólogo principal del Kremlin, hoy caído en desgracia, al menos en apariencia.

Conflicto de Ucrania Vladimir Putin Terrorismo Petróleo
El redactor recomienda