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Por qué cada vez más economistas influyentes creen que la inflación será duradera
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Por qué cada vez más economistas influyentes creen que la inflación será duradera

Durante una década, la deflación fue el gran temor económico. Esa época ya ha pasado y hay quien empieza a ver señales estructurales en el repunte actual de la inflación

Foto: La inflación golpea la cesta de la compra. (EFE/David Arquimbau Sintes)
La inflación golpea la cesta de la compra. (EFE/David Arquimbau Sintes)
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En los ocho años que van desde 2013 hasta 2021, los hogares españoles sufrieron una inflación acumulada del 4%. Fue la época de la gran moderación de los precios en Europa. Coincidieron en el tiempo una intensa recuperación económica posterior a la crisis del euro con unos precios congelados y, además, una política ultraexpansiva por parte de los bancos centrales. Parecía que la inflación estaba derrotada para siempre y los economistas empezaban a debatir sobre la entrada en una fase de deflación.

Sin embargo, desde febrero de 2021 la inflación se ha disparado casi un 8%. Esto es, en apenas 12 meses, los precios han subido el doble que en los ocho años anteriores juntos. Dos factores explican esta subida vertiginosa del IPC: los cuellos de botella posteriores a la pandemia y la crisis energética. Sin embargo, algunos importantes economistas empiezan a identificar elementos estructurales en este repunte de la inflación. Los bancos centrales creen que tienen controlada la inflación, pero hay quien no está de acuerdo: “Puede que tengan razón (y desde el fondo de mi corazón espero que la tengan), pero yo estoy más preocupado”, escribía la semana pasada Olivier Blanchard, ex economista jefe del FMI, actual profesor del MIT y uno de los economistas más citados del mundo.

Foto: El alto representante para Asuntos Exteriores de la UE, Josep Borrell. (EFE)

Blanchard fue uno de los economistas de referencia para los gobiernos durante la pandemia, ya que fue uno de los pioneros en defender una política fiscal expansiva para contener la crisis económica, camino que finalmente siguieron, en mayor o menor medida, todos los países desarrollados. Ahora considera que los economistas podrían estar interpretando mal las señales que manda la inflación y que la estabilidad de los salarios no se deba a que la inflación esté firmemente anclada en el objetivo de los bancos centrales, sino que está respondiendo con retraso, pero la misma virulencia.

La moderación de los salarios en Europa y, en menor medida, en EEUU, en un contexto de elevada inflación, no garantiza que estos vayan a seguir así en el tiempo. Blanchard argumenta que la fijación de los salarios oscila en función de la inflación esperada, y esa inflación esperada está muy influida por la inflación presente, que en los países occidentales es la más alta en décadas. Si bien hasta ahora los trabajadores creían en la estabilidad de los precios, ahora las previsiones apuntan que a corto plazo los precios seguirán elevados. “Cuando la subida de los precios es limitada, es posible que las personas no estén centradas en actualizar sus salarios, pero cuando la inflación es repentinamente mucho más alta, ambos problemas cobran importancia y los trabajadores y las empresas comienzan a prestar atención y a preocuparse”, señala Blanchard.

En España se está viendo esta situación con las demandas de los sindicatos para recuperar las cláusulas de garantía salarial que durante la última década cayeron en el olvido. De hecho, el anterior Acuerdo para el Empleo y la Negociación Colectiva (AENC) caducó en el año 2020 y los sindicatos no se preocuparon de renovarlo hasta ahora, que aprieta la inflación.

Blanchard advierte de que lo mismo ocurre con las empresas: cuando la inflación de costes es moderada, no tienen incentivos para subir sus precios, al contrario, tienen el desincentivo de perder cuota de mercado. Esto explicaría que durante el inicio de la actual crisis energética absorbieran en sus márgenes las subidas de los costes intermedios. Sin embargo, cuando prevén que las tensiones inflacionistas duren más que unos meses, entonces las empresas empiezan a subir sus precios. “En el contexto actual, la suposición de márgenes comerciales constantes parece más apropiada [que la suposición de márgenes decrecientes]”, señala Blanchard. Esto es, que las empresas trasladen sus costes a los precios finales.

"En el contexto actual, la suposición de márgenes constantes parece más apropiada"

Estos dos efectos de salarios y márgenes son los ‘efectos de segunda ronda’ de la inflación. O lo que es lo mismo, la mayor pesadilla de los bancos centrales, porque frenar esta espiral tiene un coste muy elevado en términos de crecimiento. Blanchard argumenta que, en esta fase en que se están generando importantes tensiones de precios, la Reserva Federal (y por extensión el resto de bancos centrales de países desarrollados) mantiene una política monetaria ultraexpansiva. Los tipos de interés cerca del 0% y una inflación por encima del 6% significan que los tipos reales están en el -6%, una cifra negativa que en la época contemporánea solo se produjo en la década de los setenta.

Aquel retraso de la Fed provocó que la inflación se desbocara y que el presidente de la entidad en ese momento, Paul Volcker, tuviera que aplicar una política monetaria tan restrictiva que provocó una recesión en 1980. Blanchard reconoce que hay importantes diferencias entre los dos momentos, pero ahora, como entonces, el ‘shock’ inflacionario podría ser persistente y obligar a la adopción de medidas contundentes.

El dividendo demográfico

Una de las cuestiones que pueden determinar el rumbo de la inflación es el final del ‘dividendo demográfico’. Este concepto se refiere a las ganancias de productividad que se generan cuando la población en edad de trabajar aumenta respecto a la ‘población dependiente’ (jubilados y niños). Durante la segunda mitad del siglo XX y el inicio del XXI, el dividendo demográfico fue muy intenso por la incorporación de la mujer al mercado laboral y por la globalización hacia Asia.

Foto: La crisis del petróleo de 1973.

Esta incorporación de trabajadores se está agotando rápidamente por el envejecimiento y la caída de las tasas de natalidad durante las últimas décadas. Este es el argumento que utiliza el economista británico Charles Goodhart, ex banquero central en el Banco de Inglaterra, para anticipar un cambio de ciclo en la evolución de los precios. “La pandemia marcará un punto de inflexión, el cambio de las fuerzas deflacionarias de los últimos 30 o 40 años a la inflación resurgente de las próximas dos décadas”, explicaba Goodhart en una entrevista.

El final del dividendo demográfico también sería consecuencia de una cierta reversión de la globalización en las próximas décadas. La pandemia y después la guerra en Ucrania han demostrado a los países desarrollados la gran debilidad que tienen por su dependencia comercial de terceros países con regímenes políticos muy diferentes de los de Occidente. Tres sectores son los mejores ejemplos: la producción de chips, la generación de energía y la inversión en defensa. Al relocalizar la producción en Europa o Estados Unidos, se generará una mayor demanda de mano de obra, lo que tirará de los salarios, generando tensiones inflacionistas.

"La pandemia marcará el cambio de las fuerzas deflacionarias de los últimos 40 años"

Este cambio en el equilibrio del mercado laboral podría alterar la curva de Phillips, que lleva una década plana y que muchos economistas dieron por muerta. Esta curva relaciona el nivel de desempleo con la inflación, ya que históricamente cuando se producía una aceleración de los precios significaba que un país estaba produciendo por encima de su nivel de equilibrio y, por tanto, bajaba el desempleo. Durante la última década, la inflación se mantuvo plana mientras se reducía el desempleo, lo que llevó a los economistas a pensar que la curva de Phillips se había aplanado completamente y, por tanto, ya no tenía sentido defender su existencia.

Blanchard señala que, en el escenario actual, la curva de Phillips podría volver a ganar pendiente, de modo que, a medida que aumenta la producción y baja el desempleo, la inflación acelera rápidamente a través de las subidas salariales. “Hay buenas razones, sin embargo, para pensar que la curva de Phillips cambiará, como lo ha hecho muchas veces en el pasado”, explica el economista, de modo que la relación entre empleo y precios volvería rápidamente y con una gran intensidad.

Es previsible que las tasas de desempleo se mantengan bajas durante los próximos años, ya que la política fiscal será muy expansiva tras la pandemia, con inversiones en transición energética, digitalización, defensa, etc. No solo la política fiscal será expansiva, también llevará aparejadas subidas de impuestos para financiar estas inversiones, acelerando así el encarecimiento del coste de la vida. Esto implica una tasa de desempleo persistentemente baja y, si funciona la curva de Phillips, una inflación elevada. Una incógnita que solo el tiempo despejará, pero que es, sin duda, un argumento de peso hoy.

En los ocho años que van desde 2013 hasta 2021, los hogares españoles sufrieron una inflación acumulada del 4%. Fue la época de la gran moderación de los precios en Europa. Coincidieron en el tiempo una intensa recuperación económica posterior a la crisis del euro con unos precios congelados y, además, una política ultraexpansiva por parte de los bancos centrales. Parecía que la inflación estaba derrotada para siempre y los economistas empezaban a debatir sobre la entrada en una fase de deflación.

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