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Economía de guerra en Europa: de la planificación estatal al control de la inflación
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Un nuevo paradigma económico

Economía de guerra en Europa: de la planificación estatal al control de la inflación

Europa empieza a mostrar las características de una economía para resistir lo que dure la contienda. Se van a reactivar la inversión militar y la energética y se potencian nuevas alianzas

Foto: El alto representante para Asuntos Exteriores de la UE, Josep Borrell. (EFE)
El alto representante para Asuntos Exteriores de la UE, Josep Borrell. (EFE)
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"Recortar nuestra dependencia del gas ruso requiere también que los ciudadanos europeos bajen la calefacción de sus casas". Con esta frase, el alto representante de la UE para Política Exterior, Josep Borrell, puso a la sociedad europea ante su espejo esta semana. La invasión de Ucrania por parte de Rusia no es un conflicto ajeno, sino que es un ataque directo a Europa que ha activado ya la economía de guerra. Borrell recibió muchas críticas desde España por sus palabras y unas horas después tuvo que matizar que no se refería a los españoles porque el gas que consumen no es ruso. Una 'mentira piadosa' para quienes todavía no han asumido que la guerra obligará a hacer esfuerzos, voluntarios o involuntarios. Por dos motivos porque el conflicto genera un impacto macroeconómico directo y porque la respuesta de las autoridades también tendrá costes.

La inflación es siempre la consecuencia inmediata de una guerra porque provoca parones de producción y detiene el comercio. En este caso hay un agravante, la dependencia del gas ruso, lo que provoca que el impacto de la guerra sobre los precios sea inmediato y generalizado. Inmediato porque los precios de la energía están sometidos a cotización en los mercados internacionales y responden, cada segundo, a las noticias de la guerra. Y generalizado, porque el gas y el petróleo impactan directamente en los costes de producción de todo el tejido productivo.

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La escalada del IPC llegó en febrero hasta el 7,6%, el dato más alto registrado desde 1986. Este dato todavía no captura el efecto que está teniendo la guerra sobre los precios, ya que la contienda comenzó a finales del mes. Sin embargo, esta inflación sí es consecuencia del diseño de la guerra que Rusia llevaba meses preparando con continuos cortes del suministro desde el pasado verano. Con esta estrategia consiguió un rápido encarecimiento del gas y del petróleo que finalmente ha terminado por afectar a todo el IPC. Entre los meses de junio y diciembre el gas europeo multiplicó su precio por seis.

En un primer momento las empresas contuvieron la subida de los precios soportando en sus márgenes de beneficio el coste de la energía. Por ejemplo, en octubre, cuando el IPC superaba ya el 5%, el subyacente estaba todavía en el 1,4%. Pero la presión sobre los márgenes terminó explotando y finalmente se ha trasladado al resto de bienes y servicios.

El estallido de la guerra ha provocado un segundo 'shock' energético, en esta ocasión canalizado a través del petróleo, que prácticamente ha duplicado su precio en poco más de tres meses. Ahora que el dique de la contención de precios ha caído, es muy probable que las empresas aceleren la transmisión de los costes a sus clientes. Es posible que la inflación siga su escalada durante los próximos meses y ya nadie puede descartar que puedan llegar hasta la cota del 10%. La reacción de Europa ha sido estudiar cómo pueden modificar la asignación de precios para controlar la inflación. El objetivo prioritario para el Gobierno de España es que se elimine el sistema marginalista de fijación de precios de la electricidad, un sistema que se ideó para incentivar la transición ecológica y que no es sostenible durante el conflicto con Rusia.

La elevada inflación provoca un rápido deterioro de la renta disponible de las familias y las empresas, que cuentan con menos recursos para consumir o para invertir. Inevitablemente provocará una desaceleración económica, que será especialmente intensa en los países del este de Europa. Todavía es pronto para anticipar si el conflicto provocará una contracción de la economía europea o incluso la temida estanflación: crisis con elevada inflación, que es uno de los peores escenarios económicos posible.

Foto: Unai Sordo y Antonio Garamendi dialogan en la reunión celebrada el lunes en Moncloa. (Efe)

Un informe de VoxEU publicado esta semana encuesta a algunos importantes economistas de diversas instituciones para recoger sus opiniones sobre la crisis provocada por la guerra. Una de las voces autorizadas es la de Oliver Blanchard, ex economista jefe del FMI: "Tengo bastante seguridad sobre las previsiones de inflación [elevada], pero tengo menos certezas sobre la producción. La demanda será fuerte por otras razones". Estas otras razones que compensarán la caída del consumo por los precios es la inversión estatal que se va a poner en marcha.

El propio Banco Central Europeo ha respondido al estallido del conflicto con una política monetaria expansiva a pesar de que la inflación, su objetivo principal, está disparada. La reunión del BCE de esta semana ha mostrado que la entidad no quiere precipitarse a la hora de retirar los estímulos y prioriza el soporte a la economía que la lucha contra la inflación. Política monetaria y fiscal han quedado orientadas en la misma posición, la del frente ruso, en un momento que es especialmente delicado para Alemania, que se encamina a la recesión.

Planificación de la inversión

La guerra ha generado un escenario de incertidumbre total en el futuro económico. El propio Banco Central Europeo lo reconocía esta semana cuando publicó sus previsiones económicas. Cualquier intento por anticipar el futuro es ahora ciencia ficción y no sólo porque es imposible anticipar la evolución de la guerra, también porque nadie sabe cómo está afectando a la inflación, el consumo, el crecimiento y el resto de indicadores. Todavía faltan unas semanas hasta que los institutos de estadística vayan cuantificando cuál es el contagio.

Este es el peor entorno posible para la inversión privada, ya que es imposible hacer un descuento de los flujos de caja y realmente de todo lo demás. Es previsible, por tanto, que se produzca un parón de la inversión productiva, en especial en sectores más vinculados con el consumo de los hogares y los que tengan mucho consumo energético.

Foto: Imagen de la calle Preciados de Madrid durante el confinamiento. (EFE/Kiko Huesca)

Por el contrario, el sector público se dispone a acelerar su programa de inversiones, ahora con un doble objetivo: acelerar la transición energética y aumentar la compra de material bélico. De hecho, se trata de otra reacción propia de las economías de guerra, cuando los gobiernos deciden las inversiones estratégicas para mejorar su capacidad militar y conseguir autosuficiencia energética.

En el caso del equipamiento militar, el cambio más relevante lo ha protagonizado Alemania al anunciar que elevará su inversión en defensa hasta el 2% del PIB. Se trata de un cambio histórico de la postura del país que ha realizado una inversión militar mínima desde el final de la II Guerra Mundial. Los países europeos han tomado consciencia de los riesgos que acechan en el mundo y están dispuestos a mejorar su capacidad armamentística para garantizar su seguridad. El montante de la inversión de Alemania superará los 70.000 millones de euros, una cifra equivalente a todas las transferencias que recibirá España del Fondo de Recuperación. La inversión en defensa fue uno de los puntos centrales de la cumbre de líderes de la UE celebrada esta semana. En palabras del presidente de Francia, Emmanuel Macron, los Veintisiete se han comprometido a "aumentar sustancialmente los gastos en defensa".

Además del esfuerzo bélico, los países europeos quieren acelerar la transición energética para “cortar el cordón umbilical con Rusia”, en palabras de Borrell. Para sustituir las importaciones de gas y petróleo por energías renovables será necesaria una inversión de centenares de miles de millones de euros. Los países europeos ya tenían prevista una inversión de más de 70.000 millones en energías verdes en el marco del programa Next Generation EU. Pero esta cuantía es insuficiente.

Foto: El presidente español, Pedro Sánchez (c), conversa con el alto comisionado de la UE para la Política Exterior, Josep Borrell (i). (EFE/Chema Moya)

En palabras de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, los países socios necesitan "una inversión inmensa en energías renovables. [...] Estamos buscando una aceleración del Pacto Verde Europeo". Es cierto que los países ya tenían planes de inversión en transición ecológica, pero este proceso va a acelerar rápidamente en el cortísimo plazo para reducir la dependencia de Rusia. La inversión se hará con cargo al recurso de la deuda, como siempre ocurre en las economías de guerra. Los recursos disponibles se pondrán a disposición de este objetivo estratégico planificado desde el sector público.

Esta inversión pública no sólo se concibe para acercar la independencia energética, también para estimular la demanda interna y contrarrestar así la caída de la inversión privada en un escenario de tanta incertidumbre. Nada más comenzar la guerra en Ucrania, la Comisión Europea abrió la puerta a suspender las reglas fiscales un año más. De pronto ha desaparecido la urgencia de reducir la elevada deuda pública acumulada durante la pandemia. El nuevo objetivo es que los presupuestos públicos sostengan el crecimiento y el empleo mientras dure la guerra. Es importante tener en cuenta que en esta crisis una de las economías europeas más afectadas será la alemana, lo que podría incluso incrementar la política fiscal expansiva de la UE.

Foto: El coste de los carburantes no da tregua. (EFE/Diego Fernández)

Mientras se consigue la independencia energética, la Unión Europea está dispuesta a rebajar algunos de sus altos estándares de calidad, que quedarían sacrificados ante el objetivo de la victoria en la contienda. El más importante es la reapertura de centrales de carbón para minimizar la dependencia del gas y el petróleo rusos. Diversos responsables europeos se han mostrado favorables a mantener activa esta vía de generación de energía pese a ser muy contaminante, ante el riesgo de que puedan producirse parones de suministro. Entre las voces destaca la de Olaf Lies, ministro de Energía de Baja Sajonia en Alemania: "El carbón desempeñará un papel crucial".

Otro problema de suministro que ya está sufriendo la UE es el del trigo y maíz ucranianos, que es el granero de Europa. Para todo el sector ganadero español las importaciones de cereales desde Ucrania son fundamentales para la alimentación de los animales. Esto explica que el ministro de Agricultura, Luis Planas, haya liderado un movimiento para presionar en Bruselas por la relajación de los estándares fitosanitarios exigidos para las importaciones de estos alimentos.

Las exigencias de una economía de guerra generan también extrañas alianzas políticas a nivel mundial. Sólo así se explica el acercamiento de Estados Unidos a Venezuela en los últimos días en una búsqueda desesperada de recursos petroleros. La Administración Biden está haciendo esfuerzos para reconducir las relaciones con el país sudamericano después de que EEUU rompiera relaciones en 2019. El propio Nicolás Maduro, presidente de Venezuela reveló la reunión con representantes estadounidenses que, según sus palabras, fue “respetuosa, cordial y muy diplomática”.

La dependencia energética de Rusia no había sido motivo de preocupación para los líderes políticos, pero ahora es una cuestión prioritaria

En medio de la guerra, cualquier suministro energético es bienvenido para los líderes políticos. Venga de donde venga. El riesgo contrario es que se produzcan parones de la producción. En Alemania este escenario no es descartable, dada su dependencia del gas ruso. De hecho, en la encuesta de VoxEU señalada, el 70% de los economistas considera que la economía europea caería en recesión si Rusia corta sus exportaciones energéticas a Europa o si la UE las prohíbe.

La dependencia energética de Rusia o de otros países árabes no había sido motivo de preocupación para los líderes políticos, pero ahora ya es una cuestión prioritaria. Europa ha perdido su inocencia acumulada en las últimas décadas y ha entrado de forma repentina en una economía de guerra para garantizar el suministro de bienes básicos y apuntalar la defensa.

"Recortar nuestra dependencia del gas ruso requiere también que los ciudadanos europeos bajen la calefacción de sus casas". Con esta frase, el alto representante de la UE para Política Exterior, Josep Borrell, puso a la sociedad europea ante su espejo esta semana. La invasión de Ucrania por parte de Rusia no es un conflicto ajeno, sino que es un ataque directo a Europa que ha activado ya la economía de guerra. Borrell recibió muchas críticas desde España por sus palabras y unas horas después tuvo que matizar que no se refería a los españoles porque el gas que consumen no es ruso. Una 'mentira piadosa' para quienes todavía no han asumido que la guerra obligará a hacer esfuerzos, voluntarios o involuntarios. Por dos motivos porque el conflicto genera un impacto macroeconómico directo y porque la respuesta de las autoridades también tendrá costes.

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