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¿Fue una buena idea aceptar a China en la OMC? Así ha afectado a las economías avanzadas
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20 aniversario de su ingreso

¿Fue una buena idea aceptar a China en la OMC? Así ha afectado a las economías avanzadas

Desde el año 2002 (el primero del país asiático en la OMC) hasta 2011, sus exportaciones crecieron a un ritmo medio anual del 22%. Un 22% cada año implica duplicar las exportaciones casi cada tres años

Foto: Imagen de una bandera de China en Pekín. (Reuters/Thomas Peter)
Imagen de una bandera de China en Pekín. (Reuters/Thomas Peter)

Hace 20 años la economía mundial cambió para siempre. China entró en la Organización Mundial del Comercio (OMC) el 11 de diciembre de 2001 tras tres largos lustros de negociaciones. Finalmente había conseguido su gran objetivo, acceder al circuito de las cadenas globales de valor que se estaban desplegando en esos momentos. Este hecho supuso un cambio drástico para el comercio global: China, que hasta finales de los 90 tenía una participación del 3,5% en las exportaciones mundiales de bienes, multiplicó por cuatro su peso en apenas quince años, consolidándose por encima del 13%. El país se convirtió en la fábrica ‘low cost’ del mundo, lo que ha tenido profundas implicaciones en todo el mundo. Desde el año 2002 (el primero en la OMC) hasta 2011 sus exportaciones crecieron a un ritmo medio anual del 22%. Un 22% cada año implica duplicar las exportaciones casi cada tres años.

También China ha cambiado mucho en estas dos décadas, pero no en la dirección que esperaban los países occidentales cuando aceptaron su ingreso en la OMC. La década de los noventa fue la del gran optimismo occidental tras la caída del Muro de Berlín. La integración de Europa del Este en el mundo capitalista occidental hizo suponer que con China pasaría lo mismo: el comercio traería consigo mayor libertad, democracia y derechos sociales. En definitiva, el establecimiento de unas clases medias a las que vender las exportaciones.

Foto: Celebración del 100 aniversario del Partido Comunista chino en la Plaza de Tiananmen. (Getty/Kevin Frayer)

“"Nos habíamos convencido todos de que un país comunista que se iba haciendo más rico, rápidamente se acercaba a la democracia, protegería la propiedad intelectual, los derechos de los trabajadores, etc., pero ha sido justo lo contrario", explica Luis Garicano, economista y eurodiputado de Ciudadanos, "China entró en la OMC con unas condiciones relativamente poco exigentes". Lo que ha ocurrido es que el país ha competido en bajos costes, pero no ha hecho la transición hacia unas clases medias compradoras que impulsen el crecimiento global. Al contrario, China tiene un superávit de la balanza de bienes (exportaciones menos importaciones) que supera los 450.000 millones de dólares anualmente. Esto es, una cifra que equivale al 40% de todo lo que produce España en un año completo. En lugar de impulsar la demanda, China ahorra cada vez más, drenando crecimiento del resto del mundo, lo que implica que los países desarrollados no han podido exportar a China lo que pensaban que harían.

El economista Dani Rodrik, uno de los mayores expertos en globalización, ha publicado recientemente un artículo en el que repasa la evidencia empírica recopilada hasta la fecha sobre el impacto de la entrada de China en la OMC en las sociedades occidentales, 'A primer on trade and inequality'. Los efectos más importantes producidos por la entrada de China en la globalización se dividen en tres grandes áreas. El primero, el control de la inflación gracias a la entrada de bienes industriales baratos. El segundo, el desplazamiento de la industria de los países occidentales, con ejemplos paradigmáticos como la desaparición de la industria del automóvil de EEUU. Y, el último, la absorción de tecnología y propiedad intelectual de las economías desarrolladas.

Rodrik concluye que los efectos negativos para las economías avanzadas superan claramente a los positivos. "Los estudios muestran que las regiones que fueron muy afectadas por el comercio —con los trabajadores y las industrias más afectadas por la competencia con China— sufrieron pérdidas significativas de largo plazo en los ingresos". En términos netos, se ha perdido más por la deslocalización de la producción que las ganancias logradas por la eliminación de las barreras al libre comercio.

Rodrik señala que el efecto de la apertura comercial es más intenso en el momento inicial, pero tiene rendimientos marginales decrecientes. Esto es, a medida que se eliminan más barreras al comercio, el beneficio obtenido es inferior. "Una vez que los mercados nacionales se han vuelto bastante abiertos, los intentos de impulsar la globalización aún más parecen estar motivados por el objetivo de enriquecer a ciertos grupos en lugar de aumentar el tamaño del pastel [la economía]. Me arriesgaría a decir que las economías avanzadas ya llegaron a esta etapa a finales de la década de los 90, si no antes".

Los perdedores son los pobres

El abaratamiento de muchos productos industriales ha beneficiado directamente a las clases populares, que tienen acceso a muchos bienes que serían mucho más caros si se produjesen a precios locales. Y no sólo se trata de productos baratos de bajo valor añadido, también son bienes tecnológicos que van desde teléfonos móviles, hasta ordenadores, electrodomésticos, coches, etc.

Foto: Humo provocado por las protestas en la fábrica de Nissan de Barcelona. (EFE)

Sin embargo, la literatura económica muestra que son estos estratos sociales los que más han sufrido el efecto negativo del desplazamiento del empleo en la industria, un sector que tradicionalmente demandaba muchos puestos de trabajo con buenas condiciones salariales y de estabilidad en el empleo. "Los estudios empíricos sugieren que los perdedores fueron los trabajadores más pobres, con menor nivel formativo y que viven en regiones que se vieron afectadas negativamente por la desindustrialización y la pérdida de puestos de trabajo", señala Rodrik. En EEUU hay casos paradigmáticos, como es la caída de Detroit, el centro mundial de la industria del automóvil que terminó quebrando por la deslocalización de la producción hacia China, México y otros países con costes de producción mucho más bajos.

La opción elegida en muchos países desarrollados para combatir los efectos negativos de la deslocalización de la producción fue el establecimiento de prestaciones públicas a los trabajadores afectados. Sin embargo, esta vía también ha tenido costes importantes, ya que implica una mayor presión fiscal que extiende las pérdidas a otros sectores de la sociedad o a empresas que no se han ido, generando así efectos de segunda ronda. De esta forma los países combaten la desigualdad pero amplifican el impacto negativo provocado por la pérdida de producción de la deslocalización.

En términos netos no se ha producido una destrucción de empleo, ya que el sector servicios ha sustituido el empleo destruido en la industria. "Desde el año 2002 hasta la crisis financiera no se redujo el empleo, sino que fue al revés", recuerda Raymond Torres, director de Coyuntura de Funcas, "de hecho, las fases de crecimiento económico han sido intensivas en creación de empleo". Lo que sí se ha producido es "un cambio en la estructura productiva de los países desarrollados como consecuencia de la entrada de China en la OMC que son positivos en algunos casos, pero son principalmente negativos", señala Torres, ya que se ha producido "una reconfiguración de las economías de los países desarrollados hacia el sector servicios en detrimento de la industria".

En términos de efecto composición, la pérdida de peso de la industria ha lastrado el crecimiento de la productividad. "No tener un tejido industrial suficientemente desarrollado genera problemas, entre otros, un crecimiento menor de la productividad", señala Torres. "En los círculos económicos hubo mucha discusión sobre qué parte del empleo perdido se debía a la irrupción de China y cuánto a la tecnología. En los últimos años la literatura económica ha ido convergiendo hacia la idea de que una buena parte del crecimiento de la desigualdad y la pérdida de estándares de las clases medias en EEUU tiene bastante que ver con el 'shock chino'", explica Garicano.

Entre los estudios más relevantes del impacto de la globalización sobre el empleo se encuentran los de David H. Autor, David Dorn y Gordon H. Hanson que han elaborado en la última década. En 'The China Syndrome' detectan que "el aumento de la exposición a China incrementa el desempleo, reduce la tasa de participación en la población activa y reduce los salarios en los mercados locales". Desde un punto de vista conservador, estiman que la irrupción de China es la causa del 25% de la caída en el empleo del sector manufacturero estadounidense. Se trata, por tanto, de un efecto significativo para el país.

Torres también destaca la cuestión de los salarios como uno de los cambios más relevantes potenciados por la entrada de China en la OMC. "El factor capital ha ganado mucho peso de negociación respecto al factor trabajo, que tiene mucha menor movilidad", explica Torres, "lo que unido a la pérdida de relevancia de los sindicatos en los países desarrollados ha terminado por provocar una caída de la participación de los salarios en el PIB". La destrucción de empleo y la ralentización de la productividad, unidas a la competencia exterior han recortado la capacidad de negociación y presión de los trabajadores en las economías desarrolladas.

La gestión occidental

La evidencia científica pone negro sobre blanco el impacto de la competencia de China sobre el mercado laboral en las economías desarrolladas. Sin embargo, lo que ha hecho el gigante asiático es aprovechar una oportunidad servida en bandeja de plata por los países occidentales, que han sido incapaces de reaccionar al reto planteado por Pekín.

Para China, la apuesta por una industria nacional potente no ha sido una cuestión de azar ni de fuerzas del mercado, sino una estrategia política. Por el contrario, en EEUU y Europa, donde ha imperado la premisa de que 'la mejor política industrial es la que no existe', han visto cómo su industria desaparecía, bien emigrando o directamente siendo absorbida por empresas asiáticas, sin hacer nada al respecto.

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"Hemos dejado que nos ganaran el partido", lamenta Garicano, "China está jugando a tener dominio político en el mundo a través de la economía, mientras que occidente no está jugando con el mismo propósito". "Europa y EEUU han descuidado la política industrial porque se admitió que lo mejor era que el mercado decidiera libremente cuál sería la especialización de cada país y cada continente", explica Torres, "pero la realidad es que China ha entrado en la OMC sin aplicar las mismas reglas del juego: con políticas intervencionistas y apuestas estratégicas por sectores".

Con el apoyo del Estado, China ha conseguido elevar su cuota global de exportaciones no solo con productos baratos de bajo valor añadido, sino también con alta tecnología a precios muy competitivos. Y lo mismo está ocurriendo ahora con algunas actividades del sector servicios de alto valor añadido. De hecho, las grandes tecnológicas que compiten con las estadounidenses son chinas, las europeas han quedado relegadas definitivamente.

Una de las tendencias políticas, liderada por los populismos, propugna volver a levantar barreras al libre comercio como vía para recuperar la producción local. Sin embargo, esta estrategia no está avalada por los estudios empíricos. Autor, Dorn y Hanson advierten de que "no hemos encontrado ningún análisis que justifique que medidas proteccionistas sirvan para ayudar a trabajadores que se hayan visto afectados en el pasado por la competencia de las importaciones".

Foto: Foto: iStock.

Una opción es exigir que la producción deslocalizada cumpla con los mismos estándares, o similares, que las empresas locales para evitar la competencia desleal. O, al menos, minimizarla. Por ejemplo, en materia de regulación laboral o de protección medioambiental. Sin embargo, la evidencia apunta a que la mejor vía es la apuesta por impulsar el empleo local con inversión, innovación y formación. "La literatura reciente sugiere que estimular el empleo en las regiones más afectadas por el desempleo crónico puede ayudar a los trabajadores más afectados por choques negativos en la demanda de empleo", escriben Autor, Dorn y Hanson. De hecho, algunos países que han apostado por la industria de alto valor añadido han conseguido resistir la deslocalización y aumentar sus ventas a China, como es el caso de Alemania o Austria. Es posible competir con China, pero es necesario trazar planes estratégicos que vayan más allá de dejar a las empresas que busquen el máximo retorno económico recortando costes.

"España tiene que invertir mucho en capital humano para tener la mejor fuerza laboral en el futuro", señala Garicano, "esa es la única vía para aspirar a tener una industria puntera e innovadora en el futuro". Sin políticas de oferta, levantar barreras comerciales difícilmente podrá estimular el empleo ni la producción. Al contrario, sí generarán presiones inflacionistas que afectarán a la capacidad adquisitiva de los salarios locales, golpeando especialmente a las clases bajas. Los planes de inversión que están poniendo en marcha EEUU y Europa pueden ser una vía para estimular la producción local y, con ella, el empleo. La inversión productiva es clave para contrarrestar el poderío chino, pero también lo serán las reformas y visión estratégica de largo plazo.

Hace 20 años la economía mundial cambió para siempre. China entró en la Organización Mundial del Comercio (OMC) el 11 de diciembre de 2001 tras tres largos lustros de negociaciones. Finalmente había conseguido su gran objetivo, acceder al circuito de las cadenas globales de valor que se estaban desplegando en esos momentos. Este hecho supuso un cambio drástico para el comercio global: China, que hasta finales de los 90 tenía una participación del 3,5% en las exportaciones mundiales de bienes, multiplicó por cuatro su peso en apenas quince años, consolidándose por encima del 13%. El país se convirtió en la fábrica ‘low cost’ del mundo, lo que ha tenido profundas implicaciones en todo el mundo. Desde el año 2002 (el primero en la OMC) hasta 2011 sus exportaciones crecieron a un ritmo medio anual del 22%. Un 22% cada año implica duplicar las exportaciones casi cada tres años.

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