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Aquí comenzó todo: 20 años desde que China cambió el mundo
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Cuota de mercado: del 4,3% al 21,9%

Aquí comenzó todo: 20 años desde que China cambió el mundo

Dos décadas. Este es el tiempo que lleva China en la Organización Mundial de Comercio (OMC). Desde entonces, todo es distinto. Lo único que no ha cambiado es el sistema político de un país que vive un nuevo salto adelante

Foto: Celebración del 100 aniversario del Partido Comunista chino en la Plaza de Tiananmen. (Getty/Kevin Frayer)
Celebración del 100 aniversario del Partido Comunista chino en la Plaza de Tiananmen. (Getty/Kevin Frayer)
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Cuando el pasado 1 de julio Xi Jinping, siempre vestido de la forma más convencional posible: traje oscuro y corbata roja o dibujada de forma primorosa con suaves tonos azules, se plantó ante el mundo en la plaza de Tiananmen ataviado con el tradicional traje Mao —protegido tras un atril adornado con la hoz y el martillo—, más de uno debió pensar que algo estaba cambiando en China. Había muchas razones para estar de acuerdo.

Es cierto que en aquella ocasión se conmemoraba el centenario del nacimiento del Partido Comunista de China (PCCH), y eso explica que el acto se convirtiera en un homenaje al gran timonel, pero no podía ser casualidad que el cambio de indumentaria coincidiera con un giro estratégico cada vez más evidente. No solo por haber convertido al propio Xi en un símbolo a la altura de Mao prorrogando su largo mandato hasta al menos 2027, sino porque el gigante asiático se ha ido alejando paulatinamente de lo que prometió hace 20 años, cuando se materializó su ingreso en la Organización Mundial de Comercio (OMC), el paraíso del libre comercio, tras 15 años de duras negociaciones. Había empezado una nueva era, y no, no es ninguna licencia literaria.

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Si el 11 de septiembre de 2001, tras el ataque a las torres gemelas, el mundo comenzó a pensar de otra manera, el verdadero cambio, hasta el punto de haberlo condicionado todo, y no solo en el ámbito económico, también, político o social, se produjo justo dos meses después, el 11 de diciembre, cuando la OMC aceptó un nuevo socio que ha cambiado el orden del comercio mundial.

Este fin de semana, por lo tanto, se cumplen 20 años de aquel suceso trascendental. Y algo más de 40 desde que Deng Xiaoping iniciara la apertura. ¿El resultado? La cuota de mercado de China en el comercio mundial equivalía hace dos décadas al 4,3%, hoy es el 21,9%, incluyendo las reexportaciones desde Hong Kong y excluido el comercio intracomunitario. Cinco veces más. La fábrica del mundo, igualmente, se ha convertido en el país que recibe mayor inversión extranjera directa, según datos de UNCTAD. Una posición de honor que históricamente ha disfrutado EEUU. Y la pandemia no ha hecho más que acelerar ese proceso de sustitución. Capitalismo puro contra capitalismo de Estado. Gana el segundo (por el momento).

Dos pasos adelante, uno atrás

Hoy China —con buena parte de sus objetivos conseguidos— tiene, sin embargo, muchos frentes abiertos que muestran con nitidez que algo está cambiando. El gran salto adelante, siguiendo las enseñanzas de Mao, aquel experimento que acabó en una espeluznante crisis económica y humanitaria, ha corregido, y hoy, por continuar con la jerga marxista, el país se ha hecho cada vez más leninista. Es decir, un paso adelante, dos atrás, que proclamó el fundador de la extinta URSS tras su primera intentona revolucionaria. O dos pasos adelante y uno atrás, que formulaba el propio Mao, siempre receloso de la revolución de Octubre.

El paso atrás en el proceso de apertura es cada vez más evidentes, lo que sugiere, según los analistas del Instituto Peterson, que no se trata solo de frenar el poder casi monopolista de algunas megacorporaciones o de luchar contra unos índices de corrupción preocupantes, sino que la nueva estrategia de las autoridades chinas parece estar más bien dirigida a obtener un mayor control del sector privado "haciéndolo más subordinado al partido comunista". En definitiva, de lo que se trata es de detener la erosión ideológica que amenaza la hegemonía del propio partido comunista.

Al fin y al cabo, la inteligencia artificial es un arma difícil de controlar y el PCCH, al mismo tiempo, siempre ha visto la apertura capitalista como un paso previo hacia el socialismo, no un fin en sí mismo. Precisamente, el mismo capitalismo que ha permitido sacar de la pobreza a cientos de millones de chinos. Las propias autoridades han estimado que de los 1.400 millones de chinos, unos 400 millones ya pueden considerarse de ingresos medios.

Y en verdad que las autoridades comunistas tienen razones para estar preocupadas sobre su hegemonía futura en la medida que el sistema capitalista se vaya consolidando a través de las próximas generaciones, ya completamente alejadas de aquella Larga Marcha fundacional del maoísmo que llevó al poder a los viejos comunistas, y que hoy son la gran coartada ideológica. El viejo lema 'un país, dos sistemas', en clara referencia a Hong Kong, ha traído consigo, según la autoridad estadística china, que a finales de 2019 hubiera casi 20 millones de empresas controladas por el sector privado, sin contar las individuales, pero solo 266.000 se encuentran directamente bajo la intervención directa del Estado. De hecho, el 85,2% del comercio exterior chino es obra de empresas privadas, lo que puede explicar mejor que ninguna otra cosa la preocupación de la nomenclatura de Xi por el futuro del país.

Lenin se preguntó hace más de un siglo qué hacer, y la respuesta de Pekín a la más célebre interrogante del comunismo ha sido aumentar la represión regulatoria. Ya sea, impidiendo que algunas de sus grandes empresas coticen en los mercados de valores de Nueva York, como le ha sucedido al gigante turístico Didi Chuxing o, igualmente, ordenando la suspensión de la salida a Bolsa de Ant Group, la plataforma fintech de Jack Ma, en Shanghái. El propio fundador de Alibaba ha estado desaparecido tras caer en desgracia ante las autoridades chinas. Y no menos problemas ha tenido Tencent, el gigante de los videojuegos, hoy considerados por las autoridades como una droga electrónica. El opio del pueblo de toda la vida.

Un problema de seguridad nacional

El fundador de Alibaba, que alguna vez fue el empresario más rico y célebre del país, enfureció a Xi y a otros funcionarios al criticar a los reguladores financieros chinos. Y su hostigamiento es uno más —aunque el más relevante— de los realizados en los últimos meses contra las empresas tecnológicas arguyendo problemas de seguridad nacional. En particular, por sus consecuencias sobre la industria financiera. WeChat, la plataforma de mensajería de Tencent, tiene más de mil millones de usuarios, muchos de los cuales utilizan su popular servicio de pagos, WeChat Pay.

Tanto poder, como se ha dicho, preocupa, y mucho, y, de hecho, lo que esconde retroceder unos pasos —los avances han sido gigantescos— es una disputa sobre la soberanía de los datos, la materia prima del siglo XXI. De ahí que la nueva estrategia sea aumentar el control del sector privado. Incluso, comprando acciones de muchas compañías para que sea el Estado quien garantice el cumplimiento de los objetivos oficiales. ByteDance Ltd., propietario de la aplicación para compartir videos TikTok, que administra plataformas de microblogging similares a Twitter, recientemente ha vendido participaciones a empresas respaldadas por el Estado. Y es que nacionalizar sería dar un paso demasiado agresivo —ahí está el caso Evergrande— que destruiría la imagen de una China volcada al capitalismo y que consiguió ya hace 41 años la cláusula de nación más favorecida por parte de EEUU.

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Lo que hay detrás, sin duda, es que la China que abrazó la OMC hace 20 años es ahora más nacionalista, y eso explica que haya abierto, incluso, un contencioso con uno de sus socios preferentes, la Unión Europea (UE), tras haber rebajado sus relaciones diplomáticas con Lituania después de que las autoridades de Vilna abrieran una oficina de representación en Taiwán.

Borrell y Dombrovskis han salido en tromba contra Pekín, pero eso muestra que algo está cambiando en China. Tan obsesionada por la seguridad que hoy ha vuelto a colocar al conflicto con Taiwán en el centro de sus preocupaciones. Incluso, utilizando armas hipersónicas para dejar bien claro que no está dispuesta a renunciar al control de la región causando una tensión añadida a la región más poblada de la tierra. Probablemente, porque en la estrategia de Xi se encuentra prestar más atención a lo que fue China en el pasado, en línea con lo que pretende Putin en Rusia, lo que le convierte en un líder más ideológico y menos pragmático que Deng Xiaoping, Hu Jintao o Jiang Zemin. Hace 20 años, China no tuvo más remedio que beber las aguas del libre comercio para sobrevivir, lo que le llevó a descentralizar el comercio exterior, a reducir los aranceles, a unificar el tipo de cambio doble y a suprimir el control de cambios. No era poca cosa en un país gobernado por el partido comunista.

La propiedad intelectual

Hoy, 20 años después, los socios que aceptaron su entrada en la OMC para producir más barato y reducir la inflación en los países avanzados, se quejan de que China dopa a sus empresas, las convierte en su caballo de Troya para obtener información, y trafica con ayudas de Estado que consideran ilegales. También de que no hace lo suficiente para proteger la propiedad intelectual o que hace dumping medioambiental. Sin contar la "coacción" que ejercen las autoridades sobre las empresas extranjeras que critican las prácticas comerciales restrictivas de Pekín. En estas dos décadas, solo EEUU ha planteado 27 disputas comerciales contra China en el seno de la OMC, "ganando en todos los casos que se han cerrado", según declaró recientemente David Bisbee, encargado de negocios de la delegación de Washington ante la organización.

El futuro de China, en todo caso, estará ligado a la marcha de la globalización. Y nada indica, pese a los mordiscos que ha recibido en los últimos años desde las guerras comerciales de la era Trump, que esté en riesgo. Ni a la luz de los datos de inversión extranjera directa ni por las cifras de inversión en sus mercados de capitales ni por la vuelta a casa de las empresas industriales occidentales. No es pequeño el tesoro. En 2019, el superávit comercial de China, según la OMC, fue equivalente a 421.510 millones de dólares, y un año más tarde el volumen comercial (suma de las exportaciones y las importaciones) ya ascendió a 4,6 billones de dólares (cuatro veces el PIB de España).

Ya se sabe, sin embargo, que las autoridades chinas miran a largo plazo haciendo buena la célebre frase de Zhou Enlai ('aún es pronto para saber las consecuencias de la revolución francesa', por cierto desmentida por algunos, que dicen que se refería al mayor del 68), pero en todo caso lo que está claro es que su visión es a más largo plazo que en Occidente.

Esto puede explicar que mientras China aumenta las restricciones en el interior, intensifica su presencia en el exterior, principalmente en los países en desarrollo. Solo en 2020, el país invirtió en el extranjero 132.940 millones de dólares. Las empresas chinas presentes en otros países, de hecho, emplean ya a 2,3 millones de trabajadores autóctonos, lo que da idea de la importancia que tiene para China a largo plazo la presencia en el exterior, y no solo para adquirir materias primas, como se ha demostrado con la diplomacia del covid: mascarillas, respiradores o vacunas. Con pocos recursos, ínfimos para el tamaño de la economía china, Pekín ha obtenido enormes réditos políticos. O dicho de otra manera, en términos geoestratégicos: nuevos aliados. En el año del covid, China ha donado material sanitario a 150 países y a 12 organizaciones internacionales, además de haber enviado 36 equipos médicos a 34 países.

Su política es tan a largo plazo que Pekín ya ha comunicado a la OMC que ha comenzado a esbozar el 14º Plan Quinquenal, con la vista puesta en 2035. ¿El objetivo? Pasar de una fase de crecimiento de alta velocidad a una etapa de desarrollo de alta calidad. Y para demostrarlo solo hay que tener en cuenta que la inversión extranjera directa en industrias de alta tecnología alcanzó en 2020 los 42.760 millones de dólares, lo que representa el 28,6% del total. Es decir, la fábrica del mundo se reinventa. Se moderniza. Eso sí, como han adelantado las autoridades chinas a la organización donde se dirimen los problemas comerciales, "el país se encuentra todavía en la etapa primaria del socialismo". La democracia tendrá que esperar. El comercio, no.

*El texto ha sido revisado en relación a Hong Kong. Se decía, erróneamente, Taiwán.

Cuando el pasado 1 de julio Xi Jinping, siempre vestido de la forma más convencional posible: traje oscuro y corbata roja o dibujada de forma primorosa con suaves tonos azules, se plantó ante el mundo en la plaza de Tiananmen ataviado con el tradicional traje Mao —protegido tras un atril adornado con la hoz y el martillo—, más de uno debió pensar que algo estaba cambiando en China. Había muchas razones para estar de acuerdo.

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