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Por qué el boicot 'light' de EEUU a los JJOO de Invierno en China no empieza una Guerra Fría
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Por qué el boicot 'light' de EEUU a los JJOO de Invierno en China no empieza una Guerra Fría

La decisión de Estados Unidos de no enviar delegación diplomática a los Juegos Olímpicos de Invierno nos lleva al imaginario de la Guerra Fría, pero la realidad es muy diferente

Foto: Logotipo de los Juegos Olímpicos de invierno de Pekín del próximo año. (Reuters/Thomas Peter)
Logotipo de los Juegos Olímpicos de invierno de Pekín del próximo año. (Reuters/Thomas Peter)

El 'boicot diplomático' de Estados Unidos a los Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín 2022, como respuesta a la violación de los derechos humanos en la provincia de Xinjiang o a la sospechosa desaparición de la tenista Peng Shuai, tiene ecos de la Guerra Fría: de cuando las tensiones geopolíticas se desparramaban hacia otros campos como el deporte o la cultura, instrumentalizando hasta las expresiones más bellas de cada nación. Pero quizás sea más preciso decir que, esta vez, se trata, al menos por el momento y en el caso de este boicot, de una confrontación 'light' o incluso escénica: un aspaviento con más forma que sustancia.

Lo que va a hacer Estados Unidos es no mandar una delegación oficial de representantes públicos, pero los atletas sí que competirán, y lo harán, según ha dicho la Casa Blanca, con el “apoyo completo” del Estado. Según la portavoz del Gobierno, Jen Psaki, la Administración Biden considera que no sería “el paso correcto penalizar a los atletas que han estado entrenando para este momento”.

La decisión, barajada por el presidente Joe Biden en las últimas semanas, contrasta con los boicots que se hacían los americanos y los soviéticos en la segunda mitad del siglo XX. Los atletas estadounidenses, por ejemplo, no participaron en los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980, en protesta por la invasión soviética de Afganistán un año antes. Los rusos les devolvieron el gesto cuatro años después, cuando boicotearon los Juegos de Los Ángeles en 1984.

Una razón de que el boicot sea “diplomático”, y no completo, puede ser que las apuestas no sean tan altas, todavía, como en tiempos de Leonid Brezhnev y Ronald Reagan. Puede que Biden simplemente quiera mover una ficha, hacer una advertencia, un amago de que en el futuro las cosas pueden ponerse más serias. O quizás haya, también, una diferencia fundamental con el pasado: y es que EEUU y China, pese a la recrudecimiento de sus tensiones el último lustro, son dos países estrechamente ligados y con mucho que perder en caso de cortar lazos.

La China que pudo ser y no fue

Hubo una época en que Estados Unidos soñaba con ejercer en China la misma influencia que en Europa del Este, y lograr que, a base de inversiones, reformas de mercado y, en definitiva, el desarrollo de una clase media, China terminase por abrirse al mundo no solo en lo económico sino también en lo sociopolítico. Quién sabe si aquellas pulsiones presentes en Tiananmén, en 1989, no prosperarían a caballo del naciente capitalismo y acabarían implantando una democracia pluralista.

Pero China demostró ser, en muchos sentidos, una excepción, y de momento mantiene un sistema híbrido entre capitalismo y totalitarismo. Una refutación de la idea americana de que libertad económica y libertad de ideas, capitalismo y democracia, suelen ir de la mano. Aunque la visión estadounidense no llegó a fructificar, por el camino formó una compleja estructura económica compartida en la que los dos gigantes se volvieron interdependientes. La ecuación básica era que las empresas americanas producirían muy barato en China para vender luego sus mercancías en EEUU, propulsando la sociedad de consumo en casa y permitiendo que China desarrollara un tejido productivo. Y así sucedió durante más de 30 años.

Foto: La portavoz de la Casa Blanca, Jen Psaki. (Reuters/Leah Millis)

Como dice el periodista de mercados Kenneth Rapoza, en Forbes, la mudanza productiva a oriente “comenzó con industrias de alto contenido laboral, de baja formación, como la textil”. Luego le siguieron la industria electrónica, la farmacéutica y las manufactureras de todo tipo de mercancías. Hoy, en torno al 70% de los medicamentos que se consumen en EEUU, incluido todo el Ibuprofeno, se fabrican en China. Además, por supuesto, del iPhone, la Barbie, las zapatillas Nike, las cuchillas de afeitar Gillette, los pantalones Levi’s o la taladradora Black & Decker.

Una vez China desarrolló su clase media, esta no derrocó al Partido Comunista, pero amplió los negocios americanos al campo del entretenimiento: a la NBA, los parques de atracciones o las películas de Hollywood, que tienen extremo cuidado en no ofender los sentimientos chinos. Cuando el entrenador de un equipo de baloncesto cruza casualmente alguna línea roja política, o una bandera de Taiwán aparece en la cazadora de aviador de Tom Cruise en Top Gun 2, el Partido protesta y a los ejecutivos americanos les falta tiempo para enmendar el error.

Así que la interconexión es vasta, compleja y profunda; nada que ver con la situación de la Guerra Fría, donde la Unión Soviética siguió siendo una economía centralizada y prácticamente autárquica hasta el final. Estados Unidos podía permitirse boicots, desafíos y otros desaires, que su equilibrio económico estaría a salvo. Hoy, en cambio, se ve atrapado en una situación paradójica: enemistado con su segundo socio económico (después de la Unión Europea) más importante.

A los pies del gigante

Por eso resulta habitual ver a grandes empresarios americanos sudando frío cada vez que un periodista les pregunta por la represión de las protestas de Hong Kong o los campos de concentración de la minoría uigur en Xinjiang. La semana pasada, Ray Dadio, fundador de Bridgewater, el fondo de inversión más importante del mundo, trató de esquivar estas preguntas en la CNBC diciendo que eso de los derechos humanos era un tema que él no dominaba. Luego añadió que el Partido Comunista chino actuaba como un “padre estricto”, usando uno de los lugares comunes más habituales del régimen: la recurrencia al confucianismo y el respeto a los mayores.

Las críticas le cayeron por todas partes, incluyendo de los dos principales partidos políticos. “Ray Dalio es brillante y un amigo, pero su fingida ignorancia acerca de los horribles abusos de China y la racionalización de las inversiones cómplices allí es un triste lapso moral”, tuiteó el senador republicano y antiguo candidato a la presidencia, Mitt Romney. “Trágicamente, esto es compartido por demasiados aquí y en todo el mundo libre”.

Foto: Portadas de los periódicos taiwaneses tras las elecciones estadounidenses de 2020. (EFE/David Chang)

Pocos días después, Dalio pidió disculpas. “Ahora que las cosas se han calmado, quiero aclarar lo que quise decir cuando respondí torpemente a una pregunta sobre China”, escribió en su cuenta de Linkedin. “No quise decir que los derechos humanos no fueran importantes. Estaba intentando explicar lo que un líder chino me dijo sobre cómo piensan en la forma de gobernar”.

La realidad de fondo, sin embargo, era la siguiente: Bridgewater acababa de amasar 1.250 millones de dólares en China, convirtiéndose en uno de los fondos de inversión extranjeros más grandes del gigante asiático. De las palabras de Dalio dependía mucho dinero: el suyo y, sobre todo, el de sus socios. También tuvo que disculparse recientemente Jamie Dimon, consejero delegado del banco JP Morgan Chase, que había comparado a su empresa, de broma, con el Partido Comunista de China.

Foto: Submarinos no tripulados WR312. (PLAN)

El precio de una ruptura de relaciones económicos puede ser draconiano. Hoy, en las Bolsas de Estados Unidos, por ejemplo, cotizan 248 empresas chinas, cuyo valor total ronda los dos billiones (trillions) de dólares. Aproximadamente el 10% de capitalización bursátil del parqué de Wall Street. El portal Axios recoge que la regulación americanas se está volviendo más dura contra las empresas chinas, a las que obligará a ser auditadas; mientras, la regulación china también está dificultando que sus empresas coticen en los parqués de otros países. La compañía Didi ya ha dejado de cotizar en EEUU. Y probablemente no será la última.

Aún así, el boicot diplomático, apoyado tanto por republicanos como demócratas (aunque algunos republicanos, como el senador Tom Cotton, pedían un boicot completo), sigue siendo un feo al orgulloso gigante, que se ha aprestado a responder. “Quiero destacar que los Juegos Olímpicos de Invierno no son un escenario para la manipulación y el postureo político”, dijo el portavoz de asuntos exteriores, Zhao Lijian, y amenazó con una respuesta. “Si Estados Unidos está empeñado en salirse con la suya, China adoptará contramedidas resueltas (...). Estados Unidos pagará un precio por su mal hacer”.

El 'boicot diplomático' de Estados Unidos a los Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín 2022, como respuesta a la violación de los derechos humanos en la provincia de Xinjiang o a la sospechosa desaparición de la tenista Peng Shuai, tiene ecos de la Guerra Fría: de cuando las tensiones geopolíticas se desparramaban hacia otros campos como el deporte o la cultura, instrumentalizando hasta las expresiones más bellas de cada nación. Pero quizás sea más preciso decir que, esta vez, se trata, al menos por el momento y en el caso de este boicot, de una confrontación 'light' o incluso escénica: un aspaviento con más forma que sustancia.

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