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El golpe en la mesa de EEUU y la respuesta de Pekín: estamos en una nueva era
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El golpe en la mesa de EEUU y la respuesta de Pekín: estamos en una nueva era

Los acontecimientos que se han sucedido en los últimos 10 días, en apariencia menores, revelan hasta qué punto las tensiones entre las dos grandes potencias provocan grandes consecuencias

Foto: Xi Jinping, en el centro de la foto. (Reuters/Josh Arslan)
Xi Jinping, en el centro de la foto. (Reuters/Josh Arslan)
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El comercio de bienes entre EEUU y China alcanzó una cantidad récord en 2022, 690.600 millones de dólares, según datos publicados por la Oficina de Análisis Económico de EEUU. Sin embargo, en los dos primeros meses de 2023, los intercambios entre los dos países se desplomaron un 17,4% interanual. Las exportaciones chinas a EEUU disminuyeron un 21,8% durante el periodo enero-febrero, mientras que las importaciones se contrajeron un 5%.

La interrelación entre China y EEUU era importante no solo en términos comerciales, ya que la producción barata permitía mayores dividendos a las empresas occidentales, sino porque los excedentes financieros chinos solían colocarse en EEUU. Existía complementariedad: EEUU (Occidente, en general) compraba productos fabricados en China y Pekín colocaba sus ganancias principalmente en la deuda pública de EEUU. Al mismo tiempo que los intercambios comerciales se reducen, China está alejándose de su exposición al dólar mediante la venta de parte de esa deuda y la adquisición de oro.

Foto: El nuevo ministro de Relaciones Exteriores de China, Qin Gang. (EFE/Mark R. Cristino)

Son datos significativos que resaltan un creciente desacoplamiento entre los dos países. Sus relaciones comerciales son todavía frecuentes, pero la retórica de confrontación que lleva años latente está comenzando a expresarse de un modo palpable. El ministro de Relaciones Exteriores de China, Qin Gang, afirmó el martes en rueda de prensa que “si EEUU no pisa el freno y sigue acelerando por el camino equivocado, las barreras de protección no podrán evitar el descarrilamiento y seguramente habrá conflicto y confrontación”. Esta semana, han ocurrido muchas cosas en distintos ámbitos que ratifican la sensación de que la competición se está intensificando y, con ella, se está generando una recomposición profunda de las relaciones internacionales.

1. El golpe en la mesa de EEUU

La animosidad que atribuyen a EEUU desde Pekín no tiene únicamente que ver con las tensiones por Taiwán o con el incremento de la retórica guerrera a partir de la invasión de Ucrania. El Gobierno de Biden ha entrado en una nueva etapa en los últimos meses y está desarrollando iniciativas potentes que están cerrando caminos antes expeditos para China.

Biden está dando grandes pasos para coser el país con la creación de empleo y para distribuir territorialmente las oportunidades

Las subidas de tipos de la Fed, que además de razones técnicas tienen un componente estratégico (y que Jerome Powell ha asegurado que continuarán produciéndose), el cierre proteccionista de EEUU y los aranceles crecientes a productos chinos, la presión a empresas estadounidenses para que no inviertan en el país asiático y a países aliados para evitar las transferencias de tecnología o la implantación de empresas chinas en sus países (el 5G fue el ejemplo más evidente) son parte de una reacción en marcha para frenar el poder de Pekín en ámbitos estratégicos.

Los planes trazados por Biden, contenidos en la Ley de Inversión en Infraestructura y Empleos, la Ley de Reducción de la Inflación y la Ley Chips, también deben ser leídos desde esta perspectiva. Esta última, que cuenta con una dotación de 280.000 millones de dólares, más otros 50.000 destinados a incentivos e investigación y desarrollo, tiene el propósito de aumentar la producción en suelo estadounidense de semiconductores, un componente tecnológico crucial, evitar así la dependencia del exterior y complicar la vida a Pekín.

Foto: El presidente de Estados Unidos, Joe Biden. (EFE/Jim Lo Scalzo)

La Ley de Inversión en Infraestructura y Empleos está dotada con 1,2 billones de dólares destinados a reconstruir carreteras, puentes o ferrocarriles y para ampliar el acceso a Internet. Supone un paso adelante para coser el país mediante la creación de empleo, así como de distribuir territorialmente las oportunidades. Pero, al mismo tiempo, se ha convertido en un instrumento de atracción de empresas occidentales, particularmente europeas, que perciben en el desarrollo anunciado por Biden grandes oportunidades. Ferrovial es una de ellas. El movimiento de Del Pino se encuadra dentro de una tendencia más amplia: firmas europeas como Volkswagen también están valorando implantarse en EEUU, y le ocurre igual a empresas británicas como Arm, dedicada a los chips, al grupo cementero CRH y a la compañía de apuestas Flutter. El propósito último de muchas de ellas es cotizar en Wall Street, lo que podría procurarles mejor financiación y más beneficios, algo que a EEUU también le conviene, ya que así podría alinear esas firmas con sus intereses nacionales.

El objetivo de los planes estadounidenses es cerrar espacios y conexiones a China y vincular de una manera más decidida a Europa

La Ley para la Reducción de la Inflación, que contiene una gran inversión federal en energías limpias, sirve para los dos propósitos ya mencionados, el de creación de empleo y atracción de firmas extranjeras, pero alberga un propósito de reforzamiento en su competición con China. EEUU es una potencia en petróleo y gas, gracias a la inversión en fracking, y quiere serlo también en el ámbito verde, en especial porque se trata de un área en la que China había cobrado una gran ventaja. Con un efecto añadido, ya que Pekín había desarrollado en este terreno una relación muy sólida con la UE. Desplazar el foco de atracción es muy relevante: como afirmaba John Podesta, el principal asesor de Biden en esta materia, “hemos visto en la guerra de Ucrania, con la dependencia de Europa de los combustibles fósiles de Rusia, lo que puede suceder si un país decide usar su poder sobre el mercado como arma y estamos tratando de cambiar esa dinámica” en lo que se refiere a las renovables.

En resumen, el repliegue de EEUU y las inversiones que ha realizado al respecto responden a una necesidad de reforzamiento interno, pero también a propósitos geopolíticos: se trata de cerrar espacios y conexiones a China y de vincular de una manera más decidida a Europa hacia su ámbito.

2. El contraataque chino

La reacción china no ha tardado en llegar. El martes, Pekín anunció sus planes de reestructuración interna, que incluyen la reorganización del Ministerio de Ciencia y Tecnología con un nuevo papel y un objetivo claro: contrarrestar el cortafuegos tecnológico dictado por EEUU. Asimismo, pondrá en marcha la Oficina Nacional de Datos para impulsar lo relacionado con la economía digital, el segundo pilar esencial en esa lucha por el futuro que Washington y Pekín han comenzado a librar.

Foto: Un trabajador chino inspecciona un panel fotovoltaico en una fábrica en Xian, en la provincia de Shaanxi. (Reuters/Muyu Xu)

El tercer ámbito que se entiende crucial es el financiero, y para asentarlo, China creará un súper organismo regulador para supervisar los activos bancarios y de seguros, cuyo propósito es controlar los riesgos internos y combatir los externos. El mismo lunes, Xi Jinping hizo hincapié en algunas debilidades que ha mostrado el país en los últimos tiempos, relacionadas con las burbujas inmobiliarias, las monedas digitales o los préstamos fallidos. Pekín entiende que tales vulnerabilidades están relacionadas con el crecimiento de las empresas financieras online, pero desde Occidente se subraya que son producto de una serie de malas decisiones para impulsar el crecimiento continuo que en algún momento cercano crearán graves dificultades al país asiático. La necesidad de poner coto a esos riesgos ha llevado al Partido Comunista Chino a reorganizarse rápidamente en áreas esenciales.

El desacoplamiento con EEUU y sus aliados, por débil que sea, obliga a buscar mercados nuevos con los que compensar las pérdidas

De cara al exterior, Pekín está jugando en un doble plano, uno más de orden táctico, otro más estratégico. En el primer ámbito, Washington ha trazado un cordón sanitario para frenar el crecimiento tecnológico chino, que incluye medidas como la prohibición de exportar alta tecnología o las alianzas con Japón y Holanda para impedir que el país asiático acceda a las componentes clave para su desarrollo. Para evitarlo, además de la reorganización interna, está buscando espacios a través de los cuales romper ese cordón, al menos en cierta medida. Los mercados secundarios de materiales y componentes pueden ser importantes para ese propósito. Del mismo modo, tratan de realizar acuerdos puntuales con empresas y países, también occidentales, que les permitan seguir avanzando.

En el ámbito financiero, esa búsqueda de espacios nuevos es obligada. Ya que EEUU ha fijado obstáculos significativos para que las firmas chinas coticen en Wall Street y que Londres ha establecido estándares de auditoría más estrictos, Pekín ha encontrado una puerta de acceso a través de Zúrich: Suiza es un país neutral que busca hacer negocio y China se lo puede proporcionar.

África ya es un continente claramente orientado hacia Pekín y Moscú, con los riesgos que eso supone para Europa

Más allá de movimientos tácticos, los hay también de profundidad. China debe responder a un doble desafío. El desacoplamiento con EEUU y sus aliados, por incipiente que resulte, obliga a buscar mercados diferentes y nuevos aliados con los que compensar las pérdidas: Pekín necesita territorios de los que importar las materias primas que precisa y a los que vender sus bienes, tanto físicos como digitales. De momento, ha incrementado relaciones comerciales con la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental (ASEAN), su área tradicional de influencia. De igual modo, los vínculos con América Latina y África continúan siendo sólidos. La pérdida de presencia de EEUU en el continente americano, una vez que Washington se focalizó en el Pacífico, ayuda a ese propósito. De igual modo, favorece a sus intereses el declive en la influencia europea en África, donde no solo ha ayudado la tradicional arrogancia francesa, bien retratada en la reciente gira de Macron, sino que la penetración de Rusia a través de los mercenarios de Wagner ha ayudado a ganar áreas de confluencia. Hay que resaltar, además, que la expansión rusa se produce con coste cero para Moscú: Wagner ofrece “servicios de seguridad” a los gobiernos africanos a cambio de la explotación de recursos naturales como las minas. África ya es un continente claramente orientado hacia Pekín, y parece que lo será más en el futuro, con los riesgos que eso supone para Europa.

Foto: El presidente chino, Xi Jingping. (Reuters/Lintao Zhang) Opinión

Pero no basta con eso: China necesita ampliar su red de relaciones. Y, en este sentido, si la guerra de Ucrania le está cerrando algunas puertas, les abre otras. La ruptura de Moscú con la UE beneficia a Pekín, ya que puede asegurarse el suministro de petróleo y gas ruso. Pero, al mismo tiempo, está estableciendo vínculos más intensos con Irán, Irak o Arabia Saudí, así como con Afganistán y Pakistán. El intento ruso de reforzar el control de repúblicas exsoviéticas también ayuda a establecer un corredor que vincula toda Asia.

La baza ideológica china aúna a países que afirman ser grandes naciones que merecen mucho más de lo que consiguen

Sin embargo, la baza mayor que desea jugar China aparece en el entorno de los BRICS (asociación en la que Brasil, Rusia, India y Sudáfrica acompañan a Pekín). Colocar a las potencias emergentes de su lado sería una palanca importante para reorientar el mundo no occidental hacia una agenda muy distinta de la de EEUU. En ese escenario, los dirigentes chinos están apoyándose en la difusión de una ideología, que no tiene que ver con la promoción de un sistema político determinado, sino con la necesidad de liberarse de la imposición occidental. Su afirmación del multilateralismo está impregnada de reivindicaciones de autonomía: frente a un mundo occidental acostumbrado a imponer las reglas, China quiere abanderar la conformación de un orden mundial con diferentes polos y que dé cabida a sensibilidades y culturas diferentes. Esa es la versión amable; la dura señala que Occidente ha estado explotando a la mayor parte del mundo en su beneficio y es hora de que hagan hueco a intereses que no sean los suyos; ya no son países subordinados, sino grandes naciones que merecen mucho más de lo que consiguen. En un contexto de complicaciones económicas, el arma ideológica puede ser muy convincente.

Más aún cuando las sanciones a Rusia, con la congelación de sus activos en el extranjero, ha aumentado la desconfianza de terceros países. El orden internacional financiero ya no es del todo seguro. De ahí los intentos, débiles e incipientes, de desdolarización. Rusia está abanderando la idea de que exista una suerte de cesta de monedas, con gran peso del yuan, que pueda sustituir en el futuro al dólar en áreas amplias. Un proyecto dudoso, que EEUU tratará de impedir a toda costa.

3. La sorprendente propuesta húngara

La interpretación más ajustada de las consecuencias de todos estos movimientos ha venido, de manera sorprendente, desde Hungría. Un artículo, publicado en el ECFR, de Balázs Orbán, director político del primer ministro Viktor Orbán (con quien no tiene parentesco), ilustra con sensatez el momento. La tesis que mantiene Orbán es que este giro en las relaciones internacionales, impulsado por la necesidad de EEUU de cerrar el paso al desarrollo chino, aboca a un sistema de bloques. Washington está tirando de la cuerda para atraer a su lado, mediante la conveniencia o mediante la presión, al mayor número posible de países, lo que anima a China a hacer lo mismo. Y el resultado será la creación de dos bloques, algo que a Balázs Orbán le recuerda dolorosamente a la anterior guerra fría.

Foto: El primer ministro de Hungría, Viktor Orban, durante una conferencia conservadora en Dallas, Estados Unidos. (Reuters/Go Nakamura)

En esa nueva configuración global, hacia la que nos dirigimos, “casi todas las transferencias económicas, políticas y culturales tienen lugar a través de los estados líderes de cada bloque. Esta es una mala noticia para toda la UE, que lucha por la autonomía estratégica y la capacidad de tomar sus propias decisiones de acuerdo con sus propios intereses. Y es especialmente peligroso para los estados periféricos de la UE porque en tal sistema, el centro no solo controla las relaciones entre los bloques, sino que también se arroga la potestad de distribuir los recursos dentro de su bloque”.

La propuesta de Orbán tiene receptores peculiares: los países no alineados y los grupos occidentales que defienden la globalización

El problema para Hungría es evidente, porque su posición de conector dentro de la ruta Oriente-Occidente le ha granjeado cierta ventaja en los últimos años, que desaparecería en el comercio intrabloque puro. Por eso Orbán aboga por la conectividad en lugar del desacoplamiento, por una suerte de continuación de la globalización, y pretende mantener conexiones con tantos países como sea posible, en la economía y en el comercio, pero también en los vínculos que se crean a través de la inversión, la transferencia de conocimientos y la diplomacia.

Su propuesta es significativa porque encuentra dónde ser recibida. Hay un buen número de países que piensan de ese modo, y que perciben la división entre bloques como un problema: su opción es continuar las relaciones con países de ambos entornos de la manera que esa más útil para sus Estados: Turquía, India, Pakistán o Arabia Saudí son algunos de ellos. Son una suerte de nuevos países no alineados que, en este instante, están cobrando cada vez mayor importancia. Pero, al mismo tiempo, el texto de Orbán recoge una sensibilidad que es compartida en algunos sectores occidentales, y la UE es un buen ejemplo, que preferirían que la globalización continuara viva lo máximo posible y que perciben la ruptura en dos bloques como un peligro para sus economías. No obstante, si esta división se hace más profunda, dificulta que se pueda jugar con dos barajas a medio plazo: requiere que las dos potencias principales lo toleren, lo que no suele ocurrir.

4. La extraña negativa europea

Mientras tanto, se están produciendo virajes extraños en la UE. Una decisión que iba a ser tomada con la participación de los 27 países de la UE y con la de todas sus instituciones, se frenó en el último momento por la negativa de un Estado. El acuerdo no era especialmente relevante en cuanto su contenido, ya que difería sus consecuencias totales hasta dentro de una década, pero era altamente simbólico. Se trataba de una propuesta de la Comisión para que, a partir de 2035, la circulación de vehículos de combustión fuera prohibida. El país que más había abogado por la reconversión verde, Alemania, el gran adalid europeo de las renovables, daba marcha atrás en un asunto que había impulsado decididamente. Su giro fue causado por razones internas, ya que una parte de su Gobierno, el FDP, había amenazado con consecuencias graves si la propuesta se suscribía, incluso con la ruptura de la coalición.

Foto: Olaf Scholz, canciller alemán. (EFE/EPA/Filip Singer)

El FDP de Lindner, ministro alemán de Finanzas, que cuenta con implantación entre las clases medias altas alemanas, así como en sectores industriales, se había visto perjudicado en elecciones recientes por el giro verde del Gobierno, o esa era su convicción. Parte de la sociedad germana, y de su industria, entiende que el Gobierno debe invertir en sus carreteras y en sus infraestructuras en lugar de en los ferrocarriles, que es la opción defendida por los verdes: deben producirse más automóviles, y en especial camiones (para transportar las aspas de las renovables son necesarios, argumentan).

El asunto revela varios aspectos. En primera instancia, muestra una fractura en la sociedad alemana, que es compartida en otros países europeos, como Francia o Italia, respecto de un giro renovable profundo, pero también del lugar que deben ocupar las industrias nacionales en este nuevo contexto. En segundo lugar, subraya las dificultades para llegar a acuerdos en el seno de una Europa en la que su centro, Alemania, no tiene una hoja de ruta clara en momentos difíciles. Pero sobre todo, demuestra cómo la Unión Europea, en un contexto en el que el resto de actores relevantes mundiales tienen un plan trazado y tratan de hacerlo valer, se ve presa de sus diferencias. No hay un reforzamiento interno y una idea de proyección hacia el exterior, como están desarrollando EEUU y China: sus complicados equilibrios internos, entre opciones políticas y entre Estados, dificultan una reacción rápida y sólida.

5. Un desacoplamiento relativo

EEUU sigue siendo el mayor socio comercial de China y los intercambios comerciales entre la UE y China son amplios y profundos, lo que señala que el desacoplamiento está lejos de producirse. Pero, al mismo tiempo, las reglas y los acuerdos que imperaron durante la globalización se han roto. En ese momento ambiguo se mueven las relaciones internacionales, que están viviendo en lo que podría denominarse desglobalización selectiva. EEUU está intentando cerrar el camino tecnológico a Pekín, de manera que no pueda superarlo en ese ámbito en el futuro cercano (con todo lo que conllevaría, también desde el punto de vista militar), y está tratando de consolidar más aún el dominio del dólar como moneda de reserva global. En el resto de relaciones, no hay gran preocupación: mientras no se desarrollen en áreas estratégicas, la conexión entre Wall Street y China no resulta preocupante.

Foto: Bicicletas compartidas aparcadas en Pekín. (EFE/Wu Hong) Opinión

Sin embargo, estamos en un proceso, y el tirón a la era global que han dado EEUU y la invasión de Ucrania es profundo. La creación de bloques, que ya está en marcha en los ámbitos estratégicos, podría extenderse a otras áreas si la tensión entre ambos países avanza. La desglobalización selectiva es la foto de un instante, no el punto de llegada, y más cuando de fondo están las pretensiones irrenunciables de China sobre Taiwán.

El comercio de bienes entre EEUU y China alcanzó una cantidad récord en 2022, 690.600 millones de dólares, según datos publicados por la Oficina de Análisis Económico de EEUU. Sin embargo, en los dos primeros meses de 2023, los intercambios entre los dos países se desplomaron un 17,4% interanual. Las exportaciones chinas a EEUU disminuyeron un 21,8% durante el periodo enero-febrero, mientras que las importaciones se contrajeron un 5%.

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