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No quedan insectos para descomponer el estiércol de los animales: ahora te toca a ti
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PARTE 2 - DAÑOS

No quedan insectos para descomponer el estiércol de los animales: ahora te toca a ti

El aumento del precio de los alimentos, las sequías, los incendios y las plagas agrícolas también se explican por la disminución de los insectos y el trabajo que hacían para nosotros

El valle de Lousada, en el norte de Portugal, ofrece un punto de vista poco común para comprender la diversidad del campo europeo. Los campos se extienden hasta donde alcanza la vista en fracciones bien delimitadas. Hay trozos de bosque autóctono, otros del eucalipto que ha ganado terreno en las últimas décadas. Hay viñedos y pequeñas aldeas. Hay huertas con gran diversidad de cultivos y otras en las que solo se planta una especie a la vez.

En los robles más antiguos del paisaje, el escarabajo ciervo volante (o ciervo a secas) está encontrando la manera de sobrevivir. Se llama Lucanus cervus y es el mayor escarabajo europeo. Su población está gravemente amenazada en todo el continente. "No podemos determinar con absoluta certeza el nivel de su declive porque solo empezamos a monitorearlo en Portugal hace unos años", dice João Gonçalo Soutinho, el biólogo que coordina el grupo de seguimiento de esta especie para la asociación Bioliving. "En países como Polonia, por ejemplo, ya no existe".

placeholder El paisaje cambia por la actividad humana. (S. D.)
El paisaje cambia por la actividad humana. (S. D.)

Los escarabajos ciervo son insectos poderosos y pueden llegar a medir más de ocho centímetros de longitud. Solo en Portugal se los conoce con 32 nombres diferentes, los más comunes son ‘vaca-loura’ y ‘cornélia’. Las mandíbulas de los machos se asemejan a la cornamenta de los ciervos, y precisamente como estos herbívoros luchan entre ellos para conquistar a las hembras. "Tradicionalmente, la gente los cazaba, les arrancaba la cabeza y los cubría de oro para usarlos como amuletos. Como vuelan, también había gente que les ponía una correa en la barbilla y los utilizaba como mascotas. Hay un gran folclore en torno a esta especie", dice Soutinho. "O lo había, porque hoy son extremadamente escasos".

El científico portugués afirma que los escarabajos ciervo tienen uno de los ciclos vitales más generosos de la naturaleza. "Suelen vivir de tres a cuatro años y pasan ese tiempo comiendo, copulando y emborrachándose con el etanol producido en la savia de los árboles", se ríe. Pero hay otro trabajo que hacen estos animales que es de gran utilidad para las poblaciones humanas. Y a medida que los escarabajos ciervo desaparecen del paisaje, los humanos también pagan un precio.

Un gran número de escarabajos descompone la materia muerta. Árboles que caen en los bosques, cadáveres de animales, las heces del ganado que vaga por los prados. En el caso de los escarabajos ciervo, son especialistas en grandes árboles, sobre todo los robles. "Ahí es donde pasan toda su vida, en realidad, o alrededor de ellos", dice el biólogo João Gonçalo Soutinho. "Las hembras cavan agujeros en la tierra, cerca de las raíces, para poner sus huevos a 15 centímetros de profundidad. Las larvas pasan de dos a tres años comiendo, hasta que hacen un capullo lo suficientemente grande como para metamorfosearse".

placeholder Un escarabajo ciervo volante. (S. D.)
Un escarabajo ciervo volante. (S. D.)

Descomponen la madera muerta, devolviendo al suelo nutrientes, carbono y, sobre todo, hidratación. "Estos animales crean un suelo más resistente a los incendios forestales y a la sequía extrema. Por un lado, evitan la deshumidificación del terreno y, por otro, impiden más fácilmente que las llamas se propaguen. Y aunque estos fenómenos afecten a estos hábitats, van a ser los principales protagonistas de una rápida recuperación", afirma Soutinho.

La escasez de insectos está creando problemas en los servicios sistémicos que prestan a los humanos. "Cuando venía a conocerlos", diría semanas después en Alemania Axel Hochkirch, director del comité de invertebrados de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), "me di cuenta de que había heces de vaca y caballo que llevaban semanas secas y no se descomponían de forma natural. Con el tiempo, habrá que retirarlas manualmente porque son un peligro para la salud pública, crearán enfermedades en el ganado y harán imposible el crecimiento de nuevos prados". Eso añade costes a la producción, que necesariamente pagarán los consumidores.

Hay todo un problema económico que surge para las poblaciones humanas cuando los insectos entran en tan marcado declive. Un tercio de los alimentos que consumimos depende de la polinización, como vimos en el capítulo anterior, y hay lugares donde faltan tantas abejas, mariposas y libélulas que los procesos naturales de polinización y floración se ven amenazados. En mayo de este año, por ejemplo, Euronews escuchó a un experto británico decir que el declive de los insectos podría suponer un aumento de 2.360 millones de euros en el precio de los alimentos solo en el Reino Unido. Es decir, un aumento del 17% en el presupuesto de cada familia, y con efectos ya a medio plazo.

[João Gonçalo Soutinho. Foto: S. D.]

Pero si el coste de la extinción de los animales más pequeños es la cuestión, entonces hay otros factores a tener en cuenta. El aumento de los costes de los alimentos es esencial, pero no es el único caso en que se sentirá el impacto en la agricultura. En el Parque Natural del Montseny, en España, el biólogo Constanti Stefanescu, del Catalan Butterfly Monitoring Scheme, plantea otra perspectiva. "Un colapso total de insectos, que es la situación a la que parece que nos dirigimos, tendrá un impacto en el nivel de producción, seguro. Pero también lo tendrá en el control de plagas".

Las libélulas consumen diversas especies que se alimentan de las plagas que afectan a la producción de los cultivos. Muchas aves y murciélagos hacen lo mismo. Sin ellos, los campos están más expuestos y el uso de pesticidas tiende a aumentar. "Al desaparecer los insectos, desaparece toda la cadena de la que dependen", continúa Stepanescu. La misma idea puede aplicarse a las tierras que se queman cada verano o que son asoladas por las sequías. Hay que pagar una factura por cada metro cuadrado de tragedia. Y esa factura, aunque no nos demos cuenta, se cobra inevitablemente a la humanidad.

La diversidad en juego

Sónia Ferreira, entomóloga del Centro de Investigación en Biodiversidad y Recursos Genéticos de la Universidad de Oporto, se dio cuenta de un problema hace unos meses en el Alentejo, al sur de Portugal, cuando estudiaba los insectos. "Las heces de los rebaños de ovejas, muy comunes en la región, no se estaban descomponiendo. El uso de pesticidas había acabado con los insectos descomponedores, y ahora hay un grave problema que resolver: ¿cómo sacar el estiércol de los olivares y huertos intensivos?".

Ferreira sabe bien de lo que habla. En la Universidad de Oporto, la científica está desarrollando un programa de secuenciación genética para registrar el ADN de los insectos que ocupan un determinado paisaje. "Hoy en día disponemos de tecnología que nos permite hacer colectas y aislar el material genético que existe en un territorio, utilizando máquinas que leen el código genético", explica. Esta información puede recogerse mediante trampas de luz que convocan a los invertebrados, sí, pero también por los excrementos de los animales.

placeholder El escarabajo ciervo volante se puede encontrar en los robles. (S. D.)
El escarabajo ciervo volante se puede encontrar en los robles. (S. D.)

En el valle del río Túa, en el norte de Portugal, la entomóloga ha participado en un proyecto que analiza las heces de los murciélagos que ocupan los viñedos del Duero, la región productora de vino más antigua del mundo. "Mediante el seguimiento de la dieta de estos animales, podremos determinar si hay una pérdida de biodiversidad en los insectos, que es básicamente lo que comen", dice Ferreira. Con menos opciones alimenticias, los murciélagos tenderán a desaparecer, algo que podría tener graves consecuencias para el mercado del vino, ya que estos animales son uno de los controladores de plagas más eficaces en estas explotaciones. Además, está la regla de oro de la biología: "Primero se pierde la abundancia, luego viene la extinción", dice la entomóloga.

Axel Horchkirch, de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, también ha desarrollado varios estudios en este ámbito. Además de su cargo de jefe de conservación de invertebrados en la UICN, es profesor de Biogeografía en la Universidad de Tréveris (Alemania) y presidente electo de la Sociedad de Ortópteros, una organización científica internacional que reúne a entomólogos de 60 países y está especializada en el estudio de saltamontes, grillos y sus parientes. En los últimos años, ha realizado una serie de investigaciones en el estado de Renania-Palatinado, considerado uno de los grandes focos de la biodiversidad ecológica alemana.

"No siempre hay menos insectos. Pero también hay un nuevo fenómeno, que es una menor diversidad de especies", afirma el científico. En otras palabras, aunque pasemos un verano con la sensación de que nos atacan constantemente las abejas o los zánganos, puede ser cierto que el calor haya producido más ejemplares. "Pero son las especies más dominantes las que están ganando la batalla territorial", explica Horchkirch.

[Sónia Ferreira Soutinho. Foto: S. D.]

El monocultivo agrícola y las explotaciones ganaderas intensivas hacen que los prados se llenen constantemente de las mismas flores. El cambio climático, a su vez, está provocando un efecto de aumento de latitud: las especies que antes ocupaban los trópicos y las zonas meridionales ahora ocupan regiones más al norte. "Lo cierto es que están consiguiendo sobrevivir en los paisajes del norte, donde antes no podíamos imaginarlas", explica Horchkirch, "con lo que conquistan hábitats y uniformizan paisajes que antes eran heterogéneos. Aunque establezcamos que hay más insectos en la actualidad, siempre serán los mismos, no importa en qué parte del globo los controlemos".

Guillem Mas, biólogo español de la asociación Paisatges Vius, trata de ver el problema desde los Pirineos. "Por un lado, tenemos un enorme abandono de espacios agrícolas, por otro, tenemos una agricultura intensiva basada en monocultivos, que interrumpe la biodiversidad y con ello debilita los territorios que todos queremos que funcionen. También económicamente, por supuesto. Los conservacionistas no quieren que la agricultura fracase, sino que funcione mejor". Un estudio de 2021 muestra bien esta inversión que él percibe en la vida de la montaña.

placeholder João Gonçalo Soutinho muestra un trozo de tronco en descomposición. (S. D.)
João Gonçalo Soutinho muestra un trozo de tronco en descomposición. (S. D.)

Subiendo las colinas, Guillem Mas se encuentra con un vecino de los prados en la curva de la carretera, un hombre llamado Donat, que se presenta con una retama en la boca y el orgullo de ser el último pastor de Queralbs, un pueblo adosado a la frontera con Francia y ya cerca de Andorra. Puede que no haya hecho un curso de biología, pero entiende el drama del cambio de paisaje. "Cuando era pequeño, todos íbamos a ver quién tenía las mejores patatas, las mejores coles y las mejores cabras. Ahora a nadie le importa porque solo hay maíz y vacas", dice. "O no hay nada, los campos están abandonados".

El biólogo intenta convencerle de que ceda un par de hectáreas de prado para crear un paisaje florido para las mariposas. "De acuerdo", dice al final de la conversación. "Puedes venir y dejar que crezca algo de hierba. Quizá las abejas también vuelvan. No quiero ser otro que viva del turismo". Esa es la historia de sus vecinos, después de todo. Los campos de los que desaparecen los animales más pequeños tampoco parecen servir de mucho a los hombres.

El declive de los insectos: microhistoria de un desastre global

Esta investigación se ha realizado con el apoyo de la beca Earth Grant de journalismfund.eu. Mañana, El Confidencial publicará la tercera parte (3/3) de este trabajo periodístico en colaboración con otros medios europeos como 'Público', 'Contacto' y 'Luxemburger Wort'.

El valle de Lousada, en el norte de Portugal, ofrece un punto de vista poco común para comprender la diversidad del campo europeo. Los campos se extienden hasta donde alcanza la vista en fracciones bien delimitadas. Hay trozos de bosque autóctono, otros del eucalipto que ha ganado terreno en las últimas décadas. Hay viñedos y pequeñas aldeas. Hay huertas con gran diversidad de cultivos y otras en las que solo se planta una especie a la vez.

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