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Ese talibán del que usted me habla: Afganistán vuelve a la primera línea de la geopolítica
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Ese talibán del que usted me habla: Afganistán vuelve a la primera línea de la geopolítica

La toma de Kabul por la insurgencia talibana despertó la alarma por los derechos humanos y de las mujeres, pero la disputa geopolítica ha llevado a que todas las potencias acepten 'de facto' al Emirato Islámico

Foto: Simpatizantes y combatientes talibanes durante la celebración del primer aniversario de la toma de Kabul. (Reuters/Ali Khara)
Simpatizantes y combatientes talibanes durante la celebración del primer aniversario de la toma de Kabul. (Reuters/Ali Khara)

En el verano de 2021, con el mundo aún sin recuperarse de la pandemia del covid-19, una tormenta se desató en Afganistán. Tras el acuerdo de paz firmado entre el Gobierno estadounidense y los talibanes en febrero de 2020 en Qatar, la retirada de tropas estadounidenses y de la OTAN había dejado atrás un ejército afgano que colapsó como un castillo de naipes ante la insurgencia del talibán. El 15 de agosto, los talibanes tomaban Kabul, por segunda vez tras más de 20 años, retirando del poder al Ejecutivo de Ashraf Ghani, aliado de Washington.

La caída de Kabul desencadenó en que todos los países occidentales evacuaran del país a su personal civil y diplomático. Sin embargo, miles de afganos se quedaron sin salida, a la espera de que los talibanes impusieran de nuevo un emirato regido por la sharía, o ley islámica. Una situación especialmente grave para las mujeres afganas, a las que, a finales de 2022, se les vetó por completo el acceso a los espacios educativos, entre otras restricciones como la prohibición de tener un empleo fuera del hogar, la estricta obligación de salir a la calle con el rostro y el cuerpo cubiertos o la expulsión de todo recinto deportivo.

Foto: Un soldado talibán monta guardia en la Universidad de Kabul. (EFE/EPA/Stringer)

La comunidad internacional, especialmente los países occidentales, ha denunciado todas estas violaciones de los derechos civiles y políticos llevados a cabo por parte del Gobierno talibán. Sin embargo, tras dos años exactos de su llegada al poder, la mayoría ha corrido un tupido velo sobre estos problemas a la hora de lidiar con Afganistán. Porque, pese a las primeras sanciones que se impusieron sobre el régimen talibán, Occidente ha reconocido de facto que debe negociar con los integristas musulmanes para que el país de las amapolas no caiga por completo en los brazos de otras potencias o se convierta en un hervidero de enemigos.

El cementerio del tío Sam

Afganistán es conocido como el cementerio de imperios por los múltiples fracasos experimentados por las potencias hegemónicas del pasado a la hora de intentar controlar el montañoso país. Su situación de Estado tapón, que conecta el extremo más oriental de Asia con Oriente Medio, le concede una posición geoestratégica clave. El último país en fracasar en territorio afgano fue Estados Unidos. Pese al entrenamiento militar ofrecido a las tropas del Gobierno aliado de Ghani, estas no fueron capaces de contener a la insurgencia talibana sin la presencia física de las tropas estadounidenses.

"Pese a que Afganistán no figure entre las prioridades de la Casa Blanca, le preocupa que sea un caldo de cultivo de grupos yihadistas"

Pese a la retirada oficial de sus efectivos, Washington todavía mantiene amplios intereses en el país. José Miguel Calvillo, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid y autor del libro Afganistán: un conflicto permanente, sostiene que, "pese a que Afganistán no figure entre las prioridades más acuciantes de la Casa Blanca, a esta le preocupa que sea un caldo de cultivo de grupos yihadistas, como el Estado Islámico, que ataquen sus intereses en países vecinos o sus inversiones económicas en la región".

Ejemplo de estos intereses económicos es el proyecto del gasoducto TAPI, que busca transportar gas natural del mar Caspio de Turkmenistán a través de Afganistán a Pakistán y la India. Esta infraestructura, que comenzó a construirse en 2015, pero que a partir de 2019 se paralizó sine die, es clave para transportar el gas de Asia central hacia los países del sur asiático y reducir la dependencia de Rusia en materia energética. Si las autoridades estadounidenses quieren ver este proyecto en marcha, deben establecer negociaciones efectivas con sus homólogos talibanes.

Foto: Talibanes en Jalalabad (Afganistán). EFE

Con todo, uno de los grandes cambios de este segundo mandato talibán, respecto al de los años 90, ha sido su moderación en la política exterior. El nuevo Ejecutivo de Kabul no ha mostrado reparos en cooperar con Estados Unidos en materia de seguridad. Es más, enviaron a su oficial de Inteligencia a Qatar para una reunión con la CIA en octubre de 2022. "Si el primer Gobierno talibán no le dio gran importancia a la diplomacia y la acción exterior, esto no es así con los actuales mandatarios islámicos de Afganistán, que buscan activamente el reconocimiento exterior de los Estados occidentales y sus vecinos asiáticos", asevera Calvillo.

El salvavidas chino

Graeme Smith, consultor sénior del Programa de Asia del think tank Crisis Group, es de la misma opinión que Calvillo, ya que cree que el Gobierno talibán "busca la independencia de cualquier esfera de influencia geopolítica". Sin embargo, bajo las sanciones occidentales, el Gobierno del autoproclamado Emirato Islámico tiene dificultades para la financiación de cualquier política doméstica, puesto que la mayoría de los activos de su banco central permanecen congelados. Ante este escenario, a los talibanes no les ha quedado otra que buscar actores que puedan tener intereses en la región y no les importe el tipo de régimen político con el que hacen negocio, y en esto China es el alumno aventajado.

En enero de este mismo año, el Gobierno talibán firmó con la empresa china CAPEIC (Xinjiang Central Asia Petroleum and Gas Company) su primer gran acuerdo de inversión extranjera en el país. Mediante este contrato, por el que los talibanes recibirán 750 millones de euros, la empresa china extraerá petróleo de una zona de 4.500 kilómetros cuadrados situada en la cuenca del río Amu Daria. Y este puede no ser el único hidrocarburo sobre la mesa, ya que Pekín considera que en esta zona pueden encontrarse las terceras reservas gasísticas más grandes del mundo, tras las de Siberia y el golfo Pérsico.

Al mismo tiempo, una Afganistán alejada de la influencia estadounidense es una oportunidad para que el gigante asiático obtenga una posición privilegiada en el control de las rutas comerciales regionales, claves para su proyecto de la Iniciativa de la Franja y la Ruta. En una reunión trilateral en Islamabad de este pasado el 9 de mayo, los ministros de Relaciones Exteriores de China, Pakistán y Afganistán acordaron extender el Corredor Económico China-Pakistán a Afganistán.

Foto: Un soldado afgano en Herat, frente de batalla con los talibanes (EFE)
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Mediante este acuerdo, China invertirá en diversas infraestructuras afganas, pero sin que este sea, por el momento, miembro pleno de la también llamada nueva Ruta de la Seda. Porque, pese a la oportunidad que presenta, el Ejecutivo liderado por Xi Jinping se sigue mostrando receloso respecto a la estabilidad de la que pueda gozar el Gobierno talibán como socio comercial. "A Pekín le preocupan los costes adicionales impuestos por las sanciones occidentales, la congelación de activos y otras restricciones económicas derivadas de la condición de paria de los talibanes", afirma Smith.

De la misma manera, China tampoco ha aceptado aún a Afganistán en la Organización de Cooperación de Shanghái, en la que sí están todos sus vecinos fronterizos. "China no necesita únicamente garantías comerciales del Gobierno talibán, también necesita credenciales de seguridad sólidas. Como que en la frontera que comparten y que une Afganistán con la provincia china de mayoría musulmana de Xinjiang los talibanes no dejen hacer incursiones a los militantes uigures que se encuentren del lado afgano de la frontera", recuerda Calvillo.

Una mina sin explotar

Si la diversificación de relaciones mercantiles ha sido una vía de escape económica para el nuevo emirato talibán, otra ha sido el comercio revalorizado del carbón tras la crisis energética desatada por la guerra de Ucrania, sobre todo por la creciente demanda de su vecino Pakistán. Y este es solo el principio, dado que el territorio regido por los talibanes contiene amplias reservas de minerales codiciadas por las principales potencias mundiales.

Foto: Talibanes en Kandahar. (EFE)

Bajo tierras afganas se encuentran minerales como el hierro, el cobre o el oro. También hay minerales de tierras raras y, quizá lo más importante, el que podría ser uno de los depósitos de litio más grandes del mundo, según un memorando interno del Departamento de Defensa de Estados Unidos del 2010 que describió a Afganistán como "la Arabia Saudita del litio". Estas reservas minerales siguen sin poder explotarse, en parte por la inestabilidad del país, pero también por la falta de transporte e infraestructuras para sacarlas de la escarpada región.

Pese a su riqueza en recursos naturales, el país centroasiático ha vivido en los dos últimos años una de las hambrunas más severas del mundo, que la propia ONU ha calificado como "catástrofe humanitaria". Para Smith, que ha escrito junto a otros investigadores pidiendo la relajación de las sanciones occidentales, "Occidente debe darse cuenta de que no puede esperar a que los talibanes cambien sus políticas hacia las mujeres y otras minorías para iniciar proyectos de infraestructuras y ayuda humanitaria en el país. Porque, mientras se espera, la situación de crisis humanitaria persistirá".

Una crisis destinada a continuar fuera del foco de atención, ya que, como lamenta Calvillo, "los ritmos mediáticos y el cambio del foco geopolítico hacia otras regiones han hecho desaparecer a Afganistán de los periódicos y noticiarios, pero eso no quiere decir que la situación haya cambiado". Hoy, la situación de Afganistán es la de una vulneración de derechos básicos, sobre todo en el caso de las mujeres afganas. Mientras tanto, las principales potencias miran a Kabul con otra preocupación en mente: que no sea controlada por sus rivales.

En el verano de 2021, con el mundo aún sin recuperarse de la pandemia del covid-19, una tormenta se desató en Afganistán. Tras el acuerdo de paz firmado entre el Gobierno estadounidense y los talibanes en febrero de 2020 en Qatar, la retirada de tropas estadounidenses y de la OTAN había dejado atrás un ejército afgano que colapsó como un castillo de naipes ante la insurgencia del talibán. El 15 de agosto, los talibanes tomaban Kabul, por segunda vez tras más de 20 años, retirando del poder al Ejecutivo de Ashraf Ghani, aliado de Washington.

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