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El año en el que decidimos olvidarnos de Afganistán
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Un olvido premeditado

El año en el que decidimos olvidarnos de Afganistán

Los disidentes son encarcelados, apaleados y asesinados. Las mujeres ya no pueden ir a la escuela o a la universidad. Tampoco trabajar en público o para ONG locales e internacionales, mientras un millón de niños puede morir de hambre

Foto: Un soldado talibán monta guardia en la Universidad de Kabul. (EFE/EPA/Stringer)
Un soldado talibán monta guardia en la Universidad de Kabul. (EFE/EPA/Stringer)

El Afganistán de hoy puede resumirse con un verso adaptado de Luis Cernuda: “Allá, allá lejos; donde habita el olvido”. La peor crisis de derechos humanos del mundo, en la que España estuvo involucrada durante dos décadas, ha desaparecido de la agenda política europea, a pesar de que a principios de este año Bruselas reabrió su oficina diplomática en Kabul.

Desde entonces, cualquier sueño sobre un Emirato talibán diferente se ha desvanecido. El día de febrero de 2016 que asistí a la ceremonia de la primera piedra de la Universidad femenina de Mawlana, que iba a ser el primer centro de educación superior del país exclusivo para ellas, planeado a propósito cerca de la colina de Tap e-Maranjan, en los aledaños del estadio Olímpico de Ghazi, donde, en los años 90, los talibanes obligaban a asistir a las laceraciones y ejecuciones públicas de mujeres. Una práctica que, en 2022, ha vuelto en provincias como Takhar o Kandahar, el lugar de su cuna, y que, probablemente, no tardará en llegar a Kabul.

Foto: Tras la toma de Kabul por parte de los talibanes, se procedió a eliminar el rostro de mujeres en las calles. (EFE)

El centro iba a ocupar un espacio de 19.000 m² para albergar un instituto médico y una escuela de secundaria con capacidad para 12.000 alumnas, garantizando así el acceso a la educación para muchas mujeres con pocos recursos. Sin embargo, tanto este proyecto como cualquier otro que tuviese que ver con el avance de la igualdad de género, ahora pertenecen a un mundo perdido, a un sueño que creemos roto para siempre y que hemos decidido olvidar.

El cercenado de los derechos de la mujer afgana comenzó justo después de que la bandera blanca del Emirato ondeara sobre el Palacio Presidencial, en agosto de 2021, con la retirada de todas las imágenes femeninas de cualquier lugar público o la vista, y culmina con el año que termina, aunque sin duda no se detendrá ahí, con dos nuevas guillotinas para los derechos y libertades de la mujer: la prohibición de asistir a la universidad y la de trabajar para las ONG locales e internacionales, las cuales son las que están sosteniendo al país por un filo hilo humanitario.

Foto: Oficina de Registro de Población en Kabul, donde los afganos tramitan sus pasaportes / Cedida

Tras el decreto firmado por el ministro de Educación talibán, Neda Mohammad Nadeem, algunas de las más importantes han decidido detener sus operaciones. El comunicado conjunto de Inger Ashing, director general de Save the Children; Jan Egeland, secretario general de Norwegian Refugee Council, y Sofia Sprechmann Sinerio, secretaria general de CARE International, es demoledor:

"Sin nuestro personal femenino no podemos llegar de manera efectiva a niños, mujeres y hombres que lo necesitan desesperadamente. Sin las mujeres al frente de nuestra respuesta, no habríamos llegado juntos a millones de afganos necesitados desde agosto de 2021. Más allá del impacto en la prestación de asistencia vital, esto afectará a miles de puestos de trabajo en medio de una enorme crisis económica. Mientras obtenemos claridad sobre este anuncio, suspendemos nuestros programas, exigiendo que hombres y mujeres puedan continuar igualmente nuestra asistencia para salvar vidas".

Las consecuencias de la crisis humanitaria que se avecina serán espantosas y se sumarán a la situación ya de por sí desesperada que se vive en el país, donde, desde la victoria talibana, todas las peores predicciones se han hecho realidad. La libertad a medias de la época de República se ha convertido en un susurro detrás de los burkas impuestos. En un murmullo en los callejones, los espacios privados y las largas colas del hambre donde los cientos de miles que han perdido su trabajo por la grave crisis económica derivada de la retirada de los fondos intencionales se agolpan para conseguir unas migajas. "Un millón de niños pueden morir de hambre", informó este año la misión de la ONU en el país (UNAMA).

Foto: Un fajo de afganis, la moneda local de Afganistán. (Reuters)

Por ello, organizaciones como Save the Children o UNICEF han reportado un aumento de familias vendiendo a sus hijas en los mercados callejeros por unos cientos o miles de dólares como si fueran una pieza de fruta inmadura. "La situación económica extremadamente grave está empujando a más familias a la pobreza extrema obligándolas a tomar decisiones desesperadas, como poner a trabajar a los niños y casar a las niñas a una edad temprana", informaba UNICEF.

Más aún, la prohibición de que las niñas asistan al instituto, o las jóvenes a la universidad, también está directamente relacionada con el matrimonio infantil. "Como a la mayoría de las adolescentes todavía no se les permite volver a la escuela, el riesgo de esta práctica es ahora aún mayor. La educación suele ser la mejor protección contra los mecanismos de supervivencia negativos, como el matrimonio y el trabajo infantiles", añadía el comunicado de la organización.

placeholder Una mujer con un niño pide en las calles de Kabul. (Reuters/Ali Khara)
Una mujer con un niño pide en las calles de Kabul. (Reuters/Ali Khara)

Las puertas de los centros educativos están cerradas como las de cualquier lugar donde ellas trabajaban de cara al público como las oficinas, los hospitales y los orfanatos. En los salones de té situados delante del parque de Share-Naw, en el centro de Kabul, las mujeres ya no se reúnen para planear negocios, sino que lo hacen para apuntalar su resistencia y supervivencia más allá de convertirse en simples productoras de bebés, cocineras y limpiadoras en casa. Un mundo orwelliano en el que deben ser acompañadas por un hombre para viajar, o donde no pueden subirse a un taxi solas. Todo ello porque, en realidad, no hay nada que el Emirato tema más que a un grupo de mujeres libres y autosuficientes.

Durante 2022 han salido a las calles y el mundo ha presenciado con horror sus gritos, llantos y testimonios sobre las torturas tras ser detenidas. Pero nada más. A pesar de las manifestaciones reprimidas a balas y palizas que han causado la muerte a muchas mujeres, el eco de las redes sociales no ha retumbado. Tampoco las niñas acribilladas en las escuelas chiíes de Kabul han sido suficientes, o las mujeres abandonadas por nuestra embajada en Irán y Pakistán, donde han cancelado las citas para pedir asilo, tal y como informó recientemente El País. La desesperación en Afganistán no ha propiciado vigilias y esfuerzos para acoger a los desesperados, como pasa con el conflicto en Ucrania, el cual no debe ser desdeñado por ello.

La resistencia continúa

Los vídeos de las protestas callejeras en Kabul y Herat distribuidos en las redes sociales son la cara cruda de un coraje verdadero, de una lucha honesta a vida o muerte contra un tipo de malevolencia como la que nutre la ficción y el entretenimiento con el que coloreamos nuestra sociedad de celebridades. Sin embargo, cuando sucede en la vida real y ante nuestros ojos, no hacemos nada. En la ficción, los finales felices son sencillos, en la vida real requieren un compromiso que, en el caso de Afganistán, también hemos decidido olvidar. Estas mujeres deberían estar en todas las portadas de los medios de comunicación. Si la información es poder, no hay causa más justa.

Entre los muchos que se han publicado destaca la grabación casera de una niña afgana distribuida por la activista Shabnam Nasimi, la cual hiela el alma y resume la incomprensión desesperada en la que viven las mujeres: "¿Ser una niña es un crimen en Afganistán? ¿Tenéis madres, hermanas e hijas?". Se lo preguntaba a los talibanes y les pedía "que no apaguen las luces del conocimiento y la educación". Su súplica se hizo viral, pero cayó en saco roto.

Foto: Mujeres afganas defendiendo su derecho a la educación en todos los niveles (Twitter/@BBCYaldaHakim)

También hemos olvidado a los que siguen combatiendo emboscados en las montañas afganas, como el Frente Nacional de Resistencia liderado por Ahmad Masoud, entre otros grupos resistentes que luchan solos, sin recursos, contando las balas y las vidas. Muchos de ellos fueron entrenados por la OTAN y no han renunciado a la libertad. Otros se han visto obligados porque, en 2022, otra de las promesas de los talibanes ha sido incumplida a base de derramar mucha sangre: los antiguos oficiales del ejército y la policía son cazados y aparecen muertos en cunetas de todo el país.

Si Occidente es incapaz de mover un dedo por las protestas en el vecino Irán, donde las mujeres se han levantado en bloque contra la dictadura teocrática de los ayatolás, ¿cómo iba a importar Afganistán? El sentido de la humanidad de nuestra parte del mundo no se mide por la empatía, sino por los intereses económicos. Por eso, un conflicto cercano como el de Ucrania importa y uno lejano como el afgano apenas lo hace.

Por otro lado, es muy probable que el Emirato talibán contemple con una sonrisa cómo Irán ejecuta a hombres y mujeres que piden sus derechos, mientras participan en el Mundial de Fútbol y sin que el mundo se levante de su silla. Observan y comprueban que el cheque en blanco está servido, envalentonándoles a continuar desarrollando su apartheid por razón de género.

Foto: El líder supremo de Irán, el ayatolá Jamenei, el 25 de noviembre. (EFE/EPA)

Mientras ellas son encarceladas, apaleadas, silenciadas y asesinadas, el mundo presuntamente libre sigue adelante con sus eventos deportivos celebrados en dictaduras que apoyan al régimen talibán, como Qatar, el único país donde han tenido oficina diplomática desde 2010, mientras encumbramos a millennials millonarios que dan patadas a un balón. Un mundo de falsos héroes cuya ética está hecha de latón o ha sido creada en un laboratorio de marketing.

Parece que, si dejamos de mirar hacia Afganistán, dolerá menos. Pero el olvido es solo una forma de mentira. Una falacia que cree que el mal del yihadismo no volverá, aunque se esté rehaciendo en tierras afganas. Al Qaeda ha vuelto al país para reorganizarse, y, mientras Occidente lucha contra Rusia, la victoria talibana significa un sueño cumplido del yihadismo, que avanza a pasos agigantados en África y Asia con la misma intención. Pero no importará hasta que ensucien de sangre la esterilla de bienvenida en nuestras puertas cada vez más gruesas. ¿Cuántos afganos morirán hasta entonces? ¿Cuántas niñas se convertirán en esposas? ¿Cuántas mujeres serán ejecutadas?

Foto: Manifestación 'proyihad' en Yakarta, Indonesia, en 2018. (EFE/Bagus Indahono)

La victoria del Emirato facilitada por la política exterior de la Casa Blanca, tanto la del expresidente Donald Trump como la de Joe Biden, solo es el principio de un nuevo conflicto contra el yihadismo internacional, el cual vuelve a echar raíces en Afganistán. La historia es cíclica, pero en Occidente solo sabemos girar el cuello 90 grados. Y eso significa que, a todas luces, vamos directos y de cabeza a repetirla.

Sin embargo, en una tierra donde los proverbios todavía son un reflejo de la sociedad, uno viejo afgano dice: "El hombre salió corriendo de debajo de un techo con goteras para sentarse bajo la lluvia". A través de este prisma existe una lectura positiva; las locuras cada vez más extremas del Emirato pueden acercarles, pasito a pasito, hacia su desaparición. Todo tiene un límite.

Por ello, ahora la cuestión radica en saber qué nivel de persecución y represión las sociedades que se consideran libres están dispuestas a tolerar, mientras los hombres y las mujeres afganas con la soga al cuello ya no tienen a quién acudir. Quizás, ahora más que nunca, salvar a un espíritu libre en Afganistán es salvar al mundo entero.

El Afganistán de hoy puede resumirse con un verso adaptado de Luis Cernuda: “Allá, allá lejos; donde habita el olvido”. La peor crisis de derechos humanos del mundo, en la que España estuvo involucrada durante dos décadas, ha desaparecido de la agenda política europea, a pesar de que a principios de este año Bruselas reabrió su oficina diplomática en Kabul.

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