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Todo lo que se perdió en Afganistán: pequeña memoria de lo que pudo ser y no fue
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Una ventana a una vida en Afganistán

Todo lo que se perdió en Afganistán: pequeña memoria de lo que pudo ser y no fue

Los talibanes han prohibido la música. Las demás artes no tardarán en sufrir las mismas restricciones. Todo lo que sirva para expresarse sin su control inquisidor dejará de existir

Foto: Tras la toma de Kabul por parte de los talibanes, se procedió a eliminar el rostro de mujeres en las calles. (EFE)
Tras la toma de Kabul por parte de los talibanes, se procedió a eliminar el rostro de mujeres en las calles. (EFE)

Después de 20 años de intervención internacional, y 15 de ficción democrática afgana, los éxitos en materia de derechos y libertades en Afganistán fueron pocos y con cuentagotas. Pero una gota constante, con el tiempo, puede penetrar en la piedra más dura, romperla y dar paso a un riachuelo que siembre los campos. La democracia es una semilla que necesita mucho tiempo y mucha agua, sobre todo en sociedades tan cerradas y tradicionales como la afgana. Un proceso largo, arduo y tan lento como el de una semilla de palmera solitaria intentando crecer en un desierto para convertirse en un árbol fuerte y con raíces asentadas. Una que ahora ya no tiene quien la riegue ni el mínimo de agua necesaria para empezar un oasis, una cabeza de puente, y que ahora con el regreso de los talibanes ya solo es un espejismo.

La imagen de un Afganistán sin cambios y que, en el fondo, siempre fue partidario de los talibanes no es cierta. Al menos para los que vivimos en el país durante años. Cuando llegué a Kabul en 2008, el centro de la capital todavía estaba salpicado por ruinas. El icónico Palacio de Darulaman, remodelado en vano para acoger el nuevo Parlamento afgano, parecía un queso gruyer. Incluso el infame Centro Cultural Soviético, situado en la misma avenida y donde se produjeron muchas torturas, seguía en pie poblado por una marabunta de adictos a la heroína. Una ciudad, como otras capitales del país, antaño joyas de la ruta de la seda, que despertaba de un largo y oscuro invierno construyendo y edificando a marchas forzadas todo tipo de infraestructuras, casas, apartamentos, parques, restaurantes con música tradicional o moderna en vivo, o instalaciones para la práctica del deporte, entre muchas otras cosas.

Foto: Talibanes en Kandahar. (EFE)

Los buenos momentos, los que daban esperanza y te hacían pensar en un futuro mejor para Afganistán, ¿significan algo tras la guerra perdida y acabada en un fracaso colosal de los valores democráticos de los países que la iniciaron, llevaron a cabo y sustentaron? Los instantes y esfuerzos donde se sembraron esos valores, ¿se perderán para siempre? ¿O algunas raíces permanecerán conservando las semillas de la libertad, ahora pisadas y prohibidas en Afganistán, para que vuelvan a germinar?

El miércoles pasado, el Emirato Islámico de Afganistán prohibió oficialmente la música en todo el país. “La música está prohibida por el islam. Esperamos poder persuadir a la gente en vez de forzarla a que no la escuche”, declaró Zabihullah Mujahid. Apenas tres días después, un conocido cantante de música tradicional afgana, Abdulá Fawad Andarabi, era asesinado por los talibanes. Las declaraciones de Mujahid y los asesinatos de Fawad y otros músicos en los últimos días dejan bien claro que la vuelta del Emirato exige que los afganos renuncien a parte de su herencia e identidad cultural que, como la de los demás pueblos del mundo, encuentra un gran reflejo en las melodías y composiciones que salen de su vientre, de su corazón y de su voz popular.

La imagen de un Afganistán sin cambios y que siempre fue partidario de los talibanes no es cierta. Al menos para los que vivimos en el país

El poder de la música y cómo esta afecta a nuestra sociedad ha dejado huella en nuestra historia reciente. El siglo XX está plagado de movimientos revolucionarios, o no, con banda sonora propia, como la de Country Joe en Woodstock, el festival 'hippie' y en contra del conflicto en el sudeste asiático, cantando: "And it's one, two, three, what are we fighting for? Don't ask me, I don't give a damn, next stop is Vietnam" [Uno, dos, tres, ¿por qué estamos luchando? No me preguntes, me da todo igual, la próxima parada es Vietnam], cuya letra empareja aquel desastre estadounidense con el que ha sucedido en Afganistán.

La música afgana se estaba convirtiendo en una semilla de libertad con una fuerza de penetración en la psique del ciudadano de a pie que la mayoría de programas para la ayuda internacional no podían ni soñar. Formaba parte de sus vidas y presentaba una sociedad diferente e inclusiva. El cambio a través del arte y la educación para las generaciones futuras. El programa más visto de la historia del país fue 'Afghan Star', su versión de 'Operación Triunfo', protagonizado por muchas mujeres desde su creación en 2005. En la memoria también quedan la llegada de 'Barrio Sésamo' y sus canciones educativas para los más pequeños, o los programas de humor con parodias musicales. O la Orquesta Zohra, la primera en la historia del país en estar compuesta solo por mujeres. Ahora esas semillas, y muchas más, se ahogan en el sordo lodo talibán.

placeholder Una mujer pasa delante de un mural en Herat (Afganistán) este 29 de agosto. (EFE)
Una mujer pasa delante de un mural en Herat (Afganistán) este 29 de agosto. (EFE)

El deporte es otra semilla que los talibanes han aplastado. El poder del deporte para unir a gente de mundos muy diferentes es indiscutible, ya sea de forma 'amateur' o profesional. Y por eso fue una de las herramientas que más sembraron la libertad en Afganistán. Formé parte del equipo que creó la Afghan Premier League, la liga de fútbol del país, en su versión masculina y femenina. Recuerdo el estadio de Kabul a rebosar de hombres y mujeres, sentados juntos, aplaudiendo a sus equipos y olvidando el chovinismo y machismo tan arraigados en el país, como demuestran los posteriores abusos sexuales del propio presidente de la liga, Keramuddin Keram, quien huyó en 2018 y sigue en paradero desconocido. Otro líder afgano que se aprovechó de la buena voluntad de muchos, de demasiados.

Recuerdo el estadio de Kabul a rebosar de hombres y mujeres, sentados juntos, aplaudiendo y olvidando el chovinismo y machismo

O las boxeadoras afganas que entrevisté en 2012 y que soñaban con los Juegos Olímpicos. También las actividades de muchas ONG, como la francesa Deporte Sin Fronteras, cuyos programas se centraban en organizar prácticas deportivas y talleres sobre la igualdad de género. El voleibol y el fútbol sala eran sus dos armas principales. El primero es el deporte más practicado en el país junto al críquet, que está presente en casi todas las calles de las ciudades y aldeas, donde niños en harapos juegan con pelotas y bates hechos por ellos mismos y con una sonrisa que demuestra que, durante unos segundos, el deporte tendía puentes y les hacía olvidar su sufrimiento.

Foto: La activista por la educación, Pashtana Durrani.

Ahora ya no tendrán ni eso y seguirán pasando hambre, además de tener pocas, o ninguna, oportunidades para educarse mientras aumentan las posibilidades de enfermar por la malnutrición y por la insalubridad de la extrema pobreza en la que viven, mientras el país no cuenta con las infraestructuras suficientes para atajarlas. Para los talibanes, la práctica deportiva equivale al pecado. 'Haram', prohibido. ¿Qué harán ahora el equipo femenino de ciclismo afgano y sus seguidoras, que ganaban adeptas cada año? O qué pasará con las famosas niñas de Skateistan, una ONG que enseñaba a pequeños y pequeñas a practicar 'skateboard' para sacarlos de la mendicidad de las calles y que, hasta la caída de Kabul, no paró de cosechar éxitos. Son tantos los deportes. Tantas las semillas donde nace la libertad y el respeto que se quedan sin agua, sin vida, sin oportunidad para crecer y prosperar.

Para los talibanes, la práctica deportiva equivale al pecado. 'Haram', prohibido

Con la difunta República Islámica de Afganistán, también mueren las pocas activistas sociales que quedaban y daban la cara poniendo su vida en riesgo. Muchas han quedado atrás, abandonadas tras la evacuación, por lo que es mejor no nombrarlas porque eso pone su vida en riesgo. A eso hemos llegado, eso se pierde con la caída de Afganistán. Lo mismo se puede decir de las políticas locales, provinciales y las diputadas afganas, la mayoría abandonadas a su suerte durante el caos de la evacuación, como bien ha seguido e informado la periodista española Mónica Bernabé.

Generación perdida

El periodismo y la literatura, en que las poetas afganas estaban progresando también a costa de sus propias vidas, sufrirán un varapalo del que será muy difícil que se recuperen. Gran parte de los informadores y escritores afganos se han quedado atrás y solo tienen dos opciones: poner su pluma o voz al servicio del régimen o cesar su actividad, bajo pena de sufrir las consecuencias, que pueden ir desde el castigo corporal y la prisión hasta la condena a muerte. Es importante recordar que la mayoría de la comunidad periodística afgana no pasaba de los 25 años, tanto hombres como mujeres. Con la ventana de internet abierta, varias generaciones miraban al 'mundo libre' desde sus pantallas soñando con la misma libertad para informar, a pesar de estar en el punto de mira tanto de los talibanes como del Gobierno de Kabul. Sus esfuerzos y muertes quedan en vano y como un susurro que se perderá en el tiempo.

placeholder Una mujer camina frente a un control talibán cerca del aeropuerto de Hamid Karzai, en Kabul. (EFE)
Una mujer camina frente a un control talibán cerca del aeropuerto de Hamid Karzai, en Kabul. (EFE)

Otra cosa que Afganistán y su pueblo pierden es el advenimiento de la mujer empresaria. Un hito en la historia de un país donde el patriarcado no duda en utilizar la violencia extrema para someter a la mujer, y que hasta hace unos años jamás las había dejado ser dueñas de su propio destino a través del comercio y la empresa. Esa semilla estaba dando frutos. Muchas viudas empezaban a abrir sus propios negocios de costura, restauración y hasta la única bolera de Kabul, The Strikers, que era propiedad y creación de una mujer, Meena Rahmani, y servía de punto de encuentro para la juventud afgana y moderna, muy activa en redes sociales, urbanita y consciente de que en ellos residía el futuro y llevar esos cambios al campo, al Afganistán donde los talibanes campaban a sus anchas. También ellos se pierden y han tenido que borrar vidas enteras guardadas en sus aplicaciones por si los yihadistas se hacen con sus teléfonos.

Muchas viudas empezaban a abrir sus propios negocios de costura, restauración y hasta la única bolera de Kabul, propiedad de una mujer

Por su parte, las científicas afganas en el país, las cuales empezaban a asomar la cabeza, desaparecerán. Solo las que han escapado continuarán con su labor, como el equipo nacional de robótica, compuesto enteramente por mujeres jóvenes que, en muchos casos, aprendieron por sí mismas hasta que pudieron aprovechar la oportunidad que les brindaban las universidades, locales e internacionales, a las que ahora no pueden acceder. El Estado afgano era uno fallido, de eso ya no hay dudas, pero sus universidades funcionaban y mejoraban cada año. El equipo era un modelo para cientos de miles de afganas, las cuales pusieron el grito en el cielo cuando, en 2017, el expresidente norteamericano Donald Trump les negó el visado para competir en Estados Unidos.

Foto: Mujeres en Kabul. (EFE)

Esas jóvenes que tanto inspiraban a sus amigas, familias y conciudadanos ahora tendrán que hacerlo desde el extranjero. Algunas de ellas son de las pocas afortunadas que han conseguido huir del Emirato gracias a la intervención de la abogada y activista por los derechos humanos Kimberley Motley, una gran conocedora de las injusticias en el país centroasiático que, con el advenimiento de los talibanes, solo se multiplicarán. Después de una odisea por seis países diferentes, llegaron el pasado miércoles a México, desde donde seguramente se dirigirán hacia Canadá, según informa el 'New York Post'. “Nuestra historia personal no acabará con la triste llegada de los talibanes, por eso estamos contentas de estar aquí”, declaró una de ellas.

El Estado afgano era uno fallido, no hay duda, pero sus universidades funcionaban y mejoraban

Los y las que se quedan atrás, así como lo que Afganistán pierde con el éxodo o renuncia obligada de sus futuros científicos y científicas, maestras y maestros que se jugaban la vida en las aldeas dominadas por las 'shuras' de los consejos de ancianos, esas semillas pisadas y todo lo conseguido con cuentagotas con el sufrimiento y la muerte de miles de afganos y un buen puñado de extranjeros, es ahora parte de una matrioska rusa en la que cada muñeca es una prisión decorada con las estrictas reglas de la teocracia fundamentalista del Emirato. O como la cebolla del poeta español Miguel Hernández, una sociedad afgana “escarcha, cerrada y pobre: escarcha de tus días y de mis noches”.

Todo esto y mucho más se ha perdido en Afganistán. Solo el tiempo, y los propios afganos, dirá si algún día volverá. Si las semillas seguirán creciendo a escondidas en sótanos y bosques, lejos de la mirada inquisidora de los talibanes, o han sido verdaderamente aniquiladas por la grandilocuente conquista del país en dos semanas y sin que el grupo tuviera que pegar muchos tiros. Conociendo el alma de lucha inquebrantable de muchos afganos, dudo de que todas mueran, aunque tardarán mucho tiempo en florecer en público. Un consuelo: ahora son los librepensadores afganos los que tienen el tiempo y los talibanes los relojes.

Después de 20 años de intervención internacional, y 15 de ficción democrática afgana, los éxitos en materia de derechos y libertades en Afganistán fueron pocos y con cuentagotas. Pero una gota constante, con el tiempo, puede penetrar en la piedra más dura, romperla y dar paso a un riachuelo que siembre los campos. La democracia es una semilla que necesita mucho tiempo y mucha agua, sobre todo en sociedades tan cerradas y tradicionales como la afgana. Un proceso largo, arduo y tan lento como el de una semilla de palmera solitaria intentando crecer en un desierto para convertirse en un árbol fuerte y con raíces asentadas. Una que ahora ya no tiene quien la riegue ni el mínimo de agua necesaria para empezar un oasis, una cabeza de puente, y que ahora con el regreso de los talibanes ya solo es un espejismo.

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